──── 026.
Unas brillantes luces de color naranja se hacían cada vez más grandes y más redondas por todas partes; veía los tejados de los edificios, las hileras de faros que parecían ojos de insectos luminosos, y los rectángulos de luz amarilla que proyectaban las ventanas.
De repente tuve la impresión de que me precipitaban hacia el suelo; me agarré al thestral con todas mis fuerzas (lo cual fue difícil al no poder verlo) y me preparé para recibir un fuerte impacto, pero el caballo se posó en el suelo suavemente, como una sombra.
—Nunca más —murmuró Draco, bajando con torpeza del caballo—. Nunca más... Ha sido lo peor...
En ese instante, Neville bajó de un salto temblando de pies a cabeza, y Luna desmontó suavemente.
—¿Qué hace él aquí? —preguntó Harry, quien se encontraba cerca de una cabina telefónica junto a Hermione, Ron y Ginny.
—¿Sorprendido, Potter? —dijo con arrogancia.
—Esto no es un juego —dijo, con aspereza antes de mirarme—. ¿Por qué lo has traído? ¿Qué no sabes la estupidez que acabas de hacer?
—Cuidado con el tono en el que le hablas, Potter.
—Cierra la boca, Malfoy.
Draco había sacado su varita y aquello ocasionó que los demás que estaban con Harry hicieran lo mismo, por lo que he tenido que meterme entre ellos.
—No deberíamos hacer esto —dije, intranquila antes de mirar a Harry—. No tenemos tiempo que perder, ¿no?
—¿Qué debemos hacer? —preguntó Luna, quien era la única que no había levantado su varita en contra de Draco.
—Por aquí —indicó Harry, molesto mientras abría la puerta de la cabina telefónica—. ¡Vamos! —nos apremió al vernos vacilar.
Ron y Ginny entraron, obedientes; Hermione, Neville, Luna, Draco y yo nos apretujamos y los seguimos.
—¡El que esté más cerca del teléfono, que marque seis, dos, cuatro, cuatro, dos! —ordenó Harry, mientras ingresaba a la cabina.
El que estaba más cerca era Ron, así que levantó un brazo y lo inclinó con un gesto forzado para llegar hasta el disco del teléfono. Cuando el disco recuperó la posición inicial, una fría voz femenina resonó dentro de la cabina.
—Bienvenidos al Ministerio de Magia. Por favor, diga su nombre y el motivo de su visita.
—Harry Potter, Ron Weasley, Hermione Granger —dijo Harry muy deprisa—, Ginny Weasley, Neville Longbottom, Luna Lovegood, Ainara Scamander y Draco Malfoy... Hemos venido a salvar a una persona, a no ser que el Ministerio se nos haya adelantado.
—Gracias —replicó la voz—. Visitantes, recojan las chapas y colóquenselas en un lugar visible de la ropa.
Media docena de chapas se deslizaron por la rampa metálica en la que normalmente caían las monedas devueltas. Hermione las tomó y, sin decir nada, se las pasó a Harry por encima de la cabeza de Ginny; Yo leí lo que ponía en la mía cuando me la entregaron: «Ainara Scamander, Misión de Rescate.»
—Visitantes del Ministerio, tendrán que someterse a una inspección y entregar sus varitas mágicas para que queden registradas en el mostrador de seguridad, que está situado al fondo del Atrio.
—¡Muy bien! —respondió Harry en voz alta—. ¿Ya podemos pasar?
El suelo de la cabina telefónica se estremeció y la acera empezó a ascender detrás de las ventanas de cristal; la cabina quedó completamente a oscuras y, con un chirrido sordo, empezó a hundirse en las profundidades del Ministerio de Magia.
Harry llevaba sus manos hacia la polvorienta bola de cristal que tenía su nombre, por lo que todos nos hemos colocado a su alrededor y contemplamos la esfera mientras él le quitaba el polvo.
—Muy bien, Potter. Ahora date la vuelta, muy despacio, y dame eso.
Nos rodearon unas siluetas negras salidas de la nada, que nos cerraron el paso a derecha e izquierda; varios pares de ojos brillaban detrás de las rendijas de unas máscaras, y una docena de varitas encendidas nos apuntaban directamente al corazón.
Pude notar como el rostro de Draco se endurecía al ver a su padre.
—Dame eso, Potter —repitió la voz de Lucius Malfoy, quien había estirado un brazo con la palma de lama hacia arriba. Él todavía no se percataba de que su hijo se encontraba aquí.
—¿Dónde está Sirius? —preguntó Harry.
Varios mortífagos rieron; una áspera voz de mujer surgió de entre las oscuras figuras, hacia mi izquierda, y sentenció con tono triunfante:
—¡El Señor Tenebroso nunca se equivoca!
—No, nunca —indicó Lucius Malfoy, y en eso miró en mi dirección. Su rostro se endureció enseguida al ver a su hijo con nosotros—. Draco...
—¿Qué hace tu hijo con Potter? —preguntó la mujer, dando un paso hacia delante, separándose de sus compañeros, y se quitó la máscara. Azkaban había dejado su huella en el rostro de Bellatrix Lestrange, demacrado y marchito como una calavera, aunque lo avivaba un resplandor fanático y febril.
—Draco, tráeme la profecía —exigió su padre y todas las miradas se concentraron en el chico; quien estaba inmóvil en su lugar sin saber qué hacer.
—Yo...
—¿Está dudando? —inquirió Bellatrix—. Lucius tu hijo está dudando. ¡Está de su lado!
—Draco —mencionó Lucius más autoritario que nunca al ver que su hijo no se movía—. Ven aquí y trae la profecía.
Draco dudaba, podía verlo reflejado en su rostro. No obstante, comenzó a acercarse a Harry y aquello me hizo entrar en pánico porque no quería que él fuera al lado de los mortífagos; incluso si uno de ellos era su padre.
Así que, sin pensarlo demasiado he tomado fuertemente el brazo de Draco y lo tiré hacia atrás para luego apuntar con mi varita hacia las estanterías del lugar.
—¡REDUCTO! —grité, pero no solo yo había lanzado aquel hechizo. Si no que Neville y Luna me habían seguido, leyendo por completo mis intenciones.
Las tres maldiciones salieron volando en tres direcciones distintas, y las estanterías que teníamos enfrente recibieron los impactos; la enorme estructura se tambaleó al tiempo que estallaban cientos de esferas de cristal y unas figuras de blanco nacarado se desplegaban en el aire y se quedaban flotando; sus voces resonaban, procedentes de un misterioso y remoto pasado, entre el torrente de cristales rotos y madera astillada que caía al suelo.
Agarré fuertemente a Draco de su mano y tiré de él hacia delante, a la vez que me cubría la cabeza con un brazo para protegerme de los trozos de madera y cristal que se nos echaban encima.
Un mortífago arremetió contra nosotros en medio de la nube de polvo, y le dio un fuerte golpe a Luna en la cara. Sin embargo, antes de que este pudiera volver a hacerle algo, la chica se había levantado y alzado su varita para luego mencionar las palabras: «¡Desmaius!».
Draco y yo doblamos por la izquierda, perdiendo de vista a Luna. Entonces al final del pasillo he podido ver una puerta, por lo que sin dudarlo pasamos por ella y al mirar hacia atrás he visto a Neville correr hacia nosotros, mientras era perseguido por algunos mortífagos.
En el instante en que Neville cruzó la puerta he tenido que sellarla para que así nuestros enemigos no pudieran ingresar. Sin embargo, eso nos había separado por completo de los demás.
Ahora nos encontrábamos en una sala llena de relojes, los cuales no eran normales debido a que se trataban de giratiempos.
—No ha sido buena idea traerlo —me susurró Neville, mientras miraba a Malfoy en el suelo—. ¿Qué haremos si intenta traicionarnos?
—¿Qué dijiste, Longbottom? —espetó enfadado Malfoy, mientras se levantaba y se acercaba a él con aire amenazador—. Repítelo.
Neville lo miró unos segundos, dudando, pero luego se acercó a él con aire valiente y dijo:
—Ha sido mala idea traerte.
—¡Esperen! —exclamé, intranquila al verlos actuar de mala manera—. No es momento para pelear. Debemos de encontrar a los demás y...
Me mantuve callada cuando oí unas voces, por lo que rápidamente sostuve a Draco y Neville para así hacer que nos ocultáramos bajo unas mesas que había en el lugar.
—Quizá hayan salido al vestíbulo —dijo una voz áspera.
—Mira debajo de las mesas —sugirió otra voz.
Observé como uno de los mortífagos doblaba sus rodillas, así que no tuve más opción que apuntarlo con mi varita y gritar:
—¡DESMAIUS!
Un haz de luz roja dio contra el mortífago; este cayó hacia atrás, chocó contra un reloj de pie y lo derribó. El segundo mortífago, sin embargo, se había apartado de un salto para esquivar mi segundo hechizo. Luego apuntó con su varita a Draco, que salía arrastrándose de debajo de la mesa.
—¡Avada...!
Espantada me lancé contra él y lo sostuve por las rodillas, ocasionando que perdiera el equilibrio y no pudiera apuntar a Draco.
Neville volcó una mesa con las prisas por ayudarme, y apuntando con furia al mortífago que forcejeaba conmigo gritó:
—¡EXPELLIARMUS!
Mi varita y la del mortífago saltaron de nuestras manos y fueron volando hacia la entrada de la Sala de las profecías; me puse de pie y corrí hacia ella, pero el mortífago al cual Neville desarmó comenzó a seguirme.
—¡Apártate, Longbottom! —oí mencionar a Draco—. ¡Desmaius!
El hechizo de Draco dio contra el mortífago que me perseguía, y entonces este fue a parar contra una vitrina que se encontraba en la pared, llena de relojes; la vitrina cayó al suelo y se reventó, y trozos de cristal saltaron por los aires.
Aprovechando esa ocasión sostuve nuevamente mi varita, pero en ese mismo instante logré ver una persona oculta detrás de un estante y este al notar mi presencia dejó ver su varita.
Mi cuerpo se paralizó en ese instante cuando me dejó ver su rostro al quitarse aquella máscara, por lo que no tuve tiempo de reaccionar cuando un haz de llamas de color morado atravesó mi pecho.
—Ce... —susurré, mientras sentía como mi cuerpo se debilitaba por completo.
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