──── 039.
Por unos días nos ocultamos en el número 12 de Grimmauld Place hasta que descubrimos la ubicación de uno de los horrocruxes. Se trataba de un antiguo guardapelo que ahora mismo estaba en posesión de Umbridge.
—Tengo noticias y no les gustarán —mencionó la voz de Harry al ingresar a la cocina luego de regresar de su vigilancia hacia el ministerio.
—Quítese los zapatos, por favor, amo Harry, y lávese las manos antes de cenar —pidió Kreacher con su ronca voz; tomó la capa invisible y se puso de puntillas para colgarla de un gancho en la pared, junto a unas túnicas viejas recién lavadas.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Ron con aprensión.
Los tres estábamos examinando un montón de notas garabateadas y mapas trazados a mano, esparcidos por un extremo de la larga mesa de la cocina, pero levantamos la cabeza cuando Harry se acercó y puso un periódico encima de los trozos de pergamino.
Una gran fotografía de un hombre de nariz ganchuda y pelo negro nos miró con fijeza, bajo un titular que decía:
SEVERUS SNAPE, NUEVO DIRECTOR DE HOGWARTS.
—¡No! —exclamaron Ron y Hermione.
Sostuve el periódico y comencé a leer en voz alta:
—«Severus Snape, hasta ahora profesor de Pociones del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, ha sido nombrado hoy director. Su nombramiento es el más importante de una serie de cambios en la plantilla del antiguo colegio. Tras la dimisión de la anterior profesora de Estudios Muggles, Alecto Carrow asumirá su cargo, mientras que su hermano Amycus ocupará el puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. "Agradezco esta oportunidad para conservar nuestras mejores tradiciones y nuestros valores mágicos"».
—¡Ya, como cometer asesinatos y cortarle las orejas a la gente! ¡Snape director! ¡Snape en el despacho de Dumbledore! ¡Por las calzas de Merlín! —chilló Hermione, y nosotros nos sobresaltamos. Ella se levantó de la silla y salió de la habitación, gritando—: ¡Vuelvo enseguida!
—¿Por las calzas de Merlín? —repitió Ron, divertido—. Debe de estar muy enfadada —Tomó el periódico y, tras leer detenidamente el artículo sobre Snape, comentó—: Los otros profesores no lo permitirán; McGonagall, Flitwick y Sprout saben la verdad, saben cómo murió Dumbledore. No aceptarán a Snape como director. Oye, ¿y quiénes son esos Carrow?
—Mortífagos. Dentro hay fotografías suyas. Se encontraban en la torre cuando Snape mató a Dumbledore —respondí al momento en que veía la fotografía—. Alecto me atacó cuando intentaba detener aquella tragedia.
—Están todos compinchados. Y no creo que los demás profesores puedan hacer otra cosa que quedarse en Hogwarts —añadió Harry con amargura, acercando una silla a la mesa—. Si el ministerio y Voldemort apoyan a Snape, tendrán que elegir entre quedarse y enseñar o pasar unos años en Azkaban, y eso si tienen suerte. Supongo que se quedarán e intentarán proteger a los alumnos.
Kreacher se acercó muy animado a la mesa con una gran sopera y, silbando entre dientes, sirvió el guiso con el cucharón en unos virtuosos cuencos.
—Gracias, Kreacher —agradecí amablemente. Empecé a tomar la sopa. Las habilidades culinarias de Kreacher habían mejorado notablemente desde que le habíamos regalado el guardapelo de Regulus; la sopa de cebolla de esta noche, por ejemplo, era la mejor que había probado.
Hermione reapareció en la cocina minutos después. Ella traía un gran lienzo enmarcado que apoyó en el suelo. Tomó su bolsito bordado con cuentas del aparador de la cocina, lo abrió y, aunque era imposible que el cuadro cupiera, se dispuso a meterlo dentro. Unos segundos más tarde había desaparecido en las profundidades del diminuto bolso, como tantas otras cosas.
—Phineas Nigellus —explicó, y dejó el bolso encima de la mesa.
—¿Cómo dices? —se asombró Ron.
—Snape podría enviar a Phineas Nigellus a espiar aquí —explicó Hermione mientras se sentaba—. Pero que lo intente ahora, porque lo único que verá Phineas Nigellus será el interior de mi bolso.
—¡Bien pensado! —soltó Ron, impresionado.
—Gracias —repuso Hermione con una sonrisa, y se acercó su cuenco de sopa—. Bueno, Harry, ¿qué novedades hay hoy?
—Ninguna. He pasado siete horas vigilando la entrada del ministerio. Ni rastro de ella. Pero he visto a tu padre, Ron. Me ha parecido que estaba bien.
Ron asintió agradeciendo esa noticia. Habíamos acordado que era demasiado peligroso intentar comunicarnos con el señor Weasley cuando este entrara o saliera del ministerio, porque siempre iba rodeado por otros empleados.
Pasamos horas repasando una y otra vez nuestro plan de infiltrarnos en el ministerio que se llevaría a cabo a primera hora de la mañana.
Miramos a nuestro alrededor con disimulo, nos unimos a la multitud de magos y brujas que avanzaban hacia las puertas doradas que había al fondo del vestíbulo, pero no vimos ni rastro de la característica silueta de Dolores Umbridge.
Cruzamos las puertas y entramos en un vestíbulo más pequeño, donde se estaban formando colas enfrente de veinte rejas doradas correspondientes a veinte ascensores. Nada más ponernos en la cola más cercana, una voz exclamó:
—¡Cattermole!
Los cuatro nos giramos y mi corazón dio un vuelco. Uno de los mortífagos que había presenciado la muerte de Dumbledore se dirigía hacia nosotros. Los empleados que estaban a nuestro lado guardaron silencio y bajaron la vista.
El tosco y ceñudo rostro de aquel individuo no acababa de encajar con su amplia y magnífica túnica, bordada con abundante hilo de oro. Entre la multitud que esperaba ante los ascensores, algunos gritaron con tono adulador: «¡Buenos días, Yaxley!», pero Yaxley los pasó por alto.
—Pedí que alguien de Mantenimiento Mágico fuera a ver qué ocurre en mi despacho, Cattermole. Pero sigue lloviendo.
Ron miró alrededor como si esperara que alguien interviniese, pero nadie dijo nada.
—¿Lloviendo? ¿En su despacho? Vaya, qué contrariedad, ¿no?
Ron soltó una risita nerviosa y Yaxley enarcó las cejas.
—¿Lo encuentras gracioso, Cattermole?
Un par de brujas se apartaron de la cola y se marcharon a toda prisa.
—No —contestó Ron—. No, por supuesto que no...
—Por cierto, ¿sabes dónde voy? Abajo, a interrogar a tu esposa, Cattermole. De hecho, me sorprende que no estés allí acompañándola y confortándola mientras espera. Supongo que te has desentendido de ella, ¿verdad? Bueno, es lo más sensato. La próxima vez asegúrate de casarte con una sangre limpia.
Hermione soltó un gritito de horror y Yaxley la miró. La chica tosió un poco y se dio la vuelta.
—Yo... yo... —tartamudeó Ron.
—Si a mi esposa la acusaran de ser una sangre sucia y el jefe del Departamento de Seguridad Mágica necesitara que le arreglaran algo, daría prioridad a ese trabajo, Cattermole. ¿Lo captas?
—Sí, claro, claro —murmuró Ron.
—Pues entonces ocúpate de mi despacho, Cattermole, y si dentro de una hora no está completamente seco, el Estatus de Sangre de tu esposa estará aún más en entredicho de lo que ya está.
La reja dorada que teníamos delante se abrió con un traqueteo. Yaxley saludó con una inclinación de la cabeza y una sonrisa a Harry, convencido de que este aprobaría cómo había tratado a Cattermole, y se dirigió a otro ascensor. Los cuatro entramos en otro ascensor y la reja se cerró con estrépito.
—¿Qué hago? —preguntó Ron; parecía muy afligido—. Si no voy, mi esposa... es decir, la esposa de Cattermole...
—Te acompañaremos, tenemos que seguir juntos... —musitó Harry, pero Ron movió la cabeza enérgicamente.
—Eso es una locura, no tenemos mucho tiempo. Ustedes busquen a Umbridge y yo iré a arreglar el despacho de Yaxley... Pero ¿Qué hago para que deje de llover?
—Prueba con un Finite Incantatem —sugirió Hermione—. Si es un maleficio o una maldición, eso detendrá la lluvia; si no, es que ha pasado algo con un encantamiento atmosférico, y eso es más difícil de arreglar. Como medida provisional, haz un encantamiento impermeabilizante para proteger sus cosas...
—Repítelo todo más despacio —pidió Ron mientras buscaba ansiosamente una pluma en sus bolsillos, pero en ese momento el ascensor se detuvo con una sacudida.
Una incorpórea voz de mujer anunció: «Segunda planta, Departamento de Seguridad Mágica, que incluye la Oficina Contra el Uso Indebido de la Magia, el Cuartel General de Aurores y los Servicios Administrativos del Wizengamot».
—Será mejor que vaya con él —mencioné al momento en que sostenía la muñeca de Ron para así salir del ascensor. La reja dorada volvió a cerrarse, entonces Harry y Hermione desaparecieron de nuestra vista.
Caminamos por un momento hasta que llegamos a la oficina de Yaxley. Ron abrió la puerta y retrocedió levemente cuando el agua salió. Tal parece que la lluvia de dentro había provocado un pequeño lago.
—¿Cómo era lo que había dicho Hermione? —se preguntó en voz alta mientras sacaba su varita y evitaba entrar a la oficina.
—Era... —Estaba por mencionarle el hechizo, pero en ese instante mi atención se la llevó una jaula que se encontraba sobre uno de los muebles de Yaxley—. ¿Estás viendo eso, Ron?
—Sí. La lluvia la veo claramente.
—No me refiero a eso —dije al momento en que señalaba a la jaula—. ¿Lo puedes ver?
—Es una jaula.
—Sí. Pero lo que lleva dentro.
Ron se acercó un poco más para ver, pero se alejó cuando el agua le cayó en la cabeza.
—No hay nada allí —dijo mirándome con extrañeza—. ¿Te encuentras bien? ¿Segura de que no te ha afectado el viaje?
—Olvídalo —mencioné con tranquilidad. Ingresé a la oficina sin importarme que comenzara a mojarme, entonces me acerqué a aquella jaula y al tocarla suavemente he podido presenciar unos grandes ojos negros, mirarme fijamente.
—¡¿Qué es eso?! —exclamó Ron con sorpresa desde la puerta. El grito de Ron ocasionó que la criatura encerrada volviera a desaparecerse—. ¿Uh? ¿Dónde ha ido?
—Sigue aquí. Solo lo has asustado —dije al momento en que volvía a tocar la jaula y provocaba que la criatura se volviera nuevamente visible—. Tranquilo. Te sacaré de allí.
—¿Cómo que sacarlo? ¿Por qué harías eso?
—Esta criatura no pertenece aquí.
—Y eso qué. Tal vez esté allí por lo peligrosa que es.
—Imposible. Los Demiguise son criaturas pacíficas —dije mientras sostenía mi varita—. El hecho que esté aquí encerrado y asustado solo me indica que lo han retenido en contra de su voluntad.
Mencioné unas palabras y la jaula desapareció en segundos. El Demiguise volvió a desaparecer, pero luego reapareció y se aferró a mi espalda mientras frotaba su cabeza con la mía.
—Hola —saludó Ron de manera inquieta cuando salí de la oficina y me acerqué a él—. ¿Qué harás ahora? ¿Piensas andar con él por allí? Llamaríamos la atención.
—Por supuesto que no —dije soltando una pequeña risa mientras tomaba mi maleta y la abría con mucho cuidado—. Lo dejaré en un lugar seguro.
—¿En tu maleta? —preguntó, incrédulo—. ¿Cómo es que...? Espera... ¿Estás entrando en ella?
Volví a soltar una pequeña risa. Entonces, cuando ingresé a mi maleta, he dejado al Demiguise en una superficie segura; este me agradeció con una pequeña y sutil inclinación de cabeza.
—Aquí estarás a salvo —mencioné tranquilamente—. Pronto te llevaré a un lugar mejor.
Comencé a salir de mi maleta y me encontré con la expectante mirada de Ron.
—Hermione y tú me sorprenden cada día más —dijo al momento en que miraba fijamente mi hombro derecho—. Eso que tienes allí, ¿nos va a ayudar en algo?
Me quedé confundida, pero al mirar hacia mi hombro derecho me encontré con la sorpresa de que mi Escarbato se encontraba aquí; encantadoramente feliz.
—¡Sky! —exclamé. Sostuve rápidamente su pequeño cuerpo para así mirarlo con fiereza—. ¿En qué momento te has colado en mi maleta?
Mi pequeño Escarbato intentó soltarse de mi agarre, pero antes de que eso sucediera lo he vuelto a meter en la maleta, y la cerré rápidamente para que no escapara. Solté un suspiro. Ya se me hacía raro que Sky no se hubiera despedido de mí cuando abandoné mi casa para así ir a la boda de Bill y Fleur.
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