Chuuya
A petición de: -PercyMiAmor
Advertencia: ninguna
— ❦ —
—Chuyaaaa —allí estabas tú con tu voz melosilla corriendo hacia él, el susodicho se limitó a torcer la boca en una media sonrisa. Gracias a tu habilidad pegaste un salto sobre la cabeza de Chuuya y te paraste al frente.
Te agachaste para quedar a la altura de su cabeza, dejando ver un poco de más tu escote —en aquel momento traías una playera de tirantes y unos jeans—. Tú eras más alta que Chuuya por diez centímetros y te gustaba molestarle con ello. El joven de manera inmediata dirigió su mirada a los ojos cafesosos de su compañera, para privarse de mirar más allá.
— ¿Qué? —respondió quedo. Agarraste su sombrero, te lo pusiste y con una sonrisa maliciosa te diste la vuelta. Caminaste unos pasos provocadoramente antes de echarte a correr al escuchar las zancadas de Chuuya, agarraste el sombrero desde tu cabeza para evitar que cayera y fallar en tu "misión".
El recién asaltado suspiro deteniendo sus pasos, solo un rato pensó, consciente de que no dañarías sus pertenencias. Observo a lo lejos como tu cabellera azulada se movía desde en tu espalda. Le gustaba tu color de cabello, aunque fuera artificial, te pertenecía de todos modos. Siguió caminando por el pasillo, con las manos en los bolsillos mirando tu trasero moverse. Se sentía bendecido por tener una compañera con una grande personalidad, si eso, y a la vez sucio por pensar así de esa manera.
Dos horas fueron suficientes para Chuuya, te fue a buscar por todo el tercer piso de la mafia pero no encontró ni un pelo. Subió hasta el cuarto y quinto donde se hallaban los antiguos cuartos de ustedes, de cuando eran niños. Paso por el de Dazai, por el suyo, por el de Akutagawa y finalmente por el tuyo. Entro sin tocar como de costumbre pues no pensó encontrarte allí ya que no estabas en el de Dazai o el suyo como acostumbrabas siempre, mucho menos en el tuyo. Vaya sorpresa se llevó al verte, yacías acostada boca arriba con la manta entre los pies, seguramente estabas bien cobijada pero normal en ti moverte mientras dormir hasta caerte de la cama, la cara de lado con los labios separados soltando ronquiditos típicos de ti y con el sombrero de Chuuya sobre el pecho.
El petizo se quedó viéndote un buen rato hasta que tomo conciencia de donde estaba y que quería, como cuando te quedas paralizado frente al refrigerador pensando que querías. Procurando no hacer ruido con la suela de sus zapatos se acercó de puntitas lo suficiente para tomar lo suyo, el único problema es que tú estabas medio desnuda y no lo había notado hasta que su mano rozo tu piel. Retiro la mano, se pasó la misma mano por la cara con enojo. ¿Cuántas veces te había regañado ya por dormir así, en un espacio lleno de testosterona y con la puerta abierta? Incluso Kouyou te regañaba de vez en cuando pero lo terca y distraída no se quitaba.
Lo habías dejado allí sin prestarle atención al lugar, no tenía nada de malo ¿Cierto? eras algo similar a Dazai y su facilidad para hacer enojar a Chuuya (solo que tierna e inocente, cosas que Dazai no poseía ni vuelto a nacer). Apretando los labios volvió a acercarse por el sombrero y antes de tomarlo volvió a retirar la mano, unas dos o tres veces hizo lo mismo. De pronto su cabecita se ilumino, agarraría el sombrero y al instante te taparía con la manta. Si, buenísima idea.
Retiro la manta de entre tus piernas y con su habilidad la levanto dejándola a una altura considerable para dejarla caer. Tembloroso acerco la mano, apretó la base del sombrero y lo retiro. Tu pecho subía y bajaba. Te despertaste.
Reíste con sorna al ver a Chuuya con una mano sobre sus ojos y con la otra poniéndose el sombrero, al dejar caer la manta tus risas fueron acalladas por la tela. Levantaste la tela junto con tu cuerpo, Chuuya estaba rojo, según tú de furia ¿De qué más? Te estabas riendo de él.
—Perdón —habías dicho entre risas agarrándote el estómago. El chico frunció el ceño aun con el sonrojo presente en sus mejillas. Por razones que tu inocente mente desconocía se giró en dirección contraria a ti, dándote la espalda. Lo cual te pareció una ofensa, te quitaste la manta de encima dejándote al descubierto. ¡Pero jodido calor hacía en verano!
Aventaste la manta al suelo dando un salto de la cama, haciendo rebotar tus pechonalidades. Chuuya se quitó el abrigo sin voltearse y te lo lanzo a media cara, suponiendo que tú no te pondrías nada, costumbre tuya también. ¿Cómo te ibas a poner algo si todo te venia apretando de una u otra forma y aparte sudabas de allí bastante más de lo debido? Bajaste el abrigo de tu rostro y te lo pusiste, empezaste a abrochar los botones y al tercero dejaste de hacerlo. No cerraba por nada del mundo, sospechabas que si llegabas a abrocharlo este reventaría.
—Eh Chuuya —murmuraste desabrochando el tercer botón. Chuuya evito girarse.
— ¿Y ahora qué? —dejo ver un poco sus facciones a través del hombro. Al verte todavía sin el abrigo bien puesto se cruzó de brazos y se giró—. Abróchate eso ya.
Hiciste un puchero. Sentías que te estaba regañando.
—No... No puedo —murmuraste, asustada por su tono de voz. Que conste que jamás te hablaba así, todo en su voz era dulzura para ti. Chuuya se planteó la situación, era muy mal pensado de su parte voltearse y sabía que sus instintos de hombre lo vendrían traicionando pero ¿Y cómo te ayudaba?
—Deja el abrigo, busca tu blusa —te había dicho, aunque tú ya lo habías pensado y justo eso estabas haciendo.
Que molesta pensó Chuuya, solo con la intención de cubrir su gusto por ti incluso en su cabeza. De vez en cuando se negaba a creer que le gustabas, que le gustaba semejante mujer. Típico de un tsundere.
La cosa es que encontraste tu playera tirada en el suelo y gracias a ello sacaste a Chuuya de su ensimismamiento. Al ponértela te pasaste el abrigo de Chuuya por los hombros y de paso se te ocurrió abrazarlo por la espalda para aplacar su ira. Aja, su ira. Supuesta ira que fue aumentada al sentir tus pechos fregarse un poco contra su espalda, un escalofrió le recorrió la espalda y se quedó de piedra, sin poder separarse de ti.
Para suerte o desgraciada suya tú te separaste de su cuerpo. Lo giraste como si un maniquí se tratase y le echaste una ojeada a su rostro, seguía rojo, ya no tanto pero seguía y sudaba. Levantaste la palma de tu mano rozaste su frente, estaba ardiendo. Lo primero que surco por tu mentecilla fue que tenía fiebre y que obviamente había que llevarlo a la enfermería. Jalaste su brazo contigo hasta el tercer piso, donde principalmente se hallaban habitaciones en desuso o almacenes. Sin dejar que hablase lo metiste a la enfermería.
El doctor de ese turno te miro raro, estaba levantado frente a su escritorio ordenando quien sabe qué demonios. Levanto la cabeza y te miro con extrañeza.
—Doc, mi compañero parece tener fiebre. Revíselo —pasaste por delante de ti a Chuuya de un jalón. Chuuya al estar frente a frente con el doctor, que para fortuna suya era hombre y probablemente entendería su situación, negó con la cabeza muy apenas. El hombre sonrió, su sonrisa se transforme en una severa carcajada que fue acallada al notar como ambos ejecutivos le miraban mal con cara de: "Vas a perder tu trabajo si no cierras esa boca". Tosió un poco y guio a Chuuya a una camilla.
Esperaste pacientemente en una silla frente a la camilla de Chuuya, para vigilar. El doctor volteo disimuladamente hacia ti y corrió la cortina. Soltaste una exclamación de indignación, te cruzaste de brazos a esperar por la salida de tu compañero.
Dentro ambos se miraban como solo los hombres se podían mirar, igual que las mujeres cuando cuchichean entre ellas y en efecto, ellos también cuchicheaban. Hablaban de ti y eso no te gustaba. Como tardaban tanto llegaste a la conclusión de que algo realmente malo había pasado tras la cortina, por lo que enfurecida tiraste de ella arrancándola de su lugar. Sin embargo, allí no pasaba nada, estaban tan cual solo que Chuuya ya se veía recuperado. Sonreíste.
—Estas bien, vámonos ya —agarraste a Chuuya del guante y lo sacaste a tirones. Por alguna razón no te gustaba que te ocultasen cosas, a tu parecer a nadie le gustaba que le ocultasen cosas y tu sospechabas que Chuuya te ocultaba algo. Lo ibas a descubrir sí o sí.
Lo llevaste hasta tu habitación, te encerraste en ella con pestillo y apresaste a Chuuya en la pared.
— ¿Qué me ocultas? —lo señalaste acusadoramente con el dedo índice. Chuuya trago duro, con ganas de pegarse a la pared, hundirse en ella y aparecer en la otra habitación pero por desgracia suya las cosas no pasaban así y tenía que inventarse una excusa rápido. Que se escuchara creíble y que no titubeara, resultaba ser un pésimo mentiroso.
—Nada —trato de decir sin que la voz le saliera rara. _____ no se lo trago, podría ser una inocente de primera pero si se trataba de trabajar por nada del mundo sería alguien a quien le verían la cara.
—Mientes muy mal, deja de pensar en una excusa que ya me la se todas. Habla de una vez — ¿Y ahora qué? ¿La pegaba a la pared con su habilidad y huía? No, de ninguna manera. Eso jamás detendría a tu habilidad—. Chuuya... —gruñiste.
—No te lo puedo decir —y obviamente aunque su vida dependiera de ellos nunca de los nunca abriría esa boca. Te despegaste de Chuuya, dejándole el camino libre a la puerta. La cosa no acababa allí. Harías lo que fuera necesario para que abriera la boca o tendrías que recurrir a otras fuentes de información.
Llegaste por el frente de Chuuya, este te miro mal, sabiendo que te habías convertido en una constante amenaza para su integridad mental. En un rápido movimiento de manos le sacaste el cuchillo de su abrigo y te fuiste caminando hacia atrás, Chuuya rodo los ojos. Te puso el pie detrás sin que te dieras cuenta, al ir para atrás tu pie derecho volvo con su zapato y te caíste al suelo no sin antes agarrarlo de las correas del pecho y jalarlo contigo al suelo. La cosa es que cayó cerca de tu pecho por lo que se volcó a un lado, agarro el cuchillo del suelo y salió huyendo de ti. Reíste en voz alta.
En otra de esas desafortunadas situaciones que le hacías pasar a Chuuya, robaste uno de sus Petrus de su bodega. Un Petrus de 1970. Cuando se enteró de que faltaba un vino, se puso como loco y tú, como ya sabias cuando estaría allí lo observabas desde arriba tratando de no reírte. Te fuiste lejos, a un rio y dejaste la botella apoyada en el barandal del puente, tú estabas enfrente de él Le tomaste una foto, se la enviaste y esperaste a que llegara por su bebe. Llego más rápido de lo que te esperabas, te aventuraste por el vino, lo tomaste de la boquilla y lentamente lo fuiste retirando de la orilla para ponerlo a la deriva. Viste su cara de pánico.
—Eh, Chuuya ¿Me dirás? —cabrona, cabrona se decía, pero no, no te diría. Activo su habilidad, se acercó a ti y te toco. Gracias a tu habilidad tú no te moviste pero el vino si, lo puso en sus manos. Dejaste de sonreír al ver que te había ganado. Las cosa no terminaban allí.
—Vámonos ____ —lo seguiste, resignada cual niña pequeña.
Saltaste sobre las barras de las pesas, apoyando tu mano derecha sobre la barra más alta y seguiste corriendo. Ibas a entrenar en el gimnasio de la mafia, aun cuando se te había diseñado una sala especializada en tu habilidad. Atravesaste corriendo en zigzag los diferentes aparatos procurando frecuentar el de Chuuya, en una de esas te vino la grandiosa idea de saltar en medio del aparato. Chuuya estaba sentado en una silla debía levantar con su propio peso, estaba medio abierto de piernas. Pasaste pegando el salto y posando uno de tus pies justo en medio de sus piernas, sin llegar a lastimarlo, del susto soltó las barras y se dejó caer la silla, la caída lo lastimo del coxis.
— ¿¡Que putas ____!? —te grito. Sonreíste de manera inocente. Pasando tus manos a tu espalda y cruzando tu pie.
—Dime —fue lo único que salio de tu boca. Chuuya chasqueo la lengua volteándote la mirada. Jalo de su bolso una toalla con la cual se secó el sudor, posteriormente agarro el bolso y se fue a la regadera de hombres. Lo seguiste. Estabas decidida a bañarte con el si no te decía, sin ningún fin pervertido, por supuesto.
Escuchaste la regadera abrirse, por lo que entraste en el vestidor.
—Chuuya —cantaste, el pelirrojo se quedó tieso, con las manos en la cabeza y la espuma cayendo en burbujas al suelo. No por favor, no, no.
—_____ por favor no comiences.
En realidad no ibas a meterte, solo era una bonita e inocente estrategia para presionarlo. Nada del otro mundo. Te quitaste tus zapatos e hiciste tronar la liga de tu cabello, para darle a entender que estabas cerca. Empezaste a caminar sobre las baldosas frias procurando no caerte.
— ¡No, no, no! —grito con un sonrojo masivo en el rostro, se estaba cansando de que lo molestaras y se estaba odiando a si mismo por imaginarte desnuda. Es que imaginarte así resultaba ser... ¡Suficiente de fantasías!—. Te lo diré, solo déjame terminar.
Y así lo hiciste, te pusiste de vuelta tus zapatos y saliste dando saltitos de felicidad. Lo esperaste en un banco, al lado de la entrada del gimnasio.
—Chuuya —lo seguiste por la espalda, sincronizándote con sus pasos y jugueteando con los mechones de su cabello. Finalmente bajaron al quinto piso. Chuuya fui quien tomo iniciativa esa vez, quizás era bue momento de que se confesara, después de todo no podría estar callando tanto tiempo sus sentimientos.
Se encerraron en una habitación, curiosa te le pegaste hasta casi tocar sus narices. Le miraste amenazante, como no te dijera tenías unas cuantas fotos que podías darle a Dazai para que se burlase de él la próxima vez que lo viera.
—Soy toda oídos —lo primero que hizo Chuuya fue despegar tu cuerpo del suyo, era mejor así. Después te explicaría porque no debías pegártele así a él ni a ningún hombre. Lo pensó, una y otra vez. Lo ensayo en su cabeza, lo repitió sin tartamudear, sin que el labio le temblara y sin que las piernas se le hicieran gelatina.
—Me... me... —ya la cago, agarrándote por los hombros y en arranque de fuerza de voluntad te lo grito—. ¡Me gustas!
El resto, el resto es historia.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top