──── 047.

Harry había logrado averiguar donde se encontraba la diadema de Ravenclaw, por lo que estábamos a la espera de que todos abandonaran la Sala de Menesteres para que así esta volviera a cambiar y nos mostrara aquella sala que ocultaba cualquier cosa de la que quisieras deshacerte.

—Un momento —dijo de pronto Ron—. ¡Se nos está olvidando algo!

—¿Qué cosa? —preguntó Hermione.

—Los elfos domésticos. Deben de estar todos en la cocina, ¿no?

—¿Quieres decir que deberíamos ir a buscarlos para que luchen de nuestro lado? —preguntó Harry.

—No, no es eso —respondió Ron, muy serio—. Pero deberíamos sugerirles que abandonen el castillo; no queremos que sufran lo mismo que Dobby ¿verdad?

En ese instante se oyó un fuerte estrépito: Hermione había soltado lo que llevaba en los brazos. Corrió hacia Ron, se le echó al cuello y le plantó un beso en la boca. El chico no tardó en sorprenderse, pero le devolvió el beso con tanto entusiasmo que la levantó del suelo.

Llevé mis manos hacia mi rostro cuando he visto aquella escena, pero inmediatamente adapté una expresión neutra y me separé de allí cuando sentí la mirada de Harry puesta sobre mí.

—¿Les parece que es el momento más oportuno? —preguntó Harry con un hilo de voz, y como no le hicieron ni caso, sino que se abrazaron aún más fuerte y se balancearon un poco, les gritó—: ¡Eh! ¡Que estamos en guerra!

Ambos se separaron un poco, pero siguieron abrazados.

—Ya lo sé, amigo —dijo Ron con cara de atontado, como si acabaran de darle en la cabeza con una bludger—. Precisamente por eso. O ahora o nunca, ¿no?

—¡Piensa en el Horrocrux! —le soltó Harry—. ¿Crees que podrás aguantarte hasta que consigamos la diadema?

—Sí, claro, claro. Lo siento —se disculpó Ron.

—Felicidades, Hermione —susurré suavemente cuando la chica se me acercó—. Siempre supe que ustedes se atraían.

Hermione se ruborizó e intentó no mirar a su alrededor, pero volvió a alzar su mirada cuando la sala de Menester nos mostró lo que estábamos buscando. Nos hallábamos en un recinto del tamaño de una catedral que encerraba una ciudad entera de altísimas torres formadas por objetos que miles de alumnos, ya muertos, habían escondido en aquel lugar.

—¿Y no se dio cuenta de que cualquiera podía entrar aquí? —preguntó Ron, y su voz resonó en el silencio.

—Creyó que era el único capaz de hacerlo —repuso Harry—. Pero, desgraciadamente para él, yo también necesité esconder una cosa en mi época de... —Silenció sus palabras cuando me miró—. Por aquí —indicó—. Me parece que está ahí abajo.

—¡Accio diadema! —gritó Hermione a la desesperada, pero la diadema no apareció volando.

Al parecer, aquella sala, como la cámara de Gringotts, no iba a entregarnos sus objetos ocultos tan fácilmente.

—Separémonos —propuso Harry—. Busquen un busto de piedra de un anciano con peluca y diadema. Lo puse encima de un armario, no puede estar muy lejos de aquí...

Echamos a correr por callejones adyacentes; Harry y yo oíamos los pasos de Ron y Hermione resonando entre las altísimas montañas de chatarra formadas por botellas, sombreros, cajas, sillas, libros, armas, escobas, bates...

Nos adentramos más y más en el laberinto buscando objetos, hasta que de pronto Harry se detuvo y me miró con esperanzas.

—Allí está —dijo mientras señalaba un viejo y estropeado armario, donde por encima tenía aquel mago de piedra gastada con una peluca vieja y polvorienta y una antigua diadema descolorida—. Lo tenemos.

—Buen trabajo —dije con una pequeña sonrisa, pero mi sonrisa se borró cuando sentí sus brazos rodearme—. Harry... No creo que sea momento para esto.

—Lo siento —se disculpó, pero no rompió el contacto de nuestros cuerpos—. Es solo que tuve un pequeño impulso.

—Tienes exactamente 3 segundos para separarte de ella, Potter.

Mi corazón dio un vuelco cuando he oído la voz de Malfoy. Crabbe y Goyle estaban de pie frente a nosotros, hombro con hombro, apuntándonos con sus varitas y, por el espacio que quedaba entre sus burlonas caras, entreví a Draco Malfoy.

—¿No me oíste, Potter? —preguntó Malfoy apuntándolo con su varita mientras se abría paso entre sus dos secuaces.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Harry, quien tenía nulas intenciones de seguir las órdenes de Draco—. Me extraña que no estén con Voldemort.

—Nos van a recompensar —dijo Crabbe con una voz sorprendentemente dulce. Crabbe sonreía como un niño pequeño al que le han prometido una gran bolsa de caramelos—. Nos quedamos en el colegio, Potter. Decidimos no marcharnos porque decidimos entregarte.

—¡Un plan fantástico! —exclamó Harry con fingida admiración. Con mucha lentitud, me fue dejando detrás de él para que así pudiera acercarme al busto sobre el que reposaba el Horrocrux, torcido—. ¿Y cómo han entrado aquí? — preguntó con intención de distraerlos.

—El año pasado estuve más horas en la Sala de Objetos Ocultos que en cualquier otro sitio —dijo Malfoy con voz irritada—. Sé cómo se entra.

—Estábamos escondidos en el pasillo —informó Goyle—. ¡Ahora sabemos hacer encantamientos desilusionadores! Y entonces apareciste tú y dijiste que estabas buscando una diadema. Por cierto, ¿Qué es una diadema?

Miré de reojo la diadema mientras lentamente me iba acercando más a ella.

—¡Quieta ahí! —exclamó Crabbe mientras me miraba fijamente y me apuntaba con su varita—. Si das un solo paso más te destruiré.

—No. No le harás nada —dijo Malfoy.

—Cierra la boca. Yo ya no acepto tus órdenes —dijo mientras lo miraba con ferocidad—. Tu padre y tú están acabados.

—Harry... —susurré suavemente su nombre—. Corre...

—¡Eh! ¡Te dije que no te movieras! ¡Crucio!

Harry había comenzado a correr del lado contrario cuando me había lanzado sobre la diadema, pero la maldición de Crabbe pasó rozándome y dio contra el busto de piedra, que saltó por los aires; la diadema salió despedida hacia arriba y luego se perdió de vista entre la masa de objetos sobre la que había ido a parar el busto.

—¡Basta! —le gritó Malfoy a Crabbe, y su voz resonó en el enorme recinto—. Debemos capturar a Potter.

—No creo que al Señor Tenebroso le importe si me deshago de un estorbo —explotó Crabbe, furioso, soltándose del brazo de Malfoy—. Primero la torturaré y luego la mataré.

Un chorro de luz roja pasó rozándome: Harry había vuelto y le había lanzado un hechizo aturdidor a Crabbe, y le habría dado en la cabeza si Malfoy no lo hubiera apartado de un empujón. Draco sostuvo firmemente mi mano y comenzó a alejarme de allí. Crabbe se enfureció muchísimo y no tardó en lanzar una maldición asesina contra nosotros, la cual hemos podido esquivar con mucha suerte al escondernos entre la montaña de objetos que había en el lugar.

—¿Estás bien? —preguntó mientras se aferraba a mi mano.

—Lo estoy —dije con un tono tranquilizante al momento en que veía la montaña de trastos donde había caído la vieja diadema—. Debo de recuperar la diadema, Draco.

—Está bien. Búscala mientras yo intentaré detener a Crabbe y Goyle.

Estaba por dirigirme a mi destino, pero en ese momento he podido observar como unas llamas de tamaño descomunal comenzaban a acercarse peligrosamente, por lo que Draco volvió a sostener mi mano y me alejó de allí.

—¡Corran! —grité cuando vi a Hermione, Ron y Harry huir de Goyle—. ¡Este no es un fuego normal! ¡Crabbe debió de usar una maldición!

Al doblar una esquina, las llamas nos siguieron como si tuvieran vida propia, o pudieran sentir y estuvieran decididas a matarnos. Entonces el fuego empezó a mutar y formó una gigantesca manada de bestias abrasadoras: llameantes serpientes, quimeras y dragones se alzaban y descendían y volvían a alzarse, alimentándose de objetos inservibles acumulados durante siglos, metiéndoselos en fauces provistas de colmillos o lanzándolos lejos con las garras de las patas; cientos de trastos saltaban por los aires antes de ser consumidos por aquel infierno. Crabbe y Goyle habían desaparecido, y Harry, Ron, Hermione, Draco y yo nos detuvimos en seco. Los monstruos de fuego, sin parar de agitar las garras, los cuernos y las colas, nos estaban rodeando. El calor iba cercándonos poco a poco, compacto como un muro.

—¿Qué hacemos? —preguntó Hermione por encima del ensordecedor bramido del fuego—. ¿Qué hacemos?

—¡Aquí, deprisa, aquí!

Harry agarró un par de gruesas escobas de un montón de trastos, le lanzó una a Ron, que montó en ella con Hermione detrás y luego otra a mí, que monté con Draco detrás. Harry montó en la otra y, dando fuertes pisotones en el suelo, los cinco nos elevamos y esquivamos por poco el pico con cuernos de un saurio de fuego que intentó atraparnos con las mandíbulas.

—¡La puerta! ¡Vamos hacia la puerta! —gritó Malfoy en mi oído, y aceleré, yendo tras Ron, Hermione y Harry a través de una densa nube de humo negro, casi sin poder respirar—. ¡Espera! ¡¿Dónde vas?! —exclamó cuando me vio girar en otra dirección.

—¡¿Confías en mí?!

—¡Siempre!

La diadema caía como a cámara lenta, girando hacia las fauces de una serpiente, y de pronto se ensartó en mi muñeca cuando pasé por allí. Volví a virar al ver que la serpiente se lanzaba hacia nosotros; volé hacia arriba y fui derecho hacia el sitio donde, si no calculaba mal, estaba la puerta, abierta. Ron, Hermione y Harry habían desaparecido, y Malfoy se aferraba a mi cuerpo tan fuerte que me hacía daño. Entonces, a través del humo, pude ver un rectángulo en la pared y dirigí la escoba hacia allí. 

Unos instantes más tarde, el aire limpio me llenó los pulmones y nos estrellamos contra la pared del pasillo que había detrás de la puerta. Malfoy aferró mi cuerpo al suyo mientras respiraba agitadamente y me veía con expresión sorpresiva.

—Esa ha sido la locura más grande que he experimentado —dijo, y ante sus palabras no pude evitar soltar una pequeña risa. Draco acarició suavemente mi mejilla para luego acercar mi rostro al suyo y así finalmente besarme.

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