Escenario VI
Novia mexicana.
🥀Atsushi
Era dos de febrero, el día de la Candelaria en tu país. Tu novio y tú, estaban preparando los tamales para ese día, porque sí, les había tocado el muñeco en la rosca de reyes. Llevabas en mandil puesto, y regresabas de la tienda, con las hojas de tamal, tuviste que pelear con una viejita por las últimas.
—Atsushiiiiiii —le pasaste las hojas—. Corta los extremos, que quede como un rectángulo, límpialas y mételas en agua.
—¿Qué son? —te preguntó tu inocente novio, analizando las hojas. Parecían un caparazón, y no se veían muy limpias.
—Hojas de maíz, para envolver los tamales —el peliblanco asintió. Y no le quedó de otra más que acceder a tu petición, muy a duras penas tu padre lo había dejado ingresar a la residencia, no quería que lo corrieran.
—Y... ¿Se comen? —soltaste una ligera risa—. Eso es un no, ¿Verdad?
—No se comen, solo se usan para darle forma al tamal y para que este no se enfríe con facilidad y luego se tiran —él volvió a asentir y miró la actividad que tú hacías. Preparabas una salsa y la combinabas con pollo—. ¿Quieres?
—¿Pica...?
—Poquito —dijiste con una sonrisa, ofreciste el cucharon y este le paso la lengua, arrepintiendo al instante.
Agarró un vaso con agua y se lo vacío en la boca, mientras sacaba la lengua y soltaba gruñidos. Tú solo reías.
—No es gracioso, me dijiste que picaba poquito.
—Es que, cariño, en México poquito significa que pica, y que pica chingon —metiste el dedo en la salsa y comiste, saboreaste y sonreíste—. Esta con madre.
—No hables en español, siento que me insultas.
—No lo hago —miraste su brazo y la hoja que sostenía—. Oh, mira un bicho.
Señalaste su brazo, y como un bicho ascendía de la hoja a su brazo. Atsushi lanzó por los aires la hoja y sacudió la mano mientras gritaba.
—¡Quítalo! —te soltaste a reír— ¡_____!
—Olvide mencionarte que pueden traer bichitos.
🥀Kunikida
Estaban en el apartamento del rubio, y acababas de despertar para ponerte a limpiar la casa. Pusiste tu disco denominado: "Rolas para trapear" en plumón negro, y empezaste a dejar con nuevo el lugar. Tu novio se estaba bañando y solo podía escuchar a la lejanía las canciones y tu voz. Se preguntó mentalmente si no habías despertado a los vecinos.
Una vez fuera de la ducha, fue a la sala, donde la chica estaba trapeando el lugar. Cantaba a todo pulmón, utilizando el palo del trapeador como micrófono, mientras daba vueltas por el lugar. Kunikida se le quedó viendo, iba con una toalla a la cintura y otra en la cabeza. Los cabellos le escurrían.
—Me gusta tomarte la mano entrando al cine, presumir tu belleza con lo natural de tu ser. Con tan poca pintura luces tu hermosura y con ella tu piel —agarraste aire—. ¡Y la otra me encanta que pida la banda, y que me de besos en toda la cara! ¡Que me intranquilicé su falda cortita y su escote mi ínsita a besar su boquita! Y mis manos perder dentro de su sostén.
Te callaste y miraste al rubio, más específicamente a donde estaba pisando.
—¡Kunikida Doppo! ¡Estas pisando donde acabo de trapear, y estas dejando agua en el suelo! —el rubio se exaltó.
Se quitó de inmediato y se sentó en el sofá. Volviste a trapear por allí.
—¿Por qué te gustan esas canciones?
—No lo sé, viene de familia —exprimiste el trapeador—. ¿Por qué?
—Pues, hablan de infidelidades y cosas de este tipo. No lo entiendo.
—Siempre y cuando, tú no hagas eso, todo es orden. Porque si no te cortare los testículos ¿Entiendes?
Kunikida parpadeó, lo habías dicho en español, así que no entiendo. Y te alegraras de que no entendiera. El rubio se levantó y se fue de puntitas a cambiarse. Lo viste y no pudiste resistirte, dejaste el trapeador a un lado y estampaste tu mano contra su glúteo. Kunikida pegó un brinco y te miró, completamente sonrojado.
—¡Ay mi nalgón! —gritaste riendo, Kunikida se tapó la cara, imaginando lo que habías dicho.
🥀Dazai
Ibas caminando al refrigerador, era de madrugada, pero tu hambre superaba tu sueño, y como no querías despertar a Dazai ibas a oscuras y de puntitas. Muy sigilosa, hasta que...
—¡AY NO MAMES! —gritaste, tu dedo chiquito había golpeado la orilla de la pata de la mesa. Levantaste la pierna y te la sobaste.
Perdiste el equilibrio y caíste al suelo.
—Chinga tu madre, puta mesa pendeja. ¿Crees que tengo más dedos chiquitos? Pues no perra, estúpida de porquería, te voy a quemar pinche chingadera, ni comemos en ti —con el ruido, Dazai se despertó, estaba observándote medio somnoliento. Y escuchando tus groserías en español, por lo poco que podía entender y por el contexto, suponía que insultabas a la mesa.
Te levantaste sin percatarte de la presencia del castaño, fuiste al refrigerador y te fijaste donde estaba tu nieve de limón. No la viste, y la ira te invadió.
—Puta madre, maldito pendejo. Se chingo mi nieve, me cago en ti Dazai. Puto Dazai, puta mesa, puta nieve —miraste con recelo a la mesa—. Me cago en la puñetera carpintería que te pario, perra. Y tú también, pinche Dazai.
Cerraste el refrigerador de golpe, y volviste a las escaleras. Donde tu novio te observaba recargado en la pared. Te pusiste nerviosa, pero recordaste que todo había sido en español, jamás se enteraría de que lo insultaste.
—Vamos a dormir —sonreíste. Dazai alzó su celular y te mostró la página de traductor, y puso play a la traducción en japonés—. Eh... jeje.
—Puta madre, maldito pendejo. Se chingo mi nieve, me cago en ti Dazai. Puto Dazai, puta mesa, puta nieve. Me cago en la puñetera carpintería que te parió, perra. Y tú también, pinche Dazai —repitió la voz en japonés. Chingado, pensaste.
—Que agresiva... —dijo Dazai, mostrándote una sádica sonrisa—. Te castigare por cada grosería que dijiste.
Dazai te cargó en su hombro, como costal y te llevó a la cama. Sonreíste. Era tentador.
🥀Ranpo
Estaban en el puesto de tacos de dos pesos. Prácticamente habías arrastrado al detective. Comías como si no hubiera mañana, mientras que el chico solo había probado uno, así que paraste de comer y lo miraste. Llevabas algo de salsa verde en la mejilla y restos de pastor en los labios.
—¿Qué esperas? Están buenísimos —Ranpo los miró una vez más. Cebolla, cilantro, salsa, doble tortilla—. Comeeeee.
—Eh... sí, están buenos. Pero umh, ¿No me harán daño? —arqueaste la ceja, y te echaste otro taco a la boca.
—¿Daño? ¿De qué? Son gloria, come. Las consecuencias luego —le extendiste el taco y este lo recibió, lo mordió y tragó. Observaste como tus dos cosas favoritas se mezclaban—. ¿Y bien...?
—Están buenos... ¿De qué son?
—De tripa —Ranpo te observó raro—. Intestino de cerdo.
El detective palideció, y casi tuvo ganas de vomitar. Miró tus tacos, de diferentes colores y contexturas, nunca había visto tanta grasa y picor juntos. Una de las dudas que nunca resolvería era como le hacías para mantenerte tan delgada, comiendo tanto. Notaste su expresión, y le extendiste la manzanita que habías pedido. Él la aceptó y bebió un poco, al menos eso disminuía el sabor.
Claro que, su estómago, acostumbrado a los dulce y comida medianamente nutritiva, no soportó tanta grasa y sabrosura, por lo que, en toda la no salió del baño. Tú solo escuchabas sus quejidos, y gases, mientras te matabas de la risa y sentía pena por tu novio. Era muy diferente, tu estomago de perro, que su refinado estomago de japonés, que lo mantenía tan delgado.
En la mañana, estabas desayunando algo saludable, para compensar toda la grasa de la noche anterior. Ranpo estaba dormido, y dudabas que despertara hasta después de la una. Toda la noche se la había pasado en el baño. Una vez, terminado tu desayuno, te encaminaste a la habitación, y en efecto, seguía dormido. Te acercaste a él y lo abrazaste, estaba en puro short.
—Perdón —tus disculpas eran sinceras. Te acurrucaste y volviste a dormir con él.
🥀Tanizaki
Era un chico de intercambio, y tú una adolescente con notas decentes y una muy buena cantidad de amigos. Estaban en receso, Tanizaki estaba en una banca, frente a la tuya, hablando con alguien de tu grupo de amigos. Todos estaban riéndose a carcajadas por las estupideces, que solo un mexicano sabía sacar.
—Wey, es viernes. Vamos al billar —hablaste, eras la mejor jugando billar, y todos los viernes iban. Tus amigos aceptaron, la mayoría eran hombres, bueno, todos—. Perfecto. ¡Wey!
Le gritaste a tu amigo, Tanizaki volvió la cabeza para verte, el otro chico también gritó.
—¿Qué wey?
—Amos al billar.
—Simón, ¿Puede ir...?
—Con que sepa, no hay pedo —tu amigo asintió.
Iban a su billar favorito, la mayoría de tus amigos iban hostigándote hasta la madre, por la innegable atracción hacía el pelirrojo. Prácticamente ni siquiera pudiste jugar con decencia porque no se callaban. Al final, quedaron las bolas guindas y las azules. Habías tirado a tus amigos, Tanizaki prácticamente había hecho la mitad, y todos miraban expectantes.
—Quien gane le debe un beso al otro —dijo uno de tus amigos, un rubio con el cabello eléctrico, y audífonos.
—Tienes que ganar perra —ese era otro, un rubio cenizo, muy gruñón.
—¿Qué dijeron? —Tanizaki apenas estaba aprendiendo su vocabulario, lo único que sabía con certeza eran las malas palabras que repetían.
—Quien gane le debe un beso al otro —Tanizaki se sonrojo, pero asintió. Preparaste el palo y tiraste, la bola rayada azul de Tanizaki cayó en el hoyo. Sonreíste, y tiraste una vez más.
Para tu desgracia, la bola se desvió, y te ahogaste. Tanizaki continuó y con un perfecto rebote metió las dos bolas guindas. Todos se sorprendieron, y exclamaron bastantes cosas indecentes. Los miraste furiosa, suerte que el japonés no entendía.
—¡Putos pendejos, cierren el pinche hocico! —gritaste molesta—. Menos tú, Tamaki, te mereces todo en la tierra.
Dejaste el palo, y te acercaste a Tanizaki, cruzada de brazos.
—Bien —dijiste. Tanizaki se acercó y deposito un pico en tus labios. Tú solo atinaste a cerrar los ojos y escuchar a tus amigos.
🥀Kenji
Cerca de tu casa, a eso de las doce de la noche, se oían lamentos que no dejaban dormir a Kenji. Tú, acostumbrada a eso, solo podías dormir con él, explicarle que eran, sería todo un pedo, y no querías asustarlo. Estabas dormida, cuando sentiste al rubio removerse en la cama y abrazarte más.
—¿Estas bien? —preguntaste, con clara preocupación.
—Es que... no sé qué es eso de allá afuera.
Sonreíste. Te sentaste en la cama y lo acunaste.
—No creo que contarte sea correcto —dijiste—. Tampoco es la gran cosa, verdad, pero...
—Está bien, _____, no tienes que contármelo —exclamó, consciente de que lo hacías por su bien—. Aunque, me gustaría saber.
Suspiraste, después de todo, era solo una leyenda. Kenji se acomodó en la cama, dispuesto a escucharte.
—Veras, aquí es muy común que cada cierto tiempo se oiga eso. Se dice, que hace mucho, una mujer, se quedó sin marido, este la dejó, y un día, en un ataque de ira, ahogo a sus hijos en el río. Y ahora, se dedica a gritar buscando a sus hijos —dijiste, los lamentos eran ciertos. Y cierta parte de la leyenda, también, pero no sabías cual.
El chico quedó maravillado con la historia, y te empezó a cuestionar muchas cosas de las cuales, no tenías respuesta, así que la inventabas. Kenji, finalmente se quedó dormido, así que tú hiciste lo mismo. Podría ser cierto, pero no sabías, además, tu estúpido vecino había hecho una broma de muy mal gusto al poner una grabación de los lamentos en una bocina e irla paseando por toda la calle, a lo cual, tú saliste a mentarle la madre porque no dejaba dormir al rubio, y después de eso, nunca volvió a hacerlo.
—¡Dazai, bastardo! Deja de molestarla. La otra vez me mentó la madre por tu culpa —dijo el pelirrojo. Dazai estaba afuera de la calle, con la bocina, y evidentemente, con unos tragos de más. Chuuya, ni se dijera. Pobre chibi.
Y afortunados ustedes, que podían dormir sin ningún problema.
🥀Yukichi
Ese día, tu novio entró a la casa con una noticia, que te hizo sopesar que tan imbécil podías llegar a ser.
—Oe, ____, hay una mariposa gigante en la cochera —inmediatamente entraste en pánico y saliste corriendo de la cocina a ver si lo que sospechabas era cierto.
Y en efecto, allí estaba, una Mariposa de la Muerte. Aquellas que traían el mal agüero a tu hogar. Susurraste un pequeño "demonios" antes de subirte a una escalera con un frasco en la mano. La luz le pegaba directamente en las alas, por lo que te preguntaste si los colores que reflejaban en sus alas eran reales o una estúpida alucinación tuya. Negaste con la cabeza, la encerraste en el frasco y la sacaste de tu casa. Suspiraste, ahora, nadie iba a morir.
—Hiciste un buen acto, cariño —te dijo Fukuzawa, posando su barbilla en tu hombro. Interpretaste sus palabras, pues sí, habías hecho un buen acto, pero sabías que él se refería a otra cosa.
—¿Qué quieres decir? —dijiste, girándote y abrazándolo.
—Bueno, esas mariposas se desorientan con la luz y por eso entró a la casa. Y es bueno que la hayas sacado —abriste la boca, ¿En serio?
Te sentiste mal en un instante, por un momento habías pensado en matarla porque, muerte y mala surte, ahora te dabas cuenta de lo estúpidas que eran algunas supersticiones en México, y te sentiste aún más estúpida al pensar que tú te las habías creído todo ese tiempo. Golpeaste tu frente con la palma de tu mano, y negaste con la cabeza, riendo.
Te sentías, y eras una pendeja. No podías creer que tu novio, japonés, supiera más que tú, sobre algo completamente innecesario. Pero vamos, ¿No deberías saber más tú? ¿No deberías estar más curiosa por las cosas de tu país, que tu propio novio?
—¿Estas bien?
—E-eh sí. Solo que... nada —comentaste, antes de soltarte a reír. Fukuzawa se preguntaba si era cierto lo que sospechaba. No era supersticioso, pero, más valía prevenir, que lamentar.
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