Unos u otros

El ángel sacudió el viento al compás de sus plumas. La ráfaga partió árboles y arrojó piedras que se interpusieron en el sendero del hombre que lo transitaba. La tempestad formó nido en el camino del mortal, quien se escudó el rostro con manos temblorosas en un intento vano de proteger sus cansados ojos, no importándole que sus víveres se perdieran en la confusión. Conforme el humano avanzaba, la arena formó olas entre sus pies: pequeñas y constantes para cansarlo; grandes e intermitentes para obligarlo a retroceder. Mientras, el agua salada penetraba en las heridas que habían provocado miles de filosas astillas.

Cuando el hombre no pudo más, se arrodilló y juntó sus manos.

–Ángel mío, protector del desamparado, te pido que guardes mi travesía, pues mis fuerzas me abandonan y no sé si un demonio impide mi arribo al fuego de mi morada.

El viento dejó de soplar. Las arenas recobraron su perfecta inmovilidad. Las olas desistieron de lamer las heridas, casi purulentas.

–Gracias–sollozó el hombre– Sólo tu intercesión pudo salvarme de un destino horrible. Ahora podré seguir mi camino, con felicidad en mi rostro y la anécdota de tu protección.

El humano siguió su andar, y tal como prometió, predicó su notable historia.

A una ronda de Sol para llegar a su destino, divisó en la tierra un par de bolsas llenas de alimentos. Se acercó con precaución, moviendo la cabeza hacia los cuatro puntos por donde nace el viento; revisó entre los árboles y los arbustos para indagar si era una treta; pero lo único que lo confrontó fue el olor a pan recién horneado. Con más cuidado, pasó de largo.

Cuando pudo hacer su descanso, apretó los puños y los dirigió al suelo.

–Maldito seas, demonio; quisiste hacerme caer con esos víveres que estaban dispuestos en mi propio morral, perdido en la tormenta que provocaste. Alguna argucia planeabas; desde veneno con actuar lento hasta una emboscada con final vertiginoso. No desistes en tu afán de alimentarte de almas. Mejor vete. Corre a tus aposentos y déjame llegar a los míos, a no ser que quieras enfrentar a mi ángel salvador.

El hombre tomó un respiro al sentirse cansado por exclamar tantas afrentas. Buscó sombra debajo de un árbol falto de hojas alejado del camino principal, cerró los ojos y juntó sus manos.

–Mi sendero ha sido largo y lleno de peligros– exclamó en voz baja–. Por favor, protégeme mientras mi cuerpo descansa. – Terminó su oración y cayó en un profundo sueño.

–Humano desgraciado–dijo una voz que se entremezcló en su pesadilla. El sonido de las palabras, a pesar de su improperio, le traía paz–. Desconoces que nosotros hacemos el bien, con la certeza de que ustedes negarán nuestros regalos; mientras que los ángeles golpean sus esperanzas y luego dan abrazo con ungüentos de olor. Y te diré una cosa que se convertirá en recuerdo de polvo, pues mientras duermes, tu protector se limpia sus plumas con las oraciones que le has regalado y se olvida de los asesinos que están sobre ti; existen ángeles y demonios, pero de ustedes depende el convertirnos en unos u otros.

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