VI

Está tan malditamente cerca que quiero matarlo. Pero en cierta forma me intimida el hecho de que pareciera que me envuelve en un vaivén de sensaciones de las cuales no voy a poder escapar tan fácilmente.

— Dime que puedo besarte — susurra en mi oído. Su voz, más ronca de lo normal, llegó a captar todos mis sentidos con arrogancia.

Una de sus manos reposaba sobre mi cintura haciendo que la cercanía entre los dos pareciera imposible de romperse, y con la otra acariciaba mis mejillas con dulzura. Podía percibir en él que buscaba con todas su fuerzas reprimirse, pero los ojos con los que me miraba gritaban suplicantes, llenos de deseo.

No sé descifrar qué está pasando en mi mente en estos momentos. No puedo terminar de entender qué es lo que quiero. Sin embargo, debo admitir que el cosquilleo en mi vientre se volvió una sensación terriblemente pesada una vez que me di cuenta de que estaba sobre-analizando la situación.

¿Qué me gusta de esto? Quizás sea la calidez de su tacto sobre mi piel, o la devoción con la que toma de mí anhelando que la distancia sea lo más nula posible, o su respiración mezclándose con la mía, o su aroma natural el cual puedo percibir con más intensidad que otras veces ahora que está tan, tan, tan cerca.

Demasiado cerca.

— No — respondo seca. Toda yo se encuentra pasmada en el lugar y en parte no logro comprender por qué dije eso.

Sus ojos se abrieron con sorpresa y noté cómo la chispa que se apoderaba de ellos desde que habíamos entrado a la habitación se apagaba.

— ¿Qué? — pregunta con un tono que denotaba que se algo lo hirió, aunque sabía que había entendido bien a lo que me refería.

Me solté de su agarre y procedí a dar la vuelta para abrir la puerta, pero Deidara me tomó nuevamente, esta vez por la muñeca. Y, aún sin que me diga nada, pude entender en su expresión que todo lo que quería era que piense una vez más lo que estaba haciendo, que me arrepienta y retroceda. Que deje que me envuelva en sus brazos. Pero eso no iba a pasar conmigo.

Al ver que no me retractaba al cabo de varios segundos, simplemente me soltó y yo seguí mi camino.

Me sentía confundida y todo a mi alrededor me aturdía. Repito la secuencia mentalmente para poder comprender qué era lo que había ocurrido y por qué había reaccionado de tal manera, pero hacerlo me estaba generando unas nauseas incontenibles. Así que en cuestión de milisegundos me encontraba corriendo hacia el baño.

Paciencia. Contar hasta diez para tranquilizarme y bajar un cambio.

Como un flashback se me viene a la mente el rostro de Deidara al retenerme antes de que saliera corriendo.

Uno, dos, tres...

Camino a paso apurado cruzándome con Sasori y Hidan, quienes me saludaron, pero seguí concentrada en mi objetivo.

A unos pocos metros de llegar, choco con un obstáculo de varios centímetros más que yo.

— Abby, ¿estás bien? — pregunta. No tuve tiempo ni de alzar la vista, ni de divisar su cara. Pero si reconocí su voz, que me puso diez veces aún más nerviosa. Así que la situación no acabó del todo bien para mí, aunque puedo decir terminó mucho peor para la persona que se encontraba enfrente de mí.

Acabo de vomitarle a Itachi en los pies.

Quiero que me trague la tierra.


Sasori me tiende una taza de té mientras que Hidan me insiste en que le diga qué me duele, si necesito alguna cosa, si soy alérgica a algún medicamento, si ocurrió algo grave.

No, no, no y no.

En el sillón de enfrente se encuentra Kisame, que recuerda y se ríe repetitivas veces de lo ocurrido —el chiste ya pasó, ya no da risa—, y a su lado Deidara, que observaba la situación con cara de pocos amigos.

— ¿Estás segura de que estás bien? — habló Hidan, alzó la vista y pongo los ojos en blanco para hacerle notar lo irritada que me está poniendo.

Y no, no voy a estar bien hasta que me quiten a Itachi de al lado, que se encuentra acariciando mi cabello con una cara de preocupación demasiado notable, la cual también me estresa. Literalmente acabo de vomitarte los pies, ¿podrías aunque sea mirarme con desagrado?

— Vomité, no parí — le contesto a Hidan al cabo de unos minutos para que me deje tranquila. Y también fue una indirecta para que me dejen de observar como si tuviera un pie al otro lado. — No son mis últimos minutos de vida. Dejes de observarme como si se estuvieran preparando para hacer el duelo.

— Uno no va y vomita de la nada — acota el hombre de tez azul — ¿Estás embarazada? — bromea. Pero Deidara e Itachi lo fulminan con la mirada y acaba por soltar una risita incómoda que terminó en una mueca de arrepentimiento.

— No — me limito a contestar. Hidan suspira con alivio y yo le doy una patada en la rodilla.

— O quizás estabas nerviosa — comenta Sasori y sus ojos viajan hasta posarse sobre su querido discípulo — Tal vez pasó algo, ¿qué opinas, Deidara? — le pregunta esbozando una sonrisa acusadora.

Fue con tan poco disimulo que lo dijo, que pude divisar en cámara lenta cómo todos los presentes observaron al rubio, quien estaba siendo sometido a toda la tensión del ambiente haciendo que sus mejillas tomen un leve color rosado, delatándolo.

— Si fuera por los nervios, fue Itachi la última persona a la que vio — vuelve a acotar Kisame sacando al anterior de ese gran aprieto para acusar a otro — Tal vez le dijo algo que la inquietó, ¿no?

— Para lo único que hablas es para meter la pata — le dice su compañero.

— ¿Todavía no le has dicho? — le reproche su amigo mirándolo con decepción. El pelinegro lo mira indignado mientras todos nos dábamos el lujo de presenciar una nueva escena.

— ¿Decir qué? — volteo para ver a Itachi un tanto confundida, pero eso claramente lo incomodó aún más.

— Si, Uchiha. ¿Decir qué? — insiste Deidara desde su lugar, desafiante, con intenciones de sabotearlo.

El ambiente vuelve a tensarse y el silencio predomina la sala. Itachi había agachado la cabeza y se encontraba mirando al suelo hacía unos cinco minutos, mientras que el rubio lo observaba como sentenciándolo a que se delate solo —aunque sabe que no es tan idiota como él—. Los demás, bueno, también estábamos esperando una respuesta, pero no con la misma expresión que Deidara, que parecía disfrutar de su sufrimiento.

Pero la pesadez del entorno ya me estaba sacando de quicio, y tampoco quería hacer sentir mal a Itachi.

— Bueno, me siento mejor — digo poniéndome de pie, tambaleándome un poco — Y voy a terminar de acomodar las cosas en mi habitación, ahora que tengo dos muebles — río. — Una cama y un cajón, sorprendente, ¿no? Jamás creí identificarme con la alta sociedad — agregué con la intención de que todos bajen sus expectativas sobre mi amigo. Pero seguían callados, así que me retiré cargando con el peso del silencio en mi espalda. — ¡No se preocupen por mí! ¡Me recuperé increíblemente en cuestión de minutos! ¡Manada de inservibles! — gritaba enojada hasta llegar a mi pieza y cerrar de un portazo.

Qué incómodo fue.

Me resigné a doblar y ubicar la ropa que aún seguía en mi bolso dentro de una pequeña caja de madera que me habían otorgado para que la use como un "armario". No puedo creer que con todo lo que Kakuzu presume que recauda esto sea lo más cercano que puedo tener a un ropero.

Escuché unos pasos aproximándose desde afuera y sentí el sonido de la puerta de enfrente cerrarse con fuerza. Eché un leve vistazo desde mi habitación hacia la del frente a través de la abertura que había dejado al arrimar la puerta —ya que esta no cierra perfectamente a menos que lo haga con llave. Otra cosa que reprocharle al generoso comité de tareas económicas—. 

Mis pensamientos viajaron a lo sucedido con Deidara un par de horas atrás.

No puedo pensar en otra cosa desde que sucedió.

Si tuviera que sacar una conclusión, diría que fue el terror de caer en manos equivocadas, o encontrarme rendida en los brazos de alguien más cuando después no tengo en dónde caer muerta. Es demasiado para una persona que lleva reprimiendo sus sentimientos toda su corta vida volver a percatarse de que siguen ahí cuando ya los dabas por nulos.

Ni los besos, ni las caricias, ni las palabras profundas y las súplicas o las idas y venidas a las seis de la madrugada con fantasmas del pasado me habían hecho sentir la mitad de lo que había sentido con Deidara. Aunque, bien, lo admito, siempre los consideré desconocidos a pesar de los encuentros que mantenía con ellos.

Me parece extraño porque por lo general las últimas personas con las que me relacioné románticamente no me transmitían mucho más que una cansadora monotonía de la que no pensé que se pudiera escapar a esta altura. Después de mi amor platónico de la infancia, jamás volví a conocer lo que eran las mariposas en el vientre ni el deseo de aferrarse a alguien y no soltarlo por un buen rato.

Mi amor platónico de la infancia, y pensar que nos volvemos a ver una vez más y hay alguien que ya está aplacando todo lo que le hiciste sentir a una niña desdichada de esperanzas desencontradas con tan sólo mirarla y sonreír. Aunque aún no puedo decir exactamente qué es lo que siento o no por vos. 

"— ¿Todavía no le has dicho?" ¿Qué es lo que debería decirme que lo ha puesto tan inquieto? Él es el mejor ejemplo que se me viene a la cabeza cuando pienso en indiferencia, ante cualquier clase de situación a la que se lo exponga. Por eso me preocupa un poco.

¿Aplacar lo que me hiciste sentir? Ojalá, eso espero. Ya no puedo andar refugiándome en una fantasía de mi infancia. No necesito una figura paterna, no necesito un hombre que me cuide, ni mucho menos ansío desesperadamente como antes que algún día en el futuro vengas y me digas que al menos una vez en tu vida me consideraste algo más que una hermana, una amiga de la familia o la noviecita de Sasuke.

Más aún porque no me buscaste cuando mamá se fue.

Me limité a dejar de sobrecargarme de malestares innecesarios. De todas formas yo no tenía un objetivo por el cual estar acá, por lo tanto, sea cual sea el desarrollo de mi hospedaje dentro de esta cueva insulsa de luces opacas, nada podría salir del todo mal, simplemente terminaría, como todo. Con un final que me es indiferente. Quizá sea un duelo que deba de afrontar a futuro, y para no volver a hundirme en la angustia de reencontrarme con la soledad, me va a tocar limitar mis relaciones con los demás. Por supuesto que ya estoy más que acostumbrada por ha sido así como viví por aproximadamente diez años.

Salí de mi burbuja y observé hacia mi izquierda, caminé hasta aquél pequeño agujero al que podemos catalogar como una especia de ventana. Estaba tapada con una cortina improvisada y cuando mirabas hacia afuera tenías una buena vista al río que continuaba su camino a través de la gran grieta en la que nos escondíamos.

Me quedé admirando un rato más la vista, y aunque no se lograba apreciar del todo, el cielo estaba tomando colores cálidos a causa del atardecer. En ese momento pude divisar una silueta que se hacía más grande conforme avanzaba hacia donde yo estaba. Parecía una especie de ave exótica, pero por la oscuridad que la puesta del Sol estaba ocasionando, no podía confirmar nada hasta que me encontré con él frente a frente.

— No me extrañes mucho, voy a dar un paseo. — me grita Deidara con una gran sonrisa mientras estaba de pie sobre aquella criatura. No podía creer lo que mis ojos estaban viendo, me encontraba desorbitada mientras esforzaba la vista para verlo con más claridad.

— ¿Qué es eso? — le pregunté aún sorprendida.

— ¿Te gusta? — me responde emocionado — Esto es lo que yo hago. ¿No crees que es una gran suceso artístico? — habla con orgullo. Su voz se escuchaba llena de ilusiones, como la de un niño luego de hacer una gran travesura que a sus ojos era algo maravilloso.

— ¡Es increíble! ¿Y puedes ir a cualquier parte volando? — digo asombrada, a lo que él asiente. Era algo muy loco de ver. 

— ¿Quieres venir? — se acerca un poco más y me extiende la mano para que tome de ella. Lo dudé unos minutos y él se dio cuenta de eso. — Sin compromisos. — me dicen y eleva ambas manos en señal de despreocupación. Por lo que finalmente me resigné a aceptar.

Me costó equilibrarme sobre esa enorme loquesea por lo que tuve que acceder también a que el chico que me acompañaba me sostuviera todo el rato en un abrazo disimulado del cual yo estaba totalmente consciente, al igual que sabía que no existía nada de sinceridad en su "sin compromisos".

Una vez me acostumbré a la sensación de estar allí arriba, el ave ascendió, elevándonos hasta el cielo de tonos abrasadores.

— ¿A dónde vamos? — pregunté mirándolo con curiosidad. Su pelo danzaba por el aire gracias al viento que nos daba de frente.

— ¿Hm? Eh... — vaciló unos segundos.

— ¿Qué? ¿Me invitaste a venir contigo y ni siquiera fuiste capaz de inventar una buena excusa con anticipación? — reí. No creía que fuera tan idiota.

— No intentaba tener una excusa, solamente quería a estar a solas contigo. — me responde apenado y voltea la vista. Nuevamente hacen presencia aquellas sensaciones a las cuales me sentía tan ajena y mi rostro empezó a arder, pero lo suprimí lo más que pude.

Ahora que habíamos salido de esa grieta oscura, tenía una vista increíble a cada una de sus facciones —no, no me interesaba en lo absoluto admirar el paisaje—. Tenía un rostro realmente hermoso, y sus expresiones eran muy frescas. Me acerqué más para observarlo con detalle dándome gracia y haciéndolo más a propósito una vez que me di cuenta de que él aún no se había dado cuenta de que lo estaba hostigando, ya que tenía la vista fija en el trayecto.

— Tu cara es muy bonita — admito sonriendo con inocencia. Su rostro tomó un evidente color rojo al percatarse de mi cercanía.

— ¿Qué estás haciendo? — dice con el ceño fruncido tratando de no hacer evidente su vergüenza. Yo sonrío ante su comportamiento cuando escondió su cara entre sus manos.

— Te miro, estúpido — hablé divertida.

— ¿Y luego qué? ¿Vas a tirarte del pájaro con tal de huir? — su voz adquirió un tono más serio, como si lo que había ocurrido anteriormente en cierto punto le hubiera afectado un poco. Decidí no tocar ese tema.

— No es una mala idea. — confirmo.

— Morirás. — me discute.

— ¡Saltarás en mi rescate! — dije burlona extendiendo los brazos, en señal de que iba a hacerlo. Él tomó de mí con desconfianza y yo lo miré victoriosa para luego soltar una carcajada.

— Es la primera vez que te escucho reír de verdad — dijo Deidara mientras aún me sostenía. Sabía que lo estaba haciendo a propósito y buscaba cualquier excusa para tocarme.

— No eres muy gracioso. — admito. Él me dedicó una mirada que me daba a entender que lo estaba irritando, lo que era mi intención. — No sabes bromear, no puedo reírme muy seguido contigo. — agregué. — ¿Quieres ver algo gracioso? — le pregunto exaltada. El rubio alzó una ceja y me observó divertido.

— ¿Qué tan gracioso? — pregunta entornando los ojos. Vuelvo mi vista hacia él sonriendo pícaramente y lo miré fijamente varios segundos — ¿Qué estás haciendo? — dijo levantando una ceja.

Seguí observándolo así mientras acortaba la distancia de manera muy cautelosa, de modo que Deidara pueda percatarse poco y nada. Al cabo de unos segundos, rodeé su cuello con mis manos y lo incliné hacia mí lentamente, lo suficiente para que nuestras respiraciones se mezclen.

El rubio ahora me miraba atontado, pero no hacía nada para retroceder, sino que más bien posó ambas manos en mi cintura para continuar.

— Abby... — soltó casi en un suspiro a la vez que cerró los ojos lentamente. Ni bien lo noté, me separé unos centímetros de él sin que se diera cuenta y comencé a reír.

— ¡Por Dios! No puedo más — admití reprimiendo una gran carcajada. Deidara abrió los ojos y me miró completamente avergonzado.

— Te odio — confiesa. Su voz ahora se encontraba mucho más ronca, lo que hizo que estallara aún más de la risa. — ¡¿Qué es lo gracioso?! — grita furioso.

— Tu cara — le respondí riendo todavía más fuerte. — ¿Te ilusioné? — dije sin aire. Me dolía tanto el estómago recordando su cara y la situación vergonzosa a la que lo había sometido que tuve que recurrir a echarme hacia atrás para respirar normalmente otra vez. Él me miró de reojo y acto seguido se lanzó hacia mí para tomarme de ambas manos a un lado de mi cabeza y dejarme acorralada.

Esta vez, era él el que sostenía una sonrisa traviesa y sus ojos brillaban con diversión.

— ¿La cara de quién da risa ahora, Abby? — su voz sonó burlona. Yo fruncí el ceño e intente safarme de su agarre — Ah, no, no. Ahora me toca divertirme a mí. — dice para comenzar a dejar un rastro de besos húmedos subiendo desde mis clavículas hasta mi cuello y luego hace una pequeña pausa — Dejaste de reír — comenta fingiendo una expresión de tristeza.

— Eres realmente detestable — le contesto entornando los ojos. Él sonríe victorioso ante mis palabras.

— ¿Y quién empezó? — pregunta mientras va acortando la distancia entre nosotros — ¿Quién fue, Abby? — insiste.

Era un círculo vicioso de juegos y bromas que no eran más que excusas para poder tenernos lo más cerca posible. No puedo decir que no siento nada aún cuando es en parte mi intención, a pesar de que sé que si las cosas siguen así no terminará para nada bien.

Pero no puedo evitarlo cuando sus ojos se posan en mí haciéndome sentir tan bien.

Finalmente junta sus labios con los míos. Me costó reaccionar ante esa acción porque no creí que fuera a hacerlo, porque pensé que todo lo que quería era verme la cara de idiota. Pero al cabo de unos segundos me encontraba correspondiéndolo, dejando que todo fluyera.

Fue un beso lento y dulce al principio, pero no tardó mucho en convertirse en uno lleno de deseo. Como si hubiéramos estado sedientos uno del otro y lo hubiéramos ocultado por mucho tiempo hasta llegar al límite.

Una de sus manos pasó de soltarme, a recorrer mi cuerpo desde la parte alta de mi espalda hasta mis caderas, haciendo presión. Yo rodee su cuello y lo tomé por la nuca. Ambos intentando que el espacio entre nosotros sea de la menor distancia posible.

Tuvimos que obligarnos a salir de nuestra burbuja cuando nos interrumpió un ruido brusco, que pareció ser un trueno. Deidara se puso de pie y tomó de mi mano para ayudar a levantarme. Yo, en cambio, aún no había recuperado del todo la seguridad y seguía algo atontada.

— ¿Volvemos? — dice agitado, dejando en evidencia que él tampoco se había recompuesto por completo. Yo asentí y él procedió a pegar la vuelta hacia la guarida.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top