Ocurrencias (92)
El ingenio que tenía Juvia, a la hora de dar vida a situaciones que solamente serían capaces de sobrevivir dentro de su viva e hiperactiva imaginación, no era algo ajeno para nadie.
Mucho para el recurrente protagonista de esas fantasías que tenían lugar dentro de su cabeza.
Juvia, y no era un secreto, salvo para el propio protagonista, le tenía ganas a Natsu. Le tenía muchas ganas. Si fuera por ella, le rompería la cadera apenas pudiera volver a sentarse luego de la última ronda vivida por ambos en la comodidad de un lecho y el resguardo de una alcoba.
Al menos así era como se lo imaginaba ella. Y era realmente buena en eso.
Por algún motivo, que no alcanzaba a entender, Natsu no se daba cuenta de sus insinuaciones. O se hacía el idiota por que no se sentía preparado. Era una posibilidad a medias.
Aún así, segura en el interior de 4 leales paredes y una solidaria cortina, nada le impedía dar rienda suelta a su imaginación, dejándose llevar por ella a rincones de su mente que no sabía que tenía, o que no conocía en toda regla.
Especialmente en el ámbito sexual.
***
Curiosa, y eternamente entregada a esa inmensa curiosidad suya, asomó el rostro por le ventana. Irrumpió su rutina de ejercicios matutino para observar ese camión en el otro extremo de la calle, del cual descargaban objeto tras objeto al interior de la vivienda que ya contaba con, al menos, 4 años libre de habitantes.
Pero, al parecer, eso había llegado a su fin.
Sus ojos azules, y su cabeza de forma inconsciente, siguieron al auto rojo, un Mustang, que apareció desde atrás del camión estacionado y circuló por la calle hasta que rebajó su velocidad y se estacionó frente al mismo camión que rebasó.
—Madre de Dios... —se tragó un gemido ahogado junto a su saliva cuando vió, bajando del auto, a un jodido Dios griego en el otro lado de la calle.
Si antes no lo parecía, ahora era innegable; pegó el rostro y manos tanto como pudo contra el cristal de su ventana, sin perderse un detalle de ese semental que, esperaba de verdad, era el nuevo dueño de la casa.
—Juvia cree que ya está mojada —expuso en voz baja, con deje excitado y el pecho subiendo y bajando forzadamente como si la respiración costara mas que un iPhone.
El cristal se empañaba cada que el aliento ronco de la chica chocaba contra este; volvía a su estado natural al retomar oxígeno y repetía el proceso.
Sus pupilas estaban dilatadas, y brillaban de una manera usual entre colegialas.
Ese semental tenía un cuerpo esculpido con lujo de detalle, facciones capaces de dejar a Ryan Reynolds y a Brad Pitt como las primas feas que nadie quiere sacar a bailar, una altura que la obligaría a subir sobre las puntas de sus pies si quisiera robarle un beso, unos ojos tan oscuros que solamente lograría saber su color si los miraba detenidamente por horas y, por último pero más importante, una cabellera exótica de color rosado y peinado a modo de diversos mechones puntiagudos.
O, dicho de manera mucho más sencilla, era la puta perfección con forma humana. En este caso, de semental.
Lo observaba fijamente, diciendo para si misma que debía ser suyo en el menor tiempo posible, o el resto de "damas" que habitaban el vecindario harían sus propias movidas.
Si no las odiara tanto, consideraría la idea de una orgía.
Ese hombre, cuyo nombre sabría en cuestión de pronto, lucía joven y, además, parecía ser de cartera gorda.
Juvia no era tan frívola, ni sentía tan poco respeto por si misma, como para sentirse atraída por esas cualidades, pero, ciertamente, había que decirlo por que era verdad.
Las horas se fueron volando mirando como ese ardiente peli-rosa terminó por descargar el resto del contenido del camión para luego llevarlo al interior de su nueva vivienda.
Y esa misma noche, antes de dormir, Juvia, pensando en todo lo que quería hacer al nuevo vecino, tuvo un encuentro muy cercano con su mano derecha.
……
No tardó más de medio segundo en tocar tres veces la puerta.
Trajo lasaña hecha por ella misma, mucho del contenido de su perfume más caro y una minifalda; el resto, seguramente, pasaría por si solo.
—¿Si? —dijo el peli-rosado, abriendo la puerta.
Juvia se volvió una estatua en ese mismo instante.
¡Era más jodidamente sensual de cerca! ¡Ahora podía ver lo realmente definido que estaba su cuerpo y rostro! ¡Y sus ojos eran Jade!
—¡Juvia es Juvia! —gritó, sin darse cuenta de lo que hacía—. ¡Juvia le trajo lasaña!
La extendió, golpeando el torso del nuevo vecino, y el susodicho recibió el golpe de lleno hasta perder todo el aire en consecuencia.
—Gracias, que amable —dijo, tomando aire en sus pulmones y la bandeja caliente entre sus manos—. Soy Natsu, Natsu Dragneel. ¿Quieres pasar, Juvia?
¡Sabía el nombre de Juvia! ¡Sentía que se derretia!
—Claro, por que no —espabiló.
Ahora sus palabras eran menos intensas y estaba consciente de lo que estaba haciendo.
Él se hizo a un lado y ella entró.
Contoneaba las caderas, moviendo su gran, firme y redondo trasero de lado a lado, buscando tentar al semental para la reproducción.
Y claro que el semental lo vió. No pudo evitarlo. Esa mujer estaba de infarto, tenía que decirlo.
Apenas la vió moverse así y ya quería saber que había debajo de esa falda.
Cerró la puerta tras él, esbozando una sonrisa.
***
El desayuno ya estaba listo.
Colocó cada plato, vaso y cubierto sobre la gran charola de plata y la cargó en sus manos, manteniendo un equilibrio que solamente ves en el circus Solei hasta llegar a la estancia, donde estaban todos sus amos.
—El desayuno está listo —anunció para todos.
—Lo único que quiero para desayunar es a ti, Juvia.
El peli-rosado la hizo tirar la charola, desparramando los cereales, jugos y frutas por el piso, formando un charco de sólidos y líquidos.
Tomó a su sirvienta en brazos y comenzó besarla fervientemente. Ella correspondió inmediatamente. Envolvió el cuello con sus brazos y la cadera con sus piernas. Incluso, sola, se despojó de sus zapatillas.
—Buena chica —susurró sobre su oído luego de separarse de ese beso.
—¡No es justo! —bramó molesto otro de los amos, con exacta apariencia a su opuesto salvo por los ojos—. ¡Yo también quiero!
Empujó al contrario y arrancó su vestido de sirvienta con las manos, dejando sus pechos rebotantes al aire.
—Delicioso —musitó, llevándose el derecho a la boca sin escrúpulos.
Juvia soltó un gemido por el placer que le daba la boca de su amo. Y ese mismo gemido fue el detonador que hizo al resto de sus amos ir para servirse de desayunar.
Los 12 hermanos Dragneel eran exactamente iguales, salvo por ojos y tonalidades de cabello. Juvia estaba al servicio de todos ellos; siempre la trataron bien, incluso en el sexo, cuando hacían orgias con ella como la única mujer entre 12 hombres.
Salvo por el cuello y las calcetas largas, Juvia estaba desnuda, cabalgando sensualmente a uno de sus amos mientras, al mismo tiempo, turnaba los penes de dos mas llevándose primero uno a la boca por cierto tiempo y luego el otro; de perrito era penetrada por otro más mientras otro empujaba su cabeza para hacerla comer todo su miembro erecto, recibiendo nalgadas de parte de todos por igual en el proceso; de rodillas, con tres más de ellos rodeandola, masturbaba usando una mano y bebía todo el contenido saliente de ellos como bebés el dulce nectar de la fuente de la juventud; y los últimos 4 se delitaban comiendo sus pechos y su entrepierna, con la misma ferocidad y anhelo que el sediento bebé su agua o el ambicioso gasta su fortuna.
Llenaban a la chica de semen por todo el cuerpo, desde el rostro hasta los pies, y, luego de ayudarla a recomponerse, seguían con su día.
Juvia, por su parte, disfrutaba. Era precisamente esta la parte favorita de su trabajo: Ser adorada por 12 hombres igualmente bellos.
***
Lentamente su consciencia volvió a su cabeza, y sus ojos se abrieron difícilmente cuando eso sucedió.
Trato de moverse y fracasó; mirando a un costado descubrió su incapacidad para hacerlo debido a los grilletes de tela que retenian sus muñecas y tobillos. Todo eso sin mencionar, además, que no llevaba mas que un boxer encima.
—¿Que demonios? —cuestionó mientras forcejeaba en busca de librar al menos una extremidad.
Se asustó cuando oyó la puerta y el sonido que hacen las bisagras al moverse; pero relajó el gesto y el cuerpo cuando miró de quien se trataba.
—¡Juvia! —expresó con alegría y alivio—. ¡Sácame de aquí! —pidió, añadiendo más forcejeo.
Sin embargo, no respondió.
Más al contrario, en vez de liberarlo de su confinamiento, la mujer de cabello azul y ondulado delante suyo se despojó de la bata sobre su curvilíneo cuerpo. Dejó caer la prenda sin ton ni sol, revelando un conjunto de lencería que jugaba entre negro y azul, con encaje.
—¿Que...? —no quería decir malas palabras. Al menos delante de una dama. No importaba el contexto, no iba a hacerlo.
—¿Le gusta? —preguntó coqueta—. Juvia lo compró solo para usted, Natsu-sama.
Antes de poder articular palabra alguna, que seguramente serían balbuceos medio cocidos que intentaban preguntar qué diablos sucedía, la mujer le saltó encima con tanta velocidad y tanto ímpetu que se asustó y abrumó al mismo tiempo.
Esa mujer, a quien conocía bien, se liberó de las panties. Y esa misma prenda acabó dentro de la boca de Natsu, impidiendo la salida de nada menos que sonidos ahogados o pobres articulaciones lingüísticas sin concluir en una oración o palabra determinadas.
Tuvo que ser testigo de como, día con día por un periodo fuera de su conocimiento, Juvia, la mujer que conocía desde que se mudó a ese vecindario y a quien apoyó en diversas ocasiones, lo cabalgaba y abordaba sexualmente, a veces siendo gentil y a veces siendo realmente ruda, robando reiteradas veces su semilla hasta haber germinado a tres hijos con ella: Dos niñas y un varón.
***
—Te amo.
—Juvia también lo ama, Natsu-sama.
Volvieron a besarse, ahora, con más calma. Fue lento; algo que ambos disfrutaban de un modo más casto e íntimo.
Habían tenido su primera relación sexual y había sido la mejor experiencia que ambos, hasta ahora, habían vivido.
Terminaron sudados, cansados y muy satisfechos.
Juvia, volviendo a la realidad, sonreía por dentro y por fuera.
Solamente necesitaba más tiempo y traería a la realidad lo que cabeza era capaz de crear.
Natsu-sama no sabía lo que esperaba.
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Quiero decir, en defensa propia, que yo tampoco sé que pedo conmigo y este capítulo.
Hasta donde a mi concierne, hice lo que traía en la cabeza. No es algo que llevase mucho tiempo; sólo lo pensé de improviso y espere, a medida que lo escribía, a que muriera a causa de la falta de ideas y motivación.
Tristemente, jamás sucedió. Y ahora escribo esta nota, creyendo que sirve de algo.
¡Gracias por el tiempo de tu vida y hasta el próximo capítulo, lector promedio!
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