❛ Especial ❜
U N P L A N N E D
especial
❀̸
❛ 𝓗eridas ❜
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❝ Hija precavida de un
padre descuidado. ❞
ㅡMine, Taylor Swift.
12 DE MAYO, 2019
19:22 pm.
❪ ❛ GEUM SOWON ❜ ❫
DESDE QUE ME mudé al departamento, papá nunca se había dignado a visitarme. Dos años le tomó para hacerlo por primera vez. Y por supuesto que tenía que ser precisamente en estas circunstancias.
Tenerlo aquí, en mi espacio más íntimo, me resultó un fastidio, especialmente considerando el motivo detrás de su visita. No era ingenua; sabía que estaba aquí solamente por mi intrépida incursión en la vida de su amante y su secretito. Era evidente que sus intereses se inclinaban hacia ellas. Siempre había así, incluso con las dos fuera de cuadro, él siempre las tuvo consigo. Penoso.
La escena de ayer, tras mi intensa discusión con su preciosa Haye, lo dejó claro: él corrió tras ella para asegurarse de su bienestar. Llegó al extremo de seguirla hasta el maldito hospital. Mientras tanto, mi bienestar parecía ser una simple ocurrencia de último momento en su agenda. Con un día de retraso, cabe destacar.
—Vaya, qué sorpresa verte recordando mi existencia, ¿estás seguro de no haber venido con la hija incorrecta, hm? —fue mi irónica bienvenida al verlo de pie frente a la puerta de mi casa.
—Sowon —respondió con un tono fatigado, como si mi actitud le resultara agotadora. Nada nuevo.
—¿Cómo fue el emotivo reencuentro, eh? ¿Cumplió tus expectativas? Me apostaría a que la pequeña zorra estaba más que complacida de tener a todos corriendo detrás de ella, ¿no es así? —comenté con una risa fingida, captando la incredulidad reflejada en la mirada de mi padre.
Pero eso no era todo, en sus ojos vi también la culpa bailando peligrosamente cerca de la superficie, sin embargo, su rostro permaneció impasible, como si estuviera tratando de ocultar las emociones que sin duda lo invadían en ese momento.
—Es suficiente, Sowon. Lo que hiciste ayer fue más allá de lo aceptable. Ha sido un acto que ha traspasado todos los límites: creaste un escándalo en mi oficina, nos pusiste en una situación vergonzosa como familia, provocaste que Haye terminara en el hospital...¿y todo eso por una simple rabieta? Se acabó, ya es suficiente. No toleraré que sigas comportándote de esta manera sin enfrentar las consecuencias —advirtió con firmeza, aunque su voz resonaba con la carga de años de tensión y frustración acumulada entre nosotros—. Tus manipulaciones y maquinaciones van a detenerse aquí y ahora, ¿queda claro?
Mientras hablaba, su mirada destilaba una mezcla de cansancio y determinación. Sus ojos, aunque severos, dejaban entrever un trasfondo de decepción y tristeza. Lo había decepcionado, qué novedad. Era evidente que había llegado al límite de su paciencia, y el silencio que siguió a sus palabras se sintió hasta opresivo.
Podía suponer que todos los años de pequeñas heridas y resentimientos acumulados culminaban en este instante, donde las palabras y emociones finalmente iban a encontrar una salida. Y ya era hora.
Frente a su palabras, solté una risa irónica, un sonido vacío que resonó en el pasillo. —¿Quieres que me detenga ahora? Pero si apenas estoy empezando.
Su rostro se endureció y los últimos vestigios de paciencia se desvanecieron. Oh, bueno. Al parecer Jeongguk y mi padre tenían eso en común, esas mujeres eran su punto débil. Que patéticos.
—¿Crees que lo que hiciste ayer fue gracioso? ¿Piensas que esto es una broma? —cuestionó, su voz resonando con una mezcla de indignación y decepción, como si no pudiera comprender mi conducta—. ¿Qué es lo que ocurre contigo? ¿Cómo es posible que actúes con tanta crueldad sin mostrar ni un ápice de arrepentimiento?
Sentí una oleada de rabia recorriendo mi cuerpo, cada músculo tenso con emociones reprimidas, ¿y él me sermoneaba sobre crueldad?
—¿Acaso escuchas lo que dices? ¿Por qué diablos yo debería sentir remordimiento? ¿Huh? ¿Por dejar en evidencia a la zorra de tu amante? ¿Por abrirle los ojos a la perra oportunista de tu hija? ¿O por desmantelar ese patético mundo de fantasía tuyo que...?
—Detente —advirtió él nuevamente, su tono más firme, cortante como un cuchillo. Pero sus palabras no hicieron más que avivar las llamas de mi cólera. ¿Él realmente tenía el descaro de defenderlas? ¿A ellas?
—No soy yo quien debería sentir remordimiento, tú sí. Tú utilizaste a mi madre, la engañaste, simulaste amarla solo para salvar de la ruina al maldito negocio de tu familia, y cuando conseguiste lo que querías, intentaste desecharla. Fuiste desleal, traicionaste a tu propia familia, arruinaste la vida de otra mujer por puro capricho y luego la abandonaste con un bebé. ¡Tú! ¡Todo lo hiciste tú! No solo arruinaste la vida de mi madre, sino también la de la mujer a la que supuestamente amabas, la de la hija que dejaste atrás y la mía. Y mírate, no te veo a ti ahogado en remordimiento.
—¿Y te desquitas con otras personas por mis errores? ¿Eso es lo que intentas decir? —inquirió papá, su voz imperturbable, como si mis palabras no hubieran tenido ningún efecto en él.
—Me desquito con ella porque es tan responsable de mi infelicidad como tú lo eres. Su madre te tomó a ti, ella tomó a Jeongguk.
—Jeongguk no es una cosa que ella te robó, Sowon. Él tomó su decisión, Haye no tiene la culpa, ninguno de los dos tiene ninguna culpa, entiende que la única persona responsable de tu infelicidad es la persona que te inculcó todas esas ideas en la cabeza, aunque tú nunca vayas a aceptarlo.
—¿Ahora son solo ideas? Es la realidad. Tú traicionaste a nuestra familia. Elegiste a esa mujer por encima de mamá y a esa niña por encima de mí —le recordé, pronunciando mi verdad con firmeza—. Pero desafortunadamente para ti, tu plan no salió como deseabas y tuviste que conformarte con nosotras.
Papá negó con la cabeza, su rostro reflejando tanta incredulidad como frustración. Él no quería escucharlo, pero esa era la verdad, ¿por qué seguía negándolo?
—Estás completamente equivocada, Sowon. Crees que sabes lo que pasó, pero en realidad no tienes ni idea. Tu madre te repitió tantas veces esa versión distorsionada de la historia que acabaste creyéndola como si fuera la verdad absoluta.
—¡Es la verdad! —exclamé, mi voz cargada de dolor y resentimiento. ¿Por qué mamá mentiría? De lo dos, ella no era la mentirosa.
—No, no lo es —insistió con determinación—. Lo que ocurrió en mi matrimonio con tu madre, las decisiones que tomé, los errores que cometí, nada de eso tuvo que ver contigo. Fueron cuestiones entre adultos, problemas en los que ella no debería de haberte involucrado.
—¿Ahora culpas a mamá? —reí, sin poder creer lo que decía—. ¿Qué más, mh? ¿También le echas la culpa de que me hayas tratado con desdén durante toda mi vida? —pregunté, sintiendo cómo una mezcla de tristeza y rabia acumuladas se derramaba dentro de mí.
—¿Yo hacía eso? —respondió él, su mirada reflejando un profunda descreimiento—. Tú me tratabas con indiferencia, Sowon. Nunca supe cómo acercarme a ti. Desde el momento en que tu madre te llenó la cabeza con toda esa basura, me cerraste toda posibilidad. Me apartaste de tu vida y rechazaste cada uno de mis intentos de acercamiento, todos. Traté de cuidarte y protegerte de la manera que me era posible. Te di todo lo que quisiste, sacrifiqué muchas cosas para asegurar tu futuro y el de esta familia, pero nunca fue suficiente para ti ni para tu madre.
Sus palabras resonaron en la habitación llena de tensión, cada una cargada de más ira y dolor del que podía contener. Él no iba a convencerme de nada, no podía creer ninguna palabra de lo que decía, sus acciones habían hablado durante años por sí solas.
—No es cierto. Si alguna vez te importé, entonces nunca lo demostraste. Todo lo que dices son solo palabras vacías, excusas para no asumir tu responsabilidad en la destrucción de nuestra familia. Todo lo que sucedió es consecuencia de tus acciones. Te equivocaste, utilizaste a la gente que te amaba, pero aun así siempre encuentras una excusa, ¿verdad, papá? ¿No entiendes que todo esto es por tu culpa? Me recriminas mi manera de ser y de actuar, pero lo que soy y cómo soy es el resultado de tu fracaso como padre. Todo mi dolor está inextricablemente ligado a ti. Incluso Jeongguk, él también es tu culpa.
Mi forma de amar era como un veneno, no solo destruía a la otra persona, sino que también me consumía a mí misma. No podía razonar, no podía sanar, no podía seguir adelante. Era incapaz de dejar ir. Y ni siquiera me importaba dañar a alguien si con eso conseguía mi propósito. Él me había hecho así, ¿y ahora quería cambiarme?
—Mamá no es la responsable de mi infelicidad, tú sí lo eres —agregué, con el corazón a flor de piel, mostrando todas mis heridas abiertas—. Y ni siquiera son mis palabras, son de mi doctora. ¿Sabes lo que ella dice? Que las heridas que los padres infligen en el corazón de las madres tienen un profundo impacto en las hijas. Dice que por eso nos enamoramos tan profundamente de las personas equivocadas y nos aferramos a ellas. Que elegimos a hombres equivocados porque tenemos el corazón roto desde la infancia. Tú no cuidas de mí, papá. No me proteges. Ese nunca ha sido tu papel. Tú me lastimas, hieres mi corazón, ese es tu lugar, junto a Jeongguk. Justo en mi herida, ahí es donde ustedes dos se encuentran.
Las lágrimas habían comenzado a arremolinarse detrás de mis ojos, pero me negué a dejarlas caer. Estábamos al borde de un precipicio emocional, enfrentando una verdad que ya no podía ser ignorada. Las cicatrices de nuestro pasado se abrían frente a nuestros ojos, revelando un dolor que había sido enterrado pero nunca sanado. Y nunca lo haría. Yo había dicho y hecho demasiado como para volver atrás.
—Aprendí a vivir con eso; la verdad es que ya no tienes el poder de herirme más allá de lo que ya me has lastimado —tragué con fuerza el nudo en mi garganta y me erguí con seguridad—. Ahora, permíteme decirte que no tengo interés en escuchar lo que tengas que decir. ¿Quieres que me detenga? No lo haré. Quizás no obtenga exactamente lo que deseo, pero créeme, encontraré felicidad si tu querida hijita tampoco lo logra. Puedes intentar detenerme, por supuesto. Sin embargo, te prometo que de una forma u otra, ambas pagarán por el sufrimiento que han causado a mamá y a mí.
12 DE MAYO, 2019
22:39 pm.
❪ ❛ JEON JEONGGUK ❜ ❫
—¡Mano derecha, rojo! —me indicó Seulgi, muy cómoda y relajada desde su lugar en el sofá, con la ruleta en mano y una sonrisa burlona, dando inicio de la cuarta ronda de Twister en la que nos enfrentábamos: Haye y yo.
Porque sí, este era yo haciendo todo lo posible para ver a Haye sonreír. Mi dulce esposita estaba pasando por un momento difícil; su estado de ánimo no era el mejor, después de los recientes acontecimientos, y tenía razones de sobra para eso. Sabía que ella quería mantenerse fuerte y no dejarse afectar más de la cuenta, pero era humana. Hubo momentos en el día en los que pude notar los altibajos en su estado ánimo: momentos de alegría, de risas y positivismo seguidos por frustración y tristeza en los cuales se sumía en sus pensamientos. A pesar de que trataba de ocultarlo, yo lo notaba. Había estado buscando maneras de distraerla y, aunque algunas cosas funcionaban momentáneamente, era evidente que necesitaba tiempo para superar todo lo ocurrido.
Así que, aprovechando cualquier oportunidad para alejarla de esos pensamientos no tan agradables, pensé en invitar a los chicos a casa. Sabía que Haye quería pasar tiempo con Seulgi antes de que se mudara a Daegu así que sacrificaría mis egoístas deseos de tenerla solo para mí hasta que ese día llegara. A Haye le gustó la idea, ser anfitriona le serviría para mantener su cabeza ocupada, aunque yo me encargué de todo.
Haye se puso bonita, más bonita, si es que eso era posible, y yo me aseguré de que la terraza se viera decente. Luego fui por unas bebidas, cervezas y la interminable lista de antojos, en su mayoría de postres, que Haye tenía. Cuando regresé, pedí la cena a domicilio y al parecer los chicos tenían olfato de perro porque llegaron al mismo tiempo que la comida. De ahí, nos fuimos a comer a la terraza y pasamos un largo rato poniéndonos al día. Seulgi, nos dio más datos turbios sobre el bebé que le creía demasiado rápido en la tripa, esta vez nos enseñó más fotos y todo, ahora ya tenía forma de "bebé", pero yo seguía sin hacerme a la idea de que en menos de cinco meses traerían a una criatura tan frágil y chillona al mundo, Yoongi ya no podría dormir mínimo doce horas al día. Por otro lado, Dani y Taehyung, a pesar de que ya eran un pareja bien "consolidada" según él, seguían comportándose a ratos como el perro y el gato, haciéndonos reír a todos con sus discusiones que por lo general no tenían ningún puto sentido. Pero a Haye la entretenían, y ver a Haye sonreír en medio de esas conversaciones me llenaba a mí de felicidad.
Después de comer, los chicos insistieron en que querían una partida de cartas para animar la noche con esas apuestas que Taehyung siempre perdía. Las chicas fueron a buscar las cartas al cuarto, pero se distrajeron con todos los otros juegos, particularmente el de Twister que ni siquiera recordaba que tenía. Dani y Haye empezaron a insistir en jugar unas cuantas rondas. Taehyung y yo intentamos persuadirlas de seguir con las cartas, pero sus miradas suplicantes y pucheros adorables acabaron por vencer nuestra débil resistencia. Y aquí estábamos ahora, en nuestra cuarta ronda.
Yo le gané a Taehyung en la primera ronda, Haye le ganó a Dani en la segunda y Dani pateó en el suelo a Taehyung en la tercera. Taehyung acumulaba cero victorias, y había terminado esa última con un calambre. Seulgi y Yoongi estaban contentísimos de solo tener que mirar, ella decía que no podía jugar porque estaba muy embarazada, pero apenas se le notaba. Haye y Dani eran las más entusiasmadas con el juego.
Mientras colocaba mi mano derecha en el círculo rojo indicado por Seulgi, no pude evitar lanzar una mirada cómplice hacia Haye. Sus ojos brillaban con esa chispa de entusiasmo que siempre quería ver en ellos. Sentí ese nudo en el pecho, esa mezcla de amor y preocupación, que me impulsaba a hacer lo que fuera para arrancar una sonrisa de sus labios. Jugar Twister entraba en esa lista.
—Adelante, muñequita —la reté con tono burlón, deseando que la competencia pudiera borrar cualquier sombra de malestar de su mente, aunque solo fuera por un instante—. Serás la primera en caer.
Eso era poco probable, Haye debía de ser una de las personas más flexibles de este lado del mundo, no tenía ninguna oportunidad, pero ella respondió con una sonrisa radiante ante mi ridícula amenaza, y eso era todo lo que me importaba. Mientras ella colocaba su mano en otro círculo rojo del tapete, me las arreglé para inclinarme y depositar un fugaz beso en su suave mejilla.
—¡Alto ahí! ¡Los besos están terminantemente prohibidos, muchachito! —intervino Seulgi con un chillido agudo, asumiendo su papel de árbitro muy en serio.
Rodé los ojos y me reí, mientras Haye soltaba una risita encantadora. Música para mis oídos. Seulgi giró la ruleta nuevamente y, después de unos segundos de expectante silencio, anunció:
—¡Pie izquierdo, amarillo!
El juego avanzaba, y a medida que lo hacía, no podía negar que también la tensión aumentaba, con cada movimiento que nos obligaba a retorcernos y estirarnos. Todas las apuestas estaban en Haye. Podía sentir las miradas de los chicos fijas sobre nosotros, acompañadas de bromas y comentarios listillos y burlescos. Pero, a pesar de su presencia, sentía que la sala se difuminaba alrededor de nosotros, reduciéndose a solo Haye y yo, nuestras sonrisas y miradas llenas de complicidad creaban ese espacio íntimo que era únicamente nuestro. El efecto que Haye tenía en mí no dejaba de asombrarme, su intensidad no disminuía, todo lo contrario. Nunca creí que sería posible sentir tanto por alguien.
—Amigo, estás temblando, ¿no crees que ya deberías rendirte? —bromeó Taehyung desde el sofá, su voz cargada de diversión, como si él no hubiera terminado lloriqueando y todo acalambrado.
—Hombre, ¿qué dices? ¡Estoy en mi mejor momento! ¿No se nota? —le respondí apenas, tratando de sonar seguro de mí mismo, pero sintiendo a la vez cómo ese espíritu competitivo despertaba dentro de mí. Al menos para no rendirme en los próximos diez segundos.
La respuesta de Haye llegó en forma de una pequeña carcajada, genuina y llena de vida. Mierda, en serio estaba dispuesto a torcerme y estirarme en cualquier maldita posición con tal de verla así de feliz.
Las instrucciones de Seulgi continuaron, y con cada giro de la ruleta, Haye y yo nos acercábamos más físicamente. Su determinación y su entusiasmo llenaban el espacio, pero...hombre, no podía evitar notar cómo sus movimientos la llevaban a rozarse peligrosamente contra mí. Era un chico bueno, al menos lo era cuando teníamos público presente, pero aunque el juego era inocente en su esencia, yo no era inmune a su cercanía, incluso en estas circunstancias tan...lúdicas. Ella no parecía darse cuenta del efecto que tenía sobre mí, estaba demasiado enfocada en darme una paliza como para preocuparse por algo más, pero yo luchaba por concentrarme en el juego y no en el calor que surgía con cada contacto.
—¿Por qué parece que Haye podría hacer esto durante toda la noche cuando Jeongguk luce como si estuviera a punto de desmayarse? —cuestionó Dani y todos se rieron.
Sí, jaja, estaba a punto de desmayarme pero por razones muy diferentes.
—¡Rápido, chicos! —chilló Haye cuando se distrajeron con sus bromitas—. ¡Se me duermen los brazos, giren la ruleta!
Lo hicieron, y en la nueva comprometedora posición, su cuerpo se presionó contra el mío, carajo, mi respiración se volvió superficial. Necesitaba agua. Y distancia. Intenté sacudir la sensación de mi mente, enfocándome en la próxima instrucción de Seulgi.
—Brazo derecho, verde —anunció Seulgi, con un tono casi sádico.
Observé a Haye mientras se movía con gracia hacia el nuevo color. La forma en que su cuerpo se estiraba me hizo pensar en cosas que definitivamente no debería. Intenté ignorar el hecho de cuán jodidamente flexible era, y el sentimiento de deseo no tan inocente que comenzaba a manifestarse en ciertas partes de mi cuerpo. Este era un juego, después de todo, y mi único objetivo seguía siendo verla feliz. Sin embargo, cada roce accidental, cada mirada cómplice, sólo servía para aumentar la tensión que al parecer sólo yo sentía. ¿Podían largarse todos?
Finalmente, Haye y yo quedamos en una extraña y complicada posición, nuestros cuerpos entrelazados de una manera que hizo que mi imaginación volara lejos. Maldita sea, estaba enfermo. Podía sentir su respiración, su calor, su esencia, y mi mente vagó hacia pensamientos que me hicieron sentir más acalorado. Sentir a Haye tan cerca me afectaba de tal manera...que tuve que dejarme perder.
Me tiré al suelo y el alivio fue casi simultáneo. Bien, era eso o tener una erección frente a mis amigos. Sacrificios. Respiré profundamente mientras Haye celebraba su victoria con una energía contagiosa. Al final, fue un ganar-ganar: Haye estaba feliz por ganar, y yo estaba feliz simplemente porque ella lo estaba.
—No tuviste ni un poco de piedad conmigo, ¿y así dices amarme? —exageré dramáticamente cuando Haye me ofreció su mano para ayudarme a ponerme de pie—. Me duele todo.
Ella me miró con una sonrisa de suficiencia, usando toda su fuerza para levantarme del suelo. Y el solo contacto de su mano con la mía envió una descarga eléctrica por mi cuerpo. Fue justo como la primera vez que tomé su mano, cuando sentía que necesitaba tocarla de alguna manera, seguía sintiendo justo lo mismo.
—Una cosa no tiene nada que ver con la otra —replicó, su voz suave pero firme, mientras sus ojos brillaban con diversión.
—Jugaste sucio —la acusé, intentando mantener el tono ligero.
Haye jadeó, indignada. —¿Qué dices? Fue un juego más que justo —se defendió, sus palabras goteando desafío.
—Voy por agua —anuncié a los chicos, que ya se habían agrupado alrededor de la mesa para preparar una partida de cartas. Me volví hacia la cocina, y Haye vino tras de mí, sus pasos firmes resonando en el suelo.
Bien, porque quería que me siguiera.
—Eres un mal perdedor, Jeon Jeongguk —dijo, su tono burlón pero cariñoso. Diablos, ahora como que necesitaba envolverla entre mis brazos—. Un muy mal perdedor.
Me detuve y me volteé para mirarla directamente, con una chispa juguetona en mis ojos. —No perdí, preciosa, me dejé perder, es diferente.
—Sí, claro —respondió, cruzando los brazos sobre su pecho en un gesto que solo realzaba su belleza. Carajo, quería comerle la boca todo el tiempo, ¿cómo me hacía esto?—. ¿Desde cuándo eres de los que se deja perder, eh? No está en tu naturaleza.
—No dejabas de frotarte contra mí, era eso o tener una erección en frente de todos —solté, apenas conteniendo una sonrisa por la manera en la que su rostro se transformó —. Hay confianza, pero no tanta.
Sus ojos se abrieron de par en par y me golpeó en el brazo, su gesto descuidado y adorable. —¡Oh, por...! ¿No tienes vergüenza? Es en serio, alguien pudo haberte escuchado.
Solté una risa baja, disfrutando de su reacción.
—Estamos solos —le recordé, mi voz baja para más complicidad.
Ella frunció el ceño, aunque una sonrisa tironeaba de sus labios. —Alguno de ellos pudo haber venido detrás de nosotros.
—Pero no lo hicieron —respondí, dando un paso más cerca de ella, sintiendo esa tensión magnética tirar entre nosotros. Ella la ignoró, por supuesto.
—Como sea, yo no hice...nada de eso —Haye puso los ojos en blanco, su expresión una mezcla de exasperación e indignación—. No a propósito.
Abrí la nevera y saqué una botella de agua, ofreciéndole otra a mi escandalizada pero encantadora esposa. Esposa...eso seguía sonando como algo demasiado bueno para ser verdad.
—Me sedujiste para distraerme, a mí no me engañas, bonita, eso es jugar sucio —continué, disfrutando de la oportunidad de tomarle un poco más el pelo.
Ella arqueó una ceja, claramente divertida pero tratando de mantener una fachada seria. —Deliras, ¿debería preocuparme?
Tomé un sorbo de mi agua antes de responder, dejando que el líquido frío calmara un poco la calidez de mi interior.
—No te hagas la inocente conmigo, sé que ya no lo eres tanto —dije, permitiendo que mis ojos se deslizaran hacia sus labios, observándola con una sonrisa ladeada mientras recordaba la sensación embriagadora de su boca contra la mía. La pobre había tenido que soportar tenerme todo el día pegado a ella, pero para mí seguía sin ser suficiente.
Haye captó mi mirada y, a su vez, no pudo evitar desviar la suya hacia los míos, evidenciando su nerviosismo con un movimiento de tragar pesado. —No empieces, tenemos visitas —mencionó en un murmullo, aparentemente resistiéndose a caer en mi juego.
—No he dicho nada indebido —me defendí con una sonrisa, acercándome un poco más a ella.
—Me refiero a que...no hagas esos comentarios cuando tenemos visitas —dijo con un tono rabioso pero encantador, mientras el rubor adornaba sus mejillas. Ah, mi dulce Haye.
—¿Deberíamos enviarlos a su casa? —bromeé, atrapando su mano con la mía y acariciando sus dedos con ternura, deleitándome en ese juego delicado de entrelazar nuestras manos.
La atraje suavemente hacia mí, sintiendo cómo la conexión entre nosotros se intensificaba con cada caricia La sensación de tenerla cerca me resultaba adictiva; anhelaba perpetuar ese contacto, aferrarme a su mano, abrazarla, acariciarla, besarla...cualquier gesto que nos mantuviera unidos. Algunas veces, todavía me invadía un temor silencioso ante la magnitud de mis sentimientos por ella, consciente de lo profundamente que la amaba y de lo mucho que esa verdad transformaba mi vida.
Me quedé en silencio por un instante y ella me miró con atención, a la espera de que le dijera lo que estaba pensando.
—No me dejé perder, tú ganaste justamente.
Y así de sencillo, una sonrisa volvió a iluminar su rostro, su expresión adorablemente satisfecha. —Ya lo sabía.
Aproveché el momento para abrazarla por la cintura, hundiendo mi rostro en el cálido y reconfortante hueco de su cuello. Su fragancia me envolvió, y no pude evitar sonreír contra su piel.
—Pero no volveremos a jugar ese juego —le advertí suavemente—. O podría tomarte en ese mismo momento.
Sentí cómo se estremecía en mis brazos y entonces supe que había dicho suficiente. La Haye que se abochornaba con mis declaraciones no tan inocentes seguía ahí dentro así que decidí cambiar de tema para no mortificarla de más, aunque no quería soltarla.
—Me gustó verte toda feliz y entusiasmada —murmuré, echando la cabeza hacia atrás para poder contemplar su precioso rostro. No dejé de abrazarla, ella pertenecía a mis brazos—. ¿Te sientes un poco mejor?
Ella asintió, sus hermosos ojos brillando con gratitud, como si no hubiera hecho lo mínimo.
—Mucho mejor, gracias por hoy. Y también por lo de ayer. Y por todo lo demás.
Haye rodeó con ternura sus brazos alrededor de mi cuello, acortando la distancia entre nosotros hasta apenas existir. Sentí un torrente de emociones mientras la mantenía cerca, el cual me recordó el compromiso implícito de resguardarla de cualquier inquietud que pudiera perturbar su frágil paz.
—Eres un buen esposito —elogió con una sonrisa divertida.
—¿Sí?
—Ajá —ella asintió y yo sonreí.
En un gesto instintivo, incliné mi rostro hacia el de ella y rocé mi nariz con la suya, sentí cómo nuestras respiraciones se entrelazaban por un instante breve y me embargó una sensación de pertenencia. Ante mi gesto, ella respondió con la misma espontaneidad y dulzura que la hacían ser ella. Elevándose sobre la punta de sus pies con gracia, sus labios se encontraron con los míos en un beso corto pero cargado de significado. Me gustaba besarla, pero me gustaba incluso más cuando era ella quien me besaba.
—¿Y qué hay de lo otro? ¿Ya estás bien? —pregunté, recordando los malestares que había tenido esta mañana y durante la tarde. Se había ido a la cama sintiéndose algo extraña, y había despertado con un leve dolor de cabeza y nauseas, se suponía que eran los efectos secundarios de la pastilla de emergencia que había tomado. Haye decía que no era nada de que preocuparse, pero no me gustaba verla enferma, especialmente por algo que deberíamos haber podido evitar.
Ella asintió, aunque ante la mención del tema, su expresión reflejó cierta inquietud.
—¿No te vomité a mitad del juego o sí? —quiso bromear pero yo necesitaba escucharla decirlo, así que insistí—. Eso significa que estoy bien, muy bien de hecho.
—¿Y por qué parece que algo te molesta?
—No es así. Bueno, sí hay algo, pero....
—¿Qué es?
Haye suspiró, evitando mirarme directamente. —Creo que estoy un poquito paranoica.
—¿Por qué?
—No te burles —me advirtió de primeras—, todo sigue siendo muy nuevo para mí.
—¿De acuerdo? ¿Pero de qué se trata? ¿Por qué me burlaría?
—Porque desde que comenzamos a "hacerlo" pienso todo el tiempo que puede que esté...ya sabes —insinuó, mordisqueando su labio inferior.
Mis cejas se fruncieron ligeramente, tratando de descifrar sus palabras. —¿Embarazada? —sugerí, notando su reacción instantánea de rechazo ante esa posibilidad.
—Sí.
—¿En serio?
—Muy en serio. Ugh, me aterra solo pensarlo.
Sí, bueno, sí daba un poco de miedo, aunque en realidad la posibilidad no había invadido mis pensamientos tanto como seguramente había invadido los suyos. En el pasado siempre había sido precavido y meticuloso en ese asunto, por lo que la idea de un embarazo no planeado no había sido una preocupación constante en mi mente. Sin embargo, entendía de dónde venía su miedo, la verdad era que no estábamos siendo tan responsables como deberíamos. No estábamos siendo responsables en lo absoluto si nos referíamos a nuestros últimos encuentros. Anoche ya la habíamos cagado monumentalmente, pero luego hicimos lo que teníamos que hacer, la lección estaba aprendida, ahora sólo teníamos que ser más precavidos. No iba a joder el futuro de Haye por un error como ese.
—¿A ti no? —inquirió, con sus ojos alzados y bien atentos.
—Descuida, seremos más cuidadosos —le prometí, acariciando su espalda en un intento por disipar esos miedos, ya tenía suficientes preocupaciones para toda una vida, no necesitaba más.
—Sí, pero...seguimos siendo no tan cuidadosos. Y es mi culpa, nos llevo por el mal camino —suspiró, su voz cargada de auto-reproche.
Sonreí ante su trágica elección de palabras, intentando aliviar la tensión. —Bueno, tampoco es que me hayas obligado.
Ella frunció ligeramente el ceño, con un atisbo de culpa en sus ojos. —Se supone que soy la racional de los dos.
—No con esto, la responsabilidad es de los dos.
Haye asintió lentamente, procesando mis palabras mientras su mirada se perdía en algún punto distante, como si buscara respuestas entre nuestros pensamientos compartidos.
—¿A ti...no te molesta? —me preguntó con cierta timidez, revelando una vulnerabilidad que tocó una fibra sensible dentro de mí—. Sé sincero.
—¿El qué? —respondí suavemente, queriendo aclarar a qué se refería para poder darle esa tranquilidad.
—¿Que no podamos estar juntos...sin nada?
Ah, ¿Se trataba de eso? ¿Ella creía eso? Carajo, pero si yo deseaba a esta mujer de cualquier manera en la que pudiera tenerla, pensaba que a diario se lo dejaba más que claro.
—¿Por qué tendría que molestarme? Preciosa, eso no cambia nada para mí.
—¿Ah, no?
—No, no estamos listos para traer a un mini nosotros al mundo y ya, es todo. Además, ya le dimos suficientes dolores de cabezas a nuestros padres como para darles otra sorpresita —le dije en tono de broma y Haye sonrió, al fin.
—Nos matarían.
—Ni siquiera se lo pensarían. Y yo prometí cuidarte, así que será mejor no correr riesgos innecesarios
Ella asintió, determinada. —De hecho, hoy lo estuve pensando y quizás lo mejor sea abstenernos durante un tiempo, ¿no crees? De todos modos, ya lo hemos hecho bastante últimamente.
—¿Cómo...? —casi me atraganté con mi saliva—. Digo, no, no es en serio, ¿o sí?
Mi reacción provocó una carcajada en ella. —¿Qué? ¿No te gustó la idea?
—No podrías mantenerme fuera de ti —repliqué con confianza, dejando que una sonrisa juguetona se formara en mis labios—. Te gusto demasiado.
Ella arqueó una ceja de manera desafiante, sus ojos brillando con una chispa provocadora. —Oh, ¿eso crees? ¿Quieres apostar?
Negué con la cabeza lentamente, sonriéndole de costado. —No, en realidad, lo que quiero es llevarte arriba y hacerte el amor justo ahora.
Los chicos podían divertirse sin nosotros, ni siquiera lo notarían, sólo serían unos minutos. Aunque, Haye no iba a permitírmelo, por supuesto.
Delineé suavemente los contornos de su cuerpo con mis manos, mis dedos trazando un camino lento y reverente sobre sus costados. Mi mirada se mantuvo fija en la suya, buscando y encontrando ese vínculo profundo que nos conectaba. Y bueno, la fase de luna de miel estaba recién empezando. Haye se estremeció perceptiblemente cuando pasé mi lengua por mis labios, humedeciéndolos de manera intencional. Ella aclaró su garganta, esforzándose por recuperar la compostura que claramente se le escapaba. Tan linda.
—Como sea, entonces ¿estamos de acuerdo en que lo que pasó ayer no puede repetirse? —intentó cambiar el tema, aunque el nerviosismo en su respiración y sus ojos cayendo repetidamente hacia mi boca la delataban.
—Lo estamos, pero oye, no te pongas tan nerviosa —bromeé, queriendo aliviar la tensión pero al mismo tiempo disfrutando del juego entre ambos.
Ella hizo un esfuerzo visible por enderezarse y recuperar el control, aunque al hablar su voz mostró un ligero temblor. —Olvídalo, me estás dando otro dolor de cabeza. Será mejor que volvamos con los chicos.
—Tú mandas —obedecí como un cachorro y ella volteó sus ojos, luchando por contener una sonrisa.
Mientras nos despegábamos para comenzar a caminar, ella soltó una noticia que hizo que mi corazón latiera más rápido.
—Por cierto, Seulgi se mudará pronto. Creo que ya es momento de ir a recoger mis cosas.
Maldita sea.
¡Sí!
Al fin.
—¿En serio? —pregunté, con tanta ilusión que la hice soltar una carcajada.
Eso era exactamente lo que había estado esperando: dar finalmente ese paso. Haye había querido tomarse las cosas con calma, no quería hacerle sentir a Seulgi que la abandonaba, pero ahora que los planes habían cambiado y Seulgi se mudaría a Daegu, significaba que Haye finalmente se instalaría conmigo.
Mierda, en serio estaba jodidamente emocionado. Haye no había vuelto a pasar otra noche en el departamento desde que nos casamos, pero seguía sin ser suficiente. Quería que ella trajera todas sus pertenencias consigo. El hecho de que tuviera que ir al departamento de Seulgi cada vez que necesitaba algo me hacía sentir que nuestro lugar aún no era completamente suyo. Quería romper esa barrera y hacer que sintiera que este era su verdadero hogar, donde empezaríamos a construir nuestra vida juntos.
—Oye, lo dices como si no pasara aquí todas las noches —comentó con una sonrisa divertida.
—No se trata solo de estar aquí —dije suavemente, tomando su rostro entre mis manos, admirándola de más cerca su belleza—. Quiero que tus cosas estén aquí, quiero que sientas que esta es tu casa también.
Ella suspiró, sus pensamientos pareciendo vagar por los recuerdos. Haye acurrucó más su rostro en el calor de mis manos y yo acaricié con delicadeza sus rosadas mejillas.
—Lo sé, pero creo que necesitaré un poco de tiempo para acostumbrarme a la idea. Hace no mucho, caminaba por los pasillos de esta casa pensando que era el lugar más impresionante que había visto y ahora...
—Y ahora te pertenece. Todo, cada rincón, Haye. Es tuyo. ¿Lo sabes, verdad? Que todo lo que tengo es tuyo, cada cosa —afirmé, esperando dejar en claro la profundidad de mi compromiso y el deseo sincero de compartirlo todo con ella.
Me sentí afortunado y privilegiado en ese momento. A lo largo de mi vida, nunca tuve que luchar por nada, siempre se me ofreció todo sin esfuerzo, como si estuviera destinado a caerme en las manos. En cambio, la realidad de Haye había sido completamente distinta; ella había tenido que luchar y trabajar duro por cada logro en su vida. Sabía que ella y sus padres habían sacrificado muchas cosas para asegurar su futuro. Por eso, ahora sentía la necesidad de darle todo lo que pudiera, no quería que volviera a preocuparse por nada. Quería darle todo, ella lo merecía.
Pero para ella seguía sin ser tan fácil el aceptarlo.
Haye pronunció mi nombre, casi en un susurro, su voz cargada de emociones encontradas. —Jeongguk...
—Todo —reiteré con firmeza, buscándole los ojos para que viera la sinceridad en los míos—. Necesito que lo tengas muy claro. Puedes hacer con este lugar lo que te plazca, hazlo tuyo, hazlo nuestro.
—Suena muy bonito.
—Pero no son sólo palabras. Quiero que te sientas completamente segura y a gusto aquí. Que cada rincón de esta casa refleje no solo mi vida, sino la nuestra. Quiero que al entrar por la puerta, sientas que estás regresando a tu hogar.
—Lo hago, siento eso siempre que estoy contigo, ¿no te lo he dicho? —susurró, y su voz fue como un eco cálido en mi corazón. Antes de darme cuenta de lo que hacía, ya la estaba besando. Mis labios buscaron los suyos con urgencia, buscando transmitirle en ese beso la intensidad de mis sentimientos por ella.
Haye sonrió en mi boca y yo sentí como que quería darle el maldito mundo entero.
—¿Qué piensas de tener un estudio? —planteé por primera vez, intercalando mis palabras con besos suaves.
Había estado pensando en eso como un regalo de bodas. Todo había sido muy apresurado y nunca tuve el tiempo de llevarlo a cabo, pero cuando decía que quería hacer este lugar suyo, lo decía en serio. Y no creía que ahora mismo pudiera ofrecerle un mejor regalo que un lugar en donde ella pudiera expresar su arte sin restricciones.
—¿Cómo dices? —preguntó, y su risita se entremezcló con nuestros besos.
—Un estudio —reiteré, esparciendo besos fugaces por su rostro,—. Un lugar en donde puedas practicar siempre que quieras.
Fue entonces que vi su sonrisa desvanecerse, siendo reemplazada por una expresión con ojos sorprendidos e ilusionados. —¿Estás...? ¿Estás hablando en serio?
—Muy en serio.
Una sonrisa radiante se formó en el rostro de Haye y, sin previo aviso, se lanzó a mis brazos, abrazándome con una fuerza que solo podía provenir de la pura felicidad. La sostuve con la misma emoción, levantándola del suelo mientras su risa melodiosa llenaba todo el espacio.
—Ese es mi sueño. Desde niña siempre he querido... siempre he soñado con eso —confesó, y su voz se quebró por la emoción contenida—. No puedo creerlo. ¿De verdad hablas en serio?
Con delicadeza la coloqué de nuevo en el suelo y me aparté lo suficiente para poder mirar su rostro. Sus ojos brillaban con lágrimas de felicidad y su sonrisa iluminaba la habitación. En ese momento yo tuve la certeza de que no había nada que pudiera comparársele a esa imagen.
—Estoy hablando en serio, muñequita. Será exactamente como tú lo quieras.
Ella sorbió su nariz, intentando contener las lágrimas que amenazaban con caer, reteniendo la emoción en sus ojos, y volvió a abrazarme, buscando refugio en mi pecho.
—Te amo tanto, conejito —musitó, su voz brillando en mi pecho—. Tanto, tanto, tanto.
—Y yo a....
—¡VOY A ENTRAR! —chilló Seulgi repentinamente desde el marco de la puerta, anunciando su llegada de una manera peculiar—: ¡Si los pillé toqueteándose, tienen tres segundos para separarse! ¡1, 2...!
Ah, Seulgi.
Haye volteó los ojos ante su advertencia "desatinada", pero yo no pudo contener la sutil carcajada. Finalmente, Seulgi entró a la cocina cubriéndose dramáticamente los ojos, como si temiera ver algo que no debiera.
—Santo cielo, Seulgi, tienes la mente más sucia que Jeongguk —resopló Haye, sin desaprovechar la oportunidad de dejarme en evidencia.
—Ah, pues gracias, eh —dije y Seulgi soltó una risa burlona.
—Espero no haber interrumpido nada importante, pero tengo que recalentar esta pizza; bichito ya tiene hambre, otra vez —comentó Seulgi, acariciando suavemente su apenas visible barriga—. Por cierto, Tae está a punto de apostar sus calzones, quizás alguien debería detenerlo.
Bien, todo transcurría con normalidad.
—Ah, antes de que se me olvide —Seulgi sacó el teléfono de Haye del bolsillo de su pantalón y se lo ofreció—. Tu papá intentó llamarte, lo siento, no contesté a tiempo.
—¿Mi papá? —preguntó Haye, apresurándose a tomar su celular y revisar las llamadas perdidas. Un destello de ilusión cruzó su rostro por un instante, pero pronto se desvaneció.
El ceño de Haye se frunció de repente mientras observaba detenidamente la pantalla de su teléfono. Su expresión me puso nervioso, así que me acerqué para ver lo que veía. Era un mensaje de su padre, aunque no alcancé a leerlo, noté la consternación en el rostro de Haye.
—¿Qué pasa? —pregunté ansioso, últimamente estaba paranoico, no podía con otra mala noticia.
—Papá me escribió—dijo Haye, de repente palideciendo, su semblante reflejando toda su inquietud—. Dice que él y mamá se quedarán un par de días más en Seúl.
Oh.
—Bien —suspiré aliviado, pero Haye mantuvo esa expresión de consternación—. ¿Eso...? ¿Eso es bueno, no? —pregunté confundido, si permanecían más tiempo, eso podría significar una oportunidad para hablar y reparar la relación. Asumí que Haye se sentiría feliz, pero no fue así—. ¿No?
Haye negó con la cabeza, entregándome su teléfono para que pudiera ver el mensaje. —No se quedarán para hacer las paces. Lo harán porque despidieron a mamá de su trabajo. Ambos fueron despedidos.
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