Desde que tenía memoria, Nino Lahiffe se había sentido vacío, incompleto, como si una parte esencial de sí mismo faltara. Esta sensación de vacío interior había dominado su vida, dejándolo incapaz de experimentar emociones genuinas. Su mundo siempre había sido frío, oscuro y silencioso.

Su madre, una mujer igual de inexpresiva y melancólica que él, le contaba que todo había cambiado cuando conoció a su padre. Él había traído calor, color y vida al mundo de ella, haciéndola sentir completa. Su madre le había prometido que algún día Nino también encontraría a alguien especial, alguien que lo "curaría, lo arreglaría, lo salvaría".

Durante toda su vida, Nino había esperado y soñado con ese momento, convencido de que era la única razón por la que valía la pena vivir. Y entonces, un día, la encontró. Mientras ella bailaba con la gracia de un cisne en una noche de invierno, algo dentro de Nino cambió. Su mundo se llenó de color y luz, y por primera vez en su vida, se sintió cálido, completo y vivo.

Ella era su escape del frío, gris y vacío mundo en el que había estado atrapado desde siempre. Ella era la persona que había estado esperando, con quien quería pasar el resto de su vida, casarse y estar hasta la muerte. Pero alguien más también la quería, y Nino no podía permitir que se la arrebataran.

Nino estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para mantener a esa persona a su lado. No le importaba lastimar, ni siquiera matar, con tal de que ella fuera suya. Nada ni nadie más importaba, solo ella. Ella sería suya, sin importar el precio que tuviera que pagar.

"No me importa lo que tenga que hacer. No me importa a quién he herido. No me importa la sangre de quién tenga que derramar. No dejaré que nadie me la quite. Nada más importa. Nadie más importa.

"Ella. Será. Será. Mía."

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