──── 036.
Mi cuerpo fue bruscamente sacudido y al abrir mis ojos me encontré con la preocupante mirada de Ginny Weasley. La chica pelirroja me preguntaba algunas cosas, pero yo estaba demasiado concentrada en buscar a Draco por el salón y al no verlo comencé a preocuparme.
—¡Scamander! —exclamó Ginny, ocasionando que le prestara atención—. Por Merlín... ¿Te encuentras bien?
—Lo estoy —respondí sinceramente mientras me incorporaba del suelo—. ¿Qué ha sucedido?
—No sé lo que te ha sucedido a ti, pero en el castillo están pasando cosas —dijo con un tono de seriedad—. Han ingresado mortífagos y están destruyendo e incluso atacando a todo lo que se le atraviese.
—¿Cómo dices? —pregunté perpleja por su respuesta, pero inmediatamente comencé a mirarla detalladamente intentando no encontrar algún daño.
—Estoy bien —dijo rápidamente mientras me miraba fijamente para luego tomar firmemente con sus manos un papel doblado—. Mientras buscaba a Harry he podido verte quieta en este lugar y me pareció un poco extraño por lo que vine a averiguar qué sucedía.
Ginny sostuvo su varita y tocó el papel para luego mencionar unas palabras que ocasionaron que se reflejara unas palabras: "El Mapa del Merodeador". Mi rostro no tardó en adaptar sorpresa cuando he visto varios nombres en el mapa que se movían o se encontraban quietos en algún lugar del castillo.
—Lo encontré —dijo Ginny triunfante mientras señalaba un pequeño punto con el nombre de Harry que se encontraba en la torre de astronomía—. Hay que dirigirnos allí.
Ginny estaba por doblar el mapa cuando he logrado ver el nombre de Draco avanzar hacia la torre de astronomía, por lo que no tardé en salir del salón y comenzar a correr hacia ese lugar para poder detener lo que sea que estuviera por hacer mi expareja. Mientras avanzaba hacia la torre he tenido que esquivar algunos hechizos de parte de los mortífagos que se encontraban peleando en Hogwarts contra algunos profesores e incluso contra algunos alumnos.
Subí las escaleras a toda velocidad y mientras me iba acercando he podido oír las voces de Draco y el profesor Dumbledore. Ambos hablaban sobre lo que sucedía en el castillo, entonces, cuando finalmente llegué a la cima, he podido ver como Malfoy apuntaba directamente con su varita hacia el corazón del profesor.
—Draco, Draco... No lo hagas —mencioné ocasionando que él se tensara por un segundo al oír mi voz—. Tú no eres un asesino.
—¿Cómo estás tan segura de eso? —preguntó Draco con la voz temblorosa sin dejar de sostener su varita—. Tú no sabes de qué soy capaz, ni sabe lo que ya he hecho.
—Lo sé. Sé lo que has hecho—respondí con sinceridad—. Sé que estuviste a punto de matar a Katie Bell y Ron Weasley e incluso sé que has estado intentando matar al director.
—¿Cómo es posible que lo sepas?
—Lo sé porque lo he visto.
—¿Cómo...? —preguntó con sorpresa, pero a la vez inquietud—. No es posible... ¿Legeremante?
—En mi familia hay una persona con un don natural a la Legeremancia que me ha enseñado durante años—expliqué—. Cuando nos hemos encontrado en el salón he usado la Legeremancia para poder saber lo que te sucedía... He visto lo que has sufrido y en cuan arrepentido te encuentras con todo esto. Es por eso por lo que sé que tú no eres ningún asesino, Draco.
Los gritos procedentes del interior de la torre se oían cada vez más fuertes y aquello ocasionó que Malfoy comenzara a desesperarse.
—No nos queda demasiado tiempo —habló Dumbledore mientras nos miraba fijamente—. Es hora de que hablemos de nuestras opciones.
—¿Opciones? ¿Qué opciones? —preguntó Draco, quien intentaba controlar aquel temblor en sus manos—. Tengo mi varita y estoy a punto de matarlo...
—No tiene sentido que sigas fingiendo —dijo Dumbledore—. Si pensaras matarme lo habrías hecho en cuanto me desarmaste.
—Draco.... No tienes que torturarte así —dije—. Podemos encontrar una solución. Solo baja tu varita...
—No puedo hacerlo —dijo con la voz temblorosa—. Tengo que matarlo... Si no lo hago, él me matará... Matará a mi familia e incluso va a matarte a ti. No hay ninguna solución que pueda ayudarme...
Mi corazón se apretujó al oírle mencionar aquello porque esto me indicaba que él estaba queriendo protegerme.
—Pásate a nuestro bando, Draco, y nosotros nos encargaremos de esconderte. Es más, esta misma noche puedo enviar a miembros de la Orden a casa de tu madre y esconderla también a ella. Tu padre, por ahora, está a salvo en Azkaban... Cuando llegue el momento también podremos protegerlo a él —dijo Dumbledore—. Pásate a nuestro bando, Draco... Tal como dijo la señorita Scamander, tú no eres ningún asesino.
—Pueden esconderse en mi casa —propuse mientras me iba acercando a Draco a un paso lento—. Tenemos protección. Nadie podría encontrarlos allí.
Malfoy no respondió. Estaba respirando agitadamente y la mano seguía temblándole cuando la sostuve para bajar su varita.
Él me miró a los ojos y sentí una gran opresión en mi pecho cuando los vi cristalizados. Lo abracé fuertemente y mientras le susurraba suavemente que me encontraba allí para él he escuchado unos pasos que subían atropelladamente la escalera. Estaba por decir algo, pero en ese instante cuatro personas ataviadas con túnicas negras irrumpieron por la puerta de la azotea.
Un individuo contrahecho que no paraba de mirar de reojo en torno a sí soltó una risita espasmódica.
—¡Ha acorralado a Dumbledore! —exclamó, y se volvió hacia una mujer achaparrada que parecía su hermana y sonreía con entusiasmo—. ¡Lo ha desarmado! ¡Dumbledore está solo! ¡Te felicito, Draco, te felicito!
—Buenas noches, Amycus —lo saludó Dumbledore con calma, como si lo recibiera en su casa para tomar el té—. Y también has traído a Alecto... qué bien...
La mujer soltó una risita ahogada y le espetó:
—¿Acaso crees que tus estúpidas bromitas te van a ayudar en el lecho de muerte?
—¿Bromitas? Esto no son bromitas, son buenos modales —replicó Dumbledore.
—¿Qué haces allí abrazado a esa chica? —preguntó Alecto mientras nos miraba con recelo—. Completa con tu misión.
Malfoy estaba por alzar nuevamente su varita, pero la sostuve antes de que eso sucediera.
—¡Hazlo! —dijo el desconocido más cercano a nosotros, un tipo alto y delgado, de abundante pelo canoso y grandes patillas que llevaba una túnica negra de mortífago muy ceñida.
—¿Eres tú, Fenrir? —preguntó Dumbledore.
—Exacto —contestó el otro con su ronca voz—. ¿A mí también te alegras de verme, Dumbledore?
—No, la verdad es que no...
Fenrir Greyback sonrió burlón, exhibiendo unos dientes muy afilados. Le goteaba sangre de la barbilla y se relamió despacio, con impudicia.
—Pero sabes cómo me gustan los niños, Dumbledore.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando lo he visto mirarme con deseo.
—¿Significa eso que ahora atacas, aunque no haya luna llena? Eso es muy inusual... ¿Tanto te gusta la carne humana que no tienes suficiente con saciarte una vez al mes?
—Así es. Eso te impresiona, ¿verdad, Dumbledore? ¿Te asusta?
—Bueno, no voy a negar que me disgusta un poco. Y debo admitir que me sorprende que Draco te haya invitado precisamente a ti a venir al colegio donde viven sus amigos...
—Yo no lo invité —murmuró Malfoy. No miraba a Greyback, y daba la impresión de que ni siquiera se atrevía a hacerlo de reojo—. No sabía que iba a venir...
—No me perdería un viaje a Hogwarts por nada del mundo, Dumbledore —declaró Greyback—. Con la cantidad de gargantas que hay aquí para morder... Será delicioso, delicioso... —Levantó una amarillenta uña y se tocó los dientes mirando al anciano con avidez—. Podría reservarte a ti para el postre, Dumbledore...
—No —intervino el cuarto mortífago, de toscas facciones y expresión brutal—. Tenemos órdenes. Tiene que hacerlo Draco. ¡Ahora, Draco, y deprisa!
Malfoy parecía más indeciso que antes. Miraba fijamente a Dumbledore, pero el terror se reflejaba en su cara; el director de Hogwarts, más pálido que nunca, había ido resbalando por el muro, casi hasta quedar sentado en el suelo.
—¡Bah, si de todos modos ya tiene un pie en la tumba! —dijo el mortífago contrahecho, y fue coreado por las jadeantes risitas de su hermana—. Míralo... ¿Qué te ha pasado, Dumby?
—Ya no tengo tanta resistencia, ni tantos reflejos, Amycus —contestó Dumbledore—. Son cosas de la edad... Algún día quizá te pase a ti, si tienes suerte...
—¿Qué quieres decir con eso, eh? ¿Qué quieres decir? —chilló el mortífago poniéndose violento de repente—. Siempre igual, ¿no, Dumby? ¡Hablas mucho, pero no haces nada, nada! ¡Ni siquiera sé por qué el Señor Tenebroso se molesta en matarte! ¡Vamos, Draco, hazlo de una vez!
—Está dudando —chilló Alecto al instante en que me miraba—. Es debido a ella.
Repentinamente, mi cuerpo fue alejado del cuerpo de Draco y choqué ferozmente contra el suelo mientras oía las risitas de los mortífagos.
—No creo que a nadie le moleste si me pego un bocado ahora mismo, ¿no? —gruñó Greyback mientras avanzaba con los brazos estirados y enseñando los dientes.
Inmediatamente, comencé a buscar mi varita, pero esta había caído a una corta distancia de donde me encontraba.
—¡No! —gritó repentinamente Draco.
A continuación, hubo un destello y el hombre lobo salió despedido hacia un lado; dio contra el parapeto y se tambaleó, encolerizado. Malfoy me miró fijamente, luego tocó suavemente su cabeza y me hizo comprender lo que quería que hiciera. Sin dudarlo, comencé a indagar en su mente y al entender lo que quería decirme me dejó con demasiadas emociones.
—Hazlo, Draco, o apártate para que lo haga uno de nosotros... —chilló la mujer, pero en ese preciso instante la puerta de la azotea se abrió una vez más y apareció Snape, varita en mano; recorrió la escena con sus negros ojos, paseando la mirada desde Dumbledore, desplomado contra el parapeto, luego hasta el grupo formado por los cuatro mortífagos, entre ellos el iracundo hombre lobo, y finalmente en Malfoy y en mí.
—Tenemos un problema, Snape —dijo el contrahecho Amycus, con la mirada y la varita fijas en Dumbledore—. El chico no se atreve a...
Pero alguien más había pronunciado el nombre de Snape con un hilo de voz.
—Severus...
Snape no dijo nada, pero avanzó unos pasos y apartó con brusquedad a Draco de su camino. Los mortífagos se retiraron sin decir palabra. Hasta el hombre lobo parecía intimidado. Snape, cuyas afiladas facciones denotaban repulsión y odio, le lanzó una mirada al anciano.
—Por favor... Severus...
Snape levantó la varita y apuntó directamente a Dumbledore.
—¡Avada Kedavra!
Un rayo de luz verde salió de la punta de la varita y golpeó al director en medio del pecho. He soltado un grito cuando he visto como el cuerpo del director saltaba por los aires. El profesor quedó suspendido una milésima de segundo bajo la reluciente Marca Tenebrosa; luego se precipitó lentamente, como un gran muñeco de trapo, cayó al otro lado de las almenas y se perdió de vista.
Tanto mi mente como mi cuerpo se habían paralizado por unos segundos cuando he presenciado la muerte del director a manos del profesor Severus Snape.
—¿Qué haremos con la chica? —preguntó Alecto, quien no dejaba de mirarme con recelo.
—Solo déjenme devorarla. ¿A quién le importará un niño menos?
—Yo me encargaré de ella.
Aquella nueva voz que llegaba de la puerta de la azotea hizo que mi cuerpo se tensara, ya que pude reconocerlo de inmediato.
—Fuera de aquí, rápido —ordenó Snape.
Draco estaba por venir hasta donde me encontraba, pero el profesor Snape lo agarró por la nuca y lo empujó hacia la puerta: Greyback parecía no muy contento por no poder comerme, pero acató a la orden y salió siendo seguido por los regordetes hermanos que soltaban algunas risas. El horror y la conmoción que sentía en este momento hicieron que todo mi cuerpo se encontrara paralizado, por lo que no pude moverme cuando he visto a Cedric pararse frente a mí y apuntarme con su varita.
—Solo tardaré unos segundos.
—Cedric —susurré su nombre con súplica—. ¿Por qué te has vuelto así?
Él no me respondió y el ver como alzaba su varita para luego comenzar a pronunciar unas palabras me dejó ahí inmóvil esperando a mi cruel destino; no obstante, la varita de Cedric saltó de su mano y cayó a una corta distancia de donde me encontraba. Aquella situación me sorprendió y al ver quien me había salvado me dejó confundida debido a que no me había percatado de la presencia de Harry.
—Tenemos que irnos —exigió.
El chico de Gryffindor no tardó en tomar mi varita y entregármela para que así huyera con él. Fue en ese momento en que me pude percatar de que Cedric estaba intentando luchar contra algo y debido a ello me hizo dudar sobre su relación con los mortífagos.
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