Muerto.

Capítulo 2.

Editado: 16/Sep/2020

Capítulo 2

"Puedes besar al novio...", es lo último que recuerda en medio de la profunda oscuridad; quiere seguir la voz, la conoce, de alguna forma es familiar e íntima, tanto que al fin puede abrir los ojos con lentitud.

Está conmocionado, o se había vuelto loco, no tenía duda alguna. Estaba seguro de que un esqueleto frente a él hablaba sobre algo que no puede entender, pero no es el esqueleto parlante lo que ha dejado que su mente quede en shock, lo que en realidad  lo ha dejado sin habla es ver a Arthur otra vez.

Su preciado Arthur con un traje blanco y roto que lo hace ver tan lejano; el desgaste en la tela es evidente, así como las flores muertas en el bolsillo de su saco tan tristes y pálidas como el color de la piel que antes recordaba clara como la nieve pero con un brillo saludable y rojizo.

Mientras más cuerpos esqueléticos y de carne pálida se acercan, más deseos tiene de escapar y salir de ahí, gira su rostro hacia los lados notando que está en una especie de bar y sin pensar busca una salida que lo ayude a escapar sin embargo los vidrios de sus lentes rotos no ayudaba a mucho a ver bien.

—¡Hay que celebrar! —Vio como uno de los esqueletos hablaba antes de levantar el tarro de su bebida. —¡Por los novios!

No entiende nada o tal vez lo hace pero no quiere admitirlo, sólo quiere salir del bizarro sueño que tiene y si no era un sueño tal vez se había golpeado de camino al bosque, tal vez lo había picado algún animal y éste lo había enloquecido.

—¿Esposos? —Atinó a soltar con duda, Arthur se acercó rápidamente emocionado y Alfred pudo percibir ese viejo brillo en la mirada de su mejor amigo.

—¡Ah! En el bosque recitaste tus votos a la perfección. —Rió el otro jugando con su esquelética mano donde el anillo reposaba. —Justo como me recitabas una poesía que te gustaba de mis libros. —Jura que su corazón sintió un vuelco con esa sonrisa y el recuerdo de esas veces que declamaba para el británico.

—Lo hice. —Soltó con la voz trabada por el impacto y sobre todo por tratar de entender lo que estaba sucediendo. 

Tal vez estaba en un sueño y necesitaba despertar, esa era una buena opción que quiso descartar por eso se giró inmediatamente a golpearse con la barra tratando de regresar la cordura o despertar de esa ensoñación rara que estaba teniendo, incluso sospechaba que todo era producto de una intoxicación por la comida rusa que consumió en casa de su prometida.
Rindiéndose de su nada fructífero intento se dejó caer derrotado en la superficie hasta que escuchó una voz con tonalidades francesas, abriéndose paso entre los cadáveres que rodean la barra, mirándolo con duda sobre lo que estaba haciendo.

—Mi nombre es Francis y soy la cabeza del grupo. —Un jadeo salió de sus labios cuando la cabeza fue depositada en la barra, esta era movida por una serie de escarabajos y se notaba que había sido decapitada tiempo atrás. —Yo me haré cargo de su banquete.

—¡Banquete! —Un “plop” sonó en conjunto a la voz y miró con impacto como el ojo de Arthur salía de su cuenca dejando ver un gusano con unas cejas curiosas similares a las del cadáver. —Un banquete de bodas, se me hace agua a la boca. —Se congeló en lo que Arthur tapaba el agujero y le regalaba una sonrisa avergonzada, clavando las uñas en la madera de la barra al escuchar su risa nerviosa acompañada de un "gusanos".

Trató de alejarse sin dejar de mirar a su amigo, su fallecido amigo. Tragó duro asimilando el “fallecido” antes de chocar con otro cadáver y moverse más rápido de ahí como si el frío toque de los huesos quemara, torpemente trató de alejarse chocando con más y más, de su boca horrorizada sólo salía un "aléjense" aunque no había piel, señas particulares o esas cosas necesarias para expresarse, los cadáveres parecían verlo con algo de pena ajena por el espectáculo rarito que estaba mostrando, pero el temor, la confusión y la duda podían más.

Miró una espada del cuerpo de un joven que aún mantenía retazos de carne y cabello castaño un poco debajo de las orejas, retirando entonces el metal de su pecho y con la mano temblorosa intentó mantenerse en guardia para tratar de alejar a los muertos vivientes.

—Quiero preguntas ahora. —Soltó con cada palabra temblando, trabándose su boca, hasta que un "respuestas, señor" en un tono italiano llegó a sus oídos del mismo cuerpo del que tomó el arma. —Sí, gracias. —Soltó con cortesía olvidándose de lo que hacía un instante atrás hasta que sacudió la cabeza para volverse a concentrar en su amenaza. —Quiero respuestas.

—¿Qué sucede aquí?, ¿cómo llegué?, ¿qué haces tú aquí? —Lo último lo soltó con dolor, bajó la espada sintiendo las lágrimas llegar a sus ojos y la voz romperse. —Se supone que tú deberías estar recorriendo el mundo fuera de este pueblo, no aquí, no muerto. —Su cuerpo no pudo más y se dejó caer soltando la espada y buscando sus manos para darse calor, llevaba años que no se colocaba en esa pose buscando protegerse a sí mismo.

Los cuerpos de los presentes se apartaron y sólo el sonido de los zapatos del anglosajón resonaron en la sala, Alfred pudo observar como la rodilla tanto con piel como la de hueso se dejaban reposar en la madera dejando que el inglés estuviera a su altura.

—Alfred. —Susurró con esa voz que trajo recuerdos de cuando su mejor amigo lo sacaba de debajo de la mesa de los profesores después de esconderse de aquellos que lo molestaban por oler a pescado siempre. –Ven. —No pudo evitar obedecer a la voz de su mejor amigo y llevó su mano a la que fue ofrecida sin importarle que esta fuera esquelética. —Es una larga historia.

—Siempre lo es. —Sonrió con suavidad cuando ambos soltaron la frase que siempre mencionaban cuando Alfred deseaba relatarle algo a Arthur y este pedía que continuara aunque se les fuera todo el día entre anécdotas.
Ambos se dirigieron a la salida del bar, Alfred observó en silencio las estructuras muy similares a casas, se preguntaba si en realidad así era el inframundo y no como la religión que su madre le contaba, e incluso si sólo este era un limbo antes de encontrar la "luz".

—Mi casa. —Se adentró a las instalaciones, dejándose llevar por Arthur hasta una especie de balcón donde ambos se sentaron, no pudo evitar notar que aun estando muerto su mejor amigo no perdía ese toque elegante que desde niño lo ha perseguido.

—¿Qué sucedió? —Preguntó con genuina duda, notando como el otro bajaba la mirada en dirección a sus zapatos.

—Morí. —Jones iba a rodar los ojos pero la mirada del inglés advertía que no era un recuerdo muy grato, no sabía si la piel muerta de Kirkland transmitía el calor sin embargo, aun así acarició la mano del otro tratando de reconfortarlo y pidiéndole que siguiera. –Como tú dijiste iba a viajar por el mundo, una idea que ahora me resulta tonta; había una chica, era bella sin dudas, de un carácter un poco extraño pero no era mala o eso al menos yo creía. Tenía unos ojos azules como los tuyos más no eran iguales, eran fríos y sin brillo, ella no me caía mal y yo no le desagradaba así que decidimos casarnos. —Hizo una muy corta pausa.  —¿Estúpido no? lo hice por el simple hecho de que su familia era dueña de una caravana, si me casaba con ella podía irme y viajar, ser libre. —La mirada verde se perdió en la lejanía y el menor no pudo mirar con más fijación las expresiones del muerto viviente.

—Nos casaríamos en una boda que sería en el bosque, tal parecía que por la religión de su padre ese era un requisito, sólo necesitaba mi traje y una buena cantidad de dinero que tenía ahorrando desde que estábamos juntos, pero yo antes de casarme necesitaba hacer algo. —El inglés llevó la mano al bolsillo interior de su saco sacando con cuidado un collar con un dije de madera en forma de un violín deforme y terriblemente tallado, con devoción y cuidado se lo entregó al menor que no pudo evitar tallar con sus yemas las dos "A" grabadas. 

—Necesitaba despedir a mi primer amor en ese bosque. —Levantó la vista con violencia casi lastimándose el cuello al escuchar al otro hablar. —Lo dejaría ir en el río en que siempre jugábamos, donde me dijiste que te casarías conmigo así tuvieras que llevarme al fin del mundo. —Sus mejillas se tiñeron de carmín ante el vergonzoso recuerdo, antes era una frase recurrente, el pedirle matrimonio a Arthur Kirkland había sido su mantra de pequeño y honestamente jamás se arrepentirá de los sentimientos tan dulces que tenía por ese niño cejón y malhumorado. —Sin embargo, no sé qué pasó, justo cuando iba a llegar al río el silencio me envolvió, la oscuridad me devoró y simplemente desperté así. Con un traje de novio, con un ligero velo que no supe cómo llegó y con un vacío de saber que no te pude ver antes de perecer.

—Arthur. —Iba a soltar un pésame o algo estúpido, pero el otro fue más rápido y se levantó con una sonrisa que si no tuviera años conociéndolo no sabría que oculta la verdad. —Pero estás aquí ahora ¡Y estamos casados! —Cerró los ojos suspirando con cansancio, no dijo nada y observó a su mejor amigo fingir esa sonrisa. —¿Querías decir algo?

—Me alegra verte. —Soltó con una sonrisa honesta, tomando la mano del inglés y mirando con pena el anillo. —Estoy cansado, Arthur.

—Oh cierto, aún estás vivo. —Soltó como si no recordará ese detalle, cosa que hizo negar con diversión al americano. —Fueron muchas experiencias. —El mayor tomó su mano jalándolo escaleras abajo notando como se adentraron a una habitación grande donde había un ataúd. —Puedes dormir aquí por ahora, yo no necesito hacerlo.

—Duerme conmigo. —El anglo fue interrumpido por Alfred y esos ojos a los que nunca podría decir que no, con cariño y fingida desaprobación dejó que el más alto se acomodara antes de adentrarse, en un principio al estar Alfred vivo Arthur creyó que rechazaría su cuerpo huesudo y su piel degradada, pero el chico se acomodó como en el antaño, tal vez porqué estaban en el limbo su cuerpo no olía o se degradaba más, no sabía porqué, únicamente sabía que con su amigo de la infancia volvía la sensación de estar vivo. —Alfred, duerme bien. —el anglo besó su frente cuando cerró sus ojos azules, no pudo evitar que su mano apretara la tela del viejo saco, el cuerpo de Arthur era frío, él no era amante del frío pero aun así una calidez se instaló en su pecho, no pensó que volvería a dormir así con su mejor amigo, aunque era algo tétrico el hecho de que fuera en un ataúd, no le importó en lo absoluto dejarse llevar y que miles de recuerdos volvieran a su mente.

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