🌊•Capítulo 32•🔥


Lia Kim

—¡Blake! —son mis felices palabras al verlo a los ojos. Su figura yacía bajo el paraguas negro que sostenía su mano derecha, evitando que nos mojáramos.

Él elevó las comisuras de sus labios, los cuales estaban húmedos y en tonalidad rojiza.

—Hola, Lia.

Sonreí también, luchabdo contra mí misma para no bajar la mirada.

—No sé que pasó para que estuvieras llorando, pero no permitiré que sigas bajo la lluvia.

Mi corazón se aceleró muchísimo, ¿es acaso... por Blake?

Ninguno de los dos dijo nada durante un corto tiempo. Ambos continuamos nuestro camino debajo del paraguas, avanzamos sin tomar curvas, pero la tormenta aumentaba cada vez más. Era tanta la tempestad que si continuaba así nos veríamos obligados a refugiarnos en algún lado.

Y así fue, como si de una predicción se tratara.

Corrimos lo más rápido que pudimos, Blake agarró mi muñeca para que no me desviara de su lado y seguinos corriendo, hasta que vimos las escaleras que descendían hacia una parada del metro.

-Con cuidado —le recuerdo a mi amigo mientras empezamos a bajar por las escaleras, pues estaban resbaladizas.

Cuando al fin nos adentramos lo suficiente al interior de la parada, nos quedamos mirando a nuestro alrededor, dándonos cuenta de que casi nadie estaba esperando el metro. Buscamos algún banco libre para allí descansar, y una vez que estábamos cómodos en un buen sitio, me recosté al espaldar del asiento y dejé caer mi cabeza hacia atrás, empezando a dejar que mis párpados se cerraran.

Ubiqué mis manos encima de mi regazo mientras que mi respiración se volvió lenta y profunda.

A veces desearía estar en el hospital; allí nadie me molesta, me crítica o me dice mentiras. La verdad, en el año que estuve allí tuve tiempo suficiente para reflexionar en algunos asuntos, asuntos tan mínimos que casi nadie les presta atención. Como, por ejemplo, cuando llueve. Hay veces en las que llueve fuertemente, como hoy, y otras en las que es suficiente la poca agua que cae para los cultivos y demás. Me gustaba pensar que caían gotas del cielo porque dos nubes se besaban, aunque, en realidad, las nubes no se pueden besar, ya que no tienen sentimientos, ni siquiera boca. También me gustaba pensar que en otoño los árboles dejaban caer sus hojas porque eran como sus hijos, ya era hora de salir de casa, de ser libres y de continuar solos. Otra teoría tonta, lo sé. Me ponía a pensar en el las temperaturas. ¿Cómo se sentiría vivir en un lugar tan frío como el Polo Norte o tan caliente como África? ¿En cuál sería más fácil la vida? Bueno, quizás en África porque al menos allí hay ríos, se permite la ganadería de animales que son necesarios, etc, etc.

Ya no tenía energías para pensar más, poco a poco estaba entrando en un sueño profundo. Me incliné hacia un lado hasta que mi cabeza en un lugar bastante suave y blandito, consiguiendo dormirme cómodamente.

Blake Lee

Estaba tratando de imitar a Lia para no incomodarla cuando de repente apoya su cabeza en mi hombro, dormida. Observé hasta el más mínimo de sus actos: una respiración coordinada con el movimiento de su abdomen, su boquita entreabierta... Me daba lástima verla toda mojada, esto le iba a traer un resfriado. Pero, ¿qué puedo hacer yo si estoy igual de mojado que ella?

Apoyé la mano del brazo que estaba siendo aplastado por Lia sobre el hombro de ella, para transmitirle calor, pues no quería que le sucediera nada malo.

Un tiempo después, a mí también me estaba dando algo de sueño. Dejé descansar mi barbilla en la cabeza de la rubia y empecé a cerrar lentamente mis ojos.

...

Sentí una luz arruinar mi maravilloso sueño, como un flash o algo así. Abrí y cerré mis ojos varias veces. Cuando vi bien, eran dos muchachas que estaban tomándonos fotos a Lia y a mí como si fuéramos una exhibición de arte. Ambas chicas, al ver que las había descubierto, se fueron corriendo. Giré mi cabeza hacia la rubia dormilona, también se había despertado, solo que le costaba abrir completamente los ojos por las lámparas que colgaban del techo.

—Buenos días —me dijo con vagancia, mientras estruja con ayuda de su puño sus párpados

Le sonreí, —Buenos días.

No entendía muy bien por qué razón nos decíamos eso, hasta que me di cuenta de que es por el simple hecho de que nos acabábamos de despertar. Ella se veía muy tierna ante mí, ya su cabello no estaba tan mojado como antes, se había secado casi por completo.

Intercambiamos miradas, nuestros rostros mantenían una corta distancia. Mis ojos se centraron en sus labios, las ganas de besarlos eran casi irresistibles.

—¿Qué hora es? —me pregunta inocentemente, sin imaginarse ese pensamiento que pasó por mi mente.

Acerqué mi muñeca a mi rostro para ver la hora. De un salto me paro de mi asiento, todo por la sorpresa tan grande que me acababa de dar.

—¡Las ocho y quince! —le anuncié, a lo que ella imita mi anterior acción, igual de sorprendida.

Se llevó las manos a la cabeza, una expresión de angustia invade su rostro, —¡Ay no! ¡Mi hermano me va a matar!

Nos miramos durante pocos segundos y luego nos apresuramos en subir escaleras hacia las calles de la ciudad.

Llegamos a la gran calle en la que se encontraban nuestros hogares. El edificio en el que vivía la rubia ya estaba a la vista. Algunos minutos más tarde, estábamos frente a él, solo se necesitaba cruzar la carretera para llegar a este. Cuando ambos íbamos a cruzar, escuchamos una voz decir el nombre de Lia. Giramos nuestras cabezas hacia su dirección y me fijé en que era un hombre mayor, se dirigía hacia nosotros con una sonrisa.

—Lia, mi niña —le dijo el señor, abriendo sus brazos de par en par, a lo que ella corre hacia él y lo abraza con mucha fuerza. Unos segundos después, se empiezan a separar uno del otro. El hombre acarició con delicadeza una mejilla de la rubia—. ¿Cómo te fue en la escuela, querida?

Lia le sonríe, —Bien, papá.

Con que es su padre... Bueno saberlo.

El padre examina de arriba hacia abajo a su hija, dándose cuenta de su húmeda ropa, —Cariño, ¿por qué estás mojada? 

—Es que llovió, papá —confiesa ella.

Él asiente, pero su mirada recae en mí. Me fue imposible saber qué estaba pensando en este momento. Este hombre se dirigió hacia mí, mientras que su hija vigilaba cada uno de sus movimientos.

—¿Cuál es tu nombre?

—Blake, señor —le respondí, realizando una reverencia formal, una vez echo esto él me sonríe con ternura.

Se mantiene así por un buen rato, en el que no hice nada, solo mirarlo fijamente. El papá se tira hacia Lia, aún con esa misma sonrisa.

—¿Es tu novio, querida?

—¡No! Solo somos—

—Sí, ya sé que —admite él, ignorando la excusa que le quería dar la de ojos verdes. Tras eso, volvió a ponerse frente a mí—. Jóven, ¿la amas mucho?

Mis ojos se abrieron al máximo ante esa pregunta, miré a Lia sobre el hombro del señor, ella golpeó con su mano su frente, como diciendo "¿por qué, papá? ". Sonreí tímidamente y me digné a responderle.

—Muchísimo.

—Entonces... ¿Te gustaría venir a cenar con nosotros mañana?

Ok, ahí sí que estaba indeciso. Algo que debía tener en cuenta es que ya había afirmado ser el "novio" de su hija, no lo podía decepcionar. Además, no creo que la misma Lia tenga problema con eso, después de todo, no es algo de tanta gravedad.

Asentí, sonriéndole, —Claro que me gustaría.

Ambos miramos a la rubia, ella, por lo que pude ver, estaba que no se creía la situación, ¿para bien o para mal? No lo sé.

—Bueno... Hasta mañana —me despedí de los dos con otra reverencia, encaminándome a mi casa.




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