Capítulo 37

El chico, al oírme, se levantó de golpe y yo hice lo mismo.

— ¿Qué cojones estás haciendo aquí? —me dice.

— Eso debería de preguntarte yo a ti.

— Estás en mí cuarto. —ríe pero enseguida se le va— Dime que no hemos hecho nada.

— ¡No! —dije seguro de mí mismo— No, no, no, ¿qué dices? No hemos hecho nada.

Nos quedamos mirando uno al otro hasta que nuestras miradas se cruzaron. Rápidamente tomé mi ropa para vestirme, él hizo lo mismo. Mientras nos vestíamos Amber entró en la habitación.

— ¿A qué vienen esos gritos? —dice ella confundida.

— ¿Por qué no estás tú en la cama? —le dije apuntándola con el dedo.

— ¿Yo? ¿Por qué debería de estar ahí?

— ¿Porqué nos acostamos? —dije obvio.

— ¿Nosotros? —dice sorprendida— No hemos hecho nada.

— Amber, dime que pasó. —dice el chico con temor en la voz— Nosotros —me señala a mí y luego a él— ya sabes.

— No lo sé, ustedes sabrán. Yo no estaba en éste cuarto. Y que sepas que no me esperaba eso de ti.

— Ay no jodas. —se pone las manos en la cara. Un pequeño silencio se apodera de la habitación hasta que Amber ríe a carcajadas— ¡Eres una maldita estúpida!

— Teníais que haberos visto la cara. —intenta decir ella entre risas.

— ¿Entonces no paso nada? —pregunté para asegurar.

— No bueno, hasta que yo estuve no pasó nada. —vuelve a reír.

— Ya deja de decir estupideces. —dice el chico mosqueado.

— ¿Pero tú cómo llegaste? —miré al chico.

— Pues no lo recuerdo muy bien. —se rasca la cabeza— Estaba borracho.

— Vengan, yo os cuento. —dice Amber haciéndonos una seña con la mano. La seguimos hasta el salón y nos sentamos en la mesa.

— Habla de una vez. —dice el chico impaciente.

— Después de acostarnos —me señala— te quedaste dormido y se me olvidó decirte que ese no era mi cuarto. —arruga la cara— Después llegaste tú —señala al chico— y estabas borracho y pensé ¿por qué no hacerle una broma a mí compañero de piso?

— Eres una zorra. —se levanta. Un mareo comenzó a apoderarse de mí.

— Yo me voy. —señalé la puerta.

— Espera. —dice Amber. Me fui.

Me apoyé en la pared junto a la puerta y busqué la jeringa en mi bolsillo. Al encontrarla rápidamente me la inyecte. Mierda, no me puede pasar ahora que nos vamos. Me quedé unos minutos más hasta recuperarme, luego fui a casa. Mad estaba viendo la televisión moviendo su pie inquieta.

— ¿Dónde está Ace? —no se me ocurrió decir otra cosa. Ella ni movió su cabeza.

— Haber estado aquí para saberlo. —dice ella cortante.

— ¿Tienes algún problema? —Aparte de celos. Dije con una sonrisa maliciosa.

— No, ninguno. A lo mejor tampoco estás cuando nos vayamos mañana.

— Pero por suerte estaré. Iré a darme una ducha, aquí vuele a celos.

— ¡Qué te follen!

— ¿No quieres hacerlo tú?

Subí las escaleras y ella sólo hizo un gruñido. Tomé ropa del armario y me metí en la ducha. Ella sabe donde fui por eso está así pero ¿serán celos o le ocurre otra cosa?

Agua fría con hielo cae sobre mi cabeza. Grité y me aparté a un lado de la ducha. Me di la vuelta.

— ¡Ups! Me equivoqué de sitio. —se encoge de hombros.

— ¡Eres una hija de puta!

— Y tú un gilipollas.

— ¡Ven aquí! —sale corriendo pero consigo atraparla. La lleve como un saco hasta el baño, ella me daba golpes en mi trasero desnudo.

— ¡Alan, suéltame!

— No vas a librarte tan fácil. —giré el grifo para que cayera agua fría y la metí debajo— ¿Qué tal se siente?

— ¿Tú qué crees? —intenta zafarse pero la agarré con mucha más fuerza.

— ¿Por qué me tiraste eso?

— Porque quería.

— Entonces yo también quiero hacerte esto. —me encogí de hombros. Nos miramos fijamente a los ojos. Tenía ganas de besarla y hacérselo ahí mismo. Pero no puedo— Vete. —la solté. Ella me mira sin entender nada y luego se va— ¡Joder! —di un puño en la pared. Algunas losas se rompieron. Metí la cabeza bajo el agua fría. Ahora si que me vendría bien ese balde de agua.

Al acabar, me preparé y bajé. Ace estaba en el sofá junto a Madison y a Thomas.

— Alan, por fin. —dice Thomas mientras se levanta del sofá— Vamos a salir los cuatro a comer.

— ¿De quién fue esa idea? —pregunte.

— Mia. —dice él contento.

— Lo sabía. —me tiré en el sofá.

— No te sientes. —tira de mí— Nos vamos ahora. —dice dominante.

— Vale, vale. —me levante— Vámonos. —le imite.

— Será una gran idea. —dice Mad con ironía. O por lo menos yo la sentí.

— Es una buena idea. —dice Ace.

— Lo hace porque piensa que no nos vuelve a ver. —dice Mad saliendo por la puerta.

— No es verdad. —dice Thomas.

— Ni lo intentes. —le advertí.

Fuimos en el coche de Mad. Se empeñó a llevarnos ella. Una vez llegados al lugar nos sentamos en una mesa en el fondo, el lugar estaba muy lleno. Como la mesera no vino, Mad fue a pedir los pedidos.

— Ace, ¿qué quieres? —le pregunta.

—Te lo dejo a ti. —le contesta con una sonrisa y Mad se la devuelve.

— ¿Y tú, Alan? —me mira sin ninguna expresión.

— Lo mismo que tú. —le guiñe el ojo. Ella mostró una sonrisa de lado.

— ¿Thomas? —le mira.

— Lo mismo que vosotros.

— ¿Tan difícil es elegir? —dice Mad mientras rodea los ojos, luego se va.

Cuando Madison regresó, comenzamos a hablar sobre nuestra misión.

— Hola, Alan. —dice una voz a mi costado. La miré, era Amber.

— Hola. —le sonreí. Tan bien le quedaban los vestidos.

— Anoche me lo pasé muy bien, —se muerde el labio— si quieres podemos repetir. —dice un poco mas bajo.

— Me encantaría. —le miré perverso.

— Bueno, entonces te dejo esto por aquí. —me mete un papel en el bolsillo de la camiseta.

— Nos vemos. —se va. Mientras se iba le miré el trasero. Una patada hizo que dirigiera la vista a la mesa.

— ¿Qué pasa? —dije.

— ¿Así qué con esa estuviste ayer? —dice Mad mosqueada.

— Sí.

— Ve con ella hoy y mañana no vienes con nosotros.

— ¿Mandas tú o qué? 

— Yo no pero aún así lo haré. Ace y Frank son los que dirigirán la misión. —dice algo burlona.

— Ella tiene razón. —dice Ace mientras se encoge de hombros.

La mesera llegó con los pedidos. Justo en el momento exacto.

— Voy al baño. —dice Mad mientras comíamos.

Al volver siguió comiendo.

— Ace, ¿tienes ganas de cocinar ésta noche? —le pregunté al acabar de comer mientras me tocaba la barriga. Que buena estaba.

— La verdad, no. —sonríe mostrando sus dientes.

— Entonces deberíamos pedir comida para llevar.

— Sí.

— ¿Qué leches? —dice Thomas. Le miramos y luego dirigimos la mirada hacia donde él miraba.

La ambulancia estaba en la entrada y los paramedicos iban con una camilla al baño. Un silencio absoluto apareció en todo el local y todos mirábamos hacia el baño. Minutos después, los paramedicos salen, llevando en la camilla a Amber. Miré a Mad.

— ¿Qué coño le has hecho?

— Yo no le hice nada.

— Ya, seguro. —me levanté.

— ¡Qué no hice nada, joder!

Fui haciéndome paso entre la gente hasta la ambulancia.

— ¿Qué le pasó? —pregunté a uno de ellos.

— Señor, no puede estar aquí. Le pido que se aleje. —me empuja un poco.

— Era mi amiga.

— Ah, perdón. Alguien la atacó con un arma blanca​. Haremos todo lo posible para salvarla. Ahora, por favor, necesito que se aleje.

— Gracias. —me fui.

Salí de todo ese jaleo.

— Alan, espera. —dijo Madison detrás mía. Me di la vuelta.

— ¿Qué quieres? ¿Tantos celos tenías que tuviste que matarla? —dije enojado.

— En primer lugar, no está muerta y en segundo lugar, yo no le hice nada.

— Pues no te creo, simplemente no te creo.

— Si quisiera hacerle algo la hubiera descuartizado no la dejaría vivir. Además si fuera por celos, tendría que matar a todas a las que te has tirado hasta ahora. —sin decirle nada más me di la vuelta y caminé— ¡Qué yo no le hice nada! —grita.

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