──── 046.

El dragón, que todavía estaba atado, rugió y lanzó una llamarada que pasó rozando las cabezas de los duendes que habían intentado hacerme daño; entonces, apunté con mi varita a aquellas gruesas argollas que sujetaban a la criatura y grité: «Relashio»

—¡Por aquí! —exclamé cuando he visto al trío de oro correr mientras le lanzaban unos hechizos aturdidores a los duendes que intentaban alcanzarlos—. ¡Subid! ¡Monten al dragón!

—¡Ella está loca! —gritó Ron.

—¡Solo súbete, Ron! —gritó Hermione.

—Aférrense fuerte —dije cuando han subido al lomo del dragón—. Vuela, amigo. Es hora de abandonar este lugar.

La criatura emitió un rugido y avanzó mientras derribaba a los duendes como si fueran bolos. Los cuatro, pegados al lomo, rozamos el techo cuando el dragón se lanzó hacia la abertura del pasillo, al tiempo que los duendes, sin parar de chillar, nos perseguían y nos lanzaban dagas que rebotaban en las ijadas de la criatura.

El dragón abrió la boca y escupió llamas, abriendo un boquete en el túnel, de manera que el suelo y el techo crujieron y se desmoronaron. La criatura empleaba todas sus fuerzas en abrirse paso por el pasillo.

—¡Defodio! —exclamé, y ayudé al dragón a agrandar el pasillo minando el techo. Harry, Ron y Hermione imitaron mi acto y destrozaron el techo con otros hechizos excavadores.

Fuimos dejando atrás el lago subterráneo, y la enorme criatura, que avanzaba lentamente, gruñendo, parecía intuir que cada vez estaba más cerca de la libertad. Detrás de nosotros, en el pasillo, la cola provista de púas se sacudía entre las rocas y los trozos de gigantescas estalactitas desprendidas del techo y las paredes, y el estruendo de los duendes se oía cada vez más lejos; mientras que, por delante, el dragón seguía abriendo camino con sus llamaradas. Al fin, gracias a la combinación de los hechizos y la fuerza bruta del dragón, conseguimos salir del destrozado pasillo y llegamos al vestíbulo de mármol.

Los duendes y magos que estaban en esa zona corrieron a cubrirse, y el dragón tuvo, por fin, espacio suficiente para desplegar las alas. Entonces giró la astada cabeza hacia la entrada, olfateando el aire fresco del exterior, y con nosotros, todavía aferrados al lomo, atravesó las puertas metálicas, que se doblaron y quedaron colgando de los goznes, salió tambaleándose al callejón Diagon y echó a volar.

El dragón voló libremente por los cielos. Sobrevolamos campos divididos en parcelas verdes y marrones, carreteras y ríos que discurrían por el paisaje como cintas, unas mates y otras satinadas. El sol descendía poco a poco en un cielo que iba tiñéndose de añil y, sin embargo, el dragón no se detuvo, continuó sobrevolando ciudades y pueblos que veíamos pasar y perderse de vista sucesivamente, mientras su enorme sombra se deslizaba por el suelo como una nube oscura.

La criatura comenzó a volar cada vez más bajo, encaminándose, al parecer, hacia uno de los lagos más pequeños; entonces, aterrizó y nos miró fijamente cuando hemos bajado de su lomo.

Gracias —dije suavemente—. Permíteme cuidar de ti y cuando estés en buenas condiciones te podrías ir si así lo deseas.

El dragón soltó un suave rugido y agitó sus alas, lo cual me hizo comprender que estaba de acuerdo con mis palabras. Por lo tanto, tomé mi maleta, la dejé en el suelo y la abrí al momento en que recitaba un hechizo que haría que esta se agrandara cuando el Dragón intentara entrar.

—Lo sabe —dijo repentinamente Harry, captando por completo nuestra atención—. Lo sabe, y piensa ir a comprobar dónde están los otros Horrocruxes. El último está en Hogwarts. Lo sabía. ¡Lo sabía!

—Pero ¿Qué has visto? —preguntó Hermione—. ¿Cómo lo sabes?

—He visto cómo se enteraba de lo de la copa. Me he metido... en su mente. Está muy enfadado, pero también asustado; no entiende cómo lo supimos y ahora quiere comprobar si los demás Horrocruxes están a salvo, el anillo primero. Cree que el de Hogwarts es el más seguro; en primer lugar, porque allí tiene a Snape, y, en segundo lugar, porque sería muy difícil que entráramos en el colegio sin que nos vieran. Imagino que ahí irá en último lugar, pero aun así podría llegar en cuestión de horas...

—¿Has visto en qué parte de Hogwarts está? —preguntó Ron.

—No, él estaba demasiado concentrado en prevenir a Snape, y no pensó en el sitio exacto donde escondió el Horrocrux...

—No hay más opción que dirigirnos a Hogwarts —dije.

—¡Espera! ¡Espera un momento! —saltó Hermione mientras Harry volvía a sacar la capa invisible—. No podemos ir allí sin más, no hemos hecho ningún plan, tenemos...

—Tenemos que darnos prisa —dijo Harry con firmeza—. ¿Te imaginas lo que hará cuando se entere de que el anillo y el guardapelo han desaparecido? ¿Y si se lleva el Horrocrux de Hogwarts, porque cree que no está lo bastante seguro ahí?

—Pero ¿Cómo vamos a entrar en Hogwarts?

—Iremos a Hogsmeade y ya pensaremos algo cuando veamos qué tipo de protección hay en el colegio.

El aleteo de las alas del dragón interrumpió nuestra charla. Los cuatro lo vimos elevarse y acercarse en picada hacia mi maleta, entonces desapareció y la maleta se cerró. Harry se acercó a nosotros, nos cubrió con su capa invisible y juntos, giramos y nos sumergimos en la oscuridad.

La única manera de entrar a Hogwarts era a través de aquel túnel que se encontraba oculto tras el cuadro de Ariana Dumbledore. Al principio, Aberforth Dumbledore se negó a ayudarnos y nos sugirió que huyéramos del país, pero al ver que no pensábamos dejar todo esto y que continuaríamos con o sin su ayuda, terminó por aceptar en ayudarnos y ahora se encontraba allí de pie, mirando como nosotros abrazábamos a Neville Longbottom.

—¿Qué fue lo que te ocurrió, Neville? —pregunté mientras observaba su rostro lleno de heridas, la ropa desgastada y rota—. ¿Estás bien?

—Lo estoy. No te preocupes —dijo con total tranquilidad al momento en que miraba a los demás—. Vengan conmigo. Lo llevaré con los demás.

Tendiéndome una mano, Neville me ayudó a subir a la repisa de la chimenea y a entrar en el túnel. Y mientras íbamos avanzando, el chico Longbottom nos iba comentando todo lo que había sucedido en Hogwarts.

—Oigan, ¿es verdad que entraron por la fuerza en Gringotts y escaparon montados en un dragón? —preguntó Neville—. Se ha enterado todo el mundo, nadie habla de otra cosa. ¡Carrow le dio una paliza a Terry Boot por contarlo a los cuatro vientos en el Gran Comedor a la hora de la cena!

—Sí, sí, es cierto —contestó Harry.

Neville se echó a reír con alegría y preguntó:

—¿Qué hicieron con el dragón?

—Lo tiene Ainara —dijo Ron—. Al parecer lo tendrá de mascota.

—No lo tendré de mascota. Solo estará conmigo hasta que sus heridas sean sanadas —dije con tranquilidad sin dejar de avanzar.

—¡Eso es impresionante, Ainara! —exclamó Neville—. Sabía que tu encanto con las criaturas ayudaría mucho.

No pude evitar formar una sonrisa ante él alago de mi amigo. Continuamos avanzando hasta que llegamos al final del pasadizo, donde unos escalones conducían hasta una puerta igual que la que había oculta detrás del retrato de Ariana. Neville la abrió y entró. Lo seguí y oí cómo el chico le mencionaba algo a alguien:

—¡Miren quienes han venido!

Una vez todos estuvimos en la habitación, se oyeron gritos y exclamaciones:

—¡Harry!

—¡Ron, Hermione y Ainara!

—¡Es Potter! ¡Es él!

Un instante más tarde, los cuatro nos vimos sepultados por cerca de una veintena de personas que nos abrazaban y nos daban palmadas en la espalda, nos alborotaban el pelo y nos estrechaban la mano. Era como si acabáramos de ganar algún premio.

—¡Bueno, bueno! ¡Cálmense! —gritó Neville, y el grupo se retiró.

—Hermana —dijo suavemente Rolf. Mi pequeño hermano se encontraba frente a mí, mirándome fijamente con una sonrisa—. Me alegro tanto de que estés bien. Los abuelos se pondrán contentos de saber que estás aquí.

—Lamento ponerlos en peligro.

—Está todo bien. Sabíamos en el problemas que obtendrías cuando te unieras a Harry, así que estábamos preparados —sonrió—. Ahora, cuéntame sobre las cosas que has hecho. ¿Es cierto que tienes un dragón?

—Sí. Está en mi maleta —dije—. Ahora mismo debe de estar descansando.

—Asombroso. El abuelo se sentirá muy orgulloso cuando escuche esto.

He soltado una pequeña risa al momento en que comenzaba a observar lo que había a mi alrededor. Había hamacas multicolores colgadas del techo y de un balcón que discurría por las paredes, forradas de madera oscura, sin ventanas y cubiertas de llamativos tapices. Estos tenían distintos colores de fondo, como el escarlata, con el león dorado de Gryffindor estampado; el amarillo, con el tejón negro de Hufflepuff; y el azul, en el que destacaba el águila broncínea de Ravenclaw.

Toqué delicadamente el collar que colgaba en mi cuello ante la ausencia de los colores verde y plateado de Slytherin.

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