Capítulo 13: "El refugio"

    El hombro y el brazo derecho fracturados, dos costillas rotas y una contusión cerebral. V ordenó las radiografías en una fila encima de la mesa luego de haberlas retirado de la pantalla. Miró a Evey junto a él. La había acostado en aquella camilla de hospital para tenerla mejor vigilada. Nunca pensó que alguna vez tendría que traerla a ese cuarto lleno de indumentaria médica. Cada vez que la veía su corazón amenazaba con detenerse.
    Evey tenía demasiado yeso cubriéndole la suave piel, y demasiadas vendas apretando su cuerpo. Parecía un ángel al que hubiesen arrancado del cielo para luego cortarle las alas. No dormía. Si intentaba despertarla ella no lo haría. Ella seguiría con los ojos cerrados y el alma rozando las puertas del paraíso, o los campos elíseos, o el Valhala, donde quiera que el dueño del universo gobernara, el no quería que Evey se fuera. Sus signos vitales eran constantes pero le preocupaba el golpe en la cabeza, había quienes nunca despertaban después de un golpe así. Dios no podía ser tan cruel con ellos, no después de todo lo que habían sufrido. No podía permitirle sentir la luz para luego arrebatársela.
    Se dejó caer en el sofá a un lado de la camilla. Cogió la mano izquierda de Evey y la sostuvo, eran tan diferentes las manos de ambos. La de él, grande y llena de nudos por las cicatrices, la de ella tan lisa y delicada. Ellos eran tan opuestos pero a la vez iguales, si no lo fueran, ella no habría sobrevivido a la caída. El Batch 5 había hecho que el cuerpo de Evey fuera tan resistente como el de él. Por una vez en la vida agradeció a Larkhill, agradeció a los experimentos y al maldito Batch 5 porque sin ellos no hubiese conocido a la mujer que ahora estaba frente a él. Recordó el beso en el tejado y todo el dolor que había sentido en su vida se acumuló en su pecho.
    Un movimiento en su campo de visión lo hizo tensarse, los párpados de Evey temblaron. V se estremeció por el júbilo, ella era fuerte, ella iba a despertar. Un gemido lastimero salió de la garganta de Evey, Apretó la mano que V aún sostenía y giró el cuello lentamente para mirarlo. Entonces sucedió algo que alarmó al hombre: Evey abrió mucho los ojos y gritó. Parecía aterrorizada. Hizo que V la soltara tirando de su brazo y luego se alejó lo más que pudo de él.
    – ¡Tú de nuevo maldito hijo de puta! –grito Evey a la vez que estiraba una pierna y golpeaba a V en los testículos.
    V se dobló sobre si mismo sujetándose la entrepierna « ¿Qué le pasa? ¿Es bipolar? ¿Tiene un brote psicótico?» –se preguntó V mientras aullaba de dolor. Cuando alzó la vista Evey ya no estaba allí.
                                                            ……………………..
    Evey corría por el pasillo repleto de obras de arte. De alguna forma sus instintos le decían por dónde ir, dónde podría estar segura. Llegó a una puerta de color marrón claro y la abrió sin pensar que podría encontrarse detrás. Entró a una habitación en la que apenas se veían las paredes porque estaban repletas de libros. Cerró la puerta y comenzó a colocar objetos detrás de ella para bloquearla. Un sillón, una mesita de noche, ¿Qué hacía allí la foto de ella con sus padres? Sintió una piedra en el estómago, estaba olvidando algo. Aquel lugar le resultaba muy familiar. Oyó un pitido en los oídos, no se había dado cuenta de lo mucho que le dolía la cabeza. Aspiró aire y tuvo que agacharse, apenas podía respirar. Una venda elástica le cubría las costillas, al parecer tenía algunas rotas. Su entorno comenzó a oscurecerse y las imágenes surgieron delante de sus ojos. Decían que cuando alguien estaba a punto de morir veía su vida completa ¿Faltaría poco para su fin? Mamá y papá empujándome en el columpio del jardín, mamá enseñándome a hornear galletas, mamá tosiendo postrada en una cama, papá sosteniéndome los hombros y el sarcófago negro delante de nosotros, papá que ya no reía, papá siendo detenido por los “Dedos”, un montón de niños siendo afeitados, una jeringa con una sustancia extraña, un osito hecho de madera, el hombre que salía de entre las llamas, la mujer que se la llevaba con ella y le decía que le llamara tía, estudiando para ser genetista, el hombre con la máscara blanca y la sonrisa permanente, la puñalada en el estómago, la caída del edificio, graduándose de genetista, el callejón oscuro y el hombre que la había salvado… El mismo hombre que la había hecho caer del edificio: V ¿Cómo era capaz de hacerle daño si ella no lo había atacado?... El concierto de bocinas y la explosión del Old Valley, la huída del BTN, la Galería de las sombras, cada desayuno, Dantés, el ascensor, Lilliman, Diana… el beso en el tejado…  Por una vez en su vida, su mente estaba completo, cada recuerdo, cada sentimiento ¿Cómo era posible que fuera V aquel hombre que la hirió?
    – ¡Evey! –El protagonista de sus pensamientos golpeó la puerta.
    Ella no respondió, se sentó en la cama en silencio. Sabía que él no le haría daño ahora. No. Alguna razón debió haber tenido V para reaccionar de la manera que lo hizo cinco años atrás. Pediría una explicación, pero no en ese momento, estaba demasiado cansada. Dormiría un rato y después lo enfrentaría. Se preguntó cómo era posible que siguiera viva además de los obvios cuidados de V. Quizás el destino tenía algo preparado para ella, algo que involucraría a la persona de la cual se había enamorado. Se durmió con el arrullo de los gritos y golpes en la puerta.
    V se sentó en el suelo junto a la habitación de Evey, era imposible entrar. La muchacha seguramente había hecho una barricada dentro. Sería más fácil volar una de las paredes antes de derribar la pesada puerta de roble. Se colocó en posición fetal abrazándose las piernas. Hacía mucho tiempo que no se auto compadecía pero ahora lo estaba haciendo. Tenía que lograr que saliera de alguna forma, ella no podía quedarse encerrada. Habían pasado dos días desde la última comida de la muchacha, estaría débil. Tampoco debería andar por ahí haciendo movimientos bruscos con dos costillas rotas, además, la contusión podría causarle mareos y hacerla caer. V se puso de pie. Seguro que si ella notaba que él se marchaba saldría, como un ratón que sale de su madriguera cuando el gato no está cerca. Mientras, iría a preparar la cena.
    Evey despertó sintiendo que salía de una cálida y acogedora niebla, ya no oía gritos fuera de la habitación. Repasó las últimas horas y sonrió al recordar la patada que le había dado V. El pobre no debió esperárselo. Casi sintió pena por él. Casi. Ahora estaba mucho más relajada y un plan comenzaba a formarse en su cerebro, pero antes tenía que salir de la Galería sin que V se diera cuenta, y eso era prácticamente imposible. Retiró los muebles de la entrada y luego pegó el oído en la puerta. Nada. La abrió milímetro a milímetro y vio que fuera todo se encontraba oscuro con la excepción de unas pocas bombillas tenues que alumbraban algunos cuadros. Se puso un abrigo y unas botas y salió caminando entre las sombras deteniéndose en cada tramo para asegurarse de que V no estaba cerca. Le dolía todo el cuerpo pero eso no le impediría hacer lo que se había propuesto. Llegó a la entrada de la Galería, y también la salida ¡Victoria!
    V vio cómo el ratón se escabullía de la Galería de las sombras. Tendría que asegurarse de que nada le pasaba ¡Y lo llamaba a él loco! ¿Cómo se le ocurría salir en ese estado? Si los dedos la atrapaban no podría defenderse.
                           

                         ……………………………
    Una cuadra. Su refugio estaba a sólo una cuadra de donde terminaba el subterráneo de Londres, los dominios de V ¿Era solo una casualidad el que sus guaridas estuvieran tan cerca una de la otra? Solo por eso se atrevió a salir.
     Su padre había pertenecido a un partido socialista en su juventud, había sido militar, al igual que su abuelo y el padre de este. Todos ellos habían vivido en la misma casa de Evey. Cuando era pequeña le gustaba jugar en el ático. Se entretenía buscando los secretos de sus antepasados, aunque mapas mohosos y viejos libros de historia no deberían significar nada interesante para una niña de seis años. Una vez encontró un mapa con varios puntos marcados en él a través de cruces, pensó que debían simbolizar los tesoros ocultos de un pirata. Ese día se fue de su casa en medio de la noche. En ese momento no habían “dedos” que acecharan desde las sombras ni bocinas que alertaran de toques de queda. Todo eso llegaría unos meses después. Agarró fuerte el papel amarillento en una mano y caminó por las oscuras calles mientras temblaba por el frío y por el miedo. Tuvo que dar muchas vueltas para encontrar el refugio, un agujero en la tierra, abandonado y olvidado donde solo asistían las ratas y cucarachas. A la niña le decepcionó mucho no encontrar un cofre lleno de monedas de oro, y se ganó una buena reprimenda cuando llegó a su hogar llena de suciedad y con algunos raspones. No sabía que aquellos lugares en el mapa podían llegar a ser verdaderos tesoros.
    Evey levantó la trampilla que estaba camuflada con una fina capa de hierba. Se encontraba en medio de un vertedero de basura que antes había sido un parque. Bajó por las escalerillas quedándose a oscuras cuando la entrada se cerró sobre ella. No necesitaba la luz, conocía aquel lugar de memoria a pesar de los años que habían pasado desde la última vez que lo había visitado, aún así encendió el interruptor cuando llegó a él. La estancia se iluminó dejando ver un pasillo y al final de este una sala cuadrada. El centro de la sala tenía manchas de un color rojo casi marrón. Un traje oscuro adornaba el suelo, y sobre el traje había una daga. Allí estaban colgadas en una pared la máscara plateada con lágrimas carmín y la peluca de risos oscuros. También las cuchillas con empuñadura de rosa, una faltaba. Recogió la daga de V y limpió la sangre seca. Estaba segura de que era el dueño de esta el que acababa de llegar.
    V no pudo evitar que la trampilla chirriara al abrirla, camino resignado por el pasillo sabiéndose descubierto. Evey avanzó hacia él a su vez.
    – ¿Ya estás más tranquila? –le preguntó el hombre y vio que ella se sonrojó.
    Aún molesta y con algo desconfianza aquella voz la hacía estremecerse. Asintió a su pregunta.
    –¿Estás segura? –V se detuvo con suspicacia, ella tenía una daga en la mano… su daga.
    V revisó sus cuchillas no faltaba ninguna ¿Cómo…?
    –Creo que esto es tuyo –la muchacha le tendió el arma que traía en la mano–, y esto es mío –con un rápido movimiento sacó la daga de flor de las correas en el pecho de V. 

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