🌊•Capítulo 21•🔥
Katie Chan Jary
Ví a Estella recostada en el marco de la puerta mientras que yo me dirigía hacia ella, una sonrisa pícara se dibujó en sus labios al verme.
—¿Cómo estás?
Mi ceño fruncido fue la expresión de confusión en mi rostro.
—¿A qué te refieres?
Ella rió entre dientes, —A eso —señaló mi pijama. Giré los ojos a lo que ella volvió a reír.
—Siempre vienes cuando menos te necesitan, ¿sabías?
No le hizo gracia.
—No me importa. Mientras que tú te escapabas del trabajo yo estaba tratando encubrir tu fuga. Me pasé la noche entera hablando con la prensa para que no publicaran nada absurdo de tí. Cuida tus palabras porque esta que está aquí —se apuntó a sí misma— no ha dormido nada desde hace más de veinte horas. Eres una desagradecida.
Por muy irritante que fuera aceptarlo, lo era. Todo eso era cierto, Estella era una persona muy trabajadora desde su niñez, y yo nunca la he valorado, será por eso que no nos llevamos muy bien algunas veces. Suspiré para empezar con una disculpa antes que nada.
—Lo siento. Tienes razón, pero tú sabías que estaba muy enferma, casi ni podía caminar, ¡¿cómo rayos iba a cantar?!
—Tus excusas tienen cierto sentido, lo admito, —me respondió, cruzándose de brazos— pero que no volvieras a aparecer durante tanto tiempo no me ayudó en nada.
Baje la cabeza, muy avergonzada. Ella apoyó una mano en mi hombro y me dedico una mirada.
—Volvamos a casa.
Asentí. Giré sobre mis pies y entré al apartamento. No habían señales de nadie. Dando pasos contados, entré a la habitación de Lia y cogí mi traje, por suerte no había nadie dentro. La rubia debía estar en otro lugar, ahora que recuerdo ella estaba en la cocina lavando los platos.
Apenas salí y cerré la puerta detrás de mí, mis ojos quedaron atrapados con los de mi chico. Él acababa de salir de su cuarto, al igual que yo. Estoy segura de que el silencio entre nosotros era por el traje que yo vestía, el cual daba la señal de mi despedida.
—¿Qué esperas? —me preguntó, en una voz apagada.
Me encogí de hombros, —No lo sé.
¿Nunca han sentido cómo que se les quema la garganta a causa del dolor emocional? Eso es lo que me pasaba ahora. Quería desaparecer, que me tragara la tierra.
Kim inhaló y exhaló aire por la nariz y me tomó de las manos, con un cierto toque de timidez.
—¿Me quieres?
Se me trancó la garganta aún más.
—No, Kim... Te amo, que es muy diferente.
—¿De verdad?
Tras responderle que sí, él me sujetó la barbilla con su mano, volviéndose ciertamente atrevido.
—Quería preguntarte si tienes libre la tarde del viernes.
Al instante alcé la mirada, un poco sonrojada, —Sí
—Dame tu número para concordar la hora —me pidió, empezando a buscar su célular en algún rincón del apartamento.
Cuando lo encontró, tragué grueso y le dicté mi contacto para que después él me llamara y poder guardar el suyo.
...
Me recosté a la ventana de mi limusina, contemplando las vistas hacia la ciudad en media tarde. En el asiento del conductor iba Adam, manejando el vehículo súper casual. Estella estaba sentada a mi lado en el asiento trasero, tecleando en su móvil, muy concentrada en este. Me di cuenta de lo aburrida que es mi vida. Sin mi carrera sería una chica común, eso no sería tan malo después de todo. Al menos tendría tiempo, no como ahora. En vez del auto dirigirse a mi casa, íbamos a un ensayo para mi próximo sencillo. Tenía tantas cosas en que pensar...
Nos detuvimos frente al lugar en donde ensayaría. Mi chófer bajó de su asiento, le dio una vuelta al auto y abrió la puerta para que mi amiga y yo pudiéramos salir.
Alcé la cabeza para no chocar con el techo y me vi en una acera de la ciudad. Rápidamente un montón de chicos y chicas corrieron hacia mí gritando "¡Katie Chan!". No me dio tiempo escapar así que me vi en cuestión de segundos rodeada por más o menos cincuenta personas. Firmé un par de autógrafos y repartí muchas sonrisas, como siempre. Gracias a Estella pude escapar, y por su poca paciencia entramos rápido al local.
Kaito Kim
Al cabo de dos horas, recibí una llamada de Jon y contesté. Me dijo que los muchachos querían dar un paseo por la ciudad y que les gustaría que fuera también. No acepté su oferta. ¿Para qué?Tengo mejores cosas que hacer, por ejemplo: al fin esta Lia conmigo en casa, luego de UN AÑO. Además, tengo que ir a trabajar esta noche, y todas las noches restantes. Así que es mejor descansar, recordando el hecho de que hoy solo dormí solo cuatro horas.
Salí a la azotea a recibir aire fresco, pero me sorprendió ver a Lia sentada en un sillón de madera a la sombra, su cara inexpresable. Me acerqué a ella y me senté a su lado, sin darse cuenta de mi presencia. Apoyé mi mano en su hombro, rodeando su cuello, y la acerqué a mí para que su cabeza se apoyara en mi trapecio y pudiera estar completamente cómoda.
—Al fin en casa —le recordé, feliz.
Ella suspiró y asintió.
—Sí. Extrañaba mucho mi hogar, los muebles, todo. Ese hospital es una cárcel, tan aburrido.
—Pobrecita —confesé, acariciando su suave cabello, enredándolo entre mis dedos—. ¿Y qué es lo que quieres hacer ahora?
Ella alzó la mirada para luego volver a bajarla. Rió un poco, —Hay tantas cosas que quiero hacer.
—¿Cómo cuáles?
—Mmm... —sujetó con su mano su barbilla, empezando a pensar. Cuando se le ocurrió algo levantó su dedo índice, con los ojos bien abiertos— Quiero ir a la playa.
Funcí el ceño ante su petición, —¿En serio?
—Sí, es que cuando estaba grave en el hospital imaginaba que me encontraba en el mar, escuchando ese sonido de las olas que me relaja, esa brisa con olor a salitre, las partículas de arena entre mis pies... —ahora sí tenía sentido. Me sentí mal por sus palabras así que no dudé más y acepté a llevarla esta misma tarde.
...
Estacioné el coche frente a una gasolinera que quedaba cerca de la playa. La primera en bajarse fue la rubia, quien tenía una emoción inmensa. A pocos pasos del auto estacionado, sus pasos se hicieron lentos, para inhalar mejor la brisa que abordaba al mar. Sus ojos se cerraron, concentrada totalmente en la sensación.
Cerré la puerta detrás de mí con llave, pasé a acercarme un poco a ella.
—¿Lia?
Abrió los ojos al escuchar su nombre y me encaró.
—Dime.
Sonreí, orgulloso, —¿No ibas a dar un paseo? ¿O te vas a quedar ahí parada?
Ella se rió ante mis preguntas y aumentó la velocidad de sus pasos, observando cada cosa a su alrededor.
Caminamos por todo el borde de un malecón hasta que nos detuvimos frente a un gran puente. Sin pensarlo dos veces, Lia corrió hasta agarrarse de las barras y caminar sobre él. Yo iba a mas o menos diez metros detrás de ella. ¿Qué podía hacer? Estaba feliz, no podía prohibirlo.
Sonreí ante ese pensamiento, traté de igualarla en velocidad pero nada, no lo conseguí. Ella detuvo sus pasos a la mitad del puente, apoyándose en las barandas de este para allí dejar reposar sus codos, de frente al mar.
La alcancé, al fin. Toqué su hombro para anunciarle mi llegada, me gané una mirada con una enorme sonrisa, debía ser por el momento, no por que estuviera ahí por fin, obvio.
—¿Te gusta? —señalé con mi cabeza las vistas, a lo que ella asintió rápidamente, sin desvanecer esa sonrisa.
—Me encanta. Extrañaba tanto salir, venir contigo a lugares bonitos, caminar por la ciudad...
La abracé de lado, estaba muy contento por verla así.
—No sabes lo feliz que se siente tu hermano al saber que te pude complacer.
Ella respondió a mis palabras y abrazo acariciando mi cabello, aunque esa era su única opción ya que yo le impedía moverse.
Naturalmente esta es una chica fría, poco sociable y rígida, pero esta tarde se veía muy diferente. Nos quedamos así por casi un minuto, sin movernos ni un poco. Todos los que pasaban a nuestro lado se iban susurrando sobre nuestro abrazo. La mayoría decía que hacíamos una linda pareja, pero lo que no sabían es que el amor de hermanos es más grande que el amor de pareja.
Me separé de ella. Miré a ambos lados y le hice una seña para que volviéramos al coche. Cuando estuvimos a pocos metros de este, ya tenía que preguntarle cuál sería nuestro próximo destino.
—¿Qué tal el centro comercial? —me propuso, moviendo las cejas.
Suspiré. No estaba muy bien económicamente como para andar gastando el dinero de esa manera, pero ella en serio necesitaba volver a comprar sus propias cosas, así que estuve de acuerdo.
...
La perdí de vista de un momento a otro en el centro, necesitaba lo menos un radar para localizarla. Continúe por el mismo pasillo, dejando atrás ropa femenina para pasar a una zona en la que habían a la venta tacones. Giré los ojos cuando las mujeres que estaban comprando allí se fijaron en mí, ríendose de mi presencia, y seguí recto. Perdí la cuenta de la cantidad de cosas que necesitaba ya que tuve que dejarlas atrás para continuar con mí búsqueda.
Sin señales de Lia.
Lia Kim
Estaba tan concentrada buscando una blusa negra que vi en una revista de modas, que perdí de vista a Kim. Miré a ambos lados pero no lo hallé por ningún lado. Encontré la blusa en un perchero junto con otras dos de su misma marca, pero con otros diseños más caros. Me gustaron todas así que cogí las tres. Las puse en una bolsita que llevaba en las manos para continuar, sin mi hermano.
Llegué a un estante en el que habían juguetes para relajarse, de todos ellos me llamó la intención uno que poseía varios colores, tenía medias bolitas y se veía divertido. Curiosa, tomé uno de esos y lo examiné. Toqué una de las bolitas y vi que se fue hacia atrás, emitiendo un sonido gracioso. Lo volví a intentar con otra y pasó lo mismo. Me encariñé con esa cosita, por lo que puse el juguetito en la bolsa y seguí caminando.
Mis ojos se abrieron como platos cuando contemplé con mis propios ojos un cuaderno rojo escarchado, pero este quedaba muy alto para mi metro y medio. Traté de alcanzarlo pero no pude, me puse en puntillas de pies y estiré mi brazo. Nada.
Alguien que pasaba por detrás de mí me empujó, por accidente quizás, y me caí hacia atrás.
Pensé que mi cabeza chocaría con el suelo y tendría que regresar al hospital, pero no fue así. Miré hacia atrás, un muchacho había detenido la caída. Poseía un hermoso cabello lacio y marrón claro, el cual caía libremente a los lados de sus orejas. Sus ojos marrones café eran la combinación perfecta.
Él me sonrió a lo que yo me sonrojé, no hice nada durante largos segundos. Bajé la cabeza al volver a la realidad, avergonzada.
—¿Estás bien? —me preguntó el chico.
—Sí, estoy bien, gracias—admití, mirándolo por un instante hasta que me arrepentí, pues me volvió a sonreír. Me ayudó a ponerme de pie sujetando mi brazo. Cuando quedé recta frente a él, le dije gracias junto con una pequeña reverencia.
—De nada —tras otra sonrisa pasó a ver el estante, en particular, la cosa que yo intentaba coger—. ¿Querías esto? —señaló con su dedo índice al cuaderno.
Asentí.
—Tenlo —lo sacó de su lugar de venta y me lo ofreció. Tardé en reaccionar unos pocos segundos, pero lo tomé.
—Muchas gracias —otra reverencia de mi parte. La verdad, hace un año que no hablaba con otro muchacho de mas o menos mi edad que no sea mi hermano. Ante mis ojos era más alto que yo, pues me superaba por una cabeza.
—Ah, por cierto, soy Blake. ¿Y tú?
Me sonrojé.
¡¿Cuál era mi nombre?!
Esto no podía estar pasando. Acababa de olvidar cómo me llamaba. Me reí, tratando de recordar, lo único que se me ocurría era reírme para disimular mi torpeza.
—¿Mi nombre? —pregunté a lo que él asintió— Pues... ¡Lia! Soy Lia —recordé.
—Mucho gusto, Lia —me siguió el juego. Un teléfono vibró en su bolsillo a lo que él lo sacó y revisó el mensaje. Volvió a guardar su móvil y me encaró—. Perdón, pero me tengo que ir. Hasta luego, lindura —me guiñó un ojo, giró sobre su propio eje y siguió recto por el pasillo hasta que lo perdí de vista.
Me quedé roja por cómo me llamó. ¿Lindura?
Sentí una mano apoyarse en mi hombro desde atrás, miré a esa dirección y era Kim. Su pecho subía y bajaba con fuerza y su respiración estaba agitada.
—¡¿Dónde estabas?! ¡Te he estado buscando desde hace ya media hora! —me gritó, aturdiendo mis sencillos oídos.
—Aquí —respondí, obvia.
—No te vuelvas a alejar así, ¿entiendes?
—Está bien.
Me tomó de la mano y fuimos a pagarlo todo.
Cuando salimos del centro de camino al auto, me sonrojé al recordar lo que había sucedido hace unos minutos. Sonreí, aquel chicome había llamado "lindura". Empecé a saltar en todo el camino hacia el coche, con la misma sonrisita.
Mi hermano me igualó en velocidad a lo que yo tuve que dejar de saltar y tranquilizarme.
—¿Qué te pasa? —me preguntó, confuso.
Me encogí de hombros, —Nada.
Giró los ojos y me volvió a preguntar, —¿Qué te pasa?
—Ya dije que nada.
—¿Por qué no me quieres decir?
—Es que de verdad no hay nada —traté de sonar lo más seria posible pero no me funcionó, porque terminé con una media sonrisa y cierta gracia.
—Sé que hay algo, te conozco.
Suspiré, —Me conocerás muy mal porque yo no tengo nada.
Algo que se me daba muy bien era mentirle. Lo hacía pocas veces pero cuando lo hacía me quedaba muy bien. Aunque la mentira es mala, o eso fue lo que él me enseñó: que una mentira trae otra, y otra, y otra, hasta que todo es puras mentiras y nadie es sincero.
—Nunca voy a entender a las mujeres —confesó, rindiéndose ante mis excusas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top