Capítulo 1
Con el sol en su cénit, la ciudad que nunca duerme mostró un nuevo rostro a todos sus habitantes y visitantes. Enormes rascacielos desafiaban completamente cualquier ley sobre la gravedad, cortando, penetrando en el cielo como objetos herejes a los ojos de cualquier creyente de los dioses extintos del cielo, reflejando los rayos del astro rey en las cristaleras que revestían cada una de estas edificaciones, dando enormes vistas y reflejos en los atardeceres y que sus habitantes habituales solían perderse cuando las luces de los establecimientos, todas artificiales, sustituían a la luz del sol. Por el contrario, los visitantes de la ciudad aprovechaban para sacar cualquier fotografía que pudieran, tomando esta como un recuerdo más para mostrar a sus seres queridos una vez volvieran de aquella ciudad y aquel país siendo, de algún modo, la envidia de sus compañeros por un tiempo.
Nueva York, una de las ciudades más importantes del mundo, también era una de las ciudades con la mayor concentración de personas por metro cuadrado, sumando los habitantes habituales y los visitantes casuales que no permanecían demasiado tiempo en la misma y que, tras terminar su estadía casual, se irían para o bien no volver nunca o hacerlo al año siguiente en otra visita fugaz que disfrutarían como la primera que hicieron, intentando, de algún modo, volver a recordar aquellos momentos de su primera vez en un país extranjero y en una ciudad que incluso disfrutaba de la misma noche, aceptando el abrazo de la oscuridad y el beso de la luna.
En un mundo en el que lo paranormal estaba a la orden del día (siempre oculto por una pantalla), esta enorme cantidad de personas por metro cuadrado ocasionaba un problema que otros debían solucionar sin que llegara demasiado lejos. Estos solucionadores de problemas eran conocidos como chamanes o hechiceros, siendo personas con una conexión parcial o total con el mundo sobrenatural y las "maldiciones" que quedaban libres en el mundo por culpa de los pensamientos y sentimientos negativos de los humanos, creando un caos invisible que, de un modo u otro, terminaría afectando a la vida de otras personas. Para esto, los hechiceros debían exorcizar a estas maldiciones sin que llegaran a ocasionar un problema mayor que un simple susto o una ligera incomodidad a algún humano del mundo terrenal.
Este, desde luego, era un duro trabajo que no muchas personas podrían llevar a cabo, arriesgando constantemente sus vidas mientras intentaban mantener a otros a salvo, siendo de ciertamente altruistas.
―¡Mierda!
Un joven cayó sobre sus pies sintiendo como un escalofrío recorría su cuerpo desde los pies a la cabeza. Con el cabello negro desordenado, el chico meció la espada en un intento de intimidación ante el enemigo que tenía justo en frente: un ser amorfo, de color morado y que él juraría que estaba reflejando algún tipo de monstruo de algún videojuego que él como un jugador debería eliminar para seguir al siguiente nivel.
Aquel ser amorfo se movió. Era una maldición de rango menor, sin raciocino alguno; pero cargó hacia el joven como si fuera un proyectil lanzado, más exactamente una roca lanzara por una catapulta contra un objetivo que debía aplastar.
El chico flexionó ligeramente sus piernas, dejando caer más el peso sobre su pierna derecha. Estaba alistándose para saltar y evadir aquel ataque en su contra. Su mente incluso había tomado todos los datos para esquivar satisfactoriamente el ataque sin recibir daño alguno. Pero como había sido costumbre en el último año, una mano lo tomó del cuello trasero de su chaqueta blanca y lo separó del suelo en un segundo. Con ojos nada sorprendidos, el moreno miró como la maldición se estrellaba contra la pared, causando un ligero temblor que, sin duda alguna, habría sorprendido a algunas personas.
―¡¿Puedes soltarme?!
No tardó mucho en sentir el frío pavimento de piedra golpeando su trasero cuando su compañero lo soltó. Él lo miró ceñudamente, pasando a centrarse solamente en el mango de su espada y a usar la misma como un bastón para levantarse. Aquello claramente no fue algo que le hizo daño, pero ser apartado de un combate lo había molestado demasiado.
―No hace falta que grites―metiendo el dedo en su oído, el chico de cabello rubio observó a su compañero por unos segundos antes de pasar a mirar a la maldición que estaban cazando en aquella ocasión―. Clase inferior, supongo.
―Podía con ella.
―Lo sé―el rubio se encogió de hombros y golpeó su oreja izquierda, haciendo una mueca ante el gesto ligero que se dio así mismo―. Solo quería asegurarme de que estuvieras bien, Yuta. No quiero cargar con tu muerte en mi consciencia, gracias.
Okkotsu Yuta bufó ante aquellas palabras. El chico respiró hondo y reafirmó su posición sobre sus pies, plantando bien el cuerpo para poder pararse a un lado de su compañero. Como un estudiante de Jujutsu, Yuta fue seleccionado para ser un hechicero de campo, cazando maldiciones antes de que causaran algún tipo de estrago en el mundo real. Siendo anteriormente un hechicero de Grado Especial, el chico se vio forzado a marcharse de Japón para poder formarse nuevamente como un hechicero y crecer junto a su compañero de entrenamiento, un hechicero como él con un poder muy similar.
―No soy fácil de matar―Yuta recordó con esas cinco palabras su enfrentamiento contra Geto. Aquel hombre había ido a por él. Lo cazó, tanto a él como a su compañera Rika, solamente por un deseo egoísta que casi llevó al final la era de los hechiceros―. Lo sabes de sobra, Naruto.
Uzumaki Naruto no respondió ante aquellas palabras, fijándose solamente en los erráticos movimientos de aquella maldición. El chico tenía un cabello dorado desordenado, con gruesos mechones cayendo por su frente, tapando ligeramente unos ojos azules que parecían querer verlo todo, si es que no lo veían todo. De cierta forma, Yuta sentía aquellos ojos como los cristalinos ojos de Gojo Satoru, como si pudieran ver el mismo infinito que los separaba.
Naruto despertó de aquel trance disparando los brazos hacia el cielo. La paleta en su boca se removió ligeramente, creando un ligero sonido de succión que no sorprendió a su compañero. Yuta se acostumbró a la afición a los dulces del Uzumaki desde que llegaron a Estados Unidos, teniendo así que ver como el rubio comía toneladas de dulce caramelizado que parecían perderse en aquel cuerpo entrenado.
―La muerte es algo que nos llegará...a todos.
Naruto cruzó el dedo índice y el medio de su mano izquierda. Detrás de él, una bruma oscura comenzó a formarse conforme la maldición se giraba hacia ellos, llegando a clavar sus ojos inertes sobre ambos hechiceros.
―¿Qué vas a...?
―Voy a atravesarlo―Naruto abrió los ojos y exhaló una bocanada de aire. La maldición se lanzó hacia los dos adolescentes, abriendo la boca inmensamente con la intención de devorar a uno de aquellos dos humanos. Un sonido grotesco llegó a los oídos de Naruto y Yuta cuando una cadena carmesí atravesó de un lado a otro a la maldición, pasando por la cavidad bucal del amorfo ser―. Hoy es mi último día. Gojo-sensei me ha dado un llamado. Algo sobre un festival entre Kyoto y Tokyo, fue lo que entendí de sus apresuradas palabras. Ya lo conoces. Habla demasiado cuando él realmente quiere hacerlo.
Yuta miró hacia la maldición. Lentamente esta se iba desvaneciendo frente a sus ojos. Ambos hechiceros observaron esto, viendo como lentamente desaparecía. Los ojos de Naruto nunca abandonaron la figura menguante de la maldición y los de Yuta no se apartaron de aquella imagen. Los dos vieron tantas maldiciones desvanecerse, que ahora no sentían absolutamente nada. Tampoco era como si pudieran sentir algo por una cosa que no había existido en un principio.
―¿Vas a ir a verla?
Tsumiki. Su rostro de piel pálida apareció en su mente tras la sencilla pregunta de Okkotsu, haciéndole recordar la promesa que dejó firmada cuando la vio postrada en cama, en un estado de coma que él no podría desearle a nadie, ni siquiera a Geto.
―Según Megumi sigue en el hospital central.
Cada cierto tiempo, así como él contactaba con Gojo Satoru también lo hacía con el propio Fushiguro Megumi, el hermano menor de la chica que él amaba y la cual ahora se encontraba en coma por una maldición; una que el mismo Geto había dejado libre tras su último enfrentamiento en la guerra de hacía un año atrás.
Desde que abandonó Japón junto a Yuta, su misión no fue otra que buscar una cura para Tsumiki. Una que él deseaba darle y que no pudo encontrar por ningún rincón del mundo que el pisó en compañía del muchacho a su lado. Ahora, un año después, volvía a Japón con las manos completamente vacías y sin nada con lo que poder despertar a su amiga. Después de todo, nunca definieron aquella relación, por más que Satoru señaló que parecían una pareja más que unos simples amigos.
―Yo aun me mantendré en Estados Unidos―Yuta desvió la mirada y envainó la espada en su funda―. Aún tengo cosas que hacer. Tengo que seguir formándome como hechicero.
Torciendo los labios, el Uzumaki miró por el rabillo del ojo al portador de Rika.
―¿No será que no quieres ver a Maki? Ella probablemente te está esperando desde hace un año―con aquella pregunta, señaló la obvia falta de visión en dos de sus compañeros. Uno era Yuta y el otro era la chica Zenin llamada Maki, la estudiante actualmente de segundo año y especialista en el uso de armas malditas―. Eso le romperá mucho el corazón.
―No juegues con eso―Yuta siseó entre dientes. Rondándolo, Rika giró alrededor de su eterno compañero, olisqueando hacia el hechicero de cabello rubio―. No es momento...
―¿Ni lugar? Me conozco ese discurso tan banal―Naruto hizo tronar su cuello―. Tu amor está por siempre hacia Rika, así como el suyo lo está para ti. Diste tu palabra, tu promesa y juramento. Es algo realmente molesto y cansado, pero es imposible de romper ahora. Tanto la maldición como tú estáis ligados el uno al otro y dudo mucho de que alguien pueda separaros. Es por eso por lo que no aceptaste los sentimientos de Maki en aquella carta que te dio, ¿verdad? Vi como la miraste con esos ojillos brillosos por la confusión e indecisión.
Yuta guardó silencio. A su mente llegó aquel recuerdo que Naruto evocó con sus palabras. Justo antes de subir al avión que los llevó a ambos a Estados Unidos, Maki le entregó una carta de amor completamente sellada que abrió nada más subir al avión. Con un año después, aun no les dio una respuesta a las palabras escritas.
―...
―El que calla otorga―Naruto palmeó el hombro de su compañero, soltando una risita―. Hablaré con ella si así lo deseas. No me sentiré nervioso ante sus ojos o golpes, ¿sabes?
―¿Serás capaz?
―Je―Naruto echó los brazos detrás de su cabeza―. Puede.
Ambos hechiceros caminaron fuera de la zona de enfrentamiento. Aquel era el último día de uno de ellos y el otro seguiría viajando hasta que Gojo lo llamará también.
Cosas se estaban moviendo...
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