VIII
— Abigail — su voz sonó dura, era evidente que estaba molesto, pero hice caso omiso a sus palabras como en los últimos días. Sin embargo, volvió a golpear la puerta, esta vez de manera más brusca y repetidas veces — Si no vas a salir, al menos déjame entrar. Prometo no insistirte. — suplica y se escucha un golpe suave y seco, por lo que supe que había apoyado su frente contra la puerta.
Vacilé unos minutos entre dejarlo o no pasar, o si mínimamente contestarle. No es la primera vez que viene, y sé que no va a ser fácil ignorarlo porque va a estar ahí un buen rato.
¿Qué hago?
Si tuviera que dejar que alguien me vea así, que fuera él sería la única decisión más o menos decente que puedo tomar. No es un desconocido. Es más, es todo lo contrario. Pero, ¿qué le voy a decir cuando me pregunte por qué no salgo?
Quizás mi aspecto no sea tan malo y pueda disimular un poco mi malestar. — pensé. Me resigné a levantarme de la cama y abrir la puerta. Mis facciones finalmente reciben el resplandor de una luz más intensa, y mis ojos se esforzaron por acostumbrarse a ese cambio lumínico.
— Wow — me miró aterrorizado — ¿Qué te pasó? — preguntó.
— No vayas a querer ser tan delicado — hablé haciendo notar mi mal humor. Parece que le sorprendió el tono de mi voz. Es obvio, rara vez le hablo, y cuando lo hago es en un mal momento. Qué insistente. No puedo creerlo. Desearía que me dejen en paz por un año entero.
Me hice a un lado y le indiqué que pasara. Itachi avanzó con lentitud observando cada rincón de lo que era mi -ahora desastrosa- habitación. En cualquier otro momento podría haber sentido algo de pudor, pero tengo una migraña insufrible que es aún más fuerte.
Así como no me molesté en acomodar un poco el cuarto, tampoco me molesté en ponerme medianamente presentable. Esto quiere decir que, si mi aspecto ya de por sí daba vergüenza ajena, ahora mismo también doy lástima.
Mi pelo era un nido de ratas, ni siquiera me preocupé en amarrarlo. Podrían aparecerme piojos tranquilamente. Tampoco estaba cambiada. Tenía puesta una remera de mamá y estaba en ropa interior, pero me había envuelto en una manta. Si me viera a mí misma en estos momentos, me llevaría a rehabilitación.
Me recosté en mi cama sin darle importancia a la presencia de aquél chico, mientras que, en cambio, él parecía estar esperando que yo le diga algo, o quizás estaba buscando las palabras correctas para entablar alguna clase de conversación.
Tomó asiento al borde del colchón.
— ¿Estás bien? — me pregunta. Yo lo miré con cara de pocos amigos, como si con verme no le fuera suficiente para saber que no estaba bien. Parece haberse dado cuenta de su estupidez porque soltó una pequeña carcajada. — Perdón. Sinceramente no creí que me dejarías pasar, no estaba preparado para esto.
— Pues lo hice. — digo sin más.
— Si... — sonríe — y es la primera vez que lo haces en casi dieciocho años.
— Eso es porque antes no estaba lo suficientemente vulnerable — contesté. Él me miró y podía sentir cómo la pena en sus ojos me quemaba. — ¡Deja de mirarme así! No necesito la lástima de nadie — bufo y le tiro con una almohada. Él ríe ante mí reacción.
— No te miro con lástima... — se acerca un poco y yo me hago a un lado dejando espacio suficiente para que pueda recostarse — es cariño. — comenta mirándome de reojo.
Debo admitir que mi estado emocional en este momento, es completamente nulo. La he estado pasando tan mal, que no tengo fuerzas para ilusionarme con algo tan patético. No tengo ganas de sentir nada más que altere mi psiquis después de sentir tanto, tan consecutivamente estos días.
— ¿Él mismo con el que mirabas a Sasuke? — alzo una ceja y volteo la cabeza hacia su lado para observarlo. Itachi sostenía una sonrisa indescifrable -como todo lo que viene de él-.
— No precisamente — comenta. Su rostro toma seriedad luego de su propia respuesta. Yo lo miré confundida, pero no le di importancia.
Ahora ambos nos encontrábamos admirando el techo como si esperáramos ansiosamente que un meteorito nos cayera encima y terminara de una vez con esta mísera existencia. Mis pies sobresalían de la mantita y los movía aburrida como una niña, mientras le buscaba formas tontas a las manchitas de la madera.
— ¿A qué viniste exactamente? — pregunté interrumpiendo el silencio que ya se estaba volviendo incómodo.
— He estado viniendo todos los días, ¿acaso debe haber un motivo aparte, además de la preocupación que me invade al notar no saliste de tu cuarto en casi una semana? — su voz sonó nerviosa como nunca antes, inestable. Como si estuviera dudando de sus propias palabras. Volví la vista hacia él y me di cuenta que sus facciones denotaban intranquilidad. Él sabe que después de tantos años de conocerlo, yo podía leer sus expresiones con facilidad. Soltó un suspiro profundo y volteó hacia mí — Pain nos regañó a todos, exigiendo que hagamos lo que sea para que te dignes a salir. — concluyó. Yo asentí dándolo por hecho, sabía que sería imposible que haya sido totalmente su disposición.
¿Es capaz de venir todos los días a ver cómo estoy? Si.
¿Va a venir hecho una furia a pedirme que lo deje entrar? Jamás. No es algo digno de él, y en el caso que lo fuera, se arrepentiría y cambiaría de opinión rápido, junto con su actitud. Como ahora.
— También quiero saber qué es lo que te está pasando... — agrega al cabo de unos segundos.
— Me asesinaron — le contesté en seco. Él frunció el ceño ante mi respuesta — Cinco veces esta semana - sonreí con sarcasmo, ocultando la angustia que crecía en mi pecho. Soy consciente de lo absurdo que suena cuando lo digo así, pero no estaba segura de que pudiera entenderlo de todas formas.
— ¿Qué?
— No lo sé — bufo y escondo mi cara en la almohada — Si mamá estuviera aquí podría ayudarme a saber qué está pasando — dije en un sollozo casi inaudible.
En ese momento sentí cómo sus brazos rodearon mi cintura y su pecho se pegó a mi espalda. Supuse que todo lo que quería era envolverme en un abrazo de consuelo, pero abrí los ojos impresionada. No es la primera vez que me abraza pero, quiero decir, no es lo mismo que cuando era una niña.
— ¿Qué estás haciendo? — mi voz sonó entrecortada por los nervios que crecían cada vez de manera más arrasadora en mi interior, y pude percibir que sus brazos temblaron vacilantes reaccionando a mi pregunta.
— Supongo que te estoy abrazando — responde casi en un susurro.
No reproché nada ante eso, ni tampoco me moví del lugar. Invadió en todo mi ser una sensación de comodidad, y concluí en que esto es lo más cercano que había sentido en un buen tiempo a la calidez de mi hogar. Su aroma era el mismo que el de hace ocho años atrás y me transportaba en el tiempo al único momento en mi vida en que fui plenamente feliz. Aunque si voy al caso, tampoco habían sido muchos abrazos los que nos dimos antes de que nos perdiéramos el rastro. De todas formas, siento que me desarmo en pedacitos sobre la cama y cada uno de ellos se esfuma. Mi antigua habitación y mamá dándome las buenas noches; los viernes a sábado conviviendo con Sasuke, jugando con los niños de su vecindario; la hospitalidad de Fugaku y Mikoto; ver a Hiro reír junto a todos.
Siento que podría morir aquí. Después de varios días sometida al caos, se me relajan todos los músculos del cuerpo y mi mente empieza a derretirse dándose un merecido descanso.
No duró mucho tiempo hasta que él se levantó para volver a sentarse en la cama, dejando un hueco mi lado. No me volteé a verlo, pero sabía que sus ojos estaban posados en mí con determinación.
Y de pronto, lo pude percibir en el ambiente con bastante claridad.
— Abby — su mano acaricia una de mis piernas por arriba de la manta.
Yo me había percatado y estaba segura de que Itachi también lo había hecho.
— Creo que estoy enamorado de ti — su voz sonó decidida, pero su expresión no la acompañaba. Era la primera vez que lo veía inseguro de sí mismo, y todo encajaba a la perfección. Por eso había estado actuando tan extraño, por eso sus muestras de afecto hacia mí últimamente se sentían tan distintas, raras, incómodas. Había un secreto detrás de ellas.
Pude sentir cómo el calor recorría cada esquina de mi rostro, y no podía hacer nada que no fuera observarlo atónita, esperando un remate mientras me deslizaba en la cama para sentarme como podía, con las pocas fuerzas que tenía. No estaba segura de si quería que fuera verdad o que sea una broma de mal gusto.
Sus ojos no se apartaban de mí y yo ya no podía cargar más con el peso de su mirada.
— ¿Estás bromeando? — hablé con un tono irónico, a lo que él me respondió agachando la cabeza, avergonzado — No puedo creerlo. — soné indignada. Nada de lo que salía de mi boca era lo que sentía auténticamente, pero estoy acostumbrada a transformar mis emociones en acciones impulsivas y enojos innecesarios. — ¡No me mires así! ¡Pasaron más de seis años! ¿Dónde mierda estuviste? ¡Hori murió y quedé sola en el mundo! ¿¡Dónde mierda estabas, inútil!? — grité y las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos. Obviamente no tardé nada en ocultar mi rostro entre mis manos.
Intenté golpearlo pero él tomó de mi muñeca, y sus manos me tomaron por los hombros con la intención de inclinarme levemente hacia atrás, para estrecharme en sus brazos nuevamente y acariciar mi pelo.
Detestaba esto. Pasaba cada vez que me frustraba o me encaprichaba porque las cosas no salían como yo quería, aparece él y reprime todos mis impulsos de la misma forma. Apacigua mi tormenta.
Pero a veces no necesitaba que hiciera eso. A veces quiero que me permita hacer pedazos todo lo que me rodea. A veces, me quiero prender fuego y hacer cenizas un país entero.
Sin embargo, es tan cálido aquí, que no quiero alejarme nunca más. Se siente como llenar un vacío que jamás había sido ocupado.
— ¡Lo hiciste a propósito! — bufé mientras me refregaba los ojos con mis manos, recordando lo que habían percibido mis sentidos anteriormente.
— Quizás. — dice sin más, echando un vistazo hacia la puerta.
Me deshice del agarre de sus brazos y me puse de pie para dirigirme a la salida e indicarle que se fuera sin decir una palabra al respecto. Él alzó la vista lentamente.
— ¿Cómo debo interpretar esto? — pregunta con algo de tristeza.
— Como un "vuelva pronto" — contesto desganada.
La respuesta parece haberlo dejado pensando, pero de todas formas no me discutió y se levantó de la cama para pasar por mi lado y despedirse una vez salió hacia el pasillo. Cuando finalmente se fue, me quedé parada unos minutos apoyada en el marco de la puerta, mirando hacia el cuarto de enfrente.
Si será idiota... debería saber que no es muy difícil sentir su presencia a tan solo unos pasos de distancia. — pensé y negué con la cabeza, sonriendo al pensar en la gran estupidez que había hecho esa persona.
Decidí tomar una ducha y reecontrarme con mi higiene personal.
Quizás, si tomaba las cosas con calma, podía intentar salir. Pero no debo dar ni un paso en falso, y eso es algo bastante complicado para alguien con mi mala suerte.
Doy un suspiro para llenarme de fuerzas, tomar una muda de ropa limpia y dirigirme hacia al baño. El agua caliente cayendo sobre mí hacía que todo mi cuerpo se relaje, recorriendo en él una sensación satisfactoria, aún mayor que la que me envolvió cuando estaba en mi habitación con Itachi.
— Abby, ¿eres tú? — se escucha una voz femenina desde fuera.
— Si, Konan. Soy yo — dije lo más simpática posible.
— ¡Al fin, niña! ¡Era hora! — habla en un tono exaltado que era raro oír en ella, lo que me animó — Si quieres comer algo podemos merendar juntas, me gustaría hablar contigo.
— Quizás en un rato — le respondo. Luego escucho cómo sus pasos se alejan de ahí.
Una vez ya lista, di un paso fuera de la habitación y la cerré con llave. Miré la madera de mi puerta unos minutos, sumida en el miedo de qué pudiera pasarme si me exponía a situaciones que me puedan llegar a alterar, o qué pasaría si vuelvo a tener uno de esos sueños lúcidos enfrente de alguien. Ya estaba más que claro que no me ocurría solamente mientras estaba durmiendo. Mis ojeras mostraban a la legua que no dormí para nada.
¿Qué medidas podría llegar a tomar Pain si viera que estoy tan en la mierda? De seguro querría involucrarse para ver si puede sacar provecho de algo, pero me niego rotundamente a ser un objeto de experimento.
Escuché unos ruidos que provenían de la habitación de Deidara y volteé la vista hacia su puerta. Sin quererlo, en cuestión de segundos me encontré a centímetros de ella, dudando sí tocar o no.
— Creo que estoy enamorado de ti.
¿Será eso cierto?
¿Habrá escuchado?
Mis nudillos golpearon la madera con fuerza, tres veces consecutivas. Del otro lado, los ruidos cesaron y nadie respondió.
Volví a tocar.
— ¿Quién es? — dice esa voz que ya tan familiar me resultaba, y ciertamente escucharla una vez más hizo que sonriera. Sin embargo, no iba a contestar por miedo a que me ignorara. Es decir, claramente me lo merezco. Desaparecí y fue a quien menos señales de vida le di, pero ahora solamente tenía ganas de verlo, abrazarlo y llorar.
Pero que no pregunte nada.
Que se abstenga y me corresponda entre sus brazos.
Qué.
Fruncí el ceño cuando me percaté de lo que pasaba por mi mente. ¡Qué ridícula! Y lo peor es que ya estaba comenzando con el pie izquierdo, porque mis intenciones eran específicamente no exponerme a sentimientos que alteren mi estado de ánimo entoncesporquéestoyparadaenfrentedesupuertacuandoséperfectamentequedeberíaestartranquilaenfocándomeencosasquemedistraigan.
— ¿¡Quién es!? — dijo ahora con un tono que delataba que no estaba de humor.
Lo que también es verdad, es que ya estaba aquí y no podía echarme atrás y esconderme en mi cuarto como alguien que conozco. Pero tampoco le iba a decir que era yo. ¿Entonces qué iba a hacer? No sé en qué momento entrar a una recámara ajena sin permiso me pareció buena idea, pero ahí estaba yo, abriendo la puerta impulsivamente sin el consentimiento del propietario, arrepintiéndome de hacerlo ni bien él volteó la vista de su escritorio y sus ojos se posaron en mí.
Y como siempre, estaban brillantes y, a pesar de estar irritado, no perdían su esencia serena. Y ahora que me doy cuenta, me recuerdan al cielo. Y quizás esos aires de libertad que esparcen por todos lados son los mismos que me incitaban a cruzar los límites que yo misma me había puesto hacía minutos atrás.
Su expresión vacilaba entre la pena y la sorpresa. Era evidente que no sabía cómo reaccionar ante mi presencia, y yo tampoco tenía mucha idea de qué decirle. Al cabo de unos segundos se puso de pie, esperando a ver quién tomaba la iniciativa. Pero no quería perder mi oportunidad.
Caminé a paso decidido hacia él, que amagó a esquivarme como si hubiera pensado que lo iba a golpear. Pero antes de que pueda decir algo, lo tomé del cuello de su túnica y lo acerqué a mí para rodearlo con mis brazos. No estaba ni siquiera un poco segura de lo que hacía y reconozco que mis movimientos se deben haber visto torpes, pero no era algo que ocupe mi mente con facilidad cuando todo lo que quería era sentirme cerca de él. Lo abracé con tanta fuerza como nunca en la vida había abrazado a nadie. No me di cuenta que estaba sosteniendo el aire hasta que tuve que dar una gran bocanada para recuperarme.
Deidara posó una mano en mi espalda y me miró confundido.
— Creí que estabas enojada conmigo — el tono de su voz denotaba una gran sorpresa. Negué con la cabeza mientras tenía el rostro escondido entre su pecho.
— Simplemente a veces soy idiota — le respondí despegándome de él lo menos posible. Sentí cómo llenó sus pulmones de aire y largó todo en un suspiro de alivio.
— No vuelvas a hacer eso, estúpida — me reprochó intentando sonar lo menos agresivo posible y, finalmente, me devolvió el abrazo. — Creí que me odiabas y que caerías a los pies de... — habló, pero se interrumpió a sí mismo al darse cuenta de lo que estaba diciendo. Yo alcé la vista y levanté una ceja divertida mientras que el rubio desvió su mirada hacia otra parte. Se había delatado a él mismo.
— Entonces si habías sido tu el que espiaba detrás de la puerta — digo burlona entornando los ojos. Él alza ambos manos, en señal de rendición.
Ambos nos separamos y tomamos asiento en su cama. Creí no estar preparada para tanto, pero nada era tenso a su lado. Mis emociones no eran del todo pasivas, pero tampoco se tornaban molestas o negativas. Estaba convencida de que, al menos, podría tener una pequeña conversación para disculparme por mi comportamiento.
Deidara estaba empeñado en admirarme con una expresión en su rostro que me resultaba indescifrable, pero reconocía que estaba ansioso por cómo jugueteaba con sus manos reposadas en su regazo.
— Estuve pensando — habló agachando la cabeza y deshaciéndose del silencio que se había hecho — Y resulta que no puedo evitar pensar en ti todo el tiempo. — dijo.
Fruncí el ceño por sus palabras, me esperaba otra clase de conversación.
— Y no puedo venir y decirte que estoy enamorado de ti, cuando jamás he "estado enamorado" y desconozco cómo se siente, ¿sabes? — agregó. En el momento en que mi atención se centró en él, todo alrededor desapareció para mí — Pero admito que detesto con todo mi ser que alguien más venga y diga las palabras que tenía en mente decirte a su debido tiempo antes que yo — sus manos se hicieron un puño y los apretó con rabia. Nuevamente fijó su vista en mí — ¿Es demasiado pronto? — preguntó inseguro.
— ¿Se han puesto de acuerdo? — lo observé inexpresiva. Realmente parecía una broma de mal gusto.
— Perdón...
— No — hablo antes de que se avergüence — No es que sea demasiado pronto, es que son muchas cosas por digerir en un sólo día — digo y río — Pero no me gustaría que te lo guardes.
— Has estado solicitada — bromea. Su sonrisa era, en estos instantes, una caricia al alma.
— Ya quisiera — le respondo.
El silencio se hizo nuevamente en el ambiente. Pero no era incómodo, ni nos ponía tensos. Era necesario. Me resultaba satisfactorio poder sentir su respiración relajada, y apreciar cada detalle de su rostro sereno.
— Cuando era pequeño y aún vivía con mi familia, mamá tenía una cantidad increíble de amigos... — me dice, totalmente fuera de contexto. Me acomodé sentándome como indio, preparada para escuchar su historia. — cuando digo una cantidad increíble, era realmente sorprendente. Era una persona muy sociable, y papá era muy hospitalario y le encantaba cocinar para los demás, por lo que todo el tiempo había gente en casa. Y, por ende, yo jugaba con los hijos de aquellos amigos de mis papás. — recuerda emocionado, con la felicidad y la nostalgia adueñándose de su expresión — Cuando tenía algo de once, doce años, mamá hospedó a una niña un par de días. Me explicó que no tenía hogar y que debíamos cuidarla e intentar conseguir refugios que la contengan para que pueda seguir subsistiendo.
Me fascinaba cómo su rostro era fácil de leer la mayoría del tiempo y cómo sus facciones se adecuaban a las palabras que salían de su boca. Sentía que jamás podría mentirme, ya que era muy transparente y no intentaba ocultarme nada.
— Cuando la niña llegó a casa, su apariencia era realmente devastadora. Al principio, creí haberme topado con un fantasma. Era pálida y su pelo negro cubría gran parte de su rostro. Estuvo días encerrada en el cuarto de huéspedes y yo le llevaba las comidas. Intentaba tener una conversación con ella a través de la puerta que, para mí, en ese momento era una enorme barrera que nos separaba. A veces me ignoraba, otras veces me volvía tan insistente que terminaba riéndose de mi poca dignidad y mis malos chistes. Sin embargo, al cabo de unos días comenzó a salir.
» El tercer día, mamá la había invitado a tomar una ducha. Recuerdo haberme empecinado en quedarme despierto únicamente para verla salir del baño y comprobar qué había detrás de ese aspecto melancólico. Creo que fue la primera vez que alguien me gustó — sonrío con ternura. Hizo una pausa y posó su mano sobre la mía, acariciando mi dorso con su dedo pulgar. — También fue en esos días la primera vez que hice una escultura para alguien, y fue su primera vez sonriendo desde que había llegado. Fue muy satisfactorio sentir que la hice un poco menos infeliz. Se quedaba despierta conmigo mientras yo trabajaba en mi arte y la trastornaba hablándole al respecto. — concluyó. Sus ojos se centraron fijos en los míos y se acercó lentamente hacia mí.
Pero su rostro se quedó quieto a pocos centímetros del mío, y a esa poca distancia comenzó a hablar más bajo.
— Abby, sé que has estado viajando por una innumerable cantidad de ciudades, y que te has hospedado en la casa de una enorme cantidad de familias, pero... — se acerca aún más, centrando su boca en mi oído, y me susurra — esa niña eras tu, ¿recuerdas?
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