Único deseo

Capítulo único

No hay brillo en sus ojos.

La vida ha abandonado aquel cuerpo que con desesperación aprieta contra su pecho como queriendo darle de su calor, como queriendo atenuar aquel frío que solo la muerte deja a su paso.

Gruesas lágrimas caen de su rostro, como sangre derramada de una profunda herida. Lágrimas de dolor, dolor de pérdida, tan intenso que vuelve casi inexistente el de sus propias heridas las cuales alimentan al ya existente charco carmesí bajo sus cuerpos.

Un grito sale desde lo profundo de su pecho y a su boca llega un sabor metálico, pero no por ello deja de destrozar su garganta, por lo que ahora su voz ya no existe; son gritos mudos, con la cara al cielo, que quitan todo el aire de sus pulmones haciendo que su pecho se hunda. Dolor, de pérdida, y culpa de llegar tarde y no poder salvar a su amada. Solo su frío cuerpo queda, no hay nada más, tanto allí como dentro de él.

Es cuando todo se sume en un silencio imperturbable, cuando respirar se le comienza a dificultar y sus extremidades ya no le responden que, frente a sus ojos, aparecen los zapatos grises de una vieja dama.

La dama de gris, color en su piel y hasta de sus ropas, se agacha hasta quedar a la altura del moribundo hombre y con unos ojos que aparentemente esconden cariño le dice suavemente «Una vez cuidaste de uno de mis descendientes, por ellos te concederé un único deseo. Así que elije sabiamente.» Sin embargo, sus labios ni siquiera se habían separado.

El hombre, antes que la muerte le envolviera con su manto, habla. Pero igual que la dama no abre su boca, pues es su corazón quien pide fuerte y claro «Por favor, permíteme...»

Un fuerte golpe en su cabeza le hace abrir los ojos de repente. Aún está en el colectivo de regreso a casa después de sus clases de la tarde.

Masajea disimuladamente donde su cabeza impactó contra la ventanilla e intenta recordar aquel sueño ahora confuso y que ha dejado una pequeña presión en su pecho. Pero no pasa mucho hasta que sencillamente decide olvidarlo y despejarse mirando a través de la ventana.

El sol de la tarde, junto a una suave brisa que despeja su frente, se cuela por la ventanilla ahora abierta, refrescando así del calor que el inicio del verano comienza a traer. Entonces ese fresco, poco a poco, hace que sus párpados vuelvan a caer cubriendo así sus marrones ojos, pero el fuerte golpeteo de las ramas en todo el costado del lado que viaja le hace abrir los ojos y enderezarse en su asiento de golpe. Algunas hojas entran para terminar cayendo sobre su regazo y el colectivo frena en la esquina donde los semáforos, por un aparente corte de luz, han dejado de funcionar. Entonces es cuando le ve y un sentimiento en su pecho se apodera completamente de su ser, es una calidez abrumadora de reconocimiento y de amor hacia aquel que con auriculares camina por la vereda y dobla en la esquina quedando perpendicular a él.

Una dama, sentada en la otra fila del transporte, mira todo aquello con una pequeña sonrisita para luego cerrar momentáneamente sus ojos y asentir para sí misma.

Allí está tu deseo, ver aquella persona una vez más —pensó la mujer, pero antes que esa línea de pensamiento fuera hacia lugares como «ese hombre podría haber pedido algo mejor» unos fuertes y rápidos pasos a su lado le hacen abrir los ojos y, así, verle tocar con cierta desesperación el timbre de bajada.

Con la agilidad propia de un deportista, desciende los tres escalones y corre tras aquella figura ya casi a mitad de cuadra, pero, sin ser esto suficiente, cuando se encuentra a solo dos metros suelta un fuerte y claro «¡Oye!» que aquel de espaldas escucha y gira mientras se quita uno de los auriculares.

Es cuando sus ojos se encuentran, no hay necesidad de palabras entre ellos porque les habita el mismo sentimiento. Y es que, a pesar que el color de aquellos ojos hubiera cambiado y que para mirarlos ahora tuviera que elevar levemente su cabeza, son sus almas las que se reconocen; por eso florecen sonrisas dulces y camelias.

Para entonces el colectivo puede por fin encontrar el momento de cruzar y continuar su viaje, solamente con la dama de gris a bordo. Dama que por fin sus labios se separan para mostrar una sonrisa que crea alrededor de los grises ojos arrugas de felicidad, debido que a pesar de todos los años que sus hombros cargan olvidó un hecho muy importante: en la vida muchas veces solo se necesita una única oportunidad, lo demás depende de cada persona.

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