🌊•Capítulo 28•🔥


Lia Kim

Cuando salía de mi habitación con mi mochila en el hombro, choqué con el cuerpo de mi hermano. Para mi desgracia él traía en sus manos un pastelito, el cual terminó ensuciando con su merengue la chaqueta de mi uniforme.

Tardé unos cuantos segundos en procesar lo sucedido. Lentamente fui bajando la cabeza hasta que conseguí contemplar lo que él había hecho, —¿Qué... hiciste?

—Yo nada —se defendió. Me apuntó con su dedo índice mientras entrecerraba los párpados, echándome en cara la culpa—. Te pasa por andar corriendo apresurada.

Inflé mis mejillas, llena de furia. Solé todo el aire que había acumulado en un bufido y di media vuelta de regreso a mi habitación. Saqué otra chaqueta —igual a la anterior— de mi armario para luego quitarme la sucia y ponerme la nueva. Cuando agarré mochila, le dediqué una última ojeada al reloj que colgaba en una de las paredes: era muy tarde.

Con el corazón a mil y los nervios devorándome por cómo sería mi primer día en una escuela nueva, salí del apartamento para luego encaminarme hacia el ascensor.

Apenas puse un pie en el primer piso, tratando de mantener la calma para no parecer una loca, me dirigí hacia la salida del edificio, a partir de ese momento empecé a correr. A toda velocidad, llegué a la parada del transporte público. Casi me da un infarto cuando veo al autobús a lo lejos doblando una esquina, llegué demasiado tarde.

Sentí la rabia recorrer mis venas en ese instante; apreté mis dientes e hice lo mismo con mis puños.

—¡¿Por qué me pasa esto?! —grité con fuerza, alzando mis brazos de par en par.

—¡Oh, mi nariz! —se quejó una voz desconocida, detrás de mí.

Miré hacia su dirección por encima de mi hombro: una chica que vestía el mismo uniforme que yo, de cabello marrón lacio hasta el inicio de sus hombros, con un flequillo suelto libremente que no se veía nada mal. Poseía ojos marrones y mi misma estatura.

Abrí mis ojos hasta el tope cuando comprendí la razón de su quejido, uno de mis nudillos se había estampado contra la punta de su nariz. Me giré a ella rápidamente.

—¡Lo siento! No sabía que estabas ahí —realicé una reverencia para que mi disculpa estuviera completa.

Luego de frotar esa parte de su rostro, ella negó con la cabeza, restándole importancia al asunto, —No pasa nada —me sonrió. Le dedicó una miradita a nuestro alrededor, en busca de algo—. ¿Y el autobús?

Me recordó el tema.

—Se ha ido ya —confesé. Me encogí de hombros— Creo que habrá que ir al i nstituto caminando.

Ella rió un poco, luego dio un paso hacia mí, —¿Puedo ir contigo?

Aunque me sorprendió su pregunta, asentí y nos pusimos en marcha. No sabía dónde quedaba la escuela, pero de seguro ella sí, así que simplemente le seguía el paso.

—Por cierto, —me gané toda su atención— soy Lia.

Alzó las comisuras de sus labios, — Hana.

Unos cuantos minutos después, ya solo nos faltaba una cuadra para llegar.
Estábamos esperando a que terminarán de pasar los autos restantes para poder cruzar la calle, cuando vimos que no pasada ninguno, o al menos por unos segundos, nos correspondía cruzar. Pero mientras cruzábamos, un auto rojo casi nos atropella. Con el corazón en la boca por la adrenalina de la situación, me acerqué al vehículo —el cual, por lo visto, era un lamborghini— y le di una patada con mucho fuerza al espejo delantero con la punta de mi zapato.

—¡Ten más cuidado, imbécil! —le grité al conductor.

Una de las puertas del coche se estaban abriendo, pero no de la forma común, sino que en vertical. Una persona salió del asiento del copiloto, sacando primero un pie, dejando a la vista un zapato blanco de una marca carísima. Luego agachó su cabeza y terminó de salir, dando a relucir todo su aspecto.

Era un chico alto, no tenía rasgos coreanos, ni siquiera eran asiáticos. Para mi sorpresa, vestía el mismo uniforme que nosotras, o sea que debía asistir a la misma escuela. Su cabello era negro ondulado, varios mechones llegaban hasta sus cejas; había un piercing ubicado en su labio inferior y otro en su oreja izquierda. Se notaba a primera vista que era adinerado. Cerró la puerta del coche de un golpe y empezó a caminar hacia nosotras, su mirada no paraba de cruzarse con la mía.

Se detuvo justo frente a mí y escondió sus manos en los bolsillos de su pantalón, —¿Tienes algún problema conmigo, linda?

Alcé la cabeza para encararlo bien, pues me superaba en tamaño.

—En primera, no tienes derecho a decirme "linda". Y en segunda: ¡casi nos matas!

Torció un poco su cuello hacia la derecha, —Puedes repetirlo, por favor.

Di un paso hacia él, —¡Que casi nos matas, imbécil!

—Te escuché

—Entonces, ¡¿por qué me pides que lo repita?!

—Porque me encanta hacer enfadar a las chicas, preciosa.

Un tono carmesí invadió mis mejillas en ese instante, pero la furia seguía presente.

—¡No me digas así!

—Y si lo digo, ¿que me harás?

No le respondí, más bien, me quedé mirándolo con toda la rabia que me recorría el cuerpo.

El idiota examinó el perímetro desde su lugar durante un corto tiempo, para luego volver a encararme. No me gustaba para nada esa forma tan descarada con la que me observaba.

—Ya falta poco para llegar al instituto, déjame darte una buena entrada en auto por este incidente, y así quedamos a mano.

¿Y este qué se cree?» pensé.

—No gracias.

—¡Yo si quiero! —avisó Hana, levantando la mano, muy emocionada.

El muchacho de cabellos oscuros arqueó una ceja ante las tontas palabras de mi amiga, mientras que yo solo pude darme un golpecito en la frente a causa del cringe.

—Hablaba con la rubia, no contigo.

Automáticamente Hana se entristeció, bajando la mirada tímidamente. No me gustó cómo la trató así que me puse a la defensiva.

—¡¿Cómo te atreves a hablarle así a mi amiga?!

—Valora las cosas, linda, porque no todo el mundo puede tenerlas —fueron las orgullosas palabras del inútil.

Apreté mi puño derecho con fuerza, no quería tener que golpearlo. Tratando de dejar la ira atrás, suspiré hondo.

—Ya te dije que no, gracias —le repetí para que lo entendiese. Giré sobre mis pies, tomé la mano de la chica a mi lado y la nos fuimos de allí, continuando con nuestro camino.

...

Ya era hora de entrar al salón de clases. Cuando llegamos nos contaron unas chicas —amigas de Hana— que las clases hoy empezaban a las 8:30am, lo cual nos benefició mucho ya que habíamos llegado casi a esa hora.
Hana y las demás entraron al salón primero, pero yo tuve que quedarme afuera, pues la profesora me dijo que me iba a presentar ante toda la clase por ser alumna nueva, también me dijo que había otro estudiante nuevo así que no sería la única que se presentaría.

Cinco minutos después, ya era mi hora de entrar. Suspiré, estaba un poco nerviosa, la verdad. Tener que dar información frente a varias personas para mí era algo difícil, todo gracias a ese año en el hospital.

Me adentré al salón cuando la profesora me hizo una seña para que lo hiciera, al instante recibí la a miradas de todo

—Ella es Lia Kim, clase —me presentó la educadora, con una sonrisa de oreja a oreja.

Alcé mirada para que todos pudieran verme, luchando para no bajarla por la timidez. De todos los chicos presentes, mi atención recayó en uno en específico: Blake. Una sonrisa llena de alegría se dibujó en mis labioa, la cual no pude disimular. Él se dio cuenta de que era yo y de que lo estaba mirando, así que me saludó desde su puesto con un movimiento discreto de su mano.

La maestra siguió hablando, —Además de Lia, tendremos a otro compañero nuevo este curso —la puerta se abrió de nuevo, esta vez entró...

¡¿El muchacho de hace un rato?! ¡¿Por qué a mí?!

—Y este es Axel Jones —señaló al tal Axel, como mismo lo hizo conmigo—. Axel es un estudiante de intercambio, su país natal está en América del Norte.

Ella hizo una pausa en la que todos los alumnos se la pasaron comentando sobre lo dicho, luego de esta pausa la señorita se giró hacia mí, —Lia, ya puedes tomar asiento.

Asentí  y procedí a pasar por los espacios de entre las hileras de pupitres, no fue nada incómodo porque era un espacio amplio, pero las miradas de muchos recayeron en mí. Bajé la mirada, escapando de las suyas. Me senté en un puesto que se ubicaba recostado a una ventana, la cual tenía unas fabulosas vistas al campus de la escuela, y lo primero que hice fue mirar por esa ventana.

Me preguntaba si mi doctora me dejaría unirme al equipo de natación, tendría que preguntarle en mi próxima consulta. Escuché pasos acercarse así que miré el lugar de su proveniencia, era el idiota de antes. Él se sentó en una mesa que estaba justo detrás de la mía, aprovechando que estaba vacía.

La profesora se giró hacia la pizarra para empezar a escribir en ella. Anotó los horarios, la hora de entrada y salida al salón, la hora del recreo, la del almuerzo, y así. Todas las copié en mi agenda para no olvidarlas.

No tardó en llegar el medio día, así que correspondía el horario del almuerzo. Todos mis compañeros —o la mayoría— se habían ido a la cafetería, por lo que no quedaban muchas personas en el salón.

Recogí mis cosas y las sostuve contra mi pecho, para luego levantarme de mi asiento y empezar a dirigirme hacia la puerta. A medio camino escuché una voz familiar pronunciar mi nombre, así que miré hacia atrás para ver de quién se trataba.

Era Blake, lo vi levantarse de su puesto con cierta prisa por alcanzarme. Una vez que estuvo frente a mí, me saludó y yo lo saludé a él.

—Lia, perdón por no estar a tu lado cuando llegaste a la escuela, como te prometí aquel día.

—No pasa nada. De todos modos,  —me encogí de hombros— llegué tarde.

—No importa —negó con un movimiento de su cabeza—. Debí al menos pasarte a recoger, ni siquiera sabías dónde quedaba el instituto. Que llegaras tarde fue mi culpa.

Iba a decir algo pero mejor me quedé callada; le dediqué una pequeña sonrisa y él una a mí. Desvíe la mirada hacia abajo, pues observar sus hermosos ojos durante mucho tiempo me ponía nerviosa. Hubo un silencio entre los dos, el cual Blake terminó.

—Hana me contó que son amigas. ¿Sabías que tú, ella y yo somos vecinos? —negué ante su pregunta— Bueno, ya lo sabes —volvió a sonreír e hizo una pausa para suspirar. Bajó la cabeza y se dedicó a rascar la punta de su nariz: se veía muy tierno haciendo eso—. Por cierto... ¿Te gustaría ir a comer algo? Conozco un sitio en la cafetería con las mejores vistas y siempre está vacío, podríamos ir allí.

Ante su propuesta, fingí por un momento pensármelo, pero no pude evitar aceptar.

—Mmm... Está bien.

—Pues vamos —se adelantó a abrir la puerta del salón, me dejó espacio para que saliera yo primero y luego lo hizo él.

Este día estaba empezando a ir bien.

Unos momentos después, mientras ambos comíamos muy a gusto nuestros platos —sin hacer nada más que eso hasta el momento— me sentía observada. Llevando una rebanada de tomate a mi boca, miré a mi alrededor en busca de esa persona que me miraba tanto. No era uno, ni dos, sino que eran todos los muchachos que se sentaban en las mesas cercanas a nosotros. Me miraban como si fuera una especie de piedra preciosa, y eso me molestaba.

—Blake, —lo llamé, ganándome su mirada— ¿por qué todos me miran raro? ¿Soy fea?

Él casi se ahoga al comer porque lo que le había dicho le causó gracia, y no sé por qué. Al haber terminado de digerir, se recostó a su asiento, con una sonrisa pícara en el rostro.

—Claro que no, todo lo contrario —admite, haciendo que me pusiera un poco nerviosa—. Todos ellos te miran así por el simple hecho de que eres la única chica rubia de ojos verdes en toda la institució. Es por eso.

—Ah... Ahora entiendo. Pero... —hice una pequeña pausa— ¿Eso es bueno o malo? ¿Les sorprende por lo lindo que se ve o por lo rara que parezco?

Me miró con ternura, apoyando su barbilla en la palma de su mano, —Por lo lindo que se ve, tontita.

Consiguiendo que me volviera a ruborizar, este chico soltó una carcajada, la cual no me molestó, en lo absoluto.

Miré por la ventana para que se notase lo menos posible lo roja que se encontraba mi cara. Desde aquí se podía ver a la perfección la cancha de baloncesto, en la que no había ni un alma ahora mismo.

—¿Juegas? —le pregunté, sin dejar de mirar la cancha.

—Sí, desde—

Blake fue interrumpido por Hana, la cual anunció su presencia dándome un susto por detrás. Tras haber gritado del miedo ella sólo se burló de mí.

—Oh, pero, ¿qué tenemos aquí? —bromeó la castaña. Se giró hacia Blake e hizo una mueca en el rostro que no alcancé a ver.

—¿Qué pasa, Hana? —inquiere él.

—Nada. Solo vengo a quitarte a Lia por un ratito —le dijo, tomándome del brazo y obligándome a pararme de mi silla—. Tengo que contarte algo —me susurro al oído. Asentí y procedimos a alejarnos de esa mesa por el pasillo.

Mientras caminábamos hacia dónde sea que mi amiga me estaba llevando, pude ver a tres chicas avanzar en sentido contrario a nosotras. Bueno, no hacia nosotras específicamente, quizás solo querían pasar por este pasillo. De todos modos, me dediqué a examinarlas. Una estaba situada en el medio de las otras dos y ellas a sus lados. La del medio traía los brazos cruzados sobre su pecho, con una línea ligeramente curvada hacia abajo en sus labios, que eran rojizos; un mechoncito de cabello caía sobre su frente. Esta chica me culminaba con la mirada.

Mi amiga, a excepción mía, estaba tan centrada en llegar a su destino que ni se dio cuenta de la presencia de esas tres. Como si nosotras no estuviéramos en el medio del pasillo, el trío de chicas continúo recto, si seguían haciéndolo iban a chocar con nosotras.

Y así fue.

La muchacha del centro pasó por entre Hana y yo, y a Hana no le hizo nada, pero a mí me empujó con su hombro, provocando que yo me moviera bruscamente hacia un lado.

—Apártate, estúpida —fueron las palabras que me dedicó esa chica.

Tras acariciar la parte en la que me había empujado, giré mi cuello hacia su dirección. Iba a dar un paso hacia ellas, obvio, para defenderme, pero mi amiga me lo impidió sujetando uno de mis brazos.

Siguió aguantando mi brazo hasta que perdí de vista a esas chicas.

—No le des importancia —me sugirió Hana, soltándome. Quedó frente a mí—. La que te empujó es la hija del director, así que no sería bueno que tuvieras problemas con ella.

Suspiré, —Está bien, pero es injusto —admití, cruzándome de brazos y girando los ojos.

—Lo es —concordó—. Su nombre es Mei Kil, está en nuestra clase.

Instantáneamente le dediqué una mirada, sorpredida, —¿La misma chica que se sienta delante de Blake y que hoy llegó a las nueve de la mañana? —asintió.

Dejamos de ese tema atrás para que ella me contara esa cosa tan importante que me tenía que decir.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top