Capítulo 8: El amor de una hermana
—Eugenia—me arrastré entre el polvoroso y rocoso suelo de mi celda para acercarme lo más posible a ella, deteniéndome cuando mis dedos chocaron con el frío metal de mi prisión —¿Cómo y porque es que estás aquí?
—He venido a verte —aclaro anteponiendo su mano sobre la mía para propiciar mi calma —. Noom logro convencer a la señora Casilda de que me contratara mientras él volvía.
—¿Volver de dónde? ¿A dónde es que se ha marchado?
—Pues a buscar al príncipe, obviamente.
—¿Buscarlo para qué? —Eugenia me vio como si no entendiese mis cuestionamientos.
—¿Cómo para qué? Para que venga a ponerle fin a este suplicio.
—Pero el príncipe está ocupado con su campaña, no tiene tiempo para venir a solucionar mis problemas.
—¿Cómo puedes decir eso mientras te tienen encerrada aquí? —me preguntó en aire recriminatorio —Esa hermana tuya es una desalmada, ¿sabes que se me ordeno? Que no te diera más comida que pan y agua para que no murieses de hambre. Escúchame bien, María— señalo con un dedo —, cuando el príncipe se entere, vendrá y la cortará en pedazos y te aseguro que dejará para el final su cabeza. Eso es lo que se merece esa bruja.
—Eugenia—le advertí—, no puedes hablar así de tu princesa.
—Princesa de nada —insistió —, a esa mujer no le tengo ningún respeto. Ni siquiera escupiría en la dirección que deja la huella su paso. La única razón por la que finjo hacerle caso es porque, por ahora, tiene cierto poder en estas tierras, pero ya verás María, cuando venga el príncipe, otra será la que habite este lúgubre lugar.
Me gustaría decir que fui valiente y rechace la oportunidad de recibir ayuda del príncipe, pero la promesa de Eugenia era una cálida manta sobre mi adolorido corazón. Ella debió notarlo en la tímida sonrisa y el ligero enrojecer que se dibujó en mi rostro, pues también me sonrió conmovida.
—¿De veras crees que el príncipe... —le cuestione con una voz cauta —dejara su campaña por venir a rescatarme?
—¡Claro! —exclamo al agacharse a mi altura —el príncipe daría casi todo por ti.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Porque lo escuche hablando con Noom después de que volvieron a estas tierras. El príncipe considera a Noom una persona muy cercana, ¿sabes? Después de todo, él ha sido quien verdaderamente ha cuidado de su majestad desde que era un niño en lugar de sus padres. Sin embargo, nunca ha olvidado su posición, por lo que es más que nada para el príncipe, un confidente y consejero.
—He notado la confianza que existe en su relación.
—Así es. Verás, esa noche yo preparaba bizcochos en la cabaña de Noom mientras el príncipe hablaba con él—Eugenia sonrió al recordarlo —. Su majestad tenía una sonrisa infantil dibujada en su cara y no paraba de describir a la mujer que traería a su mansión.
"Decía que ella tenía la mirada más altanera y valiente que había conocido jamás, una piel tostada como quien ha vivido una vida bajo el sol y una voz tan suave como la de un ruiseñor herido.
"Él dijo también que esa mujer le recordaba precisamente al ruiseñor que encontró cuando era un niño que tenía un ala herida, de hecho, Noom me contó aquella historia alguna vez, dijo que el príncipe ocultó al lamentable animal en su habitación dentro del palacio. Le consiguió semillas y granos y le dio de comer conforme lo vio recuperarse, pero el otro príncipe, mucho más cruel por naturaleza que el nuestro, encontró al pájaro un día.
"Contrario a los temores del segundo príncipe, el primero no se lo dijo a sus padres ni a los cuidadores del palacio, en lugar de ello, fue al jardín y cogió una piedra y después, aprovechándose del infortunio del bello y delicado ser, ya que este no podía volar, el primer príncipe lo tomó de la pata dentro de la misma caja donde el segundo había condicionado un hábitat para el animal y ante su piar, este príncipe lo golpeo una y otra vez hasta que detuvo el ruido de su pico.
"Después, el príncipe Octavio se marchó dejando ahí el cadáver de la primera creatura que el príncipe Alister intento cuidar y cuando este otro lo encontró, se echó a llorar al piso, en un acto de imprudencia, trato de hacer lo mismo con su hermano.
"Fue al jardín y cogió una piedra, pero al intentar de golpear a su hermano con ella fue detenido por los guardias del palacio. Lo que, es más, el segundo príncipe fue castigado por intentar agredir al heredero al trono.
—Pobre, pobre de mi príncipe — exclamé llevando mis manos a mi pecho —, amar a otro ser vivo solo para que su inocente corazón acabase roto por su perdida.
—María, tú eres como ese ruiseñor para el príncipe. Él cree en ti y en tu fuerza, solo necesitas un poco de ayuda antes de volar.
Asentí.
—¿Cuánta crueldad ha soportado hasta ahora mi príncipe? ¿Cómo podría yo dejarme derrotar cuando él no lo ha hecho jamás?
—Es por eso que el príncipe se niega a vivir en el palacio, puesto que los reyes suelen beneficiar a su hermano sobre él. Sin embargo, las cosas han cambiado.
"Debido a que el primer príncipe no ha sido capaz de procrear un heredero para el reino con su esposa, la princesa Rumia y lo que más le importa al rey es el legado de su estirpe, se rumorea que existe la posibilidad de que elija al príncipe Alister como su heredero.
"No obstante, estos rumores también han avivado la rivalidad entre los dos príncipes y es por eso que, en estas tierras, sus más allegados solo somos fieles al príncipe Alister y no al príncipe Octavio. Si este viniese un día y nos pidiera actuar en contra de nuestro príncipe, cualquiera de nosotros apuñalaría su propio corazón antes que el de nuestro señor.
—Yo también —le aseguré en determinación —. Moriría mil veces antes de atentar contra mi príncipe.
—Pero tu objetivo María no es morir —apretó mi mano por sobre los barrotes—, al contrario. Tu objetivo es prevalecer por sobre la princesa Isabella.
—¿A qué te refieres?
—Por ahora, solo promete que te mantendrás fuerte. Es lo que he venido a decirte, debes luchar y sobrevivir a este infierno, tu deber es permanecer cuerda y entera, solo hasta que llegue el príncipe. Él detendrá toda esta barbarie.
—Lo juro en nombre de mi amor por el príncipe, que es lo único que es mío en esta vida y que sé que nadie puede quitarme. Viviré en nombre suyo.
Eugenia sonrió complacida.
—Excelente, ¿sabes, María? —se giró para asegurarse de que nadie la viera, después abrió el pan frente a mí, revelando su interior relleno de queso derretido y jamón—, yo he sido más lista que la princesa Isabella y logre infiltrar uno de mis famosos bollos rellenos entre los aburridos hechos de engrudo que pretendía darte.
—No debiste arriesgarte, Eugenia —pretendía reprenderla, pero la alegría se me escapaba de los labios.
—Al contrario. Esto es lo mínimo que puedo hacer para velar por tu bienestar. Después de todo, yo tenía una vida miserable antes de ser salvada por Noom y por el príncipe, por eso mientras tenga la oportunidad de cuidar de ti, lo haré. No lo tomes como un favor, sino como una retribución a su amabilidad y una muestra de lealtad que le doy a través de ti. Por eso, no te contengas, come cuanto quieras sin culpa alguna, ten por seguro de que se me ha dado a mí más de lo que puedo entregar a pago.
Eugenia además me dejo un libro que llevaba oculto en las ropas, a petición de Noom, se me comunicó que debía seguir practicando mi lectura.
Esa actividad y la esperanza de reencontrarme con mi príncipe fue lo que me mantuvo cuerda por esos días en los que se me mantenía encerrada fuera del alcance de la calidez del sol y del fresco aire del campo.
Ante sus acciones, solo pude agradecer.
Ya que mi madre murió cuando yo era demasiado pequeña y fui inmediatamente llevada a casa de mi padre, nunca había sido amada en mi vida.
Y ya que había sido ignorante hasta ese punto, nunca supe todas las variaciones que la palabra "amor" podía llegar a tener.
Pero conforme fui leyendo al respecto me di cuenta de lo que era y lo que no era amor y supe entonces que nunca amé a Isabella, solo le servía y la protegía porque pensaba que tenía que hacerlo.
Saberlo fue una de las fisuras más fuertes que di sobre mis propias cadenas.
En cambio, no solo amaba al príncipe que me enseñó a hacerlo, también amaba a Eugenia como probablemente debería amar a Isabella.
Como a una hermana.
A ella la veía cada tercer día y había comenzado a llevar más bollos ocultos en sus ropas para que me comiera uno diario, solo tenía que ocultarlos bajo las mantas viejas en las que dormía.
También me llevo un par de cantinfloras y de alguna manera hasta consiguió agua de coco para mí.
Además de su comida y su charla, sus ánimos me daban fuerzas para soportar cada vez que mi hermana me demandaba en su presencia para darme más latigazos o abofetearme con la excusa de que tenía que decir el nombre del supuesto demonio que convoque para embrujar al príncipe.
Eugenia siempre decía que solo esperara un poco más, que Noom no debería tardar tanto, que tal vez llegaría al día siguiente.
Pero por alguna razón, Noom no llegaba.
Para la cuarta visita, sabía que Eugenia ya estaba preocupada por él, al final del día, era un hombre que nada sabia de la guerra y se había aventurado a alcanzar a un pelotón que le llevaba cinco días de ventaja hacia el campo de batalla.
Muchas cosas pudieron pasarle; tal vez lo atraparon, tal vez lo siguieron, tal vez ya estaba muerto.
A sabiendas de que Noom había partido por mi causa, yo ya no podía más con el peso de la culpa cuando fui convocada una vez más a la presencia de Isabella.
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