CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 1
AYDA
Suspiro arrastrando mi maleta por el aeropuerto. Ha pasado un año y medio exactamente desde que me marché del hermoso estado de Virginia. Veo cómo los turistas van y vienen y yo espero sentada frente a una tienda de comida. Enciendo mi móvil mirando la barra de notificaciones, pero no hay nada. Vuelvo a suspirar y es entonces cuando escucho mi nombre. Alzo la cabeza y sonrío sintiendo lágrimas en mis ojos y levantándome, arrastrando la maleta hasta llegar hasta ella y fundirme en sus brazos en un fuerte achuchón que me hacía demasiada falta. Lloro en sus brazos mientras ella me acaricia la espalda y sé que está llorando, feliz de que esté de vuelta. Me aparta y mira mi cara, acariciando mis mejillas y sonriendo orgullosa de que esté de vuelta, aún sin creérselo.
—Estás tan hermosa...—seca mis lágrimas y suelto una carcajada, repleta de más lágrimas.
Dejo que me guíe hacia su coche y me siento en el asiento del copiloto después de haber metido la maleta en la parte de atrás. Me mira con una sonrisa y empieza a conducir, embarcándose en las atestadas calles de Richmond. El tráfico es superior e incluso consigo ver el atardecer sentada en el coche, esperando a que los vehículos empiecen a moverse de una maldita vez. Igualmente me fascina cómo el cielo se torna de rosa, morado y en algún momento incluso de naranja.
Por fin nos empezamos a mover y llegamos a la casa de mi infancia y adolescencia, que está bastante cambiada. Ahora en vez de un azul en la parte exterior, se puede observar un horrible verde moco. Miro a la mujer a mi lado con duda y ella se encoge de hombros. ¿Tanto ha cambiado todo en un puto año? Me bajo del coche y es entonces cuando de mi casa veo salir a un hombre alto, con un poco de barriga cervecera, y un adolescente de, a lo mejor, diecisiete años aproximadamente. Me quedo plantada en el sitio mientras mi madre saca mis pertenencias del maletero. No puedo evitar ocultar mi sorpresa, es decir, ha cambiado a mi padre más rápido de lo que me esperaba, aunque tampoco esperaba que le guardase luto toda la vida, tal vez un mínimo de... no sé, diez años hubiese bastado.
El hombre de la barriga se acerca con una sonrisa amable y miro a mamá que me hace señas para que sea simpática. Le estiro mis labios en una especie de mueca alegre, y lo observo más de cerca. Su pelo canoso deja ver algunas entradas y, si no fuera por lo descuidado que ha dejado su cuerpo, sería bastante atractivo a pesar de su reciente alopecia. Me extiende la mano y se la estrecho con algo de duda, aunque la aparto enseguida porque siento el sudor cubrirme la palma. Me restriego la mano en el pantalón de chándal y sonrío incómoda.
—Soy Daniel, el prometido de tu madre.
Mi sonrisa se esfuma y miro a mamá con los ojos abiertos. Me siento como una estúpida. A la única a la cual le di mi teléfono y no ha sido capaz de contarme que se va a casar de nuevo. Ella se acerca pidiéndome con la mirada que me comporte y, cuando está a mi lado, enreda su brazo con el mío.
—Nos conocimos en un bar de citas. —me cuenta Amanda y no puedo evitar mirarla a la cara, sin perderme rastro de su emoción aunque yo siga en shock y mi expresión lo muestre. — Él es su hijo Augustus—abro mis ojos con sorpresa de la buena y sonrío sincera.
—Te llamas igual que el protagonista de "Bajo la misma estrella". —me observa como si estuviera loca y mis comisuras decaen. —Entiendo que no te hayas leído el libro, pero la película deberías haberla visto, por lo menos. —me encojo de hombros y él me mira deseando que me quede callada. —Seguro que la has visto, la chica tiene cáncer y va a reuniones de un grupo de apoyo, donde conoce a Augustus, que se había curado del cáncer y...—mi madre me interrumpe al ver la cara del chico desconcertada y frunzo el ceño.
—Vamos a entrar.
Cojo mis maletas antes de que el inculto las agarre y lo miro con asco. Qué poco considerado de su parte. Me observa con disgusto con sus ojos color miel como los de su padre. Se pasa la mano por su pelo negro y empiezo a caminar, con dificultad por ser una orgullosa, hacia dentro de mi casa. Se me caen algunos neceseres por el camino y escucho la risa del estúpido ignorante por detrás. Se acerca hacia donde yo estoy parada y lo agarra.
—No me has dicho tu nombre. —habla por primera vez subiendo los escalones del porche y quitándome una de las mochilas para colgársela en el hombro mientras yo subo la maleta.
—No me voy a quedar aquí por mucho tiempo, no te hace falta saberlo. —contesto y él pone los ojos en blanco mientras vamos entrando.
—Vamos a ser hermanastros, creo que lo lógico sería que me dijeras tu nombre. —me planto frente a él en la entrada, con expresión neutra y él me enseña sus dientes en una sonrisa sincera. —Veré la película.
Una sonrisa va creciendo en mis labios pero sacudo la cabeza inmediatamente. Está intentando ganarse mi aprecio con esta tontería.
—Me llamo Ayda. —asiente y deja el neceser y la mochila en el inicio de la escalera.
Veo a mi madre hablar por teléfono contenta y suspiro, dejando mis cosas abajo, llegando a la que fue mi habitación, después de haber subido las escaleras. No quedan muchas cosas aquí, puesto que la mayoría las llevé al piso, incluidos todos mis libros y discos. Me adentro en la habitación pintada de un suave rosa que ahora odio y me siento en el borde de la cama. Repaso con la mirada toda la habitación hasta llegar a un marco con una foto dentro. Me incorporo y nos veo a mi mejor amiga y a mí en la foto, con una sonrisa y hasta los topes de pintura de multitud de colores por todas partes.
—¿Te encuentras bien?
Alzo mi cabeza secando una lágrima traicionera, dejando el cuadro en la mesa de escritorio y recuperando la compostura. Asiento y veo a mi futuro hermanastro darle un repaso a la habitación con una mirada de asco.
—Lo sé, el rosa es horrible. —comento y ríe por la nariz dándome la razón.
Nos quedamos en silencio por un tiempo más en el que me detengo a fijarme en todos los rincones de mi antigua habitación y él suspira.
—Amanda dice que vayamos a cenar y que ha hecho tu comida favorita: pollo al horno con patatas. —sonrío agradecida porque mi madre cocina demasiado bien y este año la he echado demasiado de menos por eso. —Y de postre...—hace como si el umbral fuera un tambor mientras paso por su lado y salgo de la habitación, haciendo que me siga—Torrigas...—río pero me tapo la boca por su pésima pronunciación del español y me giro para mirarlo a la vez que llego al salón.
—Torrijas. —le corrijo— Es un postre de España. ¿Ha hecho también filloas? —cuestiono acercándome a la cocina y escuchando el ruidito a modo de afirmación que me regala el chico.
Entro a la cocina y aspiro el olor de la comida. Siento que podría tener un orgasmo sólo con esto. Me siento en la mesa sintiendo lágrimas en los ojos y miro a mi madre que me extiende el plato de pollo con patatas y lo dejo sobre la mesa, mordiéndome el labio inferior, demasiado contenta como para contarlo. Corto un poco y me lo llevo a la boca, poniendo los ojos en blanco y masticando rápidamente, dejando que lágrimas de alegría salgan de mis ojos.
—¿Por qué lloras, estúpida? —gruñe mi madre y no puedo dejar de llorar mientras como ante esta deliciosa cena.
—Está...—seco mis lágrimas. —Está muy bueno, mamá...
Ríe como si yo estuviera loca y besa mi coronilla, abrazándome contra su pecho, sabiendo que, aunque no se lo diga, la he echado de menos y esta es mi forma de expresarlo.
Cuando termino con mi plato de pollo y patatas mi madre me extiende las torrijas y siento tanta satisfacción cuando me meto un pedazo en la boca, que no puedo evitar dar pequeños saltitos en la silla. Paso después a las filloas y siento que voy a llorar otra vez, pero me aguanto, no queremos que el prometido de mi madre y su hijo piensen que todo este tiempo he pasado tanta hambre que ahora lloro por cada cosa que pruebo.
—Me dijo tu madre que has estado viajando por el mundo todo este tiempo. —dejo de comer para observar a Daniel, quien me mira a la espera de una respuesta, pero lo único que hago es asentir con la cabeza y sonríe. —¿Y en qué lugares has estado?
Miro a mamá y luego mi plato, para dejar los cubiertos encima de él y tragar, aclarándome la garganta para poder hablar.
—He estado por toda Europa y Asia. —contesto y él asiente emocionado.
Veo cómo coge la mano de mi madre y miro ese enlace incómoda, pero retengo mis impulsos por decir que la aparte.
—¿Nos recomendarías algún lugar para nuestra luna de miel? —mi madre sonríe coqueta y yo aparto las manos de la mesa, apretando la tela de mi pantalón.
—Tal vez Italia estaría bien. —intento sonar lo más normal posible y él asiente.
Mi madre aparta la mano cuidadosa de Daniel al ver mi incomodidad y bebe de su vaso de agua.
—¿Visitaste a tus tíos? —pregunta y asiento.
—Sí, hicimos...—niego levemente y suspiro. —hice una parada nada más empezar el viaje. —enarca las cejas y sonrío. —Están todos genial, deberías probar a visitarlos de vez en cuando.
Sé que estoy sonando brusca, pero que ya no quiera tener relación con la familia de mi padre me parece absurdo, puesto que él no le hizo nada. Fue un buen marido, un buen padre y, sobre todo, un gran hombre. Pero claro, ahora está enfrascada con el barrigudo americano. Suspiro y me levanto.
—Iré a coger mi coche para ir a mi piso.
Mi madre da una mirada confundida y salgo de la cocina con ella detrás, mientras busco las llaves en la cómoda de la entrada. Ella me observa en tanto que yo las busco sin decirme nada.
—Creía que te ibas a quedar aquí un tiempo. —glosa cruzándose de brazos y mirándome con sus ojos marrones como los míos. — Hasta que encontraras otra cosa.
Río por la nariz negando levemente.
—¿Por qué iría a encontrar otra cosa teniendo mi piso pagado? —ruedo los ojos con una sonrisa y me dirijo hacia el garaje, con mi maleta y la ayuda de mi madre para algunas cosas.
Observo mi Fiat 500 y acaricio el capó, es de un color azul pastel que me deja fascinada de nuevo, después de tanto tiempo y me abrazo a él.
—Te he echado de menos Fiatina—oigo a mi madre resoplar por mis tonterías.
Me aparto y lo abro, metiendo todas mis pertenencias en el maletero. Cierro la puerta y me giro hacia mi madre con una sonrisa.
—Prometo volver mañana. —digo y ella asiente envolviéndome entre sus brazos.
Me subo en el asiento del conductor y regulo el asiento y los espejos, sintiéndome demasiado bien para ser verdad. Mi madre me abre la puerta del garaje con el mando y salgo despidiéndome de ella con la mano y embarcándome en la carretera.
Al ser de noche debería decir que no hay tanta gente conduciendo pero eso no es algo que ocurra en esta ciudad. Siempre hay coches mires a donde mires y el tráfico es insoportable en muchos momentos, aun así no cambiaría mi adorado Richmond por nada del mundo.
Aparco en el parking de fuera y veo la cerca que rodea al maravilloso y colorido edificio. Sonrío emocionada e intento llevar todo de una sola vez, haciendo que se caigan varias cosas en el proceso. Una vez en la puerta de mi piso, dejo caer todo al suelo y empiezo a buscar, entre las llaves del enorme llavero, la que abre la puerta. Encajo la que es en la cerradura mordiéndome el labio inferior con una sonrisa y cuando voy a girar, la puerta que hay a mis espaldas se abre. Me giro y veo a mi peor vecina.
—Oh, Carmina ¡cuánto tiempo! ¿Qué tal está? —pregunto dejando de lado la puerta y ella me mira con una expresión que muestra asco.
La entiendo, que haya vuelto va a hacer que le dé demasiados dolores de cabeza de nuevo y que discuta conmigo si quiere quejarse de algo sin sentido.
—¿Tú no te habías ido? —la vieja me da un repaso de pies a cabeza y me acerco, apoyándome en la pared de al lado de su puerta.
—Sí, pero he vuelto. —me encojo de hombros y sonrío, intentando ser amable. —¿Qué tal le ha ido todo este año? ¿Cómo está Eustaquio?
Eustaquio es el gato egipcio que esta señora tiene, la verdad es que las pocas veces que he entrado a su casa el gato era igual o peor que la vieja, haciendo que siempre saliera con miles de arañazos en la cara y en los brazos. Lo peor era que si me quejaba con la dueña, esta me decía que había sido culpa mía por querer acercarme a ella y que su gato era demasiado protector con ella.
—Se murió el mes pasado. —responde enfadada y dejo de apoyarme en la pared para mirarla con arrepentimiento, y apretar mis labios.
—Dios...Lo siento Carmina, no quería...—se dirige dentro de su piso y me acerco más a la puerta. —Perdóname, por favor.
—Estúpida española—oigo que susurra antes de cerrarme la puerta en las narices.
Suspiro sintiéndome lo peor del mundo y vuelvo a mi puerta, abriendo y encontrándome con la soledad del apartamento. Dejo las cosas a un lado de la puerta para después cerrarla y me fijo en el salón. Ya no está la antigua mesa de centro coja, ni tampoco el sofá de segunda mano rajado en algunas partes, ahora hay una mesa de cristal y un sofá de cuero negro. Las paredes, antes pintadas de un suave azul y blanco, ahora son blancas al completo, haciendo juego con los muebles en color negro. Voy a la cocina fascinada y veo que todo es mucho más moderno y caro que antes. Con curiosidad me dirijo a la habitación que ahora tiene una pared en un gris oscuro y el resto blancas. Me acuesto en la cama de matrimonio con sábanas grises y pongo los ojos en blanco al notar que no es el mismo colchón de muelles, duro y totalmente incómodo que yo recuerdo. Hago la croqueta encima de la cama, moviéndome más de lo necesario para ver cuánto suena y me sorprendo con que no hay ruido de muelles. Antes, cuando nos movíamos simplemente para girarnos sonaba demasiado, por eso no podíamos tener intimidad ya que los vecinos se enteraban cada vez que lo hacíamos.
Me incorporo suspirando y me encamino hacia el baño de la habitación, viendo que los azulejos de florecillas y verdes fosforitos ahora son de color blanco y negro. La mampara ya no es de plástico malo sino que ahora es un cristal enorme y la alcachofa tiene función masaje y todo. Me quedo fascinada ante todas las modernidades que este chico ha sido capaz de poner durante todo este año y no puedo evitar pensar en que lo voy a volver a ver. Voy a disfrutar de sus ojos grises y su pelo castaño de nuevo. Siento una presión en la boca del estómago y decido darme una ducha con la súper alcachofa para intentar calmar mis repentinos nervios.
Saco mi altavoz y lo conecto con mi móvil por Bluetooth, reproduciendo por Spotify mi lista de música especial para cuando voy a ducharme. Me miro en el espejo, deshaciéndome de la coleta despeinada y bailando con Virtual Diva mientras me desnudo.
—¡Salió a la disco a bailar, una diva virtual! —chillo dejando que el agua empiece a salir para meterme cuando está caliente.
Me imagino que estoy viviendo en una película mientras me ducho y suenan canciones tristes e incluso hablo sola haciendo diálogos con una persona que no voy a conocer en mi vida. Las canciones pasan y ahora lo que se escucha es Pa' que retozen , no puedo evitar mover mis caderas y perrear mientras lavo mi pelo con el champú. Termino con el pelo y empieza a sonar Perdóname y no puedo evitar cantar.
—¡Que si alguna vez, sentiste algo lindo por mí, perdóname! ¡Perdóname! —agarro el gel y canto con él en la mano, cantando como si fuera mi micrófono. —¡Que si alguna vez, sentiste algo lindo por mí, perdó—me callo cuando abro los ojos y veo los suyos grises fijos en mí, como si no se creyera que estoy ahí. —Hola...
Dejo el gel en el suelo y dejo que sus ojos recorran mi cuerpo otra vez en mucho tiempo. Vuelve sus ojos a los míos y rápidamente niega con la cabeza y va hacia mi móvil para parar la música y frunzo mi ceño. Está más guapo de lo que recuerdo, su pelo ahora está un poco más corto y parece que su mandíbula se ha vuelto un poco más cuadrada, aunque tal vez eso sea porque la está apretando demasiado.
—Sal de mi ducha. —ordena y abro el grifo, dejando que el agua me moje. —Ayda, sal ahora mismo de mi puta ducha.
Lo miro mientras me paso la esponja por mi cuerpo con cara angelical y veo cómo empieza a perder los estribos, hasta tal punto que abre la mampara, cierra el grifo y tira de mí hacia fuera de la ducha. Lo miro sin vergüenza de que me esté viendo desnuda y aprieta sus puños, soltando un gruñido, tirándome un albornoz a la cara. Me lo pongo disgustada y lo abrocho en mi cintura, con el cinturón.
—No había terminado. —me cruzo de brazos y él se acerca a mí.
—Me la suda que no hayas terminado, no deberías estar aquí. —dice enfadado muy cerca de mi cara.
Miro sus ojos, frunciendo mi ceño y me acerco a él, furiosa a causa de su enfado.
—¿Por qué no debería estar aquí según tú, pedazo de capullo? —cuestiono irónicamente y antes de que conteste sigo hablando. —Porque, para tu información ya que parece que se te ha olvidado, este piso es mío también y como lo he estado pagando igual que tú, puedo estar aquí siempre que quiera. Así que deja de joder.
Me giro y me miro en el espejo limpiando todo el vaho que ha salido del agua caliente, con el brazo de mi albornoz. Lo veo ponerse a mi lado y no me quema el remordimiento, todo lo que hice fue por una buena causa.
—¿Qué haces aquí?
—Es mi casa. —respondo pasándome otra toalla por el pelo mojado.
Escucho pasos por el pasillo y frunzo el ceño, confundida, mirando sus ojos y es entonces cuando alguien abre la puerta.
—¿Frank está todo bien?
Su mirada azulada se encuentra con la mía y tengo que morderme el interior de la mejilla para no pensar en el crack que ha hecho mi corazón. Siento lágrimas en los ojos pero le sonrío y respiro hondo, mostrando que todo está bien.
—Oh...—dice la puta rubia y mira a Frank sin saber muy bien qué hacer.
Ella sabe quién soy porque no veo ni una pizca de celos en sus ojos. Me acerco y le planto dos besos, en las mejillas a modo de saludo.
—Soy Ayda, encantada. —digo cerca de ella aún y veo cómo pasa sus ojos hacia Frank sin saber muy bien qué hacer.
—Yo soy Madison, lo mismo digo. —me sonríe de una forma dulce que me hace querer arrancarle los cuatro pelos rubios teñidos que tiene.
—Sí... Ibas a clase con Frank ¿verdad? — miro al susodicho y él pone los ojos en blanco.
Ella asiente y no puedo evitar sentirme disgustada. Cuando Frank y yo estábamos juntos siempre discutíamos por ella, porque era una arpía que se acercaba de más estando en fiestas y le restregaba el trasero mientras bailaba y él me juró millones de veces que no era nada para él. Puto mentiroso.
—Iré a la habitación a vestirme, un placer. —digo falsamente y salgo escuchando cómo la zorra empieza a quejarse de mi presencia y él le contesta como todo un falso enamorado que lo va a solucionar.
Ni de coña. El piso es mío también y no voy a largarme por nada del mundo. Mi nombre también está en la escritura y no pienso moverme.
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