Devorándote (Corregido)



Hace mucho tiempo existió un gran bosque lleno de hermosas criaturas, especies híbridas entre humanos y animales, de rasgos sencillos como orejas, uñas largas o colas, pero de ahí en más podrían ser como cualquier persona.

En éste verde lugar se murmuran muchas historias, algunas increíbles, otras aburridas, terroríficas y hasta románticas, pero existe una historia tabú sobre dos criaturas, seres que se amaban como ningunos a pesar de ser uno carnívoro y otro herbívoro, mayor y menor, conejo y lobo.

Arthur Kirkland es un conejo que aparentaba los 23 años humanos, un hibrido demasiado malhumorado aunque de buen corazón, él siempre había habitado en el Este del bosque, en ese lugar era fácil de reconocer puesto que los Kirkland eran la única familia de conejos que existía ahí, otra de las características por la que Arthur era sumamente conocido eran sus ojos esmeralda que brillaban con más vida que todo la zona, sus ojos combinaban con una suave capa verde que su hermano mayor lo obligaba a utilizar siempre.

Un día dicho conejo en medio de una discusión familiar, salió hecho un torbellino, tomando su fiel capa verde y una canasta llena de Scones se aventuró al bosque sin importarle romper el límite del pueblo de los herbívoros hasta llegar a una laguna, el agua del lugar lo dejó encantado, era un color tan azul que parecía un espejo del extenso cielo que se abría paso entre los cientos de árboles, se quedó hipnotizado por la belleza de éste, pero cuando salió de su trance para notar su alrededor, se dio cuenta de un cuerpo que yacía en el otro lado.

Arthur nunca había salido de la zona de herbívoros, pero su sobre protector hermano siempre le había hablado del peligro de salir de la zona segura del Este, le había hablado de lobos, gatos salvajes, serpientes y muchas más criaturas peligrosas para los conejos, pero jamás le conto que ellos podrían ser tan bellos como tóxicos. Ahora no podía pensar en otra cosa más que en lo hermoso que parecía el ejemplar frente a sí.

El joven de 19 años, según calculaba Arthur, se encontraba dormido con una expresión de completa felicidad y relajación, con sus manos siendo usadas de almohada el chico respiraba suavemente, dejando que la brisa veraniega moviera la yerba, junto con el pelaje de su cola y cabellos dorados con sus finas orejas castañas, la sudadera roja y los pantalones de mezclilla le daban una apariencia juvenil que tentó demasiado al conejo, quien se acercó y por impulso retiró los cabellos que cubrieron los ojos cerrados del lobo, pero éste al sentir el cálido tacto inesperado abrió sus ojos de improvisto dejando al conejo congelado en su lugar.

—Azul...—un choque de miradas bastó para que la verdadera historia iniciara.

Los años pasaron y la pareja continuo, entre altos bajos viven de una manera peculiar.

Jugaremos en el bosque mientras que el lobo no está, porque si el lobo aparece a todos nos comerá...

¿Todos? Realmente no. Después de todo, el lobo del bosque sólo tiene en mente una deliciosa presa:

Un apetitoso conejo de cabellos trigo, tan alborotados y suaves que conectan perfectamente con sus largas y rubias orejas caídas, orejas blandas y deliciosas que lo hacen babear de sólo pensarlo, deseaba morderlas y tomarlas con ganas mientras disfruta del olor ajeno.

¿Lobo lobito que estás haciendo?

—A-Alfred ¿Qué haces? —las palabras del conejo salieron entrecortadas, los suspiros comenzaban a llenar la cocina mientras que Alfred "el lobo del bosque" jalaba con picardía las largas orejas de su pareja, quien momento antes se dedicaba cocinar. Al sentir el movimiento de su pareja Arthur inclinó su cabeza y dejando expuesto su blanquecino cuello, el más alto aprovechó la posición para acercar su nariz y respirar la dulce esencia de la primavera en la piel de su amado, quedándose completamente extasiado. Por su parte el más longevo jadeó con fuerza al sentir los labios y lengua del menor, marcando y creando trazos en su piel, dejando en claro que era sólo suyo.—Me haces cosquillas.

Me estoy poniendo el pantalón

Ja ¿ponérselo? Literalmente está peleando con la hebilla de cinturón que lo sostiene, después de todo no es fácil quitar éste obstáculo con una sola mano, mientras la otra se filtraba bajo la camisa de fino algodón, rozando con suavidad la piel del torso contrario, creando una melodía de suspiros, gemidos y exhalaciones por parte del menor.

Me estoy poniendo la camisa

Su camisa yacía olvidaba en el suelo mientras intentaba hacer lo mismo con la ajena, pero Arthur no se lo permitía, queriendo saber el porqué, el fiero lobo elevó su rostro para observar el cuadro frente a si: el conejo jalaba su camisa hacia abajo mientras se retorcía al sentir las uñas recorrer con sensualidad la piel de su espalda, era increíblemente palpable el calor intenso que recorría a la presa encerrada entre la barra y su cuerpo.

La excitación y el calor comenzaban aumentar por la escena bajo si, el menor como una medida para distraer a Arthur comenzó a rozar su pelvis con la contraria, sacando un grito mezclado entre jadeo y gemido, los pómulos de su pareja se tiñeron de carmín mientras dirigía sus manos a su boca intentando callar los vergonzosos sonidos que sus labios revelaban, en ese momento Alfred aprovechó las defensas bajas para con rapidez retirar la camisa de algodón, mostrando ante él la blanca piel decorada hermosamente por dos botones rosados y erectos.

¿Qué orejas tan grandes tienes?

Son para oírte mejor

—No lo evites Arthur, déjame extasiarme con tu voz.—El más alto retiró las manos del conejo mientras unía sus labios, dejando que la calidez de ambos se unan en una dulce y pasional danza, la sensación del movimiento los extasiaban hasta hacerlo olvidar como respirar con normalidad, la falta del aire los obligó a separarse quedando aun unidos por una transparente línea que Arthur elimino al acercarse nuevamente a los labios del de orejas cortas.

—Al... por favor...— el exresidente del Este, enganchó sus manos al cuello del carnívoro mientras él mismo se rozaba contra él, anhelando más y más contacto, sacando suspiros en el más alto, sobre todo cuando Arthur se acercaba para lamer la clavícula contraria.

Alfred entendió perfectamente las palabras del cejón, con delicadeza y extrema lentitud su mano derecha comenzó a bajar sensualmente por la piel blanca del chico, rozando hasta llegar a los pantalones de manta, pantalones que fueron cayendo gracias a su diestra, al tiempo que la izquierda apretaba y rozaba los rosados pezones de joven.

Cuando las prendas yacían en el suelo y el conejo sólo contaba con su fina ropa interior, el lobo lo tomó en brazos y lo levantó para acostarlo a la barra de la cocina sin importar tirar todo lo que antes sería su cena.

¿Qué boca tan grande tienes?

Es para comerte mejor

—Mi deliciosa presa—El chico sentado en la barra ya no podía más, comenzaba a tratar de cruzar las piernas para poder calmar el ardor en su cuerpo, pero su amante rápidamente tomó sus rodillas y las separó creando el espacio perfecto para poder entrometerse, llevando las piernas de Arthur a la altura de sus hombros, dejándolo cómodo antes de acercarse al bulto escondido tras un fino bóxer, el lobo comenzó a olfatearlo y suspirar encima de éste, dándole aún más calor a Arthur, quien soltó un jadeo fuerte cuando una traviesa lengua decidió jugar sobre la tela, dejando que cavidad bucal de su amante simulara penetraciones, haciéndolo gritar más y más el nombre del otro.

—Tuyo... sólo tuyo.—Abandonada fue la tela del pantalón y bóxer del portador de ojos azules, ahora toda su piel era expuesta a su pareja quien aún se encontraba sólo cubierto por el húmedo bóxer, el carnívoro observó de nueva cuenta a su apetitoso amante y al observarlo se relamió sus labios con sensualidad, acercándose cada vez más a los labios de su presa, quien gustoso aceptó embriagarse con los labios contrarios,al mismo tiempo un par de manos se acercaron a la pelvis del más longevo, una de ellas tomando el miembro hasta comenzar a moverlo al gusto de su presa, por otro lado la mano faltante se encontraba lo suficiente lubricada para colarse en la entrada del chico, provocando un gran jadeo el cual Alfred aprovechó para adentrar más su lengua en la cavidad contraria.

Una danza, un roce de ardientes pieles que se unían en un vaivén de dos personas que se aman con suma locura y amor, un carnívoro que renunció a la caza con tal de vivir encadenado al amor que tiene a su pareja eterna. Un conejo que abandonó su hogar para vivir acompañado de aquella criatura que se robó su corazón para nunca dejarlo ir.


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