| 88 | Un adiós definitivo
El estallar de las balas y las explosiones, golpeando contra las casas y la tierra, era algo que hacia llorar hasta al más valiente.
La peor parte de la guerra no es lo que le hace a las naciones o a los líderes que las empiezan y dirigen; lo peor de la guerra es lo que le hace a quienes la viven y experimentan de primera mano.
Ver morir a los tuyos, del modo más frío y cruel posible, era algo que no podías olvidar fácilmente. Especialmente si hay alguien que te lo recuerde constantemente.
En Polonia la situación estaba a nada de irse al demonio. Sonaba feo, pero era la verdad. Nadie lo podría expresar sin que pareciera una burla a las circunstancias.
En una casa del lugar residía una anciana enferma y su nieta, una joven dama de cabello plateado y ojos marrones.
—Lamento que las cosas terminen así, Yukino —dijo la abuela con deje triste. Su nieta no pudo oírla bien ya que los golpes a la puerta, que indicaban la entrada forzada de alguien, obstruian lo que su débil voz quería expresar.
—No te preocupes, abuela —dijo Yukino, empujando otro mueble para pegarla contra la puerta—. Nadie entrará aquí. Lo prometo.
Su promesa fue rota pocos segundos después.
Pero no por ella.
—¡Andando!
La pared estalló en escombros y humo de concreto. La joven dama cayó al suelo estrepitosamente mientras que la anciana, tristemente, no tuvo tanta suerte.
—¡¡ABUELAAAAAA!! —gritó Yukino, rompiendo fácilmente en llanto.
—¡Tomen a la mujer y destruyan la casa! —ordenó el que estaba a cargo, un fornido comandante vestido de verde y con pectorales revestidos de metal.
¡Bang! ¡Bang!
Giró sobre sus pies al oír los disparos. Él no había ordenado disparar.
Al darse la vuelta ya no había nadie, más que los cuerpos perforados de dos de sus hombres, tendidos en su propia sangre.
***
Los pasos resonaban por todo la extensión boscosa. Las hojas secas crujian con el andar del hombre temerario que portaba un arma... Y una mujer.
Al llegar a su destino, una vieja choza de madera, la bajó y colocó sobre sus pies.
En vano, la mujer cayó sobre sus rodillas mientras el llanto, que apenas eran unas lágrimas amotinadas, se volvían cascadas de dolor provenientes de sus ojos, más una sinfonía desgarradora saliendo de su garganta.
—Lo lamento, señorita —se disculpó ese hombre, agachando la cabeza—. Debí llegar antes. De haberlo hecho, su abuela seguiría con vida. Le suplico, me perdone.
Él entró a la casa, dejando en total soledad a la joven dama para que pudiera convivir con su dolor y así llegar a un acuerdo final.
No sería fácil, pero era una ruta de la vida por el que todos pasan eventualmente. Especialmente, si la guerra estalla en el rostro de tu nación.
***
Londres, 1941.
—Se lo agradezco mucho.
—Lamento no haber vuelto antes. Se que te hubiera gustado tenerlo el día de tu cumpleaños —se disculpó apenado, también rascando la nuca.
Yukino atrapó el rostro del hombre entre sus manos y lo besó. Fue un beso de amor, que iba lento y cargado de emociones.
Aún no cabía en su felicidad por volverlo a ver.
—Es el regalo perfecto, Natsu-sama —dijo Yukino al separarse. Juntó su frente con la de su amante, cerró los ojos y coordinó su respiración con la de él—. No importa que día sea; gracias por recordar un día tan importante para mí.
Natsu, el hombre que la salvó de los horrores nazi en Polonia, la envolvió con sus brazos por la espalda. Estrechó su cuerpo con el de ella, dándole un enorme abrazo.
—Yukino, yo... —y de repente el dolor volvió. No quería decírselo. Pero si no se lo decía, y partía en solitario, le causaría mucho más dolor. Eso era inaceptable—. Me iré mañana —reveló con un susurro quebrado—. Mañana seré embarcado y enviado a las líneas delanteras en dirección a Alemania.
No escuchó palabra alguna de Yukino. Ni siquiera su respiración.
Sabía que la habia lastimado, pero el era un hombre. No lanzaba la roca y escondía la mano; si se atrevía a lastimar a una mujer, también tendría los tamaños para afrontar las consecuencias de frente.
—Soy consciente... —dijo, alargando sus palabras—... De lo que la guerra hace a los inocentes. Estoy preparada para perderte otra vez. No se preocupe por eso, Natsu-sama.
Ella se inclinó, estrechando todavía más el abrazo a su amante.
Él no la alejó, sino que se aferró con fuerza a ella. Su mentón se sostuvo sobre el hombro de Yukino, cerró los ojos y permitió que las lágrimas salieran.
A fin de cuentas, nadie deja de ser hombre al llorar por lo que amas.
Repentinamente, Yukino, se separó. Sus labios se conectaron a los de él con lentitud, pero transmitiendo diversas emociones y sensaciones. Principalmente, la añoranza, ese deseo de volver a verle y sentirlo en todo su esplendor.
—La noche es joven, Natsu-sama —dijo Yukino. Tomó su mano y se alejó algunos pasos hacia atrás, con dirección a la escalera al segundo piso de la casa—. Si será la última en mucho tiempo... No lo será en lamentos.
La cargó en sus brazos y juntos subieron a la alcoba que compartían.
Esta noche, las emociones estarían a flor de piel como jamás lo estuvieron.
***
Una hoja se desprendió de una de las frágiles ramas de aquel árbol a sus espaldas.
Ninguno de ellos lo notó, ya que no podían despegar sus ojos del otro.
El escalón subió y cerró la pequeña embarcación cuando se confirmó la presencia de todos los soldados dentro de la misma.
Sentado en su lugar, con un rifle en las manos y un inmenso dolor en el corazón, Natsu miraba desde la distancia a Yukino, quien hacía lo mismo.
La distancia comenzó a crecer como una brecha en la tierra. Sabían que solamente era un "hasta luego"; Natsu prometió volver y siempre cumplía sus promesas.
Ella le tenía mucha confianza.
—Adiós, Natsu-sama —se despidió. Obviamente no podía escucharla, pero si sentirla. Podía sentir el corazón de Natsu y él el suyo. Fijó la vista en su mano, o más concretamente, en la sortija que envolvía su dedo anular. Después devolvió la vista a su prometido—. Cuando vuelva, seremos una familia. No importa cuanto tiempo tarde, yo–
¡¡¡KABOOOOOOOOM!!!
La onda de choque, producido por el impacto, fue tal que el cuerpo de Yukino sucumbió y aterrizó sobre sus rodillas.
Al alzar nuevamente la vista había humo, explosiones, balas y aviones enemigos tiñendo el cielo y el mar de rojo.
Pero solamente una cosa captó su atención.
—¡¡¡¡NATSU-SAMA!!!!
Su matrimonio... había terminado antes de empezar.
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Adoro los finales felices.jpg
¡Gracias por el tiempo de tu vida y hasta el próximo capítulo, lector promedio!
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