CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 10
AYDA
Estiro mi cuello cuando escucho unos golpecitos en la ventanilla, me quejo y abro los ojos poco a poco, sintiendo mi cabeza martillearme por la luz. Los golpes se hacen más insistentes y me limpio la baba que ha salido de mi boca al dormir.
—Apágalo, apágalo...—pide Alex y frunzo el ceño.
Giro mi cabeza y veo a un hombre agazapado sobre mi ventana, con gafas de sol y gorra y uniforme de oficial de policía. Sonrío y enciendo el coche para bajar la ventanilla.
—Sígueme el rollo, Alex, ni se te ocurra abrir la boca.
Él en respuesta da un golpe al aire y yo bajo la ventanilla, sonriendo amablemente y con pena.
—Hola, ¿qué se le ofrece? —pregunto en español y el guardia me mira algo descolocado.
—¿Inglés? —pregunta con duda.
Niego con la cabeza formando una línea con mis labios y frunce el ceño, además de entrecerrar sus ojos.
—Joder. —murmura en inglés. —Debes recoger a ese muchacho de allí. —dice en su idioma señalando al frente.
Miro donde dice y veo a Connor desnudo de cintura para abajo, dejándome una buena vista de su trasero. Miro alrededor y veo mi vestido ahí tirado, lo que me recuerda que no llevo sujetador. Bravo, Ayda.
—Mierda. —murmuro tapándome con las manos.
Empiezo a buscar algo con lo que taparme y miro a Alex, aún dormido. Vale, es de vida o muerte esta situación, no estoy presentable para hablar con un agente. Cojo el borde de la camiseta de mi amigo y tiro hacia arriba, escuchando al oficial decirme que me esté quieta y le haga caso.
—¿Qué estás haciendo, estúpida? —me reclama Alex en medio de su sexto sueño.
—Cierra la puta boca si no quieres comerte una multa. —murmuro.
Me pongo la camiseta y salgo del coche. Una vez fuera siento la altura del oficial y veo cómo una policía y otro compañero más me observan con diversión y rabia escondida.
—Perdón. Ya nos vamos. —digo en español.
Me acerco rápidamente a Connor y me arrodillo a su lado, dándole golpecitos en la cara, esperando que no se haya muerto aquí.
—Connor, vamos Connor. —pido y oigo cómo suelta un gruñido. —Gracias a Dios. Vístete por favor, tenemos que irnos.
Me levanto después de darle un pequeño azote en el culo y veo al policía detrás de mí, mirarme con los ojos entrecerrados.
—Ya nos vamos. —repito de nuevo.
Extiende su mano y me enseña mi DNI, ese que pone dónde vivo y mis datos. Mi sonrisa amable pasa a una de vergüenza, de pena y de arrepentimiento. Miro a Connor que se está levantando a la vez que se sube el pantalón y calzoncillos que llevaba por los tobillos y se posa a mi lado.
—Así que no hablaba inglés, ¿cierto? —su tono de voz es duro.
—Quiero ir a casa, llévame a casa Ayda. —pide Connor abrazándose a mi cuerpo y apoyando su cabeza en mi hombro.
Rasco mi frente y suspiro.
—Lo siento agente, pero ya nos vamos, de verdad. —empiezo a caminar y él me agarra del brazo.
—De eso nada. Se vienen conmigo a comisaría.
Le hace una seña a sus compañeros, el chico viene a por Connor y le esposa las muñecas detrás de la espalda y él hace lo mismo conmigo, mientras que la chica saca a Alex a la fuerza, quien me mira sin saber lo que está ocurriendo.
—Agente esto es un error, ha sido un error. Lo juro. —suplico intentando girarme para mirarlo. —Por lo menos, por favor, por lo menos coja mi vestido, me ha costado mucho dinero y me queda muy bien como para dejarlo ahí.
Suelta un suspiro y me señala con el dedo.
—Ni se te ocurra correr. —amenaza.
—No creo que llegue muy lejos—río y paro cuando su mirada me fulmina.
Agarra todo lo que hay tirado en el suelo, tanto mi ropa, como mis zapatos, como lo de los chicos y vuelve a mí, agarrándome del brazo y llevándome al coche, donde ya me esperan mis amigos.
Me acomodo en uno de los lados y los dos hombres se suben al coche mientras que la mujer nos sigue de cerca con una moto. Miro a los chicos y luego al policía de la ventanilla.
—¿Y Dante? —susurro y el policía copiloto me chista.
Lo miro un momento haciéndome la inocente y luego vuelvo la vista a mis amigos, quienes se encogen de hombros. Bufo y me acerco a la reja que nos separa de la parte de delante.
—¿Qué pasa con mi coche? —pregunto con duda.
—Puedes llamar a quien quieras en cuanto lleguemos a comisaría y que lo recoja, ahora mantente callada. —contesta de forma dura el copiloto, que tendrá unos cincuenta años.
El conductor, de unos treinta y pocos, me mira y sé que está ocultando una sonrisa.
—¿Me podéis explicar por qué nos han detenido? —inquiero, intentando acercarme más.
El cincuentón me da una mala mirada y vuelvo a ponerme de forma correcta en mi asiento. Alex apoya su cabeza en mi hombro cuando me coloco y yo lo hago encima de la suya.
Llegamos a comisaría y el treintañero vuelve cogerme a mí y los otros dos, a mis amigos. Voy pegando saltitos hasta que entramos, a causa de que el suelo quema. Nos llevan por toda la comisaría y saludo con una sonrisa a todas las personas que nos miran.
Abren una de las celdas y nos dejan a los tres ahí, después de quitarnos las esposas. Me giro y rodeo mis manos en los barrotes, mientras el poli joven cierra la celda.
—¿Puedo ir al baño, por favor? —pido y el me mira como si estuviera mal de la cabeza. —Me hago mucho pis...
Para que me crea junto mis piernas y empiezo a dar pequeños saltitos. Suspira y vuelve a abrir, cogiéndome del brazo y llevándome al aseo que usan los policías, entrando conmigo.
—Vamos, no tengo todo el día. —dice y alza las cejas.
Miro el retrete y luego al agente con una sonrisa avergonzada.
—No me lo tome a mal, pero me gustaría tener privacidad. —pido y juego con mis manos, nerviosa. —Y ¿puedo ponerme mi vestido? Por favor.
Sonrío y él sale, mientras tanto yo hago mis necesidades y, justo cuando estoy lavando mis manos, la puerta se abre un poco, lo suficiente como para que un brazo pase mi vestido.
—Gracias. —susurro por la rendija.
Me cambio y me miro al espejo, viendo que mi maquillaje no está tan mal como esperaba. Tengo el rímel corrido por debajo del ojo, pero fuera de eso, está todo en su sitio.
No me molesto en quitármelo, por lo que salgo, con la camiseta de Alex en mis brazos. Abro la puerta con lentitud y veo al poli acariciarse su mandíbula, que lo rodea una barba incipiente. Sus ojos marrones me miran y sonrío, extendiendo mis muñecas hacia él.
—Ya puede llevarme a la celda, agente.
Suelta una pequeña risa, dejándome ver su perfil y su nariz recta, a la vez que alza sus cejas gruesas. Deja de apoyarse en la pared y agarra mi brazo de nuevo, llevándome a la celda.
Una vez me suelta dentro me giro hacia los chicos.
—¿Alguien sabe por qué terminamos prácticamente desnudos? —cuestiono y todos niegan. —Genial, y encima hemos perdido a Dante. —le tiro la camiseta a Alex—Tu camiseta.
Bufo y me sujeto en las barras de la celda, apoyando mi frente en el hueco y cerrando los ojos. Intento recordar por qué acabamos de la manera en la que acabamos y trato de pensar dónde se quedó Dante en el proceso. Pero nada.
Lo último que recuerdo es a mí llorando con Dante y Alex abrazándome, mientras que Connor vomitaba por detrás.
—¿Recuerdas algo? —interroga Alex en un susurro.
—Cero. Nada. —me giro frustrada. —Es un borrón muy grande.
Me rasco la cabeza y termino sentada en el suelo, apoyando la cabeza en las rejas para mirar al techo cubierto de humedad.
—¿Podemos hacer uso del teléfono? —grito sin saber si alguien me está escuchando. —Hasta donde yo sé, se nos permite hacer una llamada ¿no? —pregunto a los chicos.
Ellos asienten y miran detrás de mí. Ahí, después de girarme, me doy cuenta que está el policía buenorro. Me levanto y le regalo mi sonrisa más dulce. Me acerco a los barrotes y pongo cara de perrito degollado.
—¿Puedo hacer uso de mi llamada?
Rueda los ojos, cansado de que siempre sea yo la que pide las cosas y asiente con pesar. Abre la celda y me coge del brazo.
—¡Espera! —grito y me giro hacia los chicos. —No me sé ningún número, y no pienso llamar a mi madre.
—¿Puede dejarnos un papel, agente? —cuestiona Alex y el policía niega. —Vale, no te preocupes, te lo decimos desde aquí.
Lo miro con duda mientras el hombre me saca y me guía a un teléfono que está a una pared de la celda. Miro al agente con una sonrisa y descuelgo el teléfono fijo colgado en la pared.
—¿Estás ahí? —grita Alex.
—¡Sí! —contesto después de darme cuenta que con el gesto de cabeza no se va a enterar.
Empieza a recitarme números que empiezo a escribir.
—¿Has dicho un seis? —pregunto.
—¡No! ¡Ayda, céntrate! ¡Ahora es un veintisiete!
Bufo y, al final, llamo sin tener la certeza de que lo he escrito bien. Según el reloj de pared son las once, lo que quiere decir que Frank estará trabajando, por lo que estará atento al teléfono.
Oigo el pitido y siento que voy a desperdiciar mi llamada en alguien que no me lo va a coger.
—No quiero comprar nada, gracias. —contesta.
—¡No, no, no! ¡Frank! ¡Soy yo, soy yo! ¡Ayda! Por favor no me cuelgues. —pido en medio de gritos y avanzo hasta ver la celda por el pasillo. —¡Es Frank chicos!
Alex y Connor se abrazan y celebran nuestro triunfo, mientras que el guardia me devuelve a mi sitio.
—¿Ayda? ¿De quién es este número? ¿Dónde estás? ¿Por qué Alex no ha venido a trabajar?
—Sí, bueno...Es que...—rasco mi nuca con duda, sé que se va a enfadar. —Si sabes que el alcohol es malo ¿verdad?
Escucho un suspiro bastante sonoro al otro lado del teléfono y sé que estará tirando de su cuero cabelludo.
—¿Qué ha pasado? —averigua sin ganas.
Miro al policía y veo que me hace un uno con su dedo.
—Estamos en comisaría, y...es difícil de explicar lo que ha pasado, porque ni yo lo sé. —suspiro, hinchando mis mofletes. —Necesitamos tu ayuda Frank, por favor.
Escucho a Madison de fondo y ruedo los ojos, apretando mi mandíbula con rabia. Ella le pregunta que qué ha pasado, y él simplemente responde "Ayda los ha metido en un lío". ¿Yo? ¿Solo yo? Ellos se han metido solitos que ya son adultos para tomar sus propias decisiones.
—Iré para allá, no os mováis.
—¿Bromeas, cierto?
Suelta una pequeña risa y pide perdón. A la vez que se despide y cuelga. Pongo el teléfono en su sitio y dejo que el policía me guíe por el pequeño pasillo.
—Me has visto desnuda y no sé tu nombre. —digo y me mira sorprendido. —Eso te deja en ventaja.
Lo miro mientras me abre la celda y entro, voluntariamente. Me giro y vuelvo a agarrarme de los barrotes.
—¿Y bien? —sonrío.
—Luka Haider —responde y asiento.
Hago un saludo de militar, con la mano extendida pegada a mi frente y firme como un palillo.
—A sus órdenes agente Haider.
Ríe y se larga, dejándonos a cargo de un gordo calvo, quien se está comiendo un donut. Me giro a los chicos y me siento entre medias, a la espera de que Frank se digne a venir. Y sabiendo cómo es Frank para dar lecciones, nos queda aquí un día muy largo.
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