Finalmente fuera (94)

—¡Fuminochi!

Se había corrido por tercera vez en su boca, e incluso así la cantidad que emanaba era vasta.

La peli-azul, como en las primeras dos, apoyó las manos sobre las piernas de Yuiga, forzó el cuerpo y succionó el semen hasta tenerlo en su totalidad, para después tragarlo.

—Te has... Te has corrido mucho, Yuiga-kun —su voz era un manojo demasiado sensual. Lo era tanto para él que se sintió a full nuevamente.

Pero ya no le correspondía hacerlo sentir bien. Ahora turno de alguien más, alguien más cercano al muchacho. Cercano... Y sensual.

—Yuiga —su expresión lo decía todo. Estaba ansiosa, excitada también, pero más que nada ansiosa. La humedad en su entrepierna lo demostraba.

A diferencia de la primera ronda, ahora era su turno de estar por encima. Era su momento de tomar el control.

—¿Takemoto? —dijo confundido, o más sorprendido. Si. Ese era el término más acertado.

—Es mi turno, Yuiga —habló en un tono seductor. Bueno, en un intento por sonar seductora. Lo cierto es que ella también se sentía con los nervios a flor de piel.

Abrazó su cuello, acortó la entre su espalda y el colchón y se subió.
Las manos de Takemoto, apoyadas en el pecho de su amado, temblaban ligeramente, pero estaba segura. Esto lo haría, y lo haría bien. Quería que Yuiga lo disfrutara. Al igual que en los deportes, Takemoto estaba yendo en serio ahora.

—Takemoaahhh~ —no logro terminar de pronunciar su nombre. En su lugar acabó gimiendo.

Ya había estado allí antes, pero jamás dejaba de sentirse impresionado.
Takemoto se empalo a sí misma y no se detuvo hasta que todo el falo de Yuiga estuvo en su interior.
La sensación de ser llenada, de nuevo, la estaba volviendo loca. Inclinó la cabeza hacia atrás y soltó un suspiro combinado con un largo gemido.

—Esta... Esta dentro de mi... —Takemoto se sentía igual que Yuiga: Aun después de haberse probado con anterioridad, la sensación los superaba.

Para sorpresa de la chica, Yuiga, o más bien sus manos, se aferró a cadera. Las yemas se hundieron en la piel, tan suave y caliente.

Comenzaron a moverse: Takemoto se deslizaba hacia arriba y Yuiga se contraia, para arremeter con una estocada al mismo tiempo que Takemoto caía. La sensación de los movimientos, tan sincronizados y profundos, era aún mayor que la primera oleada de sensaciones.
Takemoto saltaba con un ímpetu propio de quien compite para ganar. Pequeñas gotas de sudor bajaban y caían de su frente, reflejo del esfuerzo al que se estaba sometiendo. Y Yuiga... Yuiga mantenía el ritmo acorde.

—«Es demasiado genial» —pensaba de salto en salto—. «Dios, siento que me va a romper la cadera».

Era cierto. Takemoto, fácilmente, podría romperle la cadera usando esa retaguardia que tenía. Todas esas horas de entrenamiento y todas las competencias estaban perfectamente reflejadas allí. Y Yuiga las estaba sintiendo de primera mano.

—¿No creerás que ya terminaron, o si?

Seguido de una risa traviesa, Kaminami hizo su acto de presencia. Apareció detrás de Takemoto y sin pedir permiso, o perdón, sus manos se posaron sobre ambos pechos.

—¿¡E-Eh...!? —era lógico que tuviera esa reacción.

—Si que son grandes —comentó divertida, y muy risueña—. No tanto como las de Ogata, pero ciertamente eres la segunda en la lista.

Yuiga, a punto de decir algo, fue silenciado por la susodicha en cuestión.

—Yuiga, solo... Se gentil —pidió con aire tímido, y muy apenado.

Yuiga apenas lo vio. Ogata se alineó con el rostro del chico y tomó asiento. El castaño comenzó a sentir más excitación, a un nivel mayor, cuando su nariz aspiró el aroma más íntimo de aquella mujer. Y se dejó llevar.
Su lengua, igual que Kaminami, no pidió perdón ni permiso; entró como un intruso entra a un hogar a robar. Rozaba las paredes, respiraba sobre ella, recorría los labios, se movía como una serpiente entre la hierba.
Ogata gemía como loca. La sensación era superior. Su sonrojo estaba en los niveles más altos mientras su vista yacía perdido en el techo. Solamente podía sentir la lengua Yuiga invadiendo dentro de ella.

—«E-Es... Es demasiado... Voy a... Voy a... ¡¡Voy a...!!»

Y finalmente sucedió.

Todos estallaron.

Ogata alcanzó el orgasmo, empapando el rostro de Yuiga de gran manera; Takemoto imitó la acción, solamente que haciéndolo sobre la cadera y una mano de Kaminami; y Yuiga lleno a Takemoto hasta desbordar. Podía ver claramente su semilla escapando del interior de Takemoto y cayendo sobre las sábanas.

—Descansa, te lo mereces —le dijo Kaminami a Takemoto mientras la ayudaba a bajar y a recostarse.
Le dio un beso en la frente cuando estuvo acostada y procedió a tomar el lugar que acababa de desocupar.

—No pensé que jugaras sucio —alegó el muchacho, luego de ayudar a Ogata en su propia situación.

—A veces se debe hacer lo que se debe hacer —fue su excusa disfrazada de respuesta—. Ahora mismo —tomó el pene de Yuiga, que seguía erecto, y lo apretó suavemente. Un gemido salió de los labios de Yuiga— me siento muy ansiosa. Ahora es mi turno.

Su intención era cabalgarlo. Ese era el plan, sin embargo, no se esperaba el movimiento tan atrevido que hizo Yuiga.

—Esta vez... —dijo de manera un tanto soberbia. Su rostro estaba muy cerca y la mantenía acorralada con sus brazos—. Voy a ir arriba.

El mismo se introdujo. No espero por nadie, ni siquiera por la propia Kaminami. Cuando lo sintió dentro, Kaminami enrollo sus piernas en la cadera del chico, y con sus brazos rodeó su cuello.

Yuiga se movía bien y de manera placentera. Los gemidos de ambos morían en la boca del otro con cada estocada. La lengua de Kaminami, sin embargo, era más dominante sin duda. Se paseaba por la boca de Yuiga y se entrelazaba como si nada con su lengua, la cual hacía su intento por abrirse paso y dominar.

—¡Yuiga!/¡Kaminami! —fue el grito de ambos, en sincronía, cuando sus respectivos orgasmos llegaron.

Las uñas de Kaminami se clavaron en la espalda de Yuiga, dejando marcas cuando sus manos se deslizaron por toda la extensión hasta caer sobre la cama, al igual que sus piernas.

—Yuiga-san.

Bajo otras circunstancias, quizás, esa voz diciendo su nombre lo habría puesto en un estado de pánico.
Sin embargo, en estas circunstancias, el cuento era otro muy distinto.

—Kirisu-sensei —respondió de manera sutil.

La profesora, su profesora, a quien tantas veces ayudó, estaba allí, sentada al borde de la cama, con la mirada abajo y desnuda.

Incluso estando desnudo, que hacia lo que pensaba algo muy ridículo, se sentó a su lado y, como un camaleón que busca burlar a la criatura que pretende dañarlo, adoptó la misma seriedad que ella.

—Desconozco el por qué estás aquí —dijo, rascándose la nuca y volteando a otro lado—. Pero no estas... Ya sabes, obligada a...

Que Kirisu-sensei posara una mano, una de sus tersas y delicadas manos, sobre su rodilla le provocó un escalofrío de placer y miedo combinado.
La mujer de cabello rosado levantó la mirada, mostrando brillo que denotaba seguridad.

—Yuiga-san... —entonó de manera firme, sería, pero, de algún modo, cálido y sincero—. Hazme el amor.

No pudo más. Fue demasiado.
Comenzó besando sus labios delicadamente. Kirisu correspondió con la misma delicadeza y juntos, lentamente, bajaron sus cuerpos hasta estar en la cama, Yuiga sobre Kirisu.

—No me hagas esperar —dijo sobre su oído en un susurro luego de hacerlo bajar la cabeza para que besara su cuello.

Al mismo tiempo que depositaba pequeños y fugaces besos sobre la piel de su profesora, se introdujo en ella. Gimió de placer al sentirse llena, e incluso cerró los ojos.

Era tonto ilusionarse con que sería el primer hombre dentro de ella.
Ambos sabían que no era así.

Yuiga se movía lentamente, a un ritmo constante. Le mandaba olas de placer del mismo modo que el mar acaricia a la playa. Así era como se sentía la profesora.

—Kirisu-sensei.

—Yuiga-san... Kyaa!!

Eso que de verdad no lo había contemplado.
Yuiga hizo lo imposible, casi literalmente, para que acabaran en esa posición tan vulgar y vergonzosa.

—¡¡N-Ni se te ocurra hacer... Aaahhh~!!!

Yuiga se introdujo por detrás, en su vagina. Vaya cabeza la suya al pensar que Yuiga iba a... Practicar sodomia con ella. Pero no fue así, menos mal. Mucho menos mal. Sin embargo, no podía evitar sentirse avergonzada de igual modo. Esa posición era llamada "de perrito" en la jerga sexual. Y lo estaba haciendo.

Yuiga, aferrado de manos a las caderas de Kirisu, embestia a alta profundidad, llegando casi al útero. Esa posición permite eso, pensó Kirisu en medio del éxtasis.
Sumado a eso, Kirisu sintió el clímax aún más cerca cuando la mano de Yuiga la golpeó sobre una de sus nalgas. Y al ser de piel tan delicada y blanca, la marca de la mano quedaría allí para el resto de su vida.

—¡Kirisu-sensei!/¡Yuiga-san! —fue el grito de ambos al aterrizar de lleno en el placer máximo con un orgasmo unísono.

Kirisu dejo caer su rostro sobre los cojines, quedando así, con el culo al aire, por culpa del cansancio.
Yuiga también se dejó caer sobre el colchón, soltando suspiros y suspiros para regular su desenfrenada respiración.

—Yuiga-kun...

Se sentía como un tonto. Se había olvidado de ella.

—L-Lo siento, Fuminochi... Yo... Ya no puedo más... —tuvo que ser honesto. A duras penas, quizás, conseguiría estar duro de nuevo. E incluso así, le faltaban energías. Muchas energías.

—No te preocupes —dijo de manera dulce—. Tu y yo nos arreglaremos la próxima vez —parecía un ángel.

Sin embargo, las palabras finalmente hicieron clic en la cabeza del chico.

—«¿P-Próxima vez...? C-creo que voy a morir...» —pensó, justo antes de caer ante el agotamiento máximo.
























































































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Les juro que llevo picadito con esta serie mucho tiempo, y desde hace todavía más tiempo que quería hacer esto. Finalmente, luego de meses de haberlo dicho, finalmente me salió. De hecho, el título se basa en eso; no hay ningún doble sentido, cabe aclarar.

Gracias por tu tiempo; te espero en la siguiente entrega, vil alma pecadora.

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