──── 045.
La preocupación me invadió por completo cuando desperté en una cómoda cama que se encontraba en la esquina de un pequeño cuarto. No recordaba el momento en el que perdí la conciencia y por supuesto, tampoco recordaba si había logrado salvar la vida del pequeño elfo.
Inmediatamente, me levanté de aquella cama e intenté acercarme a la puerta, pero mis piernas temblaron y caí de rodillas al frío suelo. Mi caída había provocado un estruendo y eso había advertido a las personas que se encontraban en casa, entonces, segundos más tarde, Harry, Cedric y Ron ingresaron por la puerta; armados con sus varitas por si debían de atacar a alguien.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Cedric. Guardó su varita y se acercó para así ayudarme a colocarme de pie—. No deberías de estar de pie. Tienes que descansar.
—Le pediré a Fleur comida y agua —dijo Ron, quien rápidamente abandonó el cuarto y se fue en busca de su cuñada.
—¿Cómo está? —pregunté mientras miraba fijamente a Harry.
El chico me miró brevemente confundido, pero luego comprendió mi pregunta y respondió a mis dudad. Dobby se encontraba bien, pero por alguna razón su mente fue afectada y no recordaba muy bien algunas cosas.
—¿Podrías dejarnos un momento a solas? —preguntó Harry mientras miraba a Cedric, quien sostenía suavemente mi mano—. Quisiera hablar algunas cosas con ella. En privado.
—Está bien —asintió—. Solo procura no agobiarla. Necesita descansar.
—Lo sé.
Cedric acarició suavemente mi cabello, luego me dedicó una sonrisa y se levantó para así salir por la puerta. En ese momento, Harry se acercó, se sentó en la esquina de la cómoda cama y comenzó a hablarme sobre las cosas que habían sucedido mientras me encontraba dormida.
—¿Le entregarás la espada a Griphook para que nos ayude a colarnos en Gringotts? —pregunté con sorpresa, a lo cual él asintió—. En ese caso, hay que tener mucho cuidado.
—¿Uh? ¿Por qué lo dices?
—Bueno, verás, los conceptos de propiedad, pago y recompensa de los duendes no son los mismos que los de los humanos —expliqué, pero Harry continuó mirándome confuso—. Lo que intento decir, es que, algunos duendes creen que cuando se trata de oro y tesoros, no se puede confiar en los magos, porque estos no respetan el concepto de propiedad que tienen ellos. Para ellos, el verdadero amo de cualquier objeto es su fabricante, no la persona que lo ha comprado. De manera que todos los objetos elaborados por ellos son, a sus ojos, legítimamente suyos.
—Pero si alguien compra un objeto...
—En ese caso lo consideran alquilado por ese alguien. Les cuesta mucho entender la idea de que los objetos hechos por ellos pasen de un mago a otro —suspiré—. Diría que romper una promesa con esas criaturas es más peligroso que intentar colarnos en Gringotts.
—Entiendo —suspiró—. Debí esperar a que despertaras antes de hacer algún trato.
—No había tiempo —dije al momento en que oía como la puerta se abría. Se trataba de Hermione y Ron, quienes traían consigo un poco de comida y agua.
—Fleur dijo que esto te haría sentir mejor —dijo Ron mientras dejaba la pequeña bandeja en mis piernas—. Debes de comerlo todo.
—Gracias —agradecí.
—¿Ya le has comentado todo? —preguntó Hermione y al recibir una afirmativa de Harry, realizó una expresión preocupada—. Hubiera preferido que no dijeras nada y que se quedara aquí. Todavía no recupera sus fuerzas.
—Estoy seguro de que ella nos hubiera seguido, aunque Harry no le contara nada —dijo Ron—. Al igual que tú y yo, no dejaríamos a Harry solo.
—Ron tiene mucha razón —dije con una pequeña sonrisa.
Hermione suspiró, pero inmediatamente adaptó una expresión más tranquila y comenzó a cuidarme para que así recuperara mis fuerzas para cuando tuviéramos que volver a la caza de los Horrocruxes.
Miré el oscuro cielo, donde las estrellas todavía titilaban débilmente, y escuché el murmullo de las olas rompiendo contra el acantilado. Luego toqué suavemente el collar que se encontraba colgado en mi cuello e involuntariamente, comencé a pensar en Draco Malfoy.
Sabía que el hecho de que huyéramos de la mansión le traería consecuencias y por eso rogaba a los grandes magos que él estuviera bien porque si algo grave le sucediera, no sabría si podría soportarlo.
—¿Está todo listo? —pregunté cuando oí la voz de Harry.
Me di la vuelta para mirar a Harry, entonces, pude ver a Bellatrix Lestrange cruzar el jardín a grandes zancadas, acompañada de Griphook. Aunque sabía que en realidad era Hermione, no conseguí evitar un estremecimiento de odio. Era más alta que yo; el largo y negro cabello le caía formando ondas por la espalda, y los ojos de gruesos párpados me miraron con desdén; pero, cuando habló, reconocí a Hermione a pesar de la grave voz de Bellatrix.
—¡Sabía a rayos! ¡Era peor que la infusión de gurdirraíz! Ron, ven aquí para que pueda arreglarte...
—Vale, pero recuerda que no me gustan las barbas demasiado largas.
—¡Venga ya! ¡Esto no es ningún concurso de belleza!
—¡No es por eso, es que se me enreda con todo! Lo que me gustó fue esa nariz que me pusiste la última vez, un poco más corta; a ver si te sale igual.
Hermione suspiró y se puso a trabajar, murmurando por lo bajo mientras transformaba varios aspectos del físico de Ron. Teníamos que conferirle una identidad falsa, y confiábamos en que el aura de malignidad de Bellatrix contribuyera a protegernos. Harry y Griphook irían escondidos bajo la capa invisible, mientras que yo estaría escondida en mi maleta.
—Ya está —dijo por fin Hermione—. ¿Qué les parece?
Ahora Ron lucía un cabello castaño, largo y ondulado; llevaba bigote y una tupida barba; las pecas se le habían borrado de la cara; la nariz era ancha y corta, y las cejas, gruesas.
—No está mal —dije con una pequeña sonrisa.
—¿Nos vamos ya? —preguntó Harry.
Los cuatro contemplamos El Refugio, oscuro y silencioso bajo las estrellas, cada vez más débiles; luego echamos a andar hacia el punto, al otro lado del muro que bordeaba el jardín, donde ya no actuaba el encantamiento Fidelio y donde podríamos desaparecernos.
—Creo que debería subirme ya, Harry Potter —dijo Griphook una vez pasada la verja.
Harry se agachó y el duende se le subió a la espalda y entrelazó las manos alrededor del cuello. Por mi parte, dejé brevemente mi maleta en el suelo, la abrí e ingresé en ella para que así Harry pudiera tomarla y escondernos bajo la capa invisible.
He salido de mi maleta cuando noté que esta se encontraba abierta. Primeramente, pensé que ya habíamos llegado a la bóveda de los Lestrange y por eso Harry la abrió, pero esa idea se descartó por completo cuando salí y vi a mis amigos en el suelo.
—¿Qué fue lo que sucedió? —pregunté.
—No hay tiempo para explicaciones —dijo Harry, quien volvía a levantarse—. Debemos continuar.
Ninguno protestó. Simplemente, continuamos nuestro camino, donde al doblar por una esquina nos hemos encontrado con algo gigantesco que hizo a mi corazón apretujarse ante las deplorables condiciones en la que se encontraba.
En medio del pasillo había un gigantesco dragón que impedía el acceso a las cuatro o cinco cámaras de los niveles más profundos de la banca mágica. Tenía las escamas pálidas y resecas debido a su prolongado encarcelamiento bajo tierra, y sus ojos eran de un rosa lechoso. En las patas traseras llevaba unas gruesas argollas sujetadas a unas cadenas, a su vez, a unos enormes ganchos clavados en el suelo rocoso. Las grandes alas con púas, dobladas y pegadas al cuerpo. Cuando giró su encantadora cabeza hacia nosotros, rugió de tal forma que hizo temblar las rocas, y luego abrió la boca y escupió una llamarada que nos obligó a retroceder a toda prisa por el pasillo.
—Está medio ciego —dijo Griphook jadeando—, y por eso es más violento aún. Sin embargo, tenemos los medios para controlarlo. Sabe lo que le espera cuando oye los cachivaches. Dámelos.
—¡No! —exclamé—. No utilizarán esos cachivaches para controlarlo. Eso le causa daño.
—No tenemos tiempo para tu fanatismo con las criaturas —dijo Harry, quien miró a Hermione—. Dáselos.
—¡He dicho que no! —exclamé más firmemente y volví a mirar al dragón que se quejaba por las malas condiciones en la que se encontraba—. Yo me encargaré de él. Ustedes pueden continuar.
—¿Cómo esperas hacerlo? —preguntó Ron—. Ya has visto que casi nos calcina con solo vernos.
—Hay otras maneras de controlarlos —dije firmemente—. Solo confíen en mí.
Harry sostuvo mi muñeca cuando notó que di unos pasos hacia el dragón, pero inmediatamente lo aparté y comencé lentamente a acercarme a aquella gigantesca criatura, la cual rugió cuando sintió mi presencia acercarse. El dragón se volteó a mirarme y abrió su hocico con las intenciones de escupirme fuego, sin embargo, antes de que eso sucediera, hablé en aquel idioma que mi abuelo me enseñó; un idioma que usaban los antiguos cuidadores de dragones para acercarse a esta especie.
—Todo estará bien. No deseo hacerte daño —pronuncié suavemente para no asustarlo—. Voy a ayudarte. Te sacaré de este horrible lugar.
El dragón soltó otro ronco rugido, pero se quedó quieto y dejó que me acercara. Toqué suavemente su cabeza cuando este la inclinó y miré las tremendas cicatrices de cuchillas en su cara, lo cual me hizo sentir un gran malestar; entonces, le hice una señal a Harry de que podía avanzar.
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