Capítulo 6: Un hogar para una esclava
Los primeros días de la ausencia de mi príncipe los usé para cumplir sus mandatos.
Para facilitar las cosas, me mudé a la casa de Noom que, estaba cerca de los confines del bosque.
Si bien su choza no prescindía de ningún artefacto para cumplir sus necesidades básicas, tampoco derrochaba en lujos.
Estaba hecha de madera, tenía 3 habitaciones, un comedor con cocina conjuntas y la biblioteca que era la habitación más grande de la casa. Las paredes estaban tan atiborradas de libros que no se podía distinguir el papel tapiz.
Frente al atril, la mesa estaba rodeada de 4 sillas y sobre la superficie se me ofrecía un enorme libro de hojas en blanco, un tintero y una pluma para mi estudio
El primer día, Noom me dijo, tal vez para motivarme.
—Señorita María—como por más que le insistí, no dejo de llamarme—lo está haciendo muy bien, si sigue con este ritmo, pronto podrá enviar una carta al príncipe.
—¿Una carta? — pregunté curiosa.
—Sí. Si usted pone sus sentimientos en una hoja, yo enviare esa hoja al príncipe y eso alegrará su corazón.
Con esa idea de poder comunicarme con mi príncipe y hasta quizás, recibir una respuesta de él, me volví obsesiva con aprender.
Iniciábamos el estudio al salir el sol y lo terminaba hasta que este se escondía tras las montañas más altas del final de la Magnolia, mismas donde se perdía el río.
Por las noches, repasaba todo lo aprendido con la firme intención de absorber más al día siguiente.
Además, el trabajo y el conocimiento me distraían del tormento de mi corazón.
Pero un día, me di cuenta de que mi motivación era algo egoísta, considerando que mi príncipe tenía cosas más importantes en las cuales pensar que en mí. Ese día le pregunté a Noom:
—¿No sería... impropio distraer al príncipe con algo tan banal como mis sentimientos?
—Por el contrario —aseveró desde su atril, moviendo con firmeza el dedo índice—. Una carta de usted apaciguará el corazón del príncipe y solo con el corazón tranquilo se puede tener una mente limpia. Fundamental para la batalla.
"Vea usted que, si envía esa carta al príncipe, no lo molestará en absoluto. Incluso lo ayudará en su contienda. Es como enviarle ánimos.
—¿Qué sabe usted de la batalla, Noom? —preguntó Eugenia quién traía consigo una cesta de pan.
Era la única doncella en la casa de Noom, lo que significaba que ella hacía todo en la misma. Incluido, por supuesto, la cocina.
Era una mujer enérgica y regordeta, con el rostro lleno de pecas, una piel amarillenta y unos ojos miel tan cálidos que derretían al verte el corazón. Su cabello tenía un color cobrizo tan hermoso que parecía atrapar en el los rayos del sol, a su vez, dicho cabello era casi tan rizado como el mío, pero Eugenia sí tenía la libertad de llevarlo suelto.
—Eugenia—la llamo Noom con la intención de reprenderla—¿Ya es hora de que nos interrumpa tan pronto?
—Claro. Han pasado cuatro horas—respondió con su altanero tono burlón al grado que procedía a poner la mesa—, si dejo pasar más tiempo, usted podría comenzar a extrañarme.
—Quizá deberíamos comprobarlo algún día—aunque se quejaba, Noom no tardó en tomar asiento frente a mí—. Déjenos terminar una lección fluida por una vez.
—No abandonaría a la frágil señorita María con usted—balbuceo en voz baja, pero claramente audible mientras sacaba de la canasta vino, frutas, queso y jamón.
Yo no logré contener del todo mi risa.
—¡Insolencia! —señaló Noom—, nunca le haría ningún daño a la señorita María.
—¿Le parece poco matarla de hambre?
—Tengo un horario establecido para cada una de sus comidas—se defendió—. Usted parece, en cambio, pretender engordarla como a un cerdo para el horno con toda la comida que le trae.
Admito que, nunca había comido tantas cosas hasta el día que comencé a quedarme en casa de Noom. Supuse que Eugenia amaba cocinar y yo era incapaz de rechazar sus apetitosos platillos.
—Bueno, no puedo permitirle perder su figura.
—¿No es una dama delicada lo que se espera en la corte?
—Si al príncipe le gustaran las damas delicadas, no la hubiera escogido a ella—me señalo causando mi bochorno—. Por el contrario, estoy segura de que, si pierde esas anchas caderas, yo perderé la cabeza.
—¡Es usted una desvergonzada! —exclamó Noom con una cara más roja que la mía—Hablando tan descaradamente de las formas de la señorita María.
—Y usted es demasiado rígido. Tan apegado a las normas que no pude ver más allá de ellas.
—Claro que si—asintió Noom antes de tomar su clásica pose autoritaria—Las normas son la base de nuestra sociedad, Eugenia. Faltarles a ellas es faltarle el respeto al prójimo. En este caso, a la señorita María.
—Ah, no me ofende —intervine con el movimiento de mis manos, temerosa de que la pelea escalara. Noom y Eugenia se giraron a mí con curiosidad, la presión de sus ojos provocó que mi voz temblase—. El respeto es importante, pero yo considero que, un excesivo respeto podría ser un obstáculo para la camarería.
—¿Camarería? —preguntó Eugenia, asentí ante la preocupación de haberla ofendido yo, sin embargo, al hacerlo Eugenia emitió un aura brillante al grado de que las comisuras de sus labios se levaban—. ¿Ves eso, Noom? La señorita María nos considera sus amigos.
—Eso es porque aún sirve al príncipe—le explicó Noom con desdén, eso apago la sonrisa de Eugenia.
—Ah, siempre es usted tan antipático—Se quejó mientras tomaba asiento a mi lado—. Señorita María, dígale a Noom que usted será mi amiga siempre.
—Siempre que me permita serlo—asentí envuelta por la calidez de recibir su amistad.
—¿Lo ve? —regaño a Noom —. Ella si tiene un buen corazón.
—Entonces, ¿yo no lo tengo? —se ofendió.
—Usted, ¿tiene un corazón?
De nuevo, se me escapó una ligera risa al caer la quijada de Noom.
—Debo tenerlo—se defendió inflando las mejillas—, para haber aceptado a una doncella tan insolente, maleducada y desobediente.
—Soy la mejor doncella de esta tierra—presumió arrojando su rostro—. ¿Verdad María?
—¿Ya le dice María? —la regañó Noom.
—Sí—asentí mordiendo el pan—. Su comida siempre es deliciosa.
—Es un emparedado—dijo Noom restándole importancia.
—¿Cómo se atreve? —replicó Eugenia—. He hecho el pan yo misma y hasta pase la mantequilla por el jamón como le gusta. Es un malagradecido, señor Noom.
—Se lo agradezco dándole techo y salario.
—Un completo tirano sin corazón.
—Un tirano sin corazón no la hubiese tomado como su protegida.
—Si usted tuviera corazón, ya se habría enamorado de esta doncella y en lugar de su sirvienta, me hubiera hecho su esposa.
Noom se ahogó entonces con el vino que estaba tomando.
—¡Eugenia! —la regañó de nuevo—. No haga bromas tan inapropiadas frente a la señorita María. Ni frente a nadie.
—¿Es inapropiado contarle a una amiga mi condena?
—¿Su condena?
—Pues sí—puso su cara sobre su mano y el codo sobre la mesa, arrojo un suspiro y continuo—. Los días pasan y mi juventud se marchita en esta morada, ¿Cuándo conoceré a un buen hombre para casarme?
—Puede interactuar con otras personas que trabajan en la mansión en su tiempo libre.
—Sirvientes, bárbaros y maleducados. Viven en la guerra y la ignorancia y así lo prefieren—mustio con desprecio—. María ha sido la única además de mí que se ha aprovechado de su cerebro, señor Noom ¿Es que una sirvienta como yo solo puede aspirar a un hombre así?
—Es difícil que se case con un hombre de sociedad, ya que no tiene una dote.
—Lo sé—sonrió con picardía—. Parece que, al final, tendré que conformarme con usted.
—¿Conformarse? Pero si yo soy instruido y solo he sido bueno con usted.
—Lo sé, pero es algo viejo para mí.
—¿Ahora soy viejo? Sepa usted que aún puedo tener hijos, Eugenia. ¿Y de qué juventud habla? ¿Cuántos años tiene? ¿Veintiocho ya? Su juventud ya se ha marchitado.
—Bueno—repuso Eugenia—. Aun así, soy demasiado bella y joven para usted. ¿O es que acaso me desprecia por mi exceso de carnes? Dígame, ¿usted es quien prefiere a una de esas muchachas delicadas de la corte?
—Es verdad que es bella, yo nunca hablaría despectivamente de su figura.
—¡Así es, soy muy bella! Y demasiado agradable para su mal genio.
—¿Mi mal genio? Cualquier otro lord ya la hubiese azotado por todas sus faltas de respeto.
—Estoy harta de sus amenazas—se levantó de la mesa—, el fin de semana iré al pueblo a buscarme un esposo. Ya lo verá, Noom. Será un hombre de mundo que me llevará a vivir a su casa y lo abandonaré a usted porque me tratará mejor y será más joven y apuesto.
—Ese hombre existe solo en su imaginación, Eugenia.
—Me extrañará cuando lo abandone. Ya verá.
Noom rodó sus ojos mientras Eugenia se retiraba sin llevarse o limpiar nada.
—No se preocupe, señorita María—me dijo Noom una vez se fue Eugenia—. Ella siempre dice que hará eso. Pero siempre regresa a casa.
—¿A casa?
—Sí. Eugenia sabe que es más que una doncella, es mi familia y esta es su casa. Pero no se lo diga directamente—a punto con el índice—o se le subirán los humos.
Su dinámica diaria era similar a ello. Eugenia insistía en que el señor Noom era un malagradecido por todas las cosas que ella hacía en su casa y Noom mantenía su postura de que el salario y manutención de Eugenia deberían ser suficiente agradecimiento.
Ella, al igual que Aron Burle, el soldado que arruino el velo de Isabella en mi llegada, eran los hijos de Lorne, una nación pequeña conquistada 10 años atrás de la que ya solo quedaba el recuerdo y los niños que trajeron para volverlos esclavos.
Mientras Aron fue al palacio y se convirtió en el esclavo personal de mi príncipe y en ese entonces era su soldado más leal, Eugenia fue comprada por Noom junto con otros esclavos y estos a su vez fueron asignados a distintas casas que el príncipe les había concedido a los que eran más leales a él.
Al tiempo, la mayoría de esclavas que venían con ella se habían casado o mudado a un convento. Pero Eugenia no. Ella nunca quiso ir a otra casa, ni siquiera a la mansión donde se vivía con más comodidades y a mi parecer, por la cantidad de sirvientas en las que se distribuía, el trabajo era menor y el sueldo mayor.
Aun así, Eugenia nunca quiso separarse de Noom.
Consideró a Eugenia y a Noom los primeros amigos que tuve en la vida. Ambos eran amables y aunque Noom era más diligente y Eugenia un poco tosca al hablar, ambos me trataron desde el inicio como a una igual.
Por eso, porque estaba con ellos dos, aquellos eran días alegres. Pero el anhelo de mi príncipe representaba un vacío en mi corazón.
Si bien el estudio y el trabajo apaciguaban el tormento de su falta, a través de los versos de los poetas que conocí en los libros de Noom, me di cuenta de la inmensidad de los sentimientos que tenía hacia la figura del príncipe.
Había vivido una vida incompleta hasta nuestro encuentro y en su ausencia llegué a la conclusión de que habíamos nacido uno y el otro, precisamente para unirnos.
Aunque el mundo entero reconociera a mi hermana como su princesa, el único pesar de mi alma respecto a nuestra relación era el indestructible deseo de poder yo algún día tener la posibilidad de ser quien reinara en su corazón.
Sí, el conocimiento creo en mí una conciencia de su entorno que me volvía cada vez más codiciosa.
No obstante, sabía que mi anhelo era imposible, porque el corazón del príncipe le pertenecía a la Magnolia sobre todas las cosas y quien dirigía esa tierra seguiría siendo Isabella.
Pero todo ese poder no fue suficiente para ella. Por eso, en la fatídica noche, 10 hombres se presentaron a la puerta de Noom exigiendo que les fuera entregada la esclava María.
—¿Quiénes son? ¿Con qué derecho...? —se negaba Noom plantándose en la entrada como un roble. Mi sueño había sido interrumpido por los golpes en la puerta y en ese momento escuchaba todo tras la pared de la cocina.
—Somos la corte real del príncipe Alister. Ya lo sabes Noom—lo interrumpió el soldado que parecía liderar.
—El príncipe jamás ordenaría algo como esto. Él mismo ordenó que la señorita María pasara sus días estudiando aquí hasta su regreso.
—Son órdenes de la princesa Isabella. Sabes que no puedo negarme a ellas. Nos ha enviado a registrar cada casa de los alrededores hasta encontrarla.
—Pues dígale que no la ha encontrado aquí.
—No le mentiré a mi princesa. Otras sirvientas han visto a la esclava paseando con la tuya.
—¿Qué otras sirvientas? Les cortarán la lengua.
—Solo entréguela, Noom—le ordenó dando un paso adentro de la casa. Noom ni siquiera se planteó el moverse.
—Soldado Abraham, le aseguro que, si da un paso más dentro de mi casa, no duraré en contárselo al príncipe.
—Yo soy leal al príncipe, es su princesa la que ha ordenado esto.
—Entonces es leal a la corona, no al príncipe.
—Está bien, Noom—le señalé entrando a la sala, Noom se giró hacia mí.
—Por favor, vuelva a su habitación.
—Mi señora me ha llamado y mi deber es ir a su encuentro.
—Ella ya no es su señora, usted ahora solo pertenece al príncipe y yo sé que esta no es su voluntad, así que no dejaré que se cumpla.
—Señor Noom—lo afrentó Abraham —. No me haga sacar la espada.
—Sé que cree que soy un cobarde porque nunca he ido a la guerra—repuso Noom con firme voz—. Pero soy siempre leal al príncipe, no voy porque él no me requiere. En cambio, si he de morir por proteger lo que para él es preciado, que así sea entonces, porque solo sobre mi cadáver se llevara a esta señorita.
El soldado hizo silencio. Segundos después, desenvaino su espada.
—Que así sea entonces.
—¡Basta! —intervino Eugenia poniéndose frente a Noom, él trataba de empujarla fuera del encuentro.
—¡No intervenga, Eugenia!
—No voy a dejarlo morir por un capricho de la princesa.
—Precisamente porque es la princesa, sé que no quiere nada bueno para la señorita María.
—Aunque se nieguen—les dije mientras caminaba a los soldados—, me llevaran igual.
—No—repuso Noom—, corra al bosque señorita...
—Iré—camine finalmente a ellos, antes de irme me gire a Noom y Eugenia, quienes tenían la sombra de la desesperanza en la mirada —. Gracias por todo.
Fue la forma la que me despedí, Noom trato de detenerme, pero los soldados obstaculizaron su camino.
No iba a dejar que mis dos amigos muriesen solo por protegerme. Sin embargo, de haber sabido lo que me aguardaba el destino. Tal vez si hubiera corrido al bosque.
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