Capítulo 5
Luna
Siento un abrazo cálido y suave que envuelve cada centímetro de mi piel. El agua, calentada con mimo, se convierte en un manto líquido que acoge y alivia, liberando la tensión acumulada en mis músculos fatigados. Los chorros de agua, como los dedos expertos de un masajista celestial, acarician mi cuerpo con precisión y ternura, disipando las preocupaciones y los afanes del día.
Me está gustando la idea de tener a Leonardo como padrastro.
Me sumerjo en ese remanso de paz, el tiempo parece desvanecerse. Me mente se despeja y los pensamientos fluyen con suavidad como las corrientes que se deslizan por el jacuzzi.
Tras la escena que acaba de acontecer, me retraigo al baño en un acto de evasión, sin paciencia alguna para lidiar con ningún otro ser. Dispongo de tiempo más que suficiente para atender a mi compañera de cuarto, pero en este instante anhelo únicamente hallarme en soledad.
Apenas llevo tres horas en este lugar y ya han ocurrido más acontecimientos que en todo un mes de mi vida cotidiana. Es por eso que siempre preferí refugiarme en el silencio que envuelve las cuatro paredes de mi cuarto, donde todo parece más llevadero. ¿Debería llamar a mi madre y confesarle que no puedo soportarlo? No, no puedo permitirme ser tan cobarde. Debo mantenerme firme, solo faltan seis meses hasta que el curso llegue a su fin.
A pesar de mi renuencia, me alejo del agua serena y envuelvo mi cuerpo en el suave abrazo de una toalla blanca. Esta mañana consulté el calendario académico en línea y descubrí que solo tenemos una ceremonia de bienvenida en el teatro a las nueve. Verificó la hora en mi reloj, reposando sobre el lavabo. Marcan las nueve y treinta de la mañana, estoy retrasada. Sin embargo, una extraña sensación de alivio me invade, pues nunca tuve la intención de asistir. Dudo que alguien eche de menos mi presencia.
Salgo del baño y me encuentro con la habitación desierta. Avanzo hacia mi cama, pero una fragancia invade mis fosas nasales, deteniéndome en seco. Un escalofrío recorre mi piel, erizando cada pelo. El recuerdo de sus dedos deslizándose por mi cuerpo enciende un fuego en mi estómago. ¿Cómo es posible que su aroma perviva aquí todavía?
Abro mi maleta, que reposa junto a la cama, sin duda algún empleado de la mansión la trajo, como un acto de magia, esas cosas siempre pasan. Ya ni siquiera me sorprende. Elijo un pantalón de mezclilla oscuro y me lo pongo, acompañándolo con una camiseta blanca que deja al descubierto mi ombligo. Por encima, me cubro con un abrigo negro con gorro, para protegerme del frío allá afuera. Necesito con urgencia abandonar esta habitación y aprovechar que todos están en el teatro para explorar la escuela en busca del lugar que será mi escondite durante los próximos seis meses.
Cierro la puerta tras de mí con un estruendoso portazo y avanzo con grandes zancadas por el pasillo. No deseo cruzarme con nadie. El silencio reina en cada rincón, otorgándome una sensación de paz. Al atravesar la imponente puerta blanca, el frío aire de enero me envuelve en un abrazo gélido. Observo a mi alrededor y me encuentro con un panorama desolado. Por precaución, ajusto el gorro de mi abrigo, consciente de que siempre existe la posibilidad de encontrarme con alguien.
Camino por los alrededores de la preparatoria, observándola con una claridad renovada. El césped resplandeciente y el susurro de las hojas meciéndose en los árboles. Aprovecho la serenidad del momento, sabiendo que en unas pocas horas todo se convertirá en un caos.
El sonido de una pelota interrumpe mi ensoñación. Observo detenidamente a mi alrededor, encontrándome frente a la cancha de tenis que se despliega ante mis ojos como un rectángulo perfecto. Sus límites se encuentran resguardados por una valla metálica imponente, erigiendo una barrera protectora. Mi atención se centra en un joven situado en el centro del campo, cuya figura enérgica y atlética se desplaza con gracia y agilidad. Su raqueta, una prolongación de su brazo, se convierte en un instrumento de arte en sus hábiles manos. El suave susurro de la pelota al chocar con las cuerdas se entrelaza con el sutil crujido de sus zapatillas al desplazarse sobre el polvo de la cancha. Viste únicamente un short blanco, dejando al descubierto su espalda sudorosa que resplandece bajo el apagado sol invernal.
Mi respiración se intensifica al reconocer el contorno de su rostro. Aquella mandíbula afilada, el pelo negro empapado que cae sobre su frente. Contemplo sus músculos, dejando que mis ojos se deslicen por cada centímetro de su piel desnuda. Mi lengua recorre mis labios resecos, sumida en pensamientos profundos. De repente, la pelota se detiene y nuestros ojos se encuentran, deteniendo el mundo que me rodea en su lugar.
Desde esta posición privilegiada puedo observar cómo su pecho se eleva y desciende con cada respiración. Un escalofrío, tan familiar para mí, recorre mi cuerpo al verlo acercarse. Mis pies parecen pegados al suelo, sin capacidad de respuesta, o tal vez soy yo quien se niega a moverse. Sus largos pasos, cada vez más cercanos, me dejan sin aliento. Nuestros ojos permanecen fijos el uno en el otro, incluso cuando su cuerpo está a escasos dos centímetros del mío.
Él es de una estatura imponente, tan alto que apenas noté cómo incliné mi cabeza hacia arriba. Sus ojos penetrantes no se apartan de los míos. Observo cómo una gota de sudor cae desde un filo de su cabello hasta su mandíbula, luego se desliza por su cuello y finalmente llega a posarse en su pecho, fundiéndose con el brillo del sudor allí presente. Envidiando ser aquella gota.
Contemplo extasiada su piel nívea y tersa, mientras las venas resaltan en su antebrazo y su abdomen se muestra esculpido. Observo con meticulosidad, deleitándome en cada instante, sin pretender ocultar mi evidente fascinación por su cuerpo apenas velado.
- ¿Qué haces aquí? - su pregunta me toma por sorpresa, dejándome atragantada en mi primera palabra.
- Estaba observando la escuela - respondo con torpeza.
Me siento ridícula frente a él, y eso me desagrada.
- ¿Por qué no estás en el teatro? - me acosa. ¿Por qué tantas preguntas?
- ¿Y por qué no estás tú en el teatro? - quiero conocer su motivo también.
- Aquí soy yo quien hace las preguntas - dice bruscamente. "Desde cuándo dictamos las reglas".
El sonido de su voz es grave e imponente cuando habla de nuevo.
- No deberías estar merodeando sola por la escuela - afirma.
¿Por qué no? Es pleno día, pero mi pregunta es otra.
- ¿Debería tener miedo de ti? - pregunto.
Una malvada sonrisa se dibuja en sus labios. Cada órgano dentro de mí se retuerce con ese gesto y yo lo odio. Odio que él tenga tanto control sobre mí.
Poniéndome aún más nerviosa, se acerca invadiendo mi espacio personal. Nuestras miradas se enfrentan en una batalla que ninguno de los dos quiere perder.
- Deberías - responde - tu presencia me incomoda.
Veo cómo traga con dificultad. Siento la rabia hirviendo dentro de mí. Cierro mis puños tratando de controlarme, no quiero que note el efecto que sus palabras tienen en mí.
- Eres una tonta - susurra mientras acerca su boca a mi oído - te adentraste tú misma en el matadero.
Su risa ahogada resuena contra mi piel, envolviéndome en un escalofrío inquietante. El miedo acecha, intentando apoderarse de mí, pero me niego a permitirlo. Controlo mi respiración, como un maestro de la calma, en estas situaciones siempre lo hago. Ahora me enfrento a él, con sus ojos clavados en los míos una vez más.
- Te recomendaría que cambies de táctica si tu objetivo es asustarme - le digo, dejando que mi sonrisa aflore para que vea que también poseo esa arma. Con paso firme, camino hacia su lado, acercándonos hasta quedar hombro con hombro.
- Ya ha habido machitos más malos que tú que lo han intentado, pero ninguno ha tenido éxito - le advierto con desafío en mis palabras. - Espero que seas más creativo.
Puedo percibir en su respiración acelerada la sorpresa que mis palabras le han causado. Sin esperar su respuesta, continúo avanzando con pasos decididos, dejándolo hacia atrás.
***
Mis pasos se intensifican mientras me adentro en el manto verde, sin saber hacia dónde me lleva. Dominada por la rabia, mi respiración se agita con cada zancada que doy. El aire, cada vez más frío, golpea mi rostro, pero mi cuerpo está anestesiado, dominado por pura adrenalina
No es la primera vez que alguien intenta infundirme temor. Ya he sido humillada y agredida, pero siempre me he defendido. Nunca he permitido que el miedo me domine. ¿Qué mal podría ocurrirme? ¿Morir? Todos en algún momento vamos a morir. ¿Por qué temer a la muerte? La vida es mucho más cruel. A ella es a la que hay que temer
Es él, completamente él. La intensidad de su mirada revela un desprecio velado, pero también algo más profundo, quizás un anhelo. Siento una extraña incomodidad al percibir cómo mi cuerpo reacciona al sonido de su voz. Me contengo, pero en lo más hondo de mí deseo desesperadamente acariciar su piel nívea. Anhelo guiar mis dedos por el mismo sendero por donde resbalaron sus gotas de sudor. Su mera presencia despierta en mí pensamientos impuros, un abismo de lujuria que nunca antes había experimentado. Me consume, arde en mí con una pasión que me aterra pero, a su vez, me atrae.
Detengo mis pasos al descubrir el lago que se extiende ante mí. El viento sopla con mayor intensidad y frialdad, obligándome a cruzar mis brazos alrededor del cuerpo. Un espejo de agua cristalina cubre el horizonte, revelando el paisaje más exquisito que jamás haya presenciado. Los árboles susurran a mi alrededor, entrelazándose con el canto de las aves. La serenidad me envuelve y vuelvo a respirar con mayor plenitud.
He hallado lo que anhelaba.
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