Dazai | Chuuya
Advertencia: ninguna
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Ojalá un día te quieran de tal manera, que no tengas que dudarlo nunca.
Caminabas serena por los barrios bajos de Yokohama. Tenías unos asuntillos con gente de allí que ya habías terminado, por lo que volvías a casa. Aquel día estabas agotada, ya ni fuerza te quedaba para usa tu habilidad.
La noche te cayó encima sin darte cuenta por lo que decidiste apresurarte en llegar a casa. En primera, porque no deseabas tener problemas nocturnos con alguien y porque deseabas dormir todo lo posible. Ibas pasando por un callejón cuando sentiste un agarrón de nalga. Los colores se te subieron al rostro, no un sonrojo, sino de enojo. Levantaste un pie y giraste en redondo metiéndole una patada al borracho. Lo último que pudiste ver antes de irte fue unos puntos azules dirigiendo su mirada hacia ti al salir del bar que quedaba cerca.
Al llegar a casa no hiciste más que aventarte a la cama y dejar tus zapatos manchados de sangre por allí aventados en la habitación. Apagaste tu celular y dormiste cual bebé.
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Te levantaste a una hora indeterminada del día, te arrastraste por el colchón hasta alcanzar tu celular. Lo encendiste y miraste la hora, así como también la inmensurable cantidad de llamadas perdidas y mensajes de una amiga tuya, también delincuente. Rodaste los ojos y atendiste la próxima llamada.
—¡Gracias a dios! Creí que nunca contestarías, estaba a punto de ir a tu casa y ver si no te había pasado nada —alejaste tu celular de la oreja por el tremendo griterío de tu amiga.
—Estás loca ¿Y ahora que te traes?
—La Port Mafia está detrás de ti —guardaste silencio y explotaste a carcajadas—. ¡Idiota deja de reírte!
—Ya, ya pero en serio... ¿Por qué a la mafia le interesaría una criminal de bajo rango?
—Porque ayer que mataste a todos esos tipos, entre ellos estabas tres subordinados de orden directo del jefe —abriste tus ojos en grande.
—¡Eso es imposible! Yo revise cada expediente, jamás se me pasaría algo por alto, mucho menos la mafia —tu amiga suspiro.
—Mira que hablo muy en serio. Yo no sé qué paso pero apúrate —y corto. Aventaste el celular a la cama, corriendo y a tropezones te bañaste y alistaste tus maletas. Borraste todo rastro de ti en la red y cualquier cosa que pudiera delatar tu ubicación. Llamaste de nuevo a tu amiga.
—¡Consígueme un vuelo a Kioto! ¡Ya! Y si no contesto en la próxima llamada ya sabrás porque. Te aprecio mucho y gracias —colgaste. Kioto quedaba lejos, nunca te encontrarían allí. Pediste un taxi.
Al llegar hiciste que te llevara hasta el aeropuerto, en el camino te llego el código de los boletos. Sonreíste. Pagaste tu taxi una vez allí y le diste dinero de más para que el hombre no hablara. Con todas tus maletas te encaminaste al interior del edificio.
Hiciste todo el procedimiento, pasar por el detector de metales, llevar tus maletas a la cinta, checar que estas no tuviesen nada, etc. Tu vuelo salía en una hora, pero como todo debías estar media hora antes por lo que con tu única mochila en el hombro empezaste a caminar lista para entregar el código y tu pasaporte previamente checado, sin embargo los vellos de la nuca se te erizaron por lo que sin poder evitarlo volteaste. Viste a un pequeño pelirrojo con sombrero y un centenar de personas desplegarse por todo el aeropuerto, recibían órdenes del pelirrojo y se mezclaban con la gente como si nada. El pelirrojo avanzaba en tu dirección aunque parecía no haberte visto aun.
Supiste que pasaría a un lado tuyo por su andar por lo que, desesperada, tomaste al chico que estaba delante de ti de la chaqueta y lo atrajiste hacia ti, uniéndolos en un beso que se tuvo que prolongar hasta el pelirrojo paso. Suspiraste aliviada. Por otro lado el chico que besaste...
—Este... veras... no digas nada y camina —aclaraste con nerviosismo. El chico portaba ropa casual, chaqueta, playera básica por debajo y pantalones. No lo miraste hasta que ambos estuvieron fuera de la línea de visión del pelirrojo, por desgracia tuya más gente de la mafia se hallaba esparcida por el lugar. Cubriste tu rostro aún más con la gorra. Llevaste al chico hasta el baño de caballeros y te metiste con él en un cubículo. Entonces si lo miraste.
Era poseedor de un cabello castaño y ojos del mismo color, que brillaban pero no sabías porque.
—Tendrás que disculparme, de verdad —una sonrisa entre picara y soñadora apareció en el rostro del muchacho.
—Que comprometedora situación señorita ¿Gustaría de cometer suicidio doble conmigo? —arqueaste una ceja y abriste la boca para protestar cuando escuchaste una voz áspera y enojada.
—¿¡Como que no está!?... no me importa... ningún vuelo despega hasta que la hallemos —se escuchó como abrían el cubículo de al lado. Te congelaste en tu lugar. Por otro lado, el chico parecía querer reprimir una carcajada, miraste a tu alrededor buscando una forma de escape. Necesitabas abordar en cosa de quince minutos. Un momento...
—Oye, te lo voy a compensar con tu suicidio doble o lo que quieras —susurraste, al mismo tiempo te abrochaste el cabello y lo cubriste con la gorra, dejándotelo como de hombre—. Vas a ayudarme-.
No te dejo terminar pues te agarro de la muñeca y te saco del baño de caballeros. Se quitó la chaqueta y te la puso encima, te hizo caminar por todo el aeropuerto sin descanso, no sabías ni que solo te dejabas guiar. Finalmente sentiste aire puro y la brisa del medio día. Habías salido del aeropuerto. Sonreíste como nunca lo habías hecho y miraste a tu salvador.
—Oh dios mío, gracias, gracias. Te debo la vida —y era enserio. La sonrisa del muchacho se ensaño—. ¿Cómo te llamas?
—Dazai, Dazai Osamu.
—Gracias Dazai, cometeré suicidio doble si así lo quieres —total que ya no te quedaba mucho. El susodicho parpadeo repetidas veces ¿Acababas de aceptar cometer suicidio doble con él? ¿Y ahora qué?—. ¿Dazai? Olvídalo, pidamos un taxi.
Te fuiste a la mera orilla del lugar, levantaste la mano para hacer el alto al taxi, llevabas a Dazai de la mano. Hiciste que subiera y pagaste sin mediar palabra. Le diste la dirección de un lugar al azar al taxista. No hablaron en todo el transcurso, cuando Dazai intentaba tomar la palabra lo acallabas con un dedo en la boca. Por lo que el castaño solo te dio ligeras —profundas— miradas para tratar de leerte lo cual le estaba costando pese a que todo tu lenguaje corporal ya revelaba bastante. Una vez que arribaron en aquel edificio, bajaron y te tiraste a la banqueta, exhausta.
—¿Qué voy a hacer? Perdí el vuelo, las maletas, mi casa, ahg. No, no —empezaste a desvariar y olvidar quien se hallaba contigo—. Estoy muerta.
Un rostro se posiciono frente a ti y extendió una mano para que te levantaras.
—Trabajo en una Agencia, ahora que eres mi novia podemos ayudarte —te quedaste consternada con lo de «novia».
—Espera, espera. Yo solo acepte suicidarme contigo —aclaraste tomando su mano y levantándote. Dazai sonrió.
—Sí, eso quiere decir que eres mi novia —atrapo tus manos entre la suyas y te obligo a caminar. Te volviste a dejar. Pronto llegaron a un edificio de cinco pisos esquinado—. Aquí es, por cierto, no me has dicho tu nombre.
—Ah, Otosaki _____ —él asintió. Te llevo hasta dentro del establecimiento, no sabías si era un terrorista, un violador o algo. Quizá te había rescatado solo para vender tus órganos y aun así te dejaste llevar por una sonrisa calmosa y esos ojos brillantes. N te importaba mucho que fuese a hacer contigo.
Abrió una de las puertas y te presento a todas las personas que dentro se hallaban.
—Hola, hola —varias de las personas de allí voltearon la cabeza en dirección a Dazai. Entre ellos un rubio muy molesto.
—¿¡Por qué tardaste tanto!? —y así comenzó una oleada de discusiones.
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Al término del día ya todos te conocían, hablaban contigo como si fuesen amigos de años. El presidente había considerado borrar tu pequeño historial de crímenes para convertirte en miembro de la organización, pues no les vendría nada mal otra habilidad de combate. Controlabas las cartas y cualquier otra pieza de juego a voluntad. Te gustaba pese a no ser buena en el juego.
Al final del día te dirigías a casa con Dazai. El departamento en si no era muy grande aunque estaba muy bien amueblado, colores caoba y blanco predominaban.
—Tus maletas estarán aquí mañana por la tarde, mientras tanto ponte esto —te dio una playera suya y un short. Accediste a ponértelos.
—Dormiré en el sofá —no preguntaste, lo dijiste y dicho y hecho te recostaste en el sillón principal de la sala. Dazai negó con la cabeza y una sonrisa burlona apareció en su rostro. Te cargo al estilo nupcial y fue a dejarte en su cama, te levantaste de golpe—. ¡No pienses que dormiré contigo!
—Eres mi novia ¿Por qué no?
—¿Era en serio...? ¿No me quieres solo para hacer cosas depravadas?
—Flor de loto, yo jamás te tocaría si tú no quisieras —Dazai se introdujo en la cama contigo después de apagar todas las luces y vestirse en el baño. Lo cual te pareció sumamente raro pero él ya tendría sus motivos para no mostrarte su cuerpo, algo que te pareció curioso fue las incontables vendas que recorrían su piel, desde el cuello hasta sus pies. ¿Qué ocultaba debajo?
A la mañana siguiente despertaste temprano como casi todos los días, aprovechaste que Dazai seguía dormido para lavar tu ropa y ponerla a secar, preparar algo decente de comer t arreglar un poquito la casa, si bien no era el cochinero que toda la Agencia cree que Dazai tiene si se encontraba algo desarreglada, nada muy grave. Cuando Dazai despertó se encontró con un olor a lavanda en el piso, sus vendas enrolladas y acomodadas en el mueblo, la ropa doblada y separa en sucia y limpia y el desayuno servido en la mesa junto contigo, recién cambiada y medio arreglada. Un sentimiento cálido le lleno el pecho, y recordó que por muy bastardo que fuera también poseía un órgano latiente.
—Oh Dazai, es lo menos que puedo hacer por todo. Gracias, de nuevo —el chico asintió, aun anonadado por el olor de la comida y lo exquisita que esta se veía, la boca se le hizo agua.
Se sentó en la silla y se dispuso a comer. Le veías tomar los palillos y comer como si no hubiera mañana, estabas tan agradecida de que le gustase tu comida.
—Esta delicioso —dijo con la boca llena, reíste y Dazai se sintió bendecido de oír eso.
—Me alegro.
Entonces comenzó tu primera semana como trabajadora de la Agencia.
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Las cosas estaban marchando bien en cuanto a tu vida laboral y económica porque amorosa pues... no se podía decir lo mismo. Comprendías lo extraño que podía llegar a ser Dazai, solo que en esa primera semana de trabajo ni atención te había puesto, ni un solo beso ni un solo abrazo. Y no sabías porque.
Mientras que Dazai no te prestaba atención por estar aclarando sus dudosos sentimientos hacia tu persona un pequeño mafioso seguía buscándote a diestra y siniestra.
Estabas a punto de terminar un encargo cuando en el interior del edificio hubo una explosión. Explosión que se dio en el piso de arriba y por consiguiente derrumbo un buen pedazo de piso o en tu caso un pedazo de techo. Pegaste un grito y echaste a correr. Más explosiones surgieron sobre tu cabeza y entre tanto grito escuchaste una voz familiar.
—¡Kaiji idiota! —era el pelirrojo, estaba cerca, muy cerca. Alzaste la cabeza y miraste al de ojos azules saltar un gran tramo de techo si caerse, sosteniendo ese sombrero contra su cabeza. Por estar en la distracción de verlo, sin cuidado alguno uno de los escombros salio volando en tu dirección golpeándote y dejándote debajo del mismo.
—Ugh, demonios —te quejaste en voz alta al sentir una punzada en tu pierna y como de esta emanaba algo de sangre, habías quedado atrapada debajo de ese pedazo de concreto y varilla.
Hubo una última explosión, por puro reflejo te tapaste la cabeza con ambas manos. Más sin embargo después de la explosión no escuchaste caer nada, el ambiente se llenó de un desalentador silencio y el ensordecedor pitido que bailaba en tus oídos. Oíste unos pasos venir al frente de ti, abriste los ojos y viste un par de zapatos.
—Que coincidencia —entonces escuchaste como de golpe varias rocas caían al piso y una nube de polvo se alzaba a tu alrededor. Alzaste la vista. Todo tu dolor fue acallado por sus ojos azules mirándote desde arriba con superioridad, tragaste saliva y te diste por muerta. No hablaste—. También eres la chica que pateo a ese imbécil afuera del bar.
Sentiste como el peso de tu pierna se retiraba y viste de reojo el escombro manchado de tu sangre azotar contra una pared. Te encogiste en tu lugar con el estruendo.
—No me vayas a matar por favor... —susurraste con miedo. Trataste de reincorporarte o por menos sentarte. Soltaste un pequeño gritillo al sentarte, dolía como los mil demonios. No harías el intento de levantarte, total ya estabas acabada. De solo pensar como ese chico podía aventarte a la pared como lo hizo con esa roca—. En serio...
Él soltó una risa.
—Que no, te vienes conmigo —te agarro de la cintura y te echo sobre su hombro. Empezaste a patalear.
—¡No, no! ¡Ya no aceptare hacer suicidio doble con nadie! —el pelirrojo se detuvo en seco.
—¿¡Que tú que!? ¡Ese maldito imbécil siempre se me adelanta! —hecho una furia empezó a dar de zancadas por todo el edificio hasta que te saco de allí. Tu solo podías pensar a que se refería ¿Entonces Dazai también te iba a matar? O ¿Te querían en la mafia? Fuese lo que fuese ninguna estaba entre tus opciones, eras muy feliz en la Agencia, exceptuando a Dazai y su falta de atención.
Al salir del edificio te viste rodeada de hombres uniformados con pistolas. El pelirrojo le daba órdenes mientras caminaba, suponías que era algún tipo de superior. Muy campante el chico te llevo a un auto y te dejo en él, inmovilizada por su habilidad. Se subió al asiento del piloto y manejo hasta un lugar que tú desconocías pero que llegabas a ver desde lugares altos. Cinco edificaciones gigantescas. No te dejo ver mucho, pues apenas se estaciono te llevo de lleno a una habitación con olor a muerto. Te dejo caer al piso con algo de brusquedad por lo que gritaste al sentir la presión del frio suelo contra tu herida. El de ojos azules se metió las manos en el bolsillo y se acercó a tu pierna.
—No es la gran cosa, no morirás por desangre —hizo silencio sin despegar la vista de tu pierna—. Si se te infecta...
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