sigma pt. i
tw: diferencia de edad. Sigma (26), y/n (22). teacher!sigma, student! fem!reader
A petición: Ale408143
me lo dejo libre, así que esto es lo que hay jaja. ¡espero te guste!
un hombre caído en la desesperación (del romance)
Bebían bajo el acompasado sonido de ambiente en el bar. Canciones tan tranquilas que se perdían como ruido de fondo en las conversaciones, como las que el trio de profesores mantenían.
—Todos los profesores piensan que eres gay —se burló Nikolai golpeando la nariz de Sigma con la punta de su dedo frío—. ¿No es eso desalentador?
Con un revoleó de pestañas, Sigma le dio un trago a su whiskey.
—No me importa lo que piensen los demás de mí, Nikolai —Sigma se encogió de hombros—. Ustedes tienen una relación, no porque yo no la tenga soy gay.
—No creo que debas preocuparte por eso ahora —murmuró Fyodor—. Estamos en los veinte, siempre habrá alguien.
Nikolai se inclinó contra Sigma.
—Pero tú no tienes a nadie ¿Cierto?
Y es cuando Sigma volvió a negar con la cabeza y continuar bebiendo con sus colegas, mencionando trivialidades al azar. Ha sido maestro durante dos años y medio desde que Japón quedó atrás y buscó nuevas oportunidades en Inglaterra. Terminó reencontrándose con sus amigos de la universidad, dándose cuenta de que habían terminado dando clases en la misma universidad. Sigma no podía desear más.
—Hagamos algo interesante —clamó Gogol entonces, cogiendo su trenza con descuido. Sigma suspiró—. Te apuesto dos bolsas de café a que no vas y le invitas una copa a la chica de allá.
Y Nikolai hizo que Sigma pusiera la vista sobre ella por primera vez. Estaba sola, dándole la espalda a la barra con un vaso de líquido negro en su mano, vagaba la vista hasta los recónditos lugares más oscuros del bar pero su vista siempre terminaba en el mismo lugar. Una mesa donde un par de personas compartían copas y risas.
Sigma deslumbró la complicidad en las miradas que compartían la chica en la mesa y la de la barra. Una sutil sonrisa plasmada en su rostro jovial. Entonces volvió la vista a Gogol y Fyodor.
El par lo instó con la mirada, y la tentación del café le acariciaron la espalda. Pocas veces en su vida había tenido la dicha de probar el café de los países nativos de sus amigos y la idea de una bolsa de cada uno le hacía agua la boca.
Siempre había sido un hombre reservado, no era el tipo que se acercaba a coquetear como lo haría Gogol. Se relamió el labio inferior; en realidad, una salida de la rutina le caía bien. La semana de inicio lo estaba llevando al borde.
Tras una última mirada a sus amigos se levantó del banco y fue a parar al lado de la chica. Ella le dirigió una mirada de reojo que él no percibió, Sigma se acercó a la barrar y pidió tranquilamente dos copas. Para entonces la chica había abandonado su propia bebida, se dio la vuelta sobre el banco y dirigió la vista al peliblanco.
—Me gusta tu cabello —comentó la chica, y Sigma ni siquiera tuvo que abrir la boca para decirle un misero saludo.
Sigma inclinó la cabeza en un gesto tranquilo, echando su cortina de cabello blanco hacía ella. Era bonita, con un rostro dulce. La barbilla se inclinaba peligrosamente en una curva suave y delicada, y sus pómulos se alzaban con esa sonrisa ligera, también remarcaba los hoyuelos en sus mejillas. Sus ojos cándidos buscaron los suyos y Sigma los encontró y los atrapó, arrebatándole el aire a la chica.
—Gracias —susurró por fin él, mostrando una afable sonrisa en su pálido rostro—. Pero no venía a que me halagaras, venía a halagarte a ti.
Se sinceró, ese era el tipo de coqueteo que él llevaba sobre los hombros. Confesiones que parecían bromas y le gustaban a la gente, solían sonreírle e inclinarse contra su cuerpo. Ese era el tipo de reacción que él provocaba. La chica le dio una sonrisa ladina y cogió el vaso.
—Te he ganado, entonces —sonrió, alzando los ojos hacía el hombre—. Soy y/n ¿tú?
—Sigma —respondió alzando su copa igual y dándole un brindis a la desconocida. Ella alzó las cejas y un brillo de interés cruzó sus ojos.
—Nunca había escuchado ese nombre...
—No soy de aquí —refutó con una media sonrisa. El ambiente había resultado mucho más agradable de lo que pensaba.
—Puedo imaginarlo —se señaló el rostro—, tus rasgos son muy obvios y tu acento también. ¿De dónde eres? Que parte de Asia, más bien.
Para ese momento, Sigma se encontraba cada vez más por y/n, la nueva desconocida que encendió una chispa en su apaciguado corazón. Atracción carnal o como fuese, tenía un interés real. El joven maestro se pasó los cabellos a la espalda.
—¿De dónde te parezco? —se agachó a la altura de la chica sonriendo.
y/n se inclinó de igual modo, siguiéndole el silencioso juego de cercanía. Vaya tipo interesante. Se tomó unos segundos para mirarle el rostro con cuidadoso detalle, más por deleite propio. Las cejas delgadas y caídas, los ojos grises rasgados en conjunto con esa pálida piel de leche y su barbilla afilada. Era un hombre delgado, y extremadamente atractivo.
—Taiwanés —respondió finalmente la chica.
Sigma le sonrió de labio cerrado. y/n les lanzó una mirada a estos, eran delgados y descoloridos, de un modo extraño, apetecibles. Ella misma se relamió los labios.
—Soy japones.
—¿Qué? ¿En serio? Bueno, adivinar no se me da bien —y/n se encogió de hombros.
—¿Tú eres de aquí?
Ella asintió y dijo:
—¿Qué haces por acá? Si puedo preguntar claro.
Sigma fue claro al explicarse, y, de hecho, propio de él terminó por explayarse largo y tendido durante un buen rato. Había estudiado idiomas para dar clases, le apasionaba enseñar lo que él sabía a otras personas y cuando la plaza de maestro en la universidad de Oxford estuvo abierta, no dudó en tomarla.
y/n lo escuchó, incluso si fue más de media hora hablando. Sigma era un extremo de elocuencia que pocas veces ella tenía la dicha de ver, y pudo entender porque su profesión le quedaba tan bien. Abría los brazos y recitaba con tanto fervor que a la chica le resultaba difícil poner su atención en otra cosa.
Un hombre de ese tipo tendría todo el futuro en las manos para conseguir un puesto fijo en Oxford. Ella lo sabía.
—He hablado demasiado, es tu turno —Sigma tomó su copa y no despegó los ojos de y/n cuando esta habló.
—Bueno, no hay mucho. Estudió en Oxford —ella sonrió ante la sorpresa del hombre—. Nunca nos habíamos visto, por lo que parece.
—Ciertamente que no —Sigma sintió un peso en el estómago al dilucidar que la chica podría ser perfectamente su alumna—. ¿No te he de dar clases, cierto?
—La verdad, es que no tengo ni idea. Estaba enferma cuando inicio el ciclo así que no he ido a clases —y/n le restó importancia. Si fuese un maestro o no, ella no tendría ningún tipo de problema con eso—. Pero esperemos que no, sería una lástima.
—Sí, lo sería —concordó el hombre, y alzó su copa para beber junto a ella.
—Lamento haberte hecho esperar por algo así —se disculpó y/n una vez que se acercaban a su departamento.
Su motivo de visita al bar era vigilar a su amiga en esa cita con ese tipo raro de Tinder, cuando el tipo por fin la hubo soltado, y/n fue la encargada de pedirle un Uber y asegurarse que llegara a casa con vida. El plan principal es que se fuesen juntas a su hogar, pero su amiga había insistido. Y ahora Sigma la llevaba hasta su apartamento.
—Oh no, discúlpame a mí por tener que quedarme en tu hogar mientras vuelvo a la sobriedad —exclamó entonces, agachándose en la entrada para quitarse los zapatos.
—Uh- ¿qué haces?
Sigma rompió en risas nerviosas y se incorporó cual resorte.
—En Japón es costumbre quitarse los zapatos cuando entras a un hogar —explicó entre los nervios y la vergüenza—. Es una costumbre que no he podido quitarme en años.
—No tenía idea —rio y/n y se agachó para quitarse las botas también. Sigma sonrió sobre su cabeza como un estúpido.
y/n se acercó al sillón y dejó dos tazas de té caliente en la mesilla. Se sentó junto a Sigma estirándose en silencio. Sigma cogió la taza.
—Ese lugar donde trabajas ¿podrías darme la dirección? Me encantaría probar el café que hacen allí.
—Eres otro adicto a la cafeína ¿no? —Ella le sonrió con picardía, Sigma le sonrió y confirmó sus sospechas—. Puede pasarte cuando quieras.
—Gracias —susurró él bebiendo su taza plácidamente—. Tu apartamento es cálido.
—¡Sí! Me alegra que lo notes, por fin he podido comprar un calentador —exclamó, orgullo pintando en su sonrisa.
Y mientras ella hablaba sobre su osadía comprando ese estúpido calentador debido a que no tenía quien lo llevara, Sigma no reparó su vista lejos de los labios ajenos. Una vez que no tenían labial, eran secos y pintados de rosado pálidos tirando a color carne. No había nada realmente increíble en esos labios, pero Sigma nunca había tenido tantas ganas de besar a nadie como esa noche. Y quizá era su poco contacto lo que incitaba su despertar temprano bajo el paladar, probablemente se sentía ansioso de alguna manera y no lo había notado.
—Debió ser toda una tragedia —se rio él, y y/n le siguió a la risa hasta que lentamente se apagó.
Se callaron mutuamente cuando sus orbes se encontraron en el ligero paño de oscuridad que cubría la sala. La vista de Sigma se dirigió de nuevo a los labios de y/n.
La sensación era extraña, volátil se atrevería a decir. Un peso en su estómago que había experimentado en otras ocasiones, cuando la boca se le hacía agua ante la espera interminable por un platillo que había ansiado probar. Era algún tipo de rugido interno y la necesidad de contacto.
No podía no pensar en cómo sería besarla, no por lo sentimiento formado, simplemente porque quería. El ardor interno en la piel escalando con táctica delicadeza hasta asentarse en sus hombros como un susurro fatídico. La idea de besarla le envió un escalofrió a la espina dorsal.
—Oye —murmuró, un secreto escapando de sus labios—. ¿Puedo besarte?
—Sí.
Sigma tensó los brazos y se inclinó. Una de sus manos aterrizó sobre la mejilla de la chica y envió un delicioso descenso de calor a su cuello, cuando el hombre hubo pasado los mechones de su cabello detrás de su oreja para tener su rostro libre, y/n sintió que bien podría haberle vendido su alma al diablo por un instante más así. La respiración —que se había vuelto acelerada— chocó con la de Sigma, una combinación entre la calidez que empezaba a revolverle la cabeza.
El teléfono de Sigma sonó bruscamente en la mesita.
y/n se separó de golpe, Sigma maldijo por lo bajó y cogió la llamada de su colega Gogol, a quien mataría el lunes por haber interrumpido. Con una exclamación escuchó al hombre pedirle que fuera a casa con ellos, porque aparentemente, al idiota de Fyodor le había dado una intoxicación comiendo camarones.
No podía dejarlos solos ni un maldito segundo.
—Necesito irme ahora —Sigma se puso de pie y abrió su lista de contactos—. Dame tu número, me gustaría quedar en otra ocasión.
y/n anotó su número con gusto y lo despidió en la puerta, asegurándose que se fuera con algo de calma. No convenía que manejara rápido habiendo ingerido alcohol.
Con una exclamación de frustración, y/n cerró la puerta maldiciendo a su profesor de ucraniano por interrumpir algo tan glorioso. Ahora tenía el estómago revuelto y mucha hambre.
Sigma
¿Trabajas el lunes?
Nop, por?
¿Quisieras salir a comer algo?
Siiiiii
¿a qué hora?
Paso por ti a las seis ¿está bien?
Claro :)
Nos vemos entonces
*sticker de un gatito enviando un beso*
Caminó al salón con deliberada calma mientras abría la lista de su primera clase. Entró al salón y escuchó a los alumnos darle los buenos días y tomar asiento. Sigma les devolvió el saludo y como todas las mañanas del lunes les preguntó por su fin de semana y los escuchó con atención. Buscó con la mirada un rostro conocido, y suspiro de alivio al no encontrarlo.
Sus tacones resonaron por las baldosas al tiempo que pasaba lista y despertaba a los dormidos con gratas sonrisas.
—Lloyd... y/n —quedó petrificado en su andar por el salón al recitar tal nombre, y las memorias vinieron a su cabeza de golpe.
Dios, ¿cómo había sido tan estúpido para olvidarlo? Por supuesto que tenía una alumna enferma con el mismo nombre, y era la chica con la que se había enrolado esa noche y ahora tenían una cita... estaba perdido.
—Sigue enferma ¿no? —anunció uno de sus compañeros.
Justo cuando Sigma giró su vista a la chica, un estrépito se produjo en la entrada del salón. Sigma viró el rostro con vehemencia.
—Buenos días ¿puedo pasar? —y/n se irguió en la puerta, tomaba aire a bocanadas y poco o nada le importó las miradas que sus compañeros le dieron.
Apenas había pasado una semana del inicio de ciclo escolar, no se conocía con ellos y tampoco pretendía entablar una gran amistad si solo compartieran una clase.
Observó a Sigma con absoluta estupefacción a la par que bajaba la vista a la hoja de materias en su mano. Sí, claro, ella ni siquiera reviso el nombre del profesor que le impartiría japones. De los tres profesores que daban japones ¿tenía clases con él? ¿un lunes por la mañana? Quizá debió enfermarse más tiempo.
Sigma carraspeó la garganta luego de salir de su propia sorpresa y extendió el brazo.
—Adelante por favor, ¿apellido?
—Lloyd —anunció ella pasando entre las escaleras para entrar a los asientos de arriba y descansar su cabeza allí.
Ni siquiera había dormido, doblar turno nocturno en la cafetería había terminado de arruinar su horario de sueño. Recargó la cabeza contra el mesón y se perdió entre la voz de Sigma pasando lista y los murmullos mañaneros.
—Despierta —una voz susurró cerca de ella y una mano reposo sobre su hombro con una caricia silenciosa—. y/n.
Ante el estallido de su nombre en los labios de una voz conocida, la chica abrió los ojos y se retiró de la cercanía que el profesor de japones había comenzado. Como un gato asustado, y/n se alisó el cabello y esbozó una sonrisa incomoda.
—Perdón —murmuró. Era su primera clase en la semana y ahora la había perdido.
—No tienes que preocuparte, sé lo de tu turno ¿recuerdas? —Sigma le mostró una cálida sonrisa de compresión y tranquilidad. y/n sintió que podría derretirse—. Te enviare los apuntes de las clases pasadas y esta, pero no vuelvas a quedarte dormida.
La chica asintió repetidas veces, demostrando su excitación ante la idea de no ser reprobada por una tontería. El mundo podía ser un lugar jodido cuando se era estudiante.
—Gracias, profesor —y/n sonrió.
El mote que salió de los labios ajenos envió una descarga eléctrica al sistema de Sigma, saliva se atoró en su garganta y se obligó a sí mismo para apartar ideas irracionales. Dio un paso atrás, llevó sus manos a la coleta alta que llevaba todos los días a la escuela.
—Solo dime Sigma cuando estemos a solas ¿sí? —exclamó trazando una línea en su brazo producto de nervios.
—Uh- oh. ¿Seguiremos con esto? —preguntó, ladeó su cabeza, consternada. Había creído que en cuanto la relación diera su paso a profesor-alumna, Sigma se alejaría como un sopetón.
Pero Sigma había tomado una decisión mientras la clase se desarrollaba. Por la noche del fin de semana se había arrodillado en su sala de estar vacía profiriendo desgarradores lamentos de duda y terror, la idea estaba allí. Ella podría ser su alumna, claro que podría, incluso si no la había visto en toda su vida.
Y estaba desesperado, hundido en el más profundo de los letargos ante la idea de que una situación así se llegara a suscitar de verdad. Cuando por fin tenía la oportunidad de tomar una decisión de verdad esta parecía escapársele de las manos como agua, y lo hacía sentir tan perdido como siempre. Abrazado siempre por las mismas cadenas aferradas a sus muñecas, sin permitirle alcanzar lo que deseaba.
Así que había gritado, aporreado el piso con fuerza y quemado sus cuerdas vocales en feroces llantos. Había tenido una quebradura mental después de mucho tiempo, y pensó, que si algo como eso provocaba que se rompiera; entonces él correría el riesgo.
Así que mientras la clase daba paso al descanso, y la verdad quedaba vislumbrada con la entrada de y/n al salón, Sigma decidió tomar la oportunidad, con riesgos y consecuencias. Por qué toda su vida estaba plagada de ataduras, y si esta decisión era mero capricho de un hombre desgraciado, la tomaría.
—Nos vemos a las seis, pasare por ti —Sigma dio media vuelta arrastrando consigo esas palabras cargadas de seriedad hacía una promesa que se asentó en el corazón de y/n.
¿Estaba loca?
¿Estaba él loco?
Supuso que ambos estaban mal, un profesor saliendo con una alumna armaría un escándalo ineludible que incluso podría poner el riesgo la plaza que Sigma estaba intentando conseguir, ¿entonces por qué su maldito BMW estaba estacionado fuera de ese restaurante? ¿y por qué estaban ellos cenando en la terraza de un restaurante?
—Esto es peligroso —soltó y/n de golpe—. Yo... no puedo. No puedo poner en riesgo tu trabajo. Alguien nos vera, no lo sé, estás cosas siempre salen más.
—Lo sé —dijo Sigma. y/n alzó la vista de su plato—. Sé que es peligroso y que pongo en riesgo mi trabajo... pero también soy un hombre sensato, y/n. Sé lo que hago, y las consecuencias las asumiré yo. Siempre y cuando me permitas salir contigo y conocerte antes de formalizar algo. No estamos tan lejos uno del otro ¿no?
y/n estaba en su último año antes de graduarse en idiomas, era una mujer adulta con un trabajo y un departamento. No estaba lejos de la vida que alguien como Sigma llevaba, no estaba lejos de él de ningún modo, pero tampoco estaba cerca. Había una posición y las barreras del conocimiento mutuo podrían alzarse en algún momento. Sigma podría dejar de sentirse atraído por ella en algún punto ¿habría valido la pena el riesgo? ¿habría valido algo siquiera? y/n no se consideraba tan importante como para poner en riesgo la profesión de un hombre.
Sentimientos se arremolinaron sobre la cabeza de y/n, la pusilanimidad se arrambló por su cerebro, arrebatándole todo rastro perdido de tranquilidad. Tenía dudas, muchísimas. ¿podía confiarse en esa promesa? Sigma le sonreía, lo hacía, y transmitía sosiego puro, embalsamado con corrientes de emoción. La misma que ella sentía, y que se veía aplastada por el miedo infringido.
Se mordió el labio. Se puso de pie entonces, yendo hasta las orillas del balcón. Se recargó en el vidrio y exhaló una exclamación de preocupación a la ciudad nocturna. Un cuerpo se acercó por detrás y abrazó sus hombros desnudos con apenas un roce tímido.
—No tienes que responder ahora —murmuró Sigma llevando sus dulces palabras hasta sus oídos descubiertos.
Sigma había sido un hombre condenado a la desesperación durante más de veinte años, la desesperanza lo pisoteaba casi todos los días. Usaban su maravillosa mente y elocuencia natural como lo usaban a él, tomaban sus manos con gentileza antes de ponerle cadenas que lo atarían. Su propia profesión era un reflejo claro, obligado a estudiar idiomas. Y luego volando a un país desconocido para cortar los lazos con aquellos que tomaron sus decisiones y las hicieron suyas.
Vivía solo, atrapado en su propia mente. Con el tiempo aprendió a amar lo que hacía, incluso si una parte de él estaba atrapada en la inconsciencia, ahogada bajo montones de frases armoniosas y momentos que le daban gracia. Él era un hombre que pocas veces había tenido oportunidad de decidir.
Orillar a y/n a hacerlo pronto, lo hacían sentir como un hombre parecido a su padre. Y eso lo hacía querer vomitar.
—Yo... debo pensarlo.
—Está bien —respondió él, sus cabellos golpearon los hombros de la chica cuando este bajo la cabeza a su altura.
No la toco, no sería capaz de darle más que un apretón en el brazo. Podría besarla, pero necesitaría de nuevo ese impulso aterrador que lo llevaba a razonar en el borde. Y no estaba seguro de querer besarla en ese momento. Había que decidir antes.
» Estaré esperando. Tomate el tiempo que necesites.
Sigma sonrió, ella lo vio de reojo mientras él miraba Oxford desde arriba. Las luces blancas se comían su perfil pálido con una caricia sutil sobre sus pómulos alzados y su barbilla puntiaguda. Su cabello trenzado brillaba con tonos plateados que se emborronaban con algunas sombras.
y/n tenía una decisión que tomar aún.
uncanny | wuserpoe
dividido en dos partes pq son 3541 palabras aquí, y no quiero abrumar con tanto.
¡tenía muchas ganas de escribir este trope, incluso me da para un fanfic entero! he aquí, a mi niño precioso.
¡espero les gusteeee! ૮₍♡>𖥦< ₎ა
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