Fukuzawa
A petición de: -Sanae
Advertencia: ninguna
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Cualquier lugar es perfecto con la persona indicada.
Dios mío, que alguien le diera palabras para describirte.
Como cualquier otro trabajador de la Agencia, todos los días preguntabas por el Presidente y pasabas a saludarlo. Yukichi tenía el deleite de verte todos los días a primera hora, con tus mejores ropas para trabajar y tu primera sonrisa de la mañana, la cual iba dedicada a él.
—Buenos días Presidente —saludaste con una sonrisa, las manos juntas sobre el regazo e hiciste una reverencia. El presidente no pareció inmutarse y recibió tu saludo con naturalidad aunque por dentro se estuviera muriendo de ganas por abrazarte y sentirte.
—Buenos días _____ —saludo este de vuelta. Le diste otra sonrisa antes de proceder a preparar su té y tu taza de café, le dejaste el vaso de té y saliste de su oficina. Afuera te esperaba Kunikida para que lo acompañaras en una misión.
—Vámonos —asentiste sin mediar palabra y ambos salieron—. Nos asignaron el secuestro de una señorita —Kunikida te mostro una fotografía de la chica.
—Waaa, es bonita ¿No te gusta Kunikida-kun? —el hombre le dio una miradilla por encima a la foto.
—Ella no podría cumplir con mis requisitos —suspiraste, es que Kunikida realmente tenía un problema. El amor no funcionaba así y nadie mejor que tú para decirlo.
Soñabas con un hombre fuerte, joven, que te diera mucho amor, tierno y cuidadoso y mira que terminaste enamorada del Presidente de la Agencia, un hombre que un tu vida te haría caso. Quizá porque eras demasiado joven, demasiado inmadura, muy frágil o simplemente aquel lobo solitario estaba de verdad destinado a estar solo. Soltaste un suspiro sin darte cuenta.
—¿Qué te pasa? —reaccionaste. Un sonrojo surgió en tus mejillas.
—Kunikida el amor no funciona así, puede ser muy raro a veces —dijiste sin pensar. Kunikida no respondió a sabiendas de lo que significaba aquello.
La misión resulto ser un éxito, ambos regresaron a la Agencia, después de dejar a la chica con la policía. El presidente los llamo a ambos para felicitarlos. Al término de la felicitación de Kunikida le pidió a este que los dejara solos.
—Felicidades por tu trabajo _____, siéntate a descansar —pidió haciendo un ademán con la mano a la silla enfrente de su escritorio. Accediste, pese a tus dudas si eso era lo correcto como subordinada—. Por cierto, dejaste tu café esta mañana.
Asentiste y lo tomaste, estaba frio pero bueno. Fukuzawa se le quedo viendo al líquido negro que pasaba por tus labios. Que ganas las suyas de ser ese café.
—Me gustaría ser ese café —dijo sin pensar en que llegases a oírlo. Alzaste la vista.
—¿En serio? —sonreíste—. A mí me gustaría ser una hoja de árbol.
El hombre no dijo nada, se te quedo viendo en silencio otro rato. ¿De qué manera podía llegar a confesarse? La edad no significaba un gran problema, eras de la misma edad de Rampo, o sea legal. Su profesión tampoco, ningún factor externo significaba un problema. Él y sus inseguridades significaban un verdadero problema —para él tu jamás corresponderías sus sentimientos—. Es que ¿Cómo? Si tú eras una jovencita con todo el derecho a disfrutar de tu vida, te quedaba muchísimo por delante y estar al pendiente de un hombre de mediana edad no estaba entre tus planes.
Mientras tanto tú te dabas cuenta de sus constantes miradas y solo podías pensar dos cosas: "¡Me está mirando!" y "Seguro está juzgando mi trabajo, debo hacerlo bien". Era una lástima que un hombre tan bien hecho no se fijara en una mujer como tú, total ni experiencia en la vida tenías. Ni al caso con el hombre.
Idiotas los dos.
Toda la Agencia estaba al tanto de su tensión gracias al maravilloso de Rampo y su bocota. Todos menos ustedes.
Terminaste tu café, dejaste la taza en el lavabo y te despediste del presidente de nuevo. Moviste tu cabello al salir, sin ganas metiste tus manos en las bolsas de tu saco. Rampo te miraba desde su escritorio, una sonrisa cínica se posó en su rostro. Había deducido algo muy interesante. Te sentaste en tu escritorio y empezaste a trabajar en tu computadora. Duraste todo el fatídico día así, sin ganas de hacer nada, ver al presidente todas las mañanas siempre era como recibir una inyección de adrenalina. Ese día en cambio salir con Kunikida y reflexionar sobre el amor te había hecho saber que nunca tendrías oportunidad con tu jefe ¡Solo en tus sueños!
Tu tarde se volvió eterna cuando recibiste más papeleo del necesario, te armaste de otro café sabiendo que terminarías un poco tarde. Y así fue, a eso de las once o doce terminaste tu trabajo, eras la única en la Agencia o eso pensabas hasta que viste salir al presidente de su oficina con expresión cansada. Te sorprendiste, él nunca se quedaba a altas horas de la noche. Desaparecía con Kunikida a eso de las nueve.
—Presidente... es extraño verlo por aquí ¿Se ha quedado por trabajo? —pregustaste, él negó con la cabeza. Se sentó al lado tuyo.
—No, en realidad me he quedado por ti. No es bueno que una mujer ande solo por las calles a estas horas.
—Oh, presidente. No era necesario, usted sabe que soy perfectamente capaz de defenderme —comentaste ocultando tu sonrisa.
—Lo sé, solo me dio pendiente que te quedaras sola. Y... puedes llamarme Yukichi en la privacidad —asentiste mientras apagabas la computadora y tomabas tu bolso. Fukuzawa se levantó de la silla y te acompaño hasta la puerta. Cerro con llave las oficinas y después el edificio completo.
Ambos caminaban por las frías y vacías calles de Yokohama. Sin darse cuenta uno pegado al hombro del otro, gritabas por dentro.
—¿Tienes frio? —pregunto.
—Solo un poco —te pasó una mano por la espalda y te atrajo hacia él, cobijándote con su yukata—. No se moleste, lo incómodo.
—No me incomodas _____, no pienses eso. Puedes quedarte si quieres —no solo se estaba refiriendo a su yukata sino a toda su persona, a su corazón como tal. Asentiste y tímidamente te metiste en la yukata con él. Estaba calientito.
Llegaron a tu casa sin contratiempos, para tu desgracia tuviste que separarte de él. Te paraste en el umbral de la puerta y te despediste con una sonrisa y un movimiento de mano.
—Muchas gracias presi... Yukichi. Fue muy amable de su parte, disfrute estar con usted —dijiste con un ligero sonrojo. Fukuzawa asintió con una ligera sonrisa que no se notó por la oscuridad.
—Fue un placer ____, le diré a Kunikida que te deje más papeleo —se dio la vuelta y empezó a alejarse, parpadeaste atónita. Solo pudiste emitir un pequeño "¿Eh?" sin entender porque. ¿Más papeleo? ¿Por qué?
De todos modos al ver como se perdía de tu vista cerraste la puerta y te pusiste a dar saltitos por toda la sala cual niña pequeña. Aquella noche no pudiste dormir de la emoción.
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Otro kilo de papeles se te junto aquel día. Suspiraste con hastió al mirarlos. ¿Es que eras la única trabajadora o qué? Tomaste el primer papel y empezaste a llenarlo con flojera. De nuevo terminaste súper tarde y de nuevo el presidente salio a la hora en que acababas para llevarte a casa. No sabias si eso era plan con maña o algo similar, solo sabias que te gustaba caminar con él presidente. No hablaba mucho y eso era relajante, los hacia disfrutar de la compañía del otro.
—Yukichi... —aun te sonaba raro decirle de aquella manera, después de años tras llamarlo "Presidente"—. ¿Está seguro de que no le molesta estar despierto a estas horas?
—Te he dicho que no me molesta estar contigo, no me molestaría estar contigo siempre —comento casualmente, sin embargo no llegaste a entender bien lo que dijo por estar divagando al ver un gato. Y para no molestarlo en volver a saber lo que dijo atinaste a señalar al gato y acariciarlo.
En cosa de segundos Fukuzawa ya estaba encima del pequeño animal que se dejó acariciar más mientras se le daba un pequeño bocadillo de pescado, hasta que se lo termino y desapareció entre las sombras, ambos se reincorporaron y prosiguieron con su camino. Volvieron a llegar a tu hogar con bien, te dejo en la puerta y de nuevo te pusiste a dar saltos a lo loco por tu casa.
Yukichi, de regreso, se preguntaba qué tan despistada podías llegar a ser para no entender sus indirectas o por lo menos darte cuenta de su profundo amor hacia ti. En serio, mujer.
A la mañana siguiente te llego una pila el doble de grande, en un suspiro te diste cuenta que sería imposible acabar a eso de la doce, por lo que bajaste a la cafetería y pediste un café muy cargado. Volviste y no te despegaste de la silla en todo el día, pese a eso no terminaste, aun te quedaban como treinta papeles a las doce. Con un poco de fuerza azotaste tu rostro contra el teclado y empezaste a hacer ruiditos de frustración.
—¿Por queeee? —aclamabas con frustración. De pronto sentiste una mano sobre tu cabeza. Alzaste la vista.
—¿Crees poder terminarlo? Si no es así podemos irnos ahora —negaste con un repentino éxtasis de energía por ver a tu jefe y amor platónico. Empezaste a teclear como loca.
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Sin querer te habías quedado dormida sobre los últimos cinco papeles, Fukuzawa al ver esto no tuvo de otra más que cargarte hasta su casa, si su casa, porque la tuya quedaba muy lejos y él ya no estaba en condición de cargar cuarenta y ocho kilos caminando. Te paso una mano por la espalda y otra por las piernas, tú apenas y sentiste el tacto, te acomodaste entre sueños con intención de pegarte a la fuente de calor que te cargaba.
Fukuzawa te puso encima la parte exterior de su yukata en las piernas para tapar la falda. Una vez allá habilidosamente abrió la puerta con una mano y te dejo en su cama con delicadeza.
Te removiste, estabas despertando. Sin embargo, al sentir que estabas en una superficie cómoda te acomodaste y aferraste a las sabanas. Fukuzawa te miraba resistiendo el impulso de acostarse contigo y abrazarte toda la noche.
—Me gustaría que durmieras todas las noches en esta cama —murmuro sin darse cuenta de que ya tenías los ojos medio abiertos y estabas procesando sus palabras.
—¿Esa es una declaración de amor? —Dijiste en un balbuceo—. Un momento... ¿¡Es una declaración de amor!?
—Puede ser... —aparto su mirada metálica de ti.
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