Breve epílogo.
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Conocí a Aries Di Arbó, una primavera ya olvidada. Recuerdo que estaba enrollada en una manta y tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Su padre, un ebrio abusador, había matado a su madre a golpes con la escoba, mientras que ella estaba encerrada en el armario. Según el análisis que que habíamos practicado, ella padecía un transtorno que impedía la correcta audición.
Pero llegué a la conclusión, de que todo es causado por ella; no quiere oír nada, pero finge que lo hace más allá de cualquiera.
O quizás sí ha desarrollado un don que la hace escuchar mejor que nadie, aún no estoy segura.
Aries usa sus demás sentidos para oír. Porque está convencida, de que si escucha por medio de sus oídos, algo malo pasará.
En mis largos años de estancia en la institución Gómez Ruiz, nunca antes me había topado con un caso tan único y triste como éste.
Pero el caso es, que Aries Di Arbó, es una persona auténticamente peculiar; y le da un verdadero significado a la frase "no hay peor sordo, que aquel que no quiere oír".
Silvia Valenzuela.
Verona, 1996.
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