No era un Adiós.

Final alternativo de "Adiós"


"Mahiru..." Sonríes y lo abrazas con más fuerza, aunque no sabes si es por haberlo escuchado jadear tu nombre o por las olas de placer que recorren tu propio cuerpo, así que elevas las caderas pidiendo más.

Eres horrible. Eres la peor persona en todo el mundo por hacerle esto a él, y la peor parte es que no te importa en lo más mínimo. Porque crees que esto es algo que te mereces, algo que la vida te debe.

Te lo mereces porque has estado aguantando el dolor por meses. La decepción y la frustración han sido tus compañeras fieles por todas éstas semanas. Todo gracias a aquella tarde que, al querer sorprender a tu marido por el día de su aniversario, le llamaste para mentirle descaradamente diciendo que no llegarías esa noche sino dentro de tres días, porque "las cosas en el viaje de negocios no iban muy bien". El muy bastardo te respondió que no había problema alguno y que te esperaría, sin embargo, cuando llegaste horas después tuviste un muy mal trago al verlo en tu cama con su amante.

No eres idiota. Siempre has sabido que Tsubaki a amado a Sakuya desde que eran niños, y tampoco te importó tomarlo.

Así que quizá esto sea lo que muchos llaman Karma la vida te está castigando por todo lo malo que has hecho.

Pisar el césped. Masticar chicle en clase. Salir por la entrada y entra por la salida. Incluso casarte con otro hombre amando a tu mejor amigo.

Éste es tu castigo.

Y no te arrepientes de nada. Sobre todo ahora, mientras la lengua de Kuro hace maravillas en tu miembro piensas en lo mucho que lo has extrañado.

Cinco años. Cinco eternos y malditos años.

El último recuerdo que tienes de él fue la noche del frabulloso día. Él con el esmoquin negro que tu mismo escogiste, tan atractivo con el cabello celeste despeinado y visiblemente ebrio, parado frente a todos tus amigos y familiares dando un discurso digno de un mejor amigo deseándole felicidad y amor eterno a los recién casados. Después de eso Kuro desapareció.

Aunque en un comienzo creías que era lo mejor para todos, te dolió a los dos días. Porque se fue sin despedirse después de haberte hecho el amor y decirte que te amaba, se largó a Inglaterra. Y tú ahí, casado y con el recuerdo de su cuerpo desnudo friccionándose con el tuyo. Porque te diste cuenta, tarde, que lo amabas y ya no importaba porque lo habías perdido.

Siempre recordaste aquella noche. En el prado, bajo la luz de la luna y en el auto azul de Kuro; él te besó y una parte de tí se rompió porque ese era uno de tus sueños recurrentes de infancia, pero no era correcto. No en ese momento, a horas de contraer nupcias. Sin embargo el hombre en tu interior, aquél que deseaba con cada mililitro de sangre sentir como ésta hervía por primera vez en la vida, lo deseaba. Quería que eso pasara, que pasara ya y con nadie más que con Kuro.

Porque siempre fuiste el chico bueno, aquel que seguía lar reglas al pie de la letra; quien odia las cosas complicadas porque son un fastidio los arrepentimientos. Por eso escogiste casarte con aquel que siempre juró amarte, porque era más sencillo y simple aceptar ser esposo de Sakuya que aceptar que amabas a Kuro. Kuro, tu mejor amigo; Ash, quien nunca había estado con alguien porque aparentemente ya amaba a alguien más, alguien que tu no conocías.

¿Qué hiciste tú? Fuiste con tu roto corazón a llorarle al peliverde, comenzando así su relación.

¿Quien diría que -años después- descubrirías que el amor eterno de Kuro eras tú? Y no solo eso, él tuvo que -prácticamente- violarte para que te dieras cuenta.
Lo arañaste, lo mordiste y crees haberlo maldecido con todas las groserías que le habías escuchado decir a tus amigos, pero que jamás usaste hasta esa noche.

Y te entregaste. Lo disfrutaste y lo amaste.
Y aún así dijiste "Si, acepto" en el altar, junto a otro hombre.

Te casaste y Kuro se fue por tu cobardía, porque creías que tu plan original sería mejor. Tu vivirás toda una vida feliz con Sakuya mientras amabas a alguien más. Y ese alguien más tendría la oportunidad de encontrar a una persona que lo amara como se merecía, con toda el alma.

Cinco años después, cuando aún el de ojos grises ronda por tu cabeza cada que recuerdas su obsesión con los felinos cuando ves gatos en las calles, tu marido te es infiel. Con el hermano de tu posible amor platónico y en tu cama.

De nuevo: quizá sea el Karma o el destino quién te hizo mentir sobre conferencias fuera de la ciudad a un sonriente Sakuya, meses después de descubrir su infidelidad, y esa mentira te llevó a la gran ciudad de Tokio. Quizá fue el destino quién te hizo entrar a esa tienda de antigüedades donde te encontraste cara a cara con el peliceleste, quien compraba alguna baratija como souvenir para algún amigo inglés.

Kuro estaba visiblemente más maduro y esa cualidad le daba un aire de frialdad que te cortaba el aliento. Estaba diez veces más guapo y cinco sentimientos más alto.

Sea lo que fuere ese algo que los llevo a ambos a un cuarto de hotel, no importa realmente. Porque lo necesitas.

"¡Ahh! K-kuro... ¡Kuro!" Gritas al sentirlo entrar en tu interior. Lo has tenido dentro de ti solo una vez, hace media década ¿Como es posible que lo sientas como algo natural? Como si tu interior fuese hecho exclusivamente para que el cuerpo de Kuro te tomase a su antojo.

Quieres más, quieres sentirlo duro y ardiente por tí, para tí y él te complace con aquella capacidad innata que tiene para leerte la mente como cuando eran niños, como toda la vida.

"MahiMahi..."

Ni siquiera te molestas en recriminarle el estúpido apodo, mejor utilizar esa fuerza para algo más productivo; como corresponder a sus fuertes estocadas con tu propio vaivén frenético. De nuevo arañas su espalda y le muerdes cuando sus labios buscan los tuyos, disfrutando del sabor de la sangre que escapa de la herida enfrigida por tus dientes.  Y aguantas con gran masoquismo lo bruto que es él y sus penetraciones salvajes a tu tierna carne.

Ese no eres tú. Ese no es él.

Dos desconocidos entregándose al placer de sus cuerpos. Amando la forma en que éstos encajan de forma perfecta, como dos piezas de rompecabezas. Formando un todo.

En algún punto el calor es insoportable, la sangre hierve en tus venas y el frenesí del momento viaja junto con la adrenalina por tu cuerpo. Quieres que todo acabe de una vez y al mismo tiempo quieres que dure para siempre.

Entonces lo sientes, la corriente eléctrica por cada fibra de tu ser, la explosión de neuronas tras tus párpados; y crees ver las estrellas, las galaxias y -por más pecaminoso que sea- al mismísimo Dios. La dulce y pequeña muerte. El mejor orgasmo que has disfrutado en años.

Sostienes a Kuro entre tus brazos cuando es su turno y él gruñe tu nombre, vaciando su caliente semilla en tu interior alargando de forma alarmante tu propio orgasmo.

Tu alma grita por el deseo irracible de no soltarlo nunca. Porque no quieres que se vuelva a ir. No otra vez. No sin tí.

Lo decides entonces. Mientras ves su perfecto y redondo trasero encaminándose al baño para refrescarse tras el placer recibido, lo decides.

Lo seguirás a donde sea que vaya. Ya no hay nada que te detenga en ese lugar.

Lo amas, lo has amado siempre y se lo dirás en cuanto salga del baño.

Porque Kuro es la única persona que te a tratado como un igual. Nunca te consideró como una frágil figura de porcelana, como si te fueras a romper en cualquier momento. Kuro conoce tu fuerza y tu valía y te ama por ello.

Lo dejaste ir una vez. No sucederá de nuevo.

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