CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 14
AYDA
Subo por el ascensor, dándole al número cuatro y espero con la musiquilla de fondo a que se eleve. Tarareo alguna canción sin importancia mientras juego con mis llaves. Suspiro y la puerta se abre, salgo y empiezo a colocar mis llaves en la cerradura.
Hoy ha sido un gran día, he visitado al fin a Eloise, he hablado con ella y, por si fuera poco, he conseguido el número de un gran hombre. He hablado con Georgia, hemos sido como las amigas que nunca fuimos y eso me hace demasiado feliz, porque esa mujer es demasiado especial para mí.
Giro la llave y el sonido de dentro me llega a los oídos al fin. Levanto la mirada hacia donde vienen los gemidos y veo a Madison encima de Frank, moviendo su cuerpo para buscar su propio placer. Este último tiene la cabeza recostada en el respaldo del sofá y Madison su mano en la rodilla, inclinada hacia atrás, dándole un acceso de su cuello a Frank.
Siento lágrimas en los ojos y salgo, cerrando la puerta con cuidado para que no sepan que estuve ahí. Me arrastro por la pared hasta que quedo sentada en el suelo. Suspiro y me obligo a no derramar ni una de mis lágrimas. Escucho sus gemidos más fuertes, incluidos los de Frank y entonces la puerta de en frente se abre.
Carmina me mira con su típica bata magenta y se queda parada esperando al ascensor para bajar la basura. Sé que ella está escuchando también los ruidosos gemidos de Madison, alias la escandalosa.
Aparto la vista y la fijo en mis manos, jugando con ellas. Desaparece por el ascensor y después de unos minutos está aquí de nuevo y abre su puerta con la llave, entrando y mirándome fijamente. Separa un poco más la puerta y me hace un gesto para que entre.
Me levanto con duda y paso por su lado, viendo de nuevo esta casa tan uniforme y sosa. No hay ni un cuadro llamativo, ni siquiera lo típico de las abuelas que ponen multitud de fotos de sus nietos, hijos, padres...
—¿Quieres un café españolita? —pregunta entrando en la cocina.
—Sí, gracias.
Me tomo la libertad de entrar al salón y allí veo a Eustaquio, acostado en uno de los sillones reclinables. Me siento en el sofá antiguo gris y ella llega con dos tazas de café en las manos. Agarro el que me extiende y lo apoyo en la mesa a la espera de que se enfríe. Mientras tanto, no sé qué decir y sé que ella me está escrutando con su mirada, pero la mía se queda puesta en la taza.
—¿Sabes? Mi marido también me dejó por otra. —observo sus ojos castaños. —Fue antes de que me mudara aquí.
—Lo siento mucho. —susurro y trago, sin saber qué decir exactamente. —Pero la situación con Frank no es así. Él no me ha dejado por otra, yo lo dejé, lo abandoné y él rehízo su vida. No puedo culparle por disfrutar.
Me encojo de hombros y bebo un sorbo de café, a la espera de que Carmina me eche.
—¿Y no crees que es mejor que cambies de aires, vivas en otro sitio y...no sé, intentes olvidarlo? —cuestiona y río por la nariz mirándola.
—Usted lo que quiere es que no viva aquí.
Ella me sonríe y se encoge de hombros, dándome la razón. Aparto mi sonrisa y niego con la cabeza en un movimiento suave.
—Todos me dicen lo mismo, pero Frank me confunde. Hace cosas que me hacen creer que aún hay esperanzas y luego, vuelve con Madison como si nada. —miro al frente, intentando retener las lágrimas. —Quiero convencerme de que él ya no está para mí, pero no puedo. Y tampoco puedo deshacerme de ese piso porque ahí he pasado los mejores años de mi vida.
Suspiro y veo cómo ella aprieta sus labios hasta que se quedan en una fina línea. Me gustaría saber de qué formas me está insultando en su cabeza, repitiéndose lo ilusa e imbécil que soy por esperar algo de un hombre que ya está pillado.
—Supongo que no soy la primera que te aconseja esto, pero veo que estás reacia a aceptar los consejos que tienen que ver con Frank. Si con el tiempo tu corazón se rompe más de lo que ya está, sólo podrás culparte a ti misma. No a Frank, solo a ti.
Asiento y me levanto, suponiendo que ya habrán acabado su momento de pasión y me dirijo a la puerta, con Carmina detrás de mí, mirándome de forma dura.
—Gracias por sus consejos y su tiempo. —sonrío y añado: —Y el café.
Carmina asiente y antes de que me haya girado, su puerta se estampa en mi cara. Suspiro, ya he vuelto de nuevo a la relación en la que me odia. Me giro hacia mi piso y abro la puerta después de girar la llave en la cerradura. Frank y Madison siguen en el sofá, pero esta vez vestidos y riendo mientras miran unos papeles que supongo que son de la oficina. Alzan su mirada hacia mí y la sonrisa de Madison se desvanece, pero la de Frank se ensancha un poco, aunque tal vez eso podría haber sido fruto de mi imaginación.
Dejo las llaves en mi sitio del llavero y me quito los zapatos dejándolos en su respectivo lugar. Camino y les doy una simple sonrisa falsa, acompañada de un pequeño "Hola", antes de entrar a mi habitación. Me siento en el borde de la cama, soltando un suspiro y me ato el pelo sobre mi nuca. Mi teléfono suena, lo miro y es un número desconocido, aun así sé que es del seguro.
—¿Si? —contesto.
—Buenas tardes, soy Margarita , perdona que la moleste, pero ¿estaría interesada en cambiar de compañía de móvil? —hace una pausa en la que siento cómo las lágrimas se arremolinan en mis ojos. —Si es así, aquí le presento la opción perfecta. Deje que le explique...
—No. —la interrumpo y miro al techo, suspirando. —Mira Margarita, mi día se acaba de joder porque acabo de pillar a mi exnovio follando en mi casa, nuestra casa, —corrijo—con su prometida, así que no. No quiero cambiar mi compañía de móvil, quiero dejar de existir por un puto segundo. Me gustaría de verdad que hubiese sido legal el aborto cuando mi madre se quedó embarazada de mí y así pudiese haber tenido la opción de abortarme, porque, Margarita, me gustaría que me hubiesen abortado.
El enfado se nota en mi voz y me aparto el móvil de la oreja con manos temblorosas, cuelgo y cierro los ojos. Coloco mi mano en mi pecho cuando un espasmo de sollozo me abarca. No quiero llorar, quiero desaparecer, dejar de existir.
Un carraspeo resuena en la habitación y abro los ojos con lentitud. Aparto mi mano del pecho y la dejo en mi regazo. Y ahí está él, postrado en el marco de la puerta, con su pelo despeinado, sus labios rosados a causa de los besos que le habrá dado a ella, y su camisa abierta hasta por encima del abdomen. Sus ojos grises me miran con un brillo singular, que supongo que será por el recién orgasmo y que todavía le perdura.
—¿Estás bien? —pregunta con voz suave y asiento.
Me paso el dorso de la mano por la nariz y apoyo mis manos a los costados de mi cuerpo, para después girarme y rebuscar algo que no sé en mi bolso. Lo único que quiero es que se vaya, porque no puedo verle más. No puedo soportar esa opresión en mi pecho de saber que lo tengo en frente pero no puedo tocarlo, no puedo hacerle todo lo que estuve pensando en el viaje, no puedo besarle, ni reclamarlo como mío. Él ya no es mío, ahora es de Madison.
—Eh, ratona...
—Deja de llamarme así. —lo interrumpo con voz dura.
Veo cómo se queda estático en medio de la habitación y frunce el ceño, dejando su mano suspendida en el aire. Un suspiro me abarca y me levanto, pasando por su lado y saliendo hasta la cocina para beber agua. Veo su mano posándose en la encimera, aprisionándome y lo miro a los ojos, sabiendo que así puede leerme perfectamente.
—¿Qué es lo que está pasando?
Ignoro su pregunta y exhalo, una vez más.
—Quiero que me compres mi parte de la casa. —digo.
Me mira con el ceño fruncido mientras dejo el vaso a un lado de la encimera. Por su cabeza deben de estar pasando multitud de cosas y no lo culpo, hace nada me negué a hacer lo que estoy proponiendo ahora. Pero ahora me siento tan confusa que no puedo pensar en otra cosa que no sea huir, huir de Frank, de esta casa, de tantos recuerdos. Por una vez en mi vida, quiero seguir los consejos de todos. Quiero rehacer mi vida.
—No la quiero. —niega, alejándose.
Lo agarro del brazo y lo encaro, sintiendo mi respiración acelerarse de rabia. ¿Cómo que no la quiere? Yo no quiero vivir aquí más, no quiero estar cerca de él hasta que aclare mis sentimientos.
—Frank...Te la voy a vender, un precio justo, te lo prometo.
Niega y se aparta.
—¡Si no me la compras te la voy a regalar! —se queda quieto antes de salir y me mira con rabia. —No quiero seguir viviendo aquí, quiero tener algo propio.
Su ceño se frunce más, si eso fuera posible, y me agarra de los hombros, cabreado.
—¡Tú querías este...este maldito piso! —grita con rabia.
—¡Pues ya no lo quiero! —le devuelvo el grito con más fuerza.
Él se gira, pasándose las manos por el pelo y seco las lágrimas antes de que se gire y me vea en un momento de vulnerabilidad. Lo oigo suspirar mientras yo intento controlar mi respiración desbocada.
—Empezaré a buscar piso hoy mismo. —anuncio. —Y empezaré a recoger las cosas.
Se gira y veo la debilidad en sus facciones, veo lo decepcionado, traicionado y roto que se siente, pero no puedo hacer otra cosa, ahora es mi momento de pensar en mí.
—¿Por qué haces esto? ¿Qué es lo que quieres conseguir con esto? —indaga y siento su dolor en su voz, pero, una vez más, pienso que es fruto de mi imaginación.
—Quiero no sentirme como una mierda, ¡quiero rehacer mi vida, porque contigo detrás de mí dándome ilusiones de mierda no puedo! —alzo la voz, secándome las estúpidas lágrimas. —Quiero no tener que verte ni oírte follar con ella. Quiero...—trago y suspiro. —Quiero tantas cosas que ahora no puedo porque tú...tú estás con ella.
Me siento derrotada, abierta en canal, pero como siempre, tengo la necesidad de contarle todo lo que pasa por mi cabeza a este hombre. Siento la necesidad de decirle lo que siento y llorar con él, que sea mi hombro.
Dejo mis hombros caer y salgo de la cocina volviendo a mi habitación, agarro mi teléfono y lo primero que hago es llamar a mi madre para que venga a recogerme. No puedo seguir aquí, no puedo seguir sintiendo que Frank me pertenece cuando ya no es así.
—¿Qué pasa? —contesta con su particular simpatía.
Un sollozo me invade y su respiración cambia, sé que ahora se habrá preocupado y pregunta incesantemente qué es lo que ocurre.
—¿Puedes...Puedes venir a por mí? —pregunto secando mis lágrimas.
—¿Qué es lo que ha pasado? ¿Dónde estás? ¡Ayda, dime algo por el amor de dios! ¿Estás bien? Hija, dime que no te ha pasado nada, por favor. —noto la angustia en su voz y suspiro.
—Estoy bien, solo...solo necesito no volver a este piso de...mierda. —pido.
—Iré a por ti al piso, por favor, recoge todo lo que necesites.
Escucho cómo sigue nerviosa y revuelve varias llaves en busca de las suyas. Me alejo el móvil de la oreja y cuelgo, volviendo a secar mis lágrimas. Miro la habitación y me dirijo al armario sacando la maleta del altillo. La abro y empiezo a meter ropa con rabia. Descuelgo la ropa y la echo sin importarme tener que doblarla.
La puerta se abre en ese momento y me quedo con un vestido en mis manos, viendo a mis chicos, incluido Frank, ahí postrados. Me observan a mí y luego el vestido, para después mirar la maleta. Alex frunce el ceño y dejo el vestido en la maleta, cerrándola al haber terminado de meter toda la ropa. La pongo sobre sus ruedas y entonces saco la otra maleta ante sus miradas. Quito todos los libros de las estanterías y los meto en la maleta, con cuidado de que no se arruguen.
Siento una mano en mi brazo y me aparto con rabia, a pesar de que es Alex.
—Ayda...Creo que te estás precipitando. Deberías sentarte y...
—No me estoy precipitando a nada, quiero esto. —lo interrumpo.
—Vamos Ayda...Sabes que...—empieza Connor.
—¡No! ¡Estoy harta, harta de esta casa, harta de tener que ver a esa rubia tetona en MI casa! ¡Estoy hasta las narices de escuchar cómo se la folla en mi propia casa! —grito con las lágrimas inundando mis ojos. —Harta...de que vosotros me deis ilusiones sobre algo que está más que muerto.
Suspiro y me giro para dejar los libros en la maleta. El timbre suena y levanto mi mirada hacia los chicos que se han quedado estáticos. Los aparto de la puerta, viendo a Madison cerca mirarme con mala cara. Llego a la puerta y le abro a mi madre quien me besa la frente y entra, repasando el piso con la mirada.
—¿Dónde están tus cosas, cariño? —pregunta.
Vuelvo a la habitación con ella detrás, quien le da miradas de odio a Frank y a los chicos. Cojo las maletas y se las extiendo, metiendo los cargadores y mi portátil en mi bolsa. Me giro y veo a Alex mirarme decepcionado y frunzo el ceño.
—Deja de mirarme así. —ordeno y él se encoge de hombros.
—No te estoy mirando de ninguna manera.
—¡Sí! Como si te hubiese decepcionado. ¡No puedes pretender que siga aquí...—interrumpo mis gritos cuando mi madre me pone una mano en el hombro.
—No merece la pena, cariño. —susurra y veo cómo las manos de Frank y Alex se cierran en puños.
Los miro una última vez y saco mis maletas. Mi madre y yo nos montamos en el ascensor y bajamos, subiendo las maletas en el maletero de su coche. Ni siquiera me molesto en despedirme de los chicos, estoy tan furiosa que no puedo pensar en nada más que en largarme de aquí.
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