𝑐. chapter two.
Capítulo dos.
❛ Mansión Wayne. ❜
Mucho le había costado a Natalie sumergirse en las profundidades del sueño la noche anterior, dio vueltas y vueltas pensando en la cantidad enorme de alternativas que podrían conllevar la ayuda requerida de Batman. Se preguntaba qué podría estar ocurriendo como para que sus habilidades fueran necesitadas por alguien como el vigilante.
Una sonrisa se formó en su rostro cuando observó a Barbara acercarse a ella en su silla de ruedas. Siendo seguida por una mujer de alrededor de cuarenta y tantos años. Esta la saludó con un simple y profesional asentimiento de cabeza. Natalie hizo lo mismo. La tensión en el ambiente se debía a que en todas los noticieros de la ciudad se presumía la gran hazaña del compañero de Batman, proclamando a Robin como responsable de que los criminales hubiesen sido atrapados la noche anterior, tirando por la borda el crédito que merecía la comisionada y el plan ingeniado junto a Natalie.
En pocas palabras, la chica Grayson quería sacarle las alas al pájaro con capa.
—Lo lamento mucho, Babs. Él simplemente saltó a la escena en menos de lo que canta el gallo, ni siquiera lo vi husmeando por ahí —defendió frustrada, sin soportar la tensión y las miradas que recibía por parte de los funcionarios.
Barbara negó con la cabeza y le dio una sonrisa compasiva, estirando sus manos para que ella las tomara.
—No es tu culpa.
—Dick no hubiera hecho eso —murmuró, más para sí misma—. ¿Consiguieron alguna confesión? ¿Les dijeron con quiénes trabajan?
Cuestionó para dejar de lado el tema de Robin y pasar a lo realmente importante, y al motivo por el cual se encontraba parada en medio del departamento de policías. Quizás también usándolo de excusa para no ir directamente a la mansión, a lo mejor quería hacer tiempo hasta que se diera la noche o los días siguientes, manteniendo la esperanza de que, si la suerte decidía ser buena con ella, Bruce se olvidaría de lo que sea que requiera su ayuda y le permitiría continuar su vida de forma independiente. Esperaba algún tipo de milagro donde Barbara le dijera algo como «Sí, Natalie, el caso ha sido cerrado, vamos a celebrar, yo invito». Entonces tendría una excusa para evadir al multimillonario y salir de fiesta con la comisionada.
Pero la suerte amiga suya nunca fue del todo.
—Nada todavía —informó Barbara, alejando sus oportunidades de permanecer allí más tiempo del debido. Tirando a un pozo sin fondo sus excusas para demorar su ida a la mansión.
Natalie le regaló una sonrisa forzada, su cara incluso dolió por el esfuerzo.
—Me haces saber cualquier novedad —pidió—. Y de nuevo, lamento mucho lo de Robin, se llevó todo el crédito, es un carroñero.
Bárbara soltó una risa nasal, negando con la cabeza. Sabía que el desagrado por el nuevo Robin no se trataba más que de la nostalgia y recelo que sentía al ver a otra persona usando el traje que solía usar su hermano. Tal vez sintiendo algo de enojo porque Bruce lo había logrado reemplazar con facilidad, mientras que ella seguía mirando su teléfono de vez en cuando, desarrollando un "tic", con la esperanza de que en algún momento su hermano la llamase para pedirle que se vaya con él, que la necesitaba a su lado como ella a él. También quizás sus disculpas por haberse ido, pero tanto Barbara como Natlie sabían que eso no pasaría.
Pero no dijo nada, solo la miró bajar la mirada, parecía nerviosa.
—¿Todo bien? —Inquirió la comisionada, buscando los ojos de la muchacha de dieciocho años. Natalie se recompuso y asintió con la cabeza, mostrando una alegría que no llegó a sus ojos. Barbara apretó los labios y lo dejó estar.
—Me iré entonces... —murmuró—. Saldré de aquí, sola. De hecho, ¿no quieres que...? —Para ese entonces, las dos mujeres ya se habían alejado de su lado, dirigiéndose a la oficina de la comisionada. Natalie se giró sobre sus talones y tomó la correa de su bolso para ponerla sobre su hombro.
Saliendo del lugar soltó un suspiro que fue más parecido a un quejido. Y sin excusas a su alcance, le indicó al chófer del taxi que la llevara a casa de Bruce Wayne.
. . .
—Hogar dulce hogar —musitó. Observando la gran mansión por la ventana del taxi.
Dio las gracias antes de bajarse del vehículo para encontrarse en frente con las enormes rejas negras que protegían el perímetro de la mansión. Estas se abrieron de par a par antes de que siquiera tuviera la mísera oportunidad de poner sus dedos sobre el acero inoxidable.
Suspiró antes de continuar.
La característica fuente de agua la hizo sonreír. Nada había cambiado desde la última vez que estuvo allí. Su corazón se aceleraba mediante avanzaba un paso más cerca de la puerta, combatir criminales le resultaba más fácil, indudablemente. Aún estaba a tiempo de fingir una llamada importante y retroceder todo lo que había avanzado, huir como una cobarde, retirarse como un soldado herido.
Tocó la puerta, manteniendo su mirada en el suelo, acechando sus zapatos mientras mordía su mejilla derecha interna. Se detuvo cuando el metálico sabor a sangre le revolvió el estómago, acompañando a los nervios.
La puerta se abrió y detrás de ella apareció Alfred. Natalie le regaló una amplia sonrisa mostrando sus dientes.
—Mi niña...—murmuró el hombre, respondiendo a esa sonrisa brillante con un gran abrazo que apretujó el cuerpo de la chica, envolviendola con su calor, brindándole ese sentimiento de protección que hace mucho tiempo no conseguía. El perfume de Alfred llegó a sus fosas nasales, olía a casa, a tranquilidad permanente y ese costoso perfume que seguramente había sido regalo de Bruce, pero no lo iba a negar, tenía buen gusto.
Cuando se separaron, Natalie recibió un beso en su frente por parte del mayordomo. Aunque Alfred estaba lejos de ser solo el mayordomo de Bruce Wayne. El vínculo era más estrecho que eso, más íntimo como para nombrarlo de esa forma, etiquetándolo como solo un mayordomo. Su cabello canoso le recordó que el tiempo pasaba, sin embargo el traje negro perfectamente planchado le indicaba que Alfred seguía siendo el mismo. Una admirable figura paternal para ella. Ahora se arrepentía de haber dejado la mansión, pues las visitas no eran constantes y mayormente eran protagonizadas en el apartamento de Natalie.
Alfred le ayudó con el bolso para dirigirse a la sala. Ella echó un vistazo rápido al lugar, para simplemente lograr familiarizarse de nuevo con el ambiente. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios al ver el gran cuadro colgado más arriba de la chimenea; en el se encontraba Bruce Wayne a su corta edad junto a sus padres, cuando estaban vivos. Le parecía ajeno el muchacho que se encontraba en aquel cuadro, tan diferente al Bruce de ahora, cambiado por la tragedia y casi corrompido por la violencia de Batman.
Bajó la mirada.
—Es un placer tu presencia en la mansión, Natalie. No fue hace mucho que recuerdo los entrenamientos imparables junto al amo Grayson. Sin embargo, debo advertirte que tu habitación a sido ocupada por...
—¡Vaya! Qué agradable sorpresa, Natalie Grayson en persona. —La voz de otra presencia en la sala los hizo girarse a su portador. Alfred suspiró y bajó la cabeza, ocultando una sonrisa, mientras que Natalie apretó los puños al deducir de quien se trataba. Tenía la misma sonrisa ladina, el pelo negro azabache y reconocería esos ojos azules que desprendían burla en cualquier lado. Detrás de él apareció Bruce Wayne.
—Asumo que eres Robin, el descarado imprudente que se robó todo el crédito anoche. —El involucrado se encogió de hombros, entonces ella se dirigió al hombre parado a su lado—. Teníamos un acuerdo, Bruce. Tú en tus asuntos y yo en los míos, pero tu pajarito decidió tomar aquel trato y pasárselo por... —El carraspeo de Alfred la hizo retener sus palabras para formular algo más adecuado—, por donde no da la luz del sol.
Bruce suspiró, tomándose el puente de la nariz.
—Hola, Natalie —saludó alzando las cejas. Ella rodó los ojos —. Lamento lo ocurrido en el callejón anoche, hablaré con Barbara, no te preocupes. Me alegra que hayas considerado la idea de vernos hoy.
La castaña soltó una risa sin gracia.
—Bueno, muchas opciones Robin no me dejó luego de romper la ventana de mi apartamento.
—Jason Todd —se presentó el pelinegro. Quiso avanzar unos pasos para acercarse a Natalie, pero Bruce lo detuvo.
—Quieto —formuló, ganándose una mala mirada por parte del ojiazul.
—Dejaré tus cosas en la habitación del amo Grayson —anunció Alfred. Natalie tragó saliva y negó con la cabeza.
—En alguna habitación de invitados estará bien, Alfred.
El mayor simplemente asintió. Le dio una última mirada a Bruce antes de retirarse de la sala y dejarlos a solas. Jason se sentó en una de los sofás individuales, pasando descaradamente su mirada por el cuerpo de la muchacha. Natalie decidió sentarse también, mirando mal al pelinegro. Esperaba que su estadía en la mansión no se prolongara más de lo debido.
—¿Entonces? Jason dijo que necesitabas mi ayuda —declaró. Bruce se cruzó de brazos antes de formular palabra alguna. Ella conocía esa expresión, la había visto antes cuando le dijo que Dick se había ido de la mansión. No le gustó para nada la complicidad en las miradas que se daba con Jason.
—Necesito que acompañes a Jason a un viaje —soltó de una vez. Natalie frunció el ceño.
—¿Por qué lo haría?
—Visitaremos a Dick Grayson —confesó Jason, viéndola con una severa expresión de diversión, más nada demasiado pronunciado como para molestarla.
Natalie se tensó de pies a cabeza.
—Están asesinando a los miembros restantes del Circo Haly, Natalie —declaró Bruce, la seriedad en su rostro impecable como de costumbre.
—Oh.
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