Oda

No cuenta como infierno si te gusta como quema.

Cada treinta y uno de octubre a las doce de la media noche el pueblo cerraba las puertas y ventanas de sus hogares y trabajos, las ventanas eran selladas con tablas de madera bendecida y afuera de cada puerta y ventana se dejaba un amuleto que los adultos llamaban "ofrenda". Todos los años era lo mismo y todos los años te preguntabas "¿Por qué?".

¿Qué había allá afuera que causaba tanto terror?

No era hasta que las doce de la media noche del día siguiente que las puertas se abrían, y el pueblo volvía a la normalidad. Nadie hablaba del día anterior, incluso los profesores lo tenían prohibido para sus alumnos, aunque como todo; los rumores no se hacían esperar. Solo que tú no les prestabas atención, era pura palabrería.

Ese año era como otros pero no para ti. En julio de ese año habías cumplido la mayoría de edad, ya se te consideraba una adulta madura y eso conllevaba a que te contasen la verdad detrás de todo el fúnebre misterio que rodeaba a tu pueblo. Llegaste a la mesa de la cocina, donde yacía tu abuela sentada, la mujer no levanto la vista de sus tejidos pues ya sabía que querías.

Te sentaste.

—Abuela —llamaste con una diminuta sonrisa pintada en el rostro. La mujer te lanzo una mirada de hastió.

—Ya se lo quieres mocosa, solo estabas esperando tus dieciocho para esto ¿Verdad? —asentiste, tu sonrisa se ensanchaba cada vez más. Tu abuela era una grosera y descarada pero te quería—. Pues bien, agarra tu culo porque te vas a caer de la silla.

—Estoy lista.

—Afuera suceden cosas horribles cada treinta y uno. Cada año se abre el infierno y de allí ascienden demonios, de no ser porque nos encerramos esos demonios arrastrarían nuestras almas al infierno —abriste la boca. Te querías echar a reír pero recordaste todas aquellas veces en que el primero de noviembre se convertía en un día oscuro. Con que eso era...

—Valeeeee —dijiste, levantándote de la silla y yendo por un vaso de agua. Te lo bebiste al hilo.

Te despediste con la mano sin mediar palabra, fuiste al segundo piso de la casa, donde se hallaba tu habitación. En la puerta advertiste varios pedazos de madera, un martillo y una bolsa de clavos; supusiste que tu padre los había dejado allí para que tú hicieras el trabajo. Sonreíste.

Estabas agradecida con tu padre por dejarte hacer esa tarea por primera vez, porque no la harías. Él de alguna manera contribuiría a tu escape.

Llevabas planeando aquello desde que tenías diez años, todos los años sin falta a la una de la madrugada —cuando todos dormían— te paseabas por la casa, dando rondas cada media hora, en cada ventana te parabas y observabas el exterior por cualquier espacio libre de madera que encontrases. Siempre cargabas contigo unos binoculares, una linterna y una libreta con un lápiz.

Desde pequeña te convertiste en alguien sumamente curiosa.

La noche del treinta y uno saldrías toda la noche, vagarías por la cuidad sin descanso. Tú podías asegurarle al mundo que afuera no había nada, eran puras fantasías de la gente, en esos ocho años que llevabas observando el exterior no habías visto nada, ni un alma mucho menos un demonio con cuernos y todo.

Igual y estabas loca.

Quien sabe, lo averiguarías esa noche. Cerraste la puerta con pestillo, y comenzaste a prepararte. Sacaste ropa para acampar, armaste la mochila con lo necesario para sobrevivir una noche y finalmente de debajo de tu cama sacaste una caja negra, en ella se ocultaba un amuleto. Similar a los que la gente colocaba en su puerta, similar. Te lo había dado tu abuela a los diez años (otra razón por la que despertó tu curiosidad), decía que era para tu protección. Que lo conservaras siempre en esa caja, porque si no un poder terrible se desataría.

Agarrando aire sacaste el amuleto y te lo colgaste en el cuello. El amuleto mostraba unas iniciales.

O.S.

Cerraste los ojos con fuerza, esperando que algo saliera de esa cosa o que algo muy malo pasara. Silencio. Abriste un ojo, nada, todo como siempre. Va, quizá tu abuela te haya dicho aquello para asustarte. Te quitaste el collar, dejándolo en la cama. Te despojaste de tus prendas y te metiste a bañar.

Lo que no sabías es que una presencia desde el otro lado de la habitación te observaba negando con la cabeza.

Al salir ya eran alrededor de las diez, te apresuraste a ponerte la ropa de camping y por encima el pijama. Al terminar cepillaste tu cabello y te pusiste en modo turbo a "clavar" las tablas y poner el amuleto. Tus padres siempre asistían a las diez treinta a checar que todo estuviera en su lugar. Al terminar escondiste el amuleto y la mochila, te tiraste sobre la cama y agarraste el libro que leías.

Actúa natural te dijiste, tu padre entro a la habitación. Miro directamente a las tablas, rezaste porque no se acercara a ellas o notaria el truco. Él asintió orgulloso, ambos se sonrieron y tu padre abandono la habitación. Suspiraste. Seguiste leyendo el libro, el cual trataba de brujería y demonología. Tu madre y abuela siempre te habían dado ese tipo de libros, digamos que tu familia era como los brujos o chamanes del pueblo.

Mientras daban las doce te preparabas todavía más, hiciste el típico truco de amarrar sabanas y bajar con ellas, dejaste una grabación de tu respiración porque sabias de alguna u otra manera que tus padres siempre pegaban la oreja a tu puerta para oírte respirar y saber que estabas a salvo. También dejaste otra grabación de despedida, por si no regresabas...

Tu reloj de mesa marco las doce.

Te levantaste con sigilo, buscaste el amuleto y la mochila, cuando los tuviste y te los pusiste, fuiste a la ventana. Quitaste las tablas con toda la facilidad del mundo, las dejaste con el mayor cuidado posible en el suelo. Estiraste la mano por el amuleto y lo te lo metiste en el abrigo. Antes de salir pusiste un montón de almohadas y la cobija, planeabas regresar antes de que amaneciera pero por si las dudas.

Dejaste caer la mochila al suelo y pasaste contigo las sabanas. Antes de tirarte al vacío fuiste poniendo una a una las tablas por fuera y el amuleto. Una vez hecho eso bajaste. Al tirar de las sabanas la ventana se cerró. Guardaste las sabanas en el cobertizo, pues en la mochila no cabían.

Tomaste aire antes de encaminarte al verdadero peligro.

Anduviste en las afueras del pueblo, es decir, en el bosque. Eran la una con dieciséis y nada, ni el cri de los grillos. Lo sabias, chorradas.

O eso pensabas hasta que se escuchó un ruido atrás de ti, te congelaste. Sostuviste el amuleto de tu cuello con fuerza mientras que procurabas no temblar, otro crujido.

Echaste a correr, apuntando el haz de luz de tu linterna al suelo y adelante para ver por donde ibas. De la nada alguien te jalo de la manga de tu abrigo haciendo que perdieras el equilibrio y que soltaras la linterna. Una mano grande se puso en tu boca y la otra se estiro fuera del árbol para recoger la linterna y apagarla.

Lagrimas comenzaron a fluir de tus ojos.

Sin embargo supiste que aquellos ruidos no los provocaba la persona que te tenía retenida, pronto escuchaste los crujidos de las hojas y ramas más cerca y después se perdieron. Fue entonces que la otra persona se levantó del suelo con mucho cuidado, seguía tapando tu boca. Te cargo con una sola mano y te llevo a una cabaña. Lo que te resultaba curioso —independientemente de que estuvieras secuestrada la curiosidad no se detenía— era que al contario de la otra persona o presencia esta cuerpo no emitía ruido al camina y por lo que tu sabias aquel bosque estabas repleto de hojas marchitas, era imposible no hacer ruido.

La puerta de la cabaña se cerró en un silencioso chirrido. Adentro era cálido, todo lo contrario al gélido otoño de afuera. La oscuridad era tanta que no podías ver el rostro de tu captor por mucho que quisieras. Tampoco era como si se te antojara, imagínate que fuera un hombre con la cara quemada o un vagabundo, no. Mejor pensar que morirás en las manos de un hombre guapo.

Aquel desconocido te soltó en la suavidad de una cama matrimonial, sin soltarte la boca. Se oyó el chasquido de unos dedos y de la nada se prendió una chimenea. Olvidaste por completo el fuego y empezaste a patalear y a dar golpes a lo loco. En una de esas mordiste la mano del hombre, te soltó y pegaste el grito más potente que nunca habías pegado. El hombre se te abalanzó encima. Te volvió a tapar la boca, con la otra mano apreso tus muñecas y con sus piernas las tuyas.

—Oye, oye. Guarda silencio. No soy el malo —entrecerraste los ojos, tratando de desaparecer las lágrimas y poder ver su rostro. Eso de «no soy el malo» lo decía el típico criminal, por favor.

El fuego de la chimenea avivo su rostro, de cierta manera te sorprendió verlo. No era ningún hombre de cara quemada ni un vagabundo. Era un hombre, un hombre.

De cabellos rojos quemados y ojos de un azul profundo. Pese a eso y a su mirada tranquilizadora no dejaste de forcejear. No eras tan idiota.

El hombre se despegó de ti. Abriste la boca para gritar pero no salio nada. Lo intentaste de nuevo, nada.

—Relájate un poco... quiero decir, no te voy a hacer daño —comento. Otro chasquido de dedos y una luz se encendió por encima de tu cabeza Esta vez lo pudiste ver con claridad y con miedo.

Vestía una gran capa negra, junto con unos pantalones negros y una camisa de igual color con detalles morados. Aparte de eso viste unos grandes cuernos sobresalir de su cabello, te encogiste en tu lugar. Así que tu abuela tenía razón, suspiraste. ¿Qué remedio? Por curiosa ese demonio se llevaría tu alma.

—¿Te vas a llevar mi alma? —aquel hombre-demonio te observo con ojos curiosos. Negó con la cabeza, te sorprendiste al ver que podías hablar pero no gritar—. ¿Entonces? ¿Los demonios también tienen esas necesidades?

Él volvió a negar.

—No voy a hacer la una ni la otra, no voy a hacerte nada malo —te miro serio, se dio la vuelta y se quitó la capa, aun de espaldas dejo la capa en la orilla de la cama y se fue por otra puerta. Lo miraste curiosa, ¿Se iba? ¿Y te dejaba?

Pasaron unos minutos en los que viste que no volvía, por lo que insegura te levantaste y fuiste a la puerta. Un momento... ¿Y la puerta? Diste una vuelta sobre tu propio eje, buscaste la puerta y nada, solo estaba esa otra puerta. La única salida. Primero metiste la cabeza y después el cuerpo completo. Una cocina.

Parpadeaste, atónita. ¿Por qué un demonio tendría una casa a mitad del bosque? Es más ¿Qué no era una cabaña? ¿Por qué entonces resultaba ser tan grande? El demonio se movió sobre la estufa y la mesa con agilidad, dejando por toda la mesa platos con exquisita comida.

—¿Qué esta... que está haciendo? —levanto la cabeza de la mesa, al parecer recién se daba cuenta de tu presencia.

—¿No tienes hambre? Vi que no cenaste nada —abriste la boca atónita. En un cierto punto él se dio cuenta de su error y prefirió callar.

—Tu.., ¿Cómo...? —el demonio suspiro, apagando la flama de la estufa. Se giró en tu dirección. Quizá era tiempo de explicártelo todo, temía que te lo tomaras a mal.

—A ver... yo vengo de allí —señalo tu amuleto con su largo dedo. Por pura inercia lo miraste. O.S—. Me llamo Oda Sakunosuke, por eso las iniciales y soy el supuesto demonio que aterroriza a tu pueblo desde hace siglos.

Se alejó de la estufa y se puso a tu lado, diste un paso atrás. Estabas dispuesto a escucharlo, no tenías nada mejor que hacer, cero ventanas, cero puertas. Cero escapatorias.

—Existo para protegerte del resto, de la persona que te seguía por ejemplo —aclaro con voz seria. Frunciste el ceño.

—Alto, alto. Si eres el demonio malo ¿Por qué me proteges? —Oda se pasó la mano por el pelo.

—No soy el demonio malo, nunca lo fui. Tu familia es la mala —te dijo, aquello ultimo no lograste comprenderlo. ¿Tu familia mala?

—No entiendo a qué te refieres —de un chasquido la cabaña desapareció. Ambos se hallaban hundidos en la profundidad del bosque, ante tal cambio de clima te abrazaste a ti misma. Oda se quitó la capa y la coloco con cuidado sobre tus hombros. La abrochaste y sentiste el mismo calor de la cabaña, además del denso olor a hombre.

Te tomo de la mano y te llevo a la salida del bosque. Sin soltarte señalo a unas cinco figuras que andaban deambulando por las puertas y ventanas de todo el vecindario, recogiendo los supuestos amuletos. Quisiste ver de cerca, por lo que sacaste los binoculares de la mochila, una vez con ellos viste con mayor claridad a tus dos hermanos mayores embolsar los amuletos, y esos amuletos brillaban de un amarillo-oro.

—Es oro... —murmuraste sin dejar de mirar. ¿Era acaso lo que creías?

—La gente de tu pueblo hace todo lo posible por conseguir oro, pues según tu familia eso ayuda a que los demonios nos alejemos.

—Claro... mi abuela dice que si el amuleto no desaparece en las veinticuatro horas siguientes significa que están severo peligro —bajaste los binoculares, ya no te atrevías a mirar. Aquello que tu familia hacia... que horror—. No puedo creerlo...

De nuevo, tus ojos se llenaron de lágrimas. Tú siempre considerabas a tu familia como gente llena de bondad, dispuesta a ayudar al resto. Una mano cálida se posó sobre tu mejilla y limpio las lágrimas. Con la mano todavía puesta en tu rostro hizo que te giraras sobre tu lugar.

—Quieras o no tu familia no es del todo mala, tengo un pacto con tu abuela para protegerte.

—¿Protegerme de qué?

—No soy el único demonio en este bosque.

—¿Lo que me perseguía era un demonio? —Oda negó.

—Era tu padre, se rolan en los bosques para buscar personas que anden por allí. Míralos —giraste la cabeza, así era. Toda tu familia andaba vestida como figuras de horror, verdaderas figuras de horror.

—Pensaba matarme ¿Cierto? —lo miraste, tenía la vista dirigida a otro lado. No sería capaz de decírtelo a los ojos. Ojos almendrados.

—Si —más lagrimas resbalaron de tus ojos. Tu sola las retiraste, enojada.

—Pues bien, al demonio con ellos —al escuchar eso reíste—. Sin ofender.

Oda no parecía preocupado, ni ofendido. Emanaba una tranquilidad extraña, aquel hombre era como beber un té caliente y dulce en medio de una tormenta de invierno. Lo miraste por un largo rato hasta que este te devolvió la mirada, la apartaste, avergonzada. De cierta manera ya sabias que daño nunca te haría, que estabas a salvo de cualquier cosa con él o igual y te estaba engañando. Fuese como fuese, no importaba.

Dejaste tu mochila en el suelo y te recargaste en un tronco, poco a poco bajaste hasta el suelo. Viste que Oda no se movía, seguía con las manos detrás de la espalda y el rostro firme. Lo jalaste del pantalón, bajo la vista hacia ti.

—Siéntate —le pediste, él accedió. Se puso a tu lado, paso su brazo sobre tus hombros y te atrajo hacia su pecho—. ¿Qué haces?

—Tienes sueño ¿No? —asentiste. Te acomodaste en su regazo y caíste en un profundo sueño.

— —

Despertaste exaltada, se supone que estarías en tu casa al amanecer. Te levantaste de un salto y buscaste con la mirada la mochila. Oda no estaba contigo. Y tú estabas en tu habitación. Un sentimiento de alivio te embargo, deshiciste tu maleta y te cambiaste de ropa. Empezaste a buscar a Oda pero no lo encontraste, entonces recordaste el amuleto.

Lo apretaste y le hablaste.

—Oye demonio, digo Oda ¿Estas? —no hubo respuesta, resoplaste. Obviamente no respondería. ¿Y si todo había sido un sueño? ¿Y si en realidad jamás habías salido de tu habitación? La desilusión llego rápido pero también llego una especie de júbilo, al saber que tu familia no era lo que pensabas. Moviste la cabeza, te estabas volviendo loca. Tendiste tu cama y saliste a la sala.

Tu madre preparaba el desayuno, tu padre ayudaba a lavar los platos, tus hermanos hablaban en los sillones y tu abuela tejía algo. Recordaste el amuleto y te lo metiste por debajo de la playera.

Igual que siempre, siendo la familia de siempre. Era un sueño.

—¿Dormiste bien? —pregunto tu madre. Asentiste, tomando asiento al lado de tu abuela, la cual tejía un gorro de color azul marino. Notaste su tamaño.

—Es grande, ¿Es para papa? —ella negó sin apartar la mirada del tejido. Movía sus dedos y las agujas ágilmente—. Entonces ¿Para mis hermanos?

Ella volvió a negar. Frunciste el ceño, ninguna de las tres mujeres tenían ese tamaño de cabeza.

—Es para alguien especial —tu boca formo un pico, interesante—. Y no te atrevas a preguntar, yo te diré quien es cuando sea necesario.

Una risa salió de tu boca, que bien te conocía. Tu madre siempre decía lo mucho que ambas se parecían.

Desde la esquina de la cocina Oda te observaba con una pequeña sonrisa, llevaba sin salir de aquel amuleto desde que eras una bebe. Estaba sorprendido por lo mucho que habías crecido, le sorprendía el desarrollo de los humanos y su mente tan complicada e insegura. Le gustaba tu manera de ser.

Pronto se dio cuenta de que la abuela lo miraba con una sonrisa burlona, lo cual provoco que su sonrisa se borrara. Aquella vieja era médium, podía verlo sin problema. Podía verlo desde dentro.

—Abuela ¿A quién le sonríes? —la señora volteo a verte.

—No le prestes atención a esta vieja, se está volviendo loca de ver tanto muerto —ambas rieron a estrepitosas carcajadas.

Pasaste tu día como si nada, al poco rato ya te habías olvidado del oro y de Oda.

El reloj marco las doce, la familia se dedicó a quitar las tablas. Tú hiciste lo mismo con las tuyas, solo que las tuyas estaban por fuera. Si habías salido.

Pegaste varios saltos de felicidad, significaba que Oda era real pero también significaba que tu familia era una estafadora. Sacaste el amuleto de tu playera. Miraste las iniciales. Él te había dicho que estaría para ti ante cualquier peligro, si te ponías en peligro lo volverías a ver.

Sin importarte mucho lo peligroso que fuera estar fuera a las tres de la madrugada deambulaste al bosque. Esta vez los sonidos eran muchos, te confundían.

Sentiste una presencia detrás, estuviste a punto de girarte cuando no notaste la calidez de Oda por lo que te pusiste a correr. En cosa de segundos algo te atrapo de la cintura y apareciste en tu cuarto. Te separaste de sus brazos y al mismo tiempo te lo volviste a tirar a sus brazos.

—¡Eres real! —gritaste pegando saltitos. La mayoría de tu vida la pasaste sola, eso de tener una familia bruja no te traía mucha admiración. Miedo.

—Calma, no grites —te tomo de las muñecas y cumplió tu deseo de abrazarlo.

Ambos se quedaron en esa posición un buen rato, poco a poco se dirigieron a tu cama y se acostaron.

—¿Vas a aparecer solo cuando me ponga en peligro? Porque si es así voy a salir todas las noches al bosque —Oda te obligo a mirarle. Sus ojos te mantenían atrapada.

—No señorita. También estoy para cumplir las órdenes que desee. Si quieres que me quede no hay problema solo ten en cuenta como se lo tomara tu familia —y con «familia» se refería a todos menos a la abuela. Esa señora ya sabía mucho.

—Si quédate. He estado sola mucho tiempo —te dedicabas a abrazarlo y él a juguetear con tus cabellos color chocolate.

—Que así sea.

— —

Habían pasado ya dos semanas, tu abuela era la única que sabía de su reciente relación. Al final ella te revelo que el gorro era para Oda.

—¿Te gusta? —él asintió con una ligera sonrisa. Le gustaba verte feliz.

—Los dejo —tu abuela salió del cuarto con una de esas sonrisas suyas.

—A propósito ¿Qué clase de demonio eres? Tengo entendido que los de tu clase se dedican a poseer objetos y luego un cuerpo. Tú tienes ambos —Oda se encogió de hombros, no le interesaba hablar de él, le interesabas tú—. ¿No quieres decirme eh? Está bien. Pensemos como el voy a decir esto a papá.

—¿Qué? ¿Qué tienes un demonio cuidando tus espaldas? Ya lo sabe —negaste con la cabeza. A veces te divertía saber lo inocente que podría ser al respecto de las emociones humanas. Era una lástima, en cosa de días habías sentido una atracción innegable hacia el demonio.

Lástima, por tus conocimientos en demonología sabias al cien por ciento que los demonios tenían prohibido enamorarse. Ellos subían a la tierra a cumplir trabajo. Solo a eso.

—No, me refiero a que me gustas, y me encantaría tener una relación contigo. Solo que tú no puedes.

Oda soltó una risa ronca, giraste la cabeza hacia él. Ambos estaban recostados en la cama de orilla a orilla por lo que si uno se volteaba quedaban a centímetros del otro. En un instante te planto un beso.

Sus besos eran como fuego, un fuego que no quemaba. Aquellos besos estaban llenos de pasión, Oda besaba increíble. De un ratito a otro fue repartiendo besos por todo tu cuerpo, tú los deseabas sobre todo en tu cuello y boca.

—Llevo viéndote desde que naciste ¿Esperabas que no me enamorara? —te susurro en la oreja. La piel se te puso de gallina al escuchar tan ronca y sensual voz.

—¿En serio? Está prohibido —Oda volvió a reírse.

—Me voy a quedar aquí hasta que te mueras, después veremos cómo nos va en el infierno.

—Estoy de acuerdo.

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Jsjs estaba terminando de escribir el one-short y salí de Word; resulta que yo tengo a Rampo de fondo en la PC y mi mama estaba en el cuarto y me dijo:

—¿Y ese feo qué?

Y yo estaba como ¿¡Le acabas de decir feo a mi bebo!? ¿Cómo te atreves? Vil mundana.

Pero le dije:

—¿Por qué feo?

—Pues sí, velo. Todo greñudo ni se peina —y fue como JAJAJA ni has visto a Chuuya o Lovecraft.

Sigo muy indignada, le dijo feo a mi bebe. Feooo щ(ಠ益ಠщ)

Edit: yo tenía entendido que había publicado esto pero no me llegaban ni votos ni comentarios de este, pero si de los demás y voy a la historia y dice "borrador" JAJAJAJA peguenme por favor.

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