Unas pascuas muy Loud
Unas pascuas muy Loud
Era un tranquilo domingo por la noche, en que la familia Loud alistaba los preparativos para la que se consideraba la festividad más importante del año en esa casa de locos.
¿Navidad? No. ¿Año nuevo? Tampoco. ¿Noche de brujas, tal vez? Menos. ¿Será acaso el día de las madres?, ¿el día del padre?, ¿el cumpleaños del abuelo Albert? Frío, frío... ¿El día de los inocentes? Si, como no. ¿Entonces cuál? ¿El cuatro de julio?, ¿San Patricio?, ¿día de la bastilla?...
Seguro te preguntarás que fecha es esa tan importante como para descartar a las otras antes mencionadas... Claro que no podía ser otra más que la pascua, desde luego.
O al menos así es como era considerada por el único par de varones de la gran familia. A las mujeres simplemente les daba igual.
Como cada año todos se sentaron a la mesa a pintar huevos de diferentes colores o en su defecto a decorar cestas tejidas a mano.
Y todo iba bien en principio, con Lincoln y su padre mostrando mayor entusiasmo como cada año mientras que su madre y sus diez hermanas sólo les seguían la corriente para verlos contentos.
–Con mi sombrerito lleno de encajeta –canturreaba alegremente el señor Lynn en medio de esta reconfortante actividad–, seré la más bonita del desfile de pascua...
–Mira este, papá –dijo el albino una vez terminó de pintar otro huevo que sumó a una de las canastas decoradas–. Mitad violeta, mitad amarillo, con un dibujo de pollito.
–Muy bien, hijo –lo felicitó el señor Loud–. Eres muy bueno en esto.
–Eh... ¿Puedo hacer una pregunta? –se atrevió a indagar Lucy en momento dado–. ¿Por qué hacemos esto?
–¿Qué? ¿Cómo que por qué? –le sonrió su hermano–. Porque es pascua.
–Si... –asintió la niña quien simplemente no aguantaba la curiosidad–. ¿Y por qué pintamos huevos?
Ante esto, el resto de las hermanas Loud dejaron de trabajar en la decoración y se miraron curiosas entre si como haciéndose la misma pregunta.
–Para que el conejo de pascua los esconda –fue lo que respondió su padre.
–¿Pero por qué? –insistió en preguntar la pequeña gótica.
–Lucy, en la pascua se celebra la resurrección de Jesús después de ser crucificado por nuestros pecados.
–¿Y por eso pintamos huevos y un conejo los esconde?
–Así es.
–... ¿Y no ves la falta de lógica en eso? Me refiero a que en algún momento entre que Jesús muriera en la cruz y que un conejo escondiera huevos falta algo de información, ¿no?
–Hija, sólo pinta tus benditos huevos.
–¡No quiero pintar huevos! –replicó la muchachita que se levantó de su lugar y retiró a su habitación–, no lo entiendo.
–¿Pero qué rayos le sucede?
–Es que está creciendo, Lynn... –aclaró su esposa, y luego se acercó a susurrarle en voz baja para que las gemelas, Leni y Lily no pudieran escuchar lo siguiente que iba decir–. Descubrió que el conejo de pascua no existe.
Pero Lincoln, que si alcanzó a oír esto ultimo, frunció el ceño y también se levantó haciendo azotar la mesa con las palmas. Cosa que tomó por sorpresa al resto de las hermanas Loud.
–No sabes nada –se dirigió a su madre con enfado–. ¡De nada!
Y se retiró igualmente, muy molesto como si acabaran de decirle algo que le hubiese resultado bastante ofensivo.
Rita y sus demás hijas se miraron el doble de extrañadas ante semejante reacción. En cambio Lynn padre negó con la cabeza y miró a su mujer con cara de reproche como si entendiera el motivo por el que se había indignado su hijo de cabello blanco.
***
Al otro día la plaza comercial ya estaba decorada en su totalidad con motivos de la fiesta de pascua. Había gigantescos huevos de colores hechos de papel mache, puestos en los que vendían golosinas como conejos de chocolate y malvaviscos de colores chillones; e incluso se montó una gran escenografía con temática de pascua en la que los niños hacían fila para tomarse fotos con un hombre disfrazado de conejo. Osea, era algo parecido a lo que hacían con el Santa del centro comercial en navidad, pero dedicado a la fiesta de pascua.
Aquella tarde Lori esperaba al frente de dicha fila en compañía de sus cinco hermanas más pequeñas, que tampoco dejaron de asistir, y las iba enviando una a una a que se sentaran en el regazo del conejo para que les sacaran una foto conforme les iba llegando su turno.
–... y quiero una muñeca Malibu para pascua –pidió Lola al empleado disfrazado como si este fuera Santa Claus–, y un nuevo motor para mi jeep... ¿Captas? ¿Me oíste?
–Eh... –habló el tipo de la botarga para explicarle que en la pascua no se recibían regalos–. ¿No te parece que...?
–No, no, no –le replicó la chiquilla malcriada–. Tú no haces preguntas. Tú eres un conejo, yo soy humana. Así que si no me traes lo que quiero, te mato, cabrón conejo.
–Sonríe... –indicó entonces otra empleada de la plaza, tras lo cual Lola sonrió a la cámara para que ahí mismo le sacaran su foto respectiva.
–Adiós, conejito –se despidió dulcemente al retirarse de la escenografía de pascua y ahí Lucy pasó a tomar su turno.
–Dios mío –exclamó entretanto el hombre vestido de conejo, quien si se quedó con una muy espantosa impresión con el modo de ser de aquella hermana Loud en especifico.
–¿Pudieras explicarme qué es lo que pasa? –exigió Lucy cuando pasó a sentarse en su regazo.
–¿Eh?
–¿Qué es eso de pintar huevos y esconderlos? ¿Qué tiene que ver con la muerte de Jesús? ¿Es simbólico? ¿Se refieren a algo que pasó en los tiempos bíblicos? ¡Contéstame!
–Eh... Mira, niña, soy un tipo disfrazado de conejo...
–Yo sé eso. Pero debes tener algún conocimiento de la pascua, ya que estás disfrazado de conejo.
–La pascua... Es la pascua –le respondió encogiéndose de hombros–. Déjate llevar, niña...
–¡No, no me voy a dejar llevar! Voy a averiguar que hay detrás de esto.
Frustrada porque no había quien respondiera a sus dudas, Lucy se retiró sin esperar a que le tomaran su foto con el conejo de pascua y salió del centro comercial y sin darse tiempo tampoco de esperar al resto de sus hermanas.
–Necesito un descanso –pidió el hombre con botarga de conejo a su supervisora–. ¿Puedo tomarlo?
***
Luego de que su jefa le concediera unos minutos libres, el tipo vestido de conejo se dirigió a donde estaban los teléfonos públicos de la plaza comercial para hacer una llamada muy urgente.
–Tenemos un problema –informó en cuanto le contestaron del otro lado de la línea–. Estamos bajo sospecha... Si, hace muchas preguntas. Es sólo cuestión de tiempo antes de que averigüe de que se trata la pascua en realidad... Si, ya sé lo que tengo que hacer. Avisa a los otros.
***
Aproximadamente un cuarto de hora más tarde, Lucy volvía a su casa a pie, cuando pasó por una banca en la que vio a otro tipo con una botarga de conejo diferente que disimulaba leer un periódico.
En principió no le prestó mayor importancia, por lo que siguió andando por la acera y fue ahí que se percató de que el tipo aquel había dejado el periódico de lado y empezado a seguirla de lejos, de modo que aceleró su marcha para tratar de perderlo de vista.
De pronto, al doblar por una esquina, se topó con otros tres tipos, igualmente disfrazados de conejos, que fijaron su vista en ella como si quisieran emboscarla.
En aquella situación tan extraña Lucy hizo lo más sensato, que fue cruzar corriendo al otro lado de la calle; sólo para que un auto parara en frente suyo y de ahí bajaran otros dos tipos con traje de conejo que sin mas empezaron a acercársele.
Cuando se dio cuenta, Lucy corría por la acera a paso veloz siendo perseguida por un grupo de hombres vestidos de conejo que vaya uno a saber que intenciones tendrían con ella.
Finalmente, la niña logró llegar hasta su casa y entró a toda prisa antes de que la pudieran alcanzar.
–¡Mamá, papá! –gritó en busca de ayuda, mientras subía corriendo las escaleras–. ¡¿Hay alguien?!
–Ahora no, Lucy –oyó contestar a su padre tras la puerta al final de uno de los extremos del corredor–, estoy en el baño.
–¡Papá –se acercó a tocar desesperadamente, al tiempo que abajo se escuchaba como los sujetos con traje de conejo trataban de forzar la cerradura–, tienes que ayudarme!
–Espera, estoy haciendo caca.
–¡Los conejos de pascua me persiguen, papá!
–¿Qué?
–¡Me persiguen hasta aquí! ¡No sé lo que quieren! ¡Van a entrar! ¡Ábreme la puerta, papá!
–Lucy.
Contrarió a como sucedía normalmente, esta vez fue la niña gótica la que se llevó un gran susto cuando alguien se apareció a sus espaldas sin avisar. Mas en pocos segundos recobró el alivio cuando reconoció que era la voz de su hermano mayor y no alguno de los extraños con botarga de conejo; ¡que por cierto oyó que acababan de tumbar la puerta de su casa!
–¡Lincoln! –se regresó a ver a su hermano para alertarlo del peligro en el que estaban–. ¡Hay que...! ¡¿Pero qué rayos?!
Frente a ella, su hermano mayor traía puesta una mascara que emulaba el hocico bigotón de un conejo y una diadema de orejas largas.
–¿Lincoln? –exclamó perpleja, a tal grado que tuvo que descubrirse el fleco para verificar que su vista no la estuviese engañando.
Su sorpresa fue doble pues, cuando finalmente salió del baño, Lucy vio que su padre también llevaba puesto un gorro felpudo con orejas de conejo.
–Debemos conversar, hija –se dignó a decir.
–Todo bien, chicos –avisó Lincoln a los otros tipos disfrazados que acababan de subir a la planta alta.
–¿Lynn, Lincoln? –preguntó uno de ellos.
–Si –contestó el señor Loud–. Parece que la niña a la que buscamos es mi hija.
–Oh.
–Díganle a la gran liebre que todo esta bien. Yo me encargo.
***
Después de que los hombres vestidos de conejo se retiraran de la casa Loud y las cosas se calmaran, Lucy se reunió con su padre y hermano en el armario de blancos adaptado que servía como habitación de este ultimo.
–Queríamos mantener esto en secreto –explicó el señor Lynn, quien aun llevaba puesto su disfraz de conejo al igual que Lincoln–. Se suponía que ni tú ni ninguna de las chicas debía enterarse, nunca. Pero tuviste que seguir preguntando.
–¿Por qué me seguían esos tipos conejos? –insistió en saber Lucy, que no acababa de comprender que era lo que pasaba.
–Andamos con cautela cuando estamos bajo sospecha –explicó Lincoln.
–Tu hermano y yo somos parte de una sociedad secreta, Lucy –continuó el señor Loud–. Una sociedad antigua e importante de hombres, que siguen la ley del conejo y protegen el secreto del conejo de pascua. Somos: El Club de Conejos para Hombres.
–... ¿Mamá sabe de esto? –preguntó la niña, en parte más confusa con aquella respuesta, y en parte agotada ante tan ridícula revelación.
–Es un club de hombres –negó Lincoln–. Las mujeres no entienden.
–Pues si, yo tampoco entiendo.
–Pertenecemos a una sociedad secreta que ha existido por miles de años –volvió a explicar su padre–. Nuestras identidades deben ser protegidas.
–¿Pudieran quitarse las orejas, por favor?
–Lucy, ¿no comprendes lo serio que es esto? El secreto de pascua que ahora cuidamos es algo que pudiera desmantelar la fundación del mundo entero.
–¿Y cuál es el secreto de pascua?
–No podemos decírtelo. Sólo los miembros del club de hombres pueden saberlo.
–Espera, papá –intervino Lincoln–. ¿No has pensado que tal vez... Esto sea lo que dictaba la profecía?
–No, no me parece... ¿A no ser que...?
–El antiguo manuscrito dice, y cito: que la encarnación de la muerte en la tierra indagará hasta dar con nuestra organización para encaminarnos hacia una nueva era de prosperidad.
–Oh, cielos.
–¿Profecía? –repitió una mucho más desconcertada Lucy–. ¿Qué esto no es una de las bromas de Luan o algo así?
–Piénsalo, papá –continuó Lincoln sin hacer remoto caso a sus preguntas–. La encarnación de la muerte en la tierra. ¿Quién más que Lucy cumple con semejante descripción?
–Es cierto –concordó el hombre.
–Creo que si podemos confiar en Lucy. Francamente, no pensaría lo mismo si se tratase de alguna de las otras, pero ella es muy inteligente y avispada, incluso creo que mucho más que Lisa. Tal vez sería un excelente aditamento a nuestras filas si se nos uniera, aun siendo mujer.
–Si... Tal vez ya sea tiempo de cambiar la tradición. Pero antes tendremos que apelar nuestro caso ante el consejo de ancianos.
Lucy se rascó la cabeza y miró confundida a su padre y hermano, a sabiendas de que se acababa de involucrar en la cosa más extraña que en toda su vida habría vivido.
***
Las siguientes noches Lynn Sénior se ausentó con la excusa de que iría a un viaje de negocios que le había sido encomendado por los directivos de la empresa en que trabajaba.
–Pero si tu renunciaste hace como un año para poner tu propio restaurante –había señalado su esposa cuando le mencionó todo esto, justo antes de subir a un úber que mandó a llamar teniendo su equipaje a la mano.
–¿Y Lincoln porque va? –preguntó ademas Lori al advertir que este también había empacado sus cosas en una mochila y subido al mismo vehículo.
–Hay, chicas, no les vamos a mentir... –se limitó a confesar el patriarca en cuanto abordó el úber y se asomó por una de las ventanillas–. ¡Pisa el acelerador, Scoots!
–¡Enciendan motores! –clamó la loca anciana que iba al volante.
Al final el vehículo arrancó a toda velocidad dejando tras de si a las mujeres Loud tosiendo restos de humo del tuvo de escape.
Por su parte, Lucy mantuvo su promesa de no revelar en que es lo que realmente andaban ellos dos con tal de poder resolver el misterio sobre el conejo de pascua, los huevos de colores y la existencia de aquella extraña organización de la que recién acababa de enterarse.
***
Al regreso padre e hijo soló volvieron para empacar otra muda de ropa limpia para otro viaje durante el que se ausentarían el fin de semana. Nada más que este si era uno que las mujeres Loud sabían que iba a suceder al igual que cada año.
–Rita, niñas –avisó el señor Lynn en cuanto el y Lincoln se encaminaron, esta vez a la van, llevando consigo sus mochilas y unas cañas de pescar en mano–. Ya nos vamos a nuestro viaje de pesca anual de pascua padre e hijo.
–¿Puedo ir yo también? –preguntó Lana a quien le emocionó la idea de degustar la carnada viva.
–Lana, ya te expliqué esto el año pasado –se negó su padre a llevarla–, y el año anterior. Es el viaje de pesca anual de pascua de padre e hijo. Es algo exclusivo entre Lincoln y yo. Otro día con mucho gusto te llevo a pescar. Pero temo que en esta ocasión no se va a poder.
–Si es cosa de padre e hijo, ¿porqué Lucy va con ustedes? –señaló Lola que no pasó por inadvertido que esta de la que hizo mención también los acompañaba.
–Porque... –improvisó Lincoln una respuesta bien acertada–. La cabaña que alquilamos en el lago ahora está infestada de fantasmas y necesitamos que ella venga con nosotros cada año para exorcizarlos.
–Bueno, nos vamos –anunció Lynn Senior antes de que alguien más siguiese haciendo preguntas–. Leni, si de casualidad no regresamos venga nuestra muerte.
–Bueno –asintió tranquilamente la joven sin dejar de ojear su revista de modas.
***
Así, más tarde el señor Lynn conducía a Vanzilla por la carretera en compañía de sus únicos dos hijos que no eran ni rubios ni castaños. Obviamente no iban camino hacia un lago al que irían a pescar el fin de semana.
–Que bueno que el consejo aceptó nuestra petición –comentó el hombre cuyo pecho se hinchaba de orgullo–. Jamás creí que llegaría el día en que una de mis hijas sería iniciada en la sociedad.
–Este es un gran honor para ti, Lucy –le mencionó Lincoln que iba en el asiento del copiloto–. Esto me recuerda al día en que me inició el abuelo Albert, hace como dos años y medio.
–¿Pop-Pop también? –preguntó la gótica que iba en el asiento de atrás con la cara cubierta con una funda de almohada de color negro.
–Claro. Toda nuestra familia pertenece al club por generaciones, de ambos lados, justo desde el principio.
–¿Voy a tener esta bolsa en la cabeza hasta que lleguemos?
–Aun no eres miembro –explicó su padre.
–No puedes saber donde tendrá lugar la reunión –agregó Lincoln–. Es un lugar distante, en un viejo edificio en medio del campo a las afueras de la ciudad.
–¿Es el granero de tu amigo Liam? –acertó a adivinar Lucy, por lo que Lincoln y Lynn padre se miraron mutuamente y al final se resignaron a descubrirle la cabeza.
–Rayos –refunfuñó el señor Loud y siguió conduciendo.
***
Al llegar a la granja de Liam, Lucy vio varios autos estacionados afuera del granero donde supuso se estaba celebrando una fiesta a lo grande por la música a todo volumen, las risas, las charlas y todo el bullicio que se oía desde afuera.
Y no suponía mal. De hecho la fiesta a la que iba se estaba celebrando en su honor.
Cuando entraron pudo apreciar que en efecto había bocadillos, bebidas, serpentinas y confeti. Pero lo que más llamó su atención (o ya ni tanto) era que entre todos los presentes se hallaban reunidos casi todos los varones de Royal Woods, por no decir todos, conocidos suyos o no, adultos y niños por igual.
Y no había nadie, absolutamente nadie en ese lugar que no estuviese usando una botarga de conejo, pijama de conejo, mascara de conejo y/o diademas con orejas de conejo. Incluyendo su padre y hermano.
–Hey, Lucy Loud –se acercó a saludarla Kotaro–. Bienvenida. Debes estar emocionada.
–¿Debería? –se atrevió la niña a preguntar.
–Por su puesto –afirmó el entrenador Pacowski–. Tú eres la primer mujer en la historia de nuestra organización en unírsenos.
–Ahí está –exclamó el abuelo Albert que llegó abriéndose paso entre la multitud de hombres vestidos de conejos–, ahí está mi nieta.
–Hola, abuelo –lo saludó la gótica.
–Estoy orgulloso, Lucy.
–Seee...
Poco después, la ceremonia dio inicio con los miembros más ancianos de la organización –entre los que se contaban a Flip, Bernie, Seymour y el Dr. Feinstein– quienes pasaron ante una mesa a colorear huevos sumergiéndolos en botes de pintura de diferentes colores para luego añadirlos a una cesta.
Tras esto, Lynn padre hizo que Lucy pasara frente a un podio y Lincoln le puso una bufanda de piel de conejo de pelaje blanco.
–Atención –anunció el Señor Quejón haciendo golpear un mazo arriba del podio, mientras que los demás integrantes del club rodeaban a Lucy sosteniendo en alto unas velas que Rusty se encargó de repartir y su padre de encender–. Esta noche, por primera vez en miles de años, decidimos si una mujer es capaz de proteger el secreto. Saquen el conejo.
Siguiendo con el ritual de iniciación, Liam y Zach entraron al granero, sosteniendo en lo alto una jaula bañada en oro en la que llevaban a un conejo blanco, ante cuya presencia todos los miembros de la organización profesaron un canto eclesiástico que más o menos decía así:
Sanctum Peter Cottium. Deus in re unium. Hippitus hoppitus Reus Domine.
Los dos chicos depositaron la jaula encima de un pedestal frente al que todos en el granero se inclinaron devotamente, salvo por Lucy a quien su padre haló por el hombro indicándole que los imitara.
–Alabemos al conejo Warren –oró el señor Quejón.
–Alabado sea –contestaron todos en el granero al unisono.
–Lucy Loud –prosiguió el anciano que dirigía la reunión–, ¿estás lista para escuchar el secreto de pascua?
–Si –asintió la niña sin dudar.
–¿Estás segura, Lucy? –preguntó su padre antes de que continuaran.
–A la vez que lo sepas serás parte del club de conejos para siempre –concretó su hermano.
–Si –insistió–, ya lo quiero.
–Muy bien –continuó el señor Quejón–. En la ultima cena, Jesucristo se encontraba con sus doce discípulos. Fue entonces cuando...
¡CRASH!
En ese momento, un grupo de ninjas irrumpió en el lugar entrando violentamente por un agujero que abrieron en el techo de madera y se dispersaron por todo el granero blandiendo katanas con las que empezaron a atacar a todos.
–¡Nos encontraron! –gritó Miguel, quien no se hizo esperar para sacar su propia katana con que defenderse–. ¡Protejan a Warren!
Al instante dio inicio a una pelea masiva entre los ninjas y los integrantes del Club de Conejos para hombres, en medio de la cual un hombre gordo de traje y corbata entró por la puerta trasera del granero en compañía de dos monjes católicos que iban armados con pistolas.
–¡Están por todas partes! –gritó el señor Loud.
Entretanto, Lucy observó, perpleja a más no poder, la violenta pelea que se libraba contra los intrusos.
–¡Hay que salir de aquí! –gritó Lincoln quien llegó corriendo hasta ella con el conejo blanco, justo después de que uno de los ninjas atravesara con una katana a Chandler McCann.
Mas, antes de que pudiera llegar, otro de los ninjas le atravesó una de sus pantorrillas con una flecha, con lo que el albino cayó al suelo frente a su pequeña hermana.
–¡Ten! –dijo apurándose a entregarle el conejo–. ¡Toma a Warren y vete!
–¡Exclamación!... ¿A dónde debo ir?
–¡Ya largate de aquí!
Total, que la niña no tuvo de otra que obedecer a su hermano y echar a correr del granero.
El mismo ninja que había herido a Lincoln intentó ir tras ella, pero el chico de cabello blanco logró impedírselo reteniéndolo del tobillo, con lo que Lucy consiguió escapar.
A su vez, el hombre gordo de traje y corbata se acercó a la jaula bañada en oro la cual encontró vacía.
–¿Dónde está el conejo? –preguntó furioso a sus hombres.
Este hombre, por cierto, era ni más ni menos que el mismísimo Bill Donohue, el director de la Liga Católica Americana.
Después de haberse alejado a una distancia prudencial, Lucy se asomó a mirar por entre unos arbustos y vio que los invasores sacaban a la fuerza a todos los miembros del club de conejos y los obligaban a subir a unos camiones.
–¡¿A dónde nos llevan?! –protestó el director Huggins.
–¡No! –gritó Chaz–. ¡Yo no voy a ninguna parte!
¡Bang!
Horrorizada, Lucy observó desde su escondite como Bill Donohue sacaba una pistola y le volaba la tapa de los sesos a aquel chico que quiso oponer resistencia.
–¡Dios mio! –exclamó.
–¿A quién le diste el conejo? –preguntó Bill después a Lincoln quien fue sacado por uno de los monjes católicos.
En respuesta, el peliblanco le escupió en la cara a Donohue consiguiendo que con esto lo aturdiera con un puñetazo en el estomago.
–Busquen por el área –ordenó a su grupo de ninjas–. La niña no debe estar muy lejos.
–Oh, no.
***
Unas cuatro horas después de este incidente, Haiku revisaba unos escritos suyos en la comodidad de la sala de su casa, cuando en eso oyó que alguien tocaba frenéticamente el timbre.
¡Ding dong! ¡Ding dong! ¡Ding dong! ¡Ding dong!...
–¡Socorro...! –jadeó su amiga Lucy en cuanto acudió a abrirle la puerta.
–¿Qué pasó? –preguntó al verla tan agitada.
–Mi papá y mi hermano pertenecen al Club de Conejos para Hombres. Protegen el secreto de la pascua. Pero antes de decírmelo unos ninjas atacaron y me dieron a Warren.
–Ah... –al no saber que responder, Haiku simplemente se hizo a un lado para permitir que Lucy entrara en la casa junto con el conejo blanco que cargaba consigo–. Yo estaba escribiendo unos haikus ahora.
–Se han llevado a papá y a Lincoln –se apresuró a contarle su amiga–. Le dispararon a uno de los conejos y me buscan a mi. ¿Sabes sobre la pascua? ¿Cuál es la conexión entre Jesús, los conejos y los huevos?
–Y yo que voy a saber –respondió la otra encogiéndose de hombros–. Ni siquiera creo en Jebus.
***
Mientras tanto, Lincoln despertó adentro de una mazmorra en la que vio estaban el resto de los miembros de la organización.
–Hijo –lo abrazó su padre que hacía poco también acababa de despertar–, ¿te encuentras bien?
–Si, eso creo... –respondió paseando la mirada por sus alrededores, a ver en una esquina a un muy malherido–: ¡Clyde!
–¡Clyde! –acudió a auxiliarlo el señor Loud–. Clyde, di algo.
–Mis piernas... –gimió el pobre chico de color por debajo de la cabeza de su botarga. Atrás de el estaban sus dos papás desmayados–. Creo que están rotas...
–¿Sabes dónde estamos? –preguntó Lincoln–. ¿A dónde nos llevaron?
–No sé... –respondió tosiendo debilitado–. Viajamos por horas... Y me desmayé.
En eso, una extraña silueta se asomó a las puertas de la mazmorra y Lincoln y su padre se regresaron a ver a la persona que estaba detrás de todo ese altercado.
–Tú... –exclamó el señor Lynn.
–Debí saberlo –dijo su único hijo varón.
***
De vuelta en Michigan, tras un viaje de otras tres horas en autobús, Lucy y Haiku llegaron a las puertas del edificio en donde residía la familia Casagrande, a falta de otro lugar al que acudir, puesto que no querían involucrar a sus familias en el tremendo lio en que se acababan de meter y dudaban que la policía les creyese tan alocada historia.
–¿Si? –contestó alguien en el portón eléctrico por el que llamaron.
–Hola –saludó Haiku, revisando lo que tenía anotado en un pedazo de papel–, buscamos al profesor Carlos Casagrande.
–¿Y en referencia a qué?
–La historia de pascua.
–Lo siento. Es un poco tarde ya para dar lecturas.
–Por favor –insistió Lucy–, ¿conoce el Club de Conejos para Hombres?
–¿Los guardianes? –preguntó asombrada la voz del portón eléctrico–. ¿Los que guardan el secreto?
–Mi papá y mi hermano son miembros –afirmó la gótica que cargaba con Warren–. Aquí tengo a un conejo que también lo es.
–Adelante –las invitó la voz a pasar, a lo que las puertas del edificio se abrieron automáticamente.
***
En breve, ambas góticas fueron recibidas en el apartamento de Carlos y Frida Casagrande.
En esas, Ronnie Anne y CJ se acercaron emocionados a preguntar a Lucy si Lincoln había venido con ella y Bobby igualmente preguntó por Lori. La señora Rosa también fue de metiche a ofrecerse a prepararles algo de comer como era de esperarse; por lo que Carlos se deshizo de todos ellos sugiriendo precisamente que fueran a preparar los bocadillos.
Una vez los dejaron en paz, el profesor Casagrande condujo a Lucy y Haiku a su estudio.
–Ese club de conejos ha existido durante siglos –explicó mientras encendía un proyector para mostrarles una diapositiva con la imagen de la ultima cena de Da Vinci–. Uno de sus miembros más famosos era Leonardo Da Vinci... He ahí, la ultima cena. La cena que Cristo tuvo con sus discípulos la noche antes de que fuera crucificado. ¿Qué comida ven en la mesa?
–Sólo pan –contestó Lucy.
–¿De verás? –Carlos hizo entonces un acercamiento a cierta parte de la pintura–. Mira a la derecha de Jesús. La comida que tiene un color diferente a las otras.
–Parece como... –Haiku entrecerró los ojos y observó bien el enfoque–. Un huevo.
–Si –afirmó el señor Casagrande–. El huevo marca el secreto. Y se encuentra directamente frente a San Pedro.
–¿Quién fue San Pedro? –preguntó Haiku.
–El discípulo que Jesús convirtió en el primer Papa –respondió Lucy.
–Exactamente –volvió a afirmar Carlos–. Pero hay algo que la iglesia no nos dijo. En realidad Pedro no era realmente un hombre. San Pedro: era un conejo.
–¿Pedro el conejo? –repitió Haiku extrañada.
–Claro. La iglesia no permitía que Da Vinci pintara a Pedro como un conejo y lo pintó como hombre, pero dejó pistas. Miren de cerca.
–No veo nada –dijo Haiku conforme Carlos hacia un mayor acercamiento a la imagen de San Pedro en la pintura.
–Miren más de cerca.
–Parece un hombre –insistió Lucy.
–Miren más de cerquita.
Finalmente, ambas niñas advirtieron que en la pintura se apreciaba la imagen difusa de un par de orejas de conejo brotando de la cabeza de San Pedro.
–Con la tecnología láser podemos ver como Da Vinci pintó originalmente... –prosiguió a explicar Carlos mientras aplicaba un filtro a la imagen diapositiva, hasta que en la pintura se mostró que la ultima cena se hallaba presente un conejo blanco junto con los otros once discípulos de Jesús–. Ese, es San Pedro, el original Papa de la cristiandad.
–No lo puedo creer –exclamó Haiku.
–Hay mucha evidencia –continuó Carlos con su explicación, pasando a mostrar otra diapositiva en la que salía una foto del Papa luciendo su mitra–. Miren el sombrero del Papa. No tiene sentido porque fue diseñado originalmente para un conejo.
–¿Pero por qué Jesús quería que un conejo mandara en su iglesia?
–Porque Jesús sabía que ningún hombre podía hablar por todos en una religión. Los hombres son intolerantes, los conejos son puros. Pero la iglesia católica enterró esa verdad y puso a un hombre a cargo. Y desde entonces, el Club de Conejos para Hombres ha decorado huevos para mantener vivo el secreto de la pintura de Da Vinci.
–Entonces –dedujo Haiku–, ¿el vaticano se llevó al papá y al hermano de Lucy?
***
De regreso en la mazmorra en la que estaban prisioneros, Lincoln y su padre encararon al Papa Francisco quien se acercó a las puertas del enrejado para sermonearlos.
–¿Se atreven a burlarse de Dios diciendo que San Pedro es un conejo?
–Monstruo –lo apuntó Lincoln con un dedo acusatorio–, no puedes usar esa mitra.
–Decirle a la gente que San Pedro es un conejo es una blasfemia. Deben admitir que mienten o irán al infierno.
–Por decir cosas tontas como esa –contestó Lynn Sénior–, fue que Jesús puso un conejo a cargo.
–No pudimos traerle el conejo, su santidad –dijo Bill Donohue quien llegó escoltado por dos ninjas y un diácono–. Pero sabemos donde está.
–El conejo que llaman Warren es una amenaza a la iglesia–se dirigió el Papa a Lincoln y Lynn padre–. ¿Dónde está?
–No lo sé –replicó Lincoln.
–Y aunque lo supiéramos –continuó el señor Loud–, bueno, se lo diríamos porque no queremos seguir aquí.
–Que sean torturados –ordenó Bill Donohue a sus hombres.
–¿Torturados? –repitió el Papa desconcertado–. Pero Bill, esto de torturas y de ninjas no me parece que sea muy cristiano.
–Pidió ayuda a la Liga Católica Americana. Déjenos trabajar. Llévenselos.
Acatando a la orden, los ninjas y el diácono abrieron la celda y sacaron a la fuerza al señor Lynn y a su hijo.
–¡No! –gritó el peliblanco mientras que el y su padre eran llevados a al calabozo de tortura–. ¡Bastardos que odian a los conejos!
***
–No entiendo –insistió en preguntar Lucy al señor Carlos, al tiempo que todo esto sucedía–. ¿Por qué el Papa tiene a mi papá y mi hermano de rehenes por Warren?
–Se cree que Warren es descendiente directo del mismo San Pedro –explicó–, por ende el heredero al trono del Papa.
Mientras la conversación entre las niñas y el profesor tenía lugar en el uno de los apartamentos, en el otro un escuadrón de ninjas ingresó sigilosamente por una de las ventanas justo cuando la señora Rosa salió de su cocina con una bandeja repleta de tamales recién hechos.
–¡Ay virgencita! –exclamó, momentos antes de dejar caer la bandeja al ver que uno de los ninjas decapitaba de un sablazo a su esposo que miraba tranquilamente la tele en la sala–. ¡Niños, váyanse!
Con esto se inició otra pelea en la que Rosa se enfrentó valientemente a los ninjas con su confiable chancla, siendo además respaldada por Sergio que revoloteó a picotearles la cara, Lalo que se lanzó a morderlos en el cuello, y Ronnie Anne que derribó a muchos a karatazos.
–¡Nos encontraron! –gritó Lucy al oír el altercado en el otro apartamento.
–¡Frida, coge al bebé y huye! –avisó Carlos a su esposa, quien no dudó en obedecer y echar a correr escaleras abajo siendo seguida por sus hijos, su cuñada y su sobrino–. ¡Niñas, vengan!
Rápidamente, Lucy y Haiku lo siguieron a una ventana por la que les indicó podían salir bajando por la escalera de incendios.
–Salgan de aquí. Intentaré ganar tiempo.
Luego de verificar que su familia y las dos góticas hubieran salido del edificio, Carlos agarró una caja de malvaviscos Peeps que tenía sobre su escritorio y se encaminó con ella a la cocina de su apartamento.
–No hay nada aquí –oyó que avisaba uno de los ninjas a sus compañeros–. Busquen en el apartamento de enfrente.
En su cocina, Carlos metió la caja de malvaviscos en el microondas y los puso a calentar por quince segundos.
–¡Aquí! –exclamó un ninja que irrumpió en ese preciso momento en el otro apartamento.
–¿Qué es eso? –preguntó otro al ver los malvaviscos que se estaban inflando adentro del microondas.
–¡Peeps!
¡KABOOM!
A varias calles de distancia, Lucy y Haiku se voltearon a ver cuando oyeron el estallido de una inminente explosión que se produjo en el edificio del que acababan de escapar.
–¿Y ahora qué? –preguntó Haiku a su amiga.
–Si el Papa tiene a papá y a Lincoln... Debo darle lo que quiere.
–¿No le irás a dar a Warren?
–¿Y qué puedo hacer? Nadie más nos puede ayudar... Espera... A menos... Tal vez si... Aguanta esto.
Lucy le entregó el conejo a su amiga e hizo algo que nunca antes había hecho en su corta vida: ponerse de rodillas y juntar ambas manos para rezar como cristiana.
–Jesús –oró con toda devoción–, soy Lucy Loud. Sé que no voy a la iglesia ni te rezo por las noches. Sé que siempre que apareces en la tierra los humanos terminamos matándote, pero ya no sé que hacer y necesito tu ayuda.
Lucy esperó entonces a ver si sus plegarias eran contestadas, mas no hubo respuesta alguna.
–El conejo se cagó en mi vestido –fue lo que dijo Haiku después de esto.
***
El sábado por la tarde en la casa Loud, Rita y las demás hermanas de Lucy miraban una importante noticia que era transmitida a nivel internacional.
En vivo desde el vaticano. La cobertura de la vigilia de pascua.
–Al concluir el sábado santo –reportó Katherine Mulligan–, va comenzando la vigilia de pascua en el vaticano. Miles se han reunido para escuchar al Papa Francisco y celebrar la resurrección. Para esta vigilia de pascua, el Papa demuestra su divina gracia dando comida a los pobres con un masivo estofado de conejo.
En los patios del vaticano, el camarógrafo enfocó una gigantesca olla de agua hirviendo junto a la que habían paradas unas tres escaleras a las que los chefs tenían que subir para ir añadiendo los vegetales y especias con los que sazonarían el estofado.
–¡No! –gritó Zach, que en esos momentos era llevado a rastras por Bill Donohue y uno de sus ninjas quienes no tuvieron reparo alguno en arrojarlo a la olla–. ¡WAAAAAAAAHH...!
Desde luego que nadie en el publico reaccionó mal ante esta acción al creer que el recién difunto muchacho era sólo un conejo por el disfraz que llevaba.
–Bill, esto es demasiado –le recriminó no obstante el Papa al director de la Liga Católica Americana.
–La niña que tiene el conejo debe saber que estamos dispuestos a matar a los rehenes si no nos lo entrega –fue lo que respondió.
–Su santidad –se acercó a informar uno de los cardenales del vaticano–, una niña ha llegado con un conejo.
–¿Lo ve?
***
En uno de los pasillos del templo del vaticano, el Papa y su gente vieron llegar a Lucy y a Haiku con el tan ansiado conejo.
A su vez, Lynn padre y Lincoln Loud ingresaron al mismo lugar siendo retenidos por los ninjas.
–Gracias a Dios –exclamó el padre de la pequeña gótica–. Dáselos, Lucy, nos van a matar. Dales el conejo.
–Si, entrégalo –pidió el Papa Francisco.
–Antes –exigió Lucy a los captores de su padre y hermano–, prometan que no les harán daño y que dejarán a todos libres.
–Prometido –juró el Papa.
–Lo juramos por la cruz –juró igualmente Bill Donohue sosteniendo un crucifijo de oro contra su pecho.
–¡Dales el conejo de una vez, Lucy! –chilló Lincoln.
–Está bien –accedió su hermana que entregó al animalito a uno de los sacerdotes.
–Lucy, ¿por qué lo hiciste? –le recriminó su padre en cuanto lo soltaron a el y a Lincoln.
–Yo habría dado mi vida por ese conejo –igual hizo su hermano.
–¡Me dijeron que se los diera! –les reclamó la niña.
–No –negó Lincoln–, no fue eso lo que te dijimos.
–Pónganlos bajo custodia –ordenó Bill Donohue y en el acto varios ninjas apresaron a Lynn Sénior, a Lincoln, Lucy y Haiku.
–¡Exclamación! ¡¿Qué rayos les pasa?!
–Tenemos el conejo, Bill –dijo el Papa–. Es lo que queríamos.
–No sea débil, su santidad. Estás putas hay que castigarlas delante de todos.
–¡Tu juraste por la cruz, gordo! –le reclamó Haiku al director de la Liga Católica Americana.
–Si... –asintió este, mostrando que de hecho sostenía dos crucifijos exactamente iguales, uno cubriendo al otro–. Pero no dije por cuál de las dos cruces. ¡Mua ja ja ja ja ja ja...!
–Debimos sospecharlo –gruñó Lincoln con enojo.
–Bill –insistió el Papa–, no creo que traicionar a la gente sea de cristianos.
–Es lo que Cristo hubiera querido.
–¿Quién eres tu para decir eso?
En aquel instante, quien más sino el propio Jesucristo en persona entró habiéndose paso por el templo, por lo que todos los servidores de la iglesia ahí presentes se persignaron e inclinaron devotamente ante el.
Atrás de el un par de querubines revoloteaban entonando una bella canción con voz angelical:
Resucitó... Resucitó...
Alabemos con canciones este santo día...
Resucitó...
–No puede ser –exclamó Francisco que no daba crédito a lo que veía.
–Jesús –exclamaron alegres Lucy y Haiku al unísono.
–Jesús –exclamó el sacerdote que sostenía al conejo Warren–, creímos que había muerto en Irak en un capitulo navideño de South Park.
–Tengo el poder de la resurrección –aclaró la entidad divina–, ¿o lo olvidaron? Me parece que han olvidado muchas cosas.
–Jesús –dijo Lucy contenta–, respondiste a mi rezo.
–En realidad, creí que le respondía a un chico llamado Hugh.
–Ese soy yo –dijo el estudiante de intercambio británico quien se asomó por la puerta enrejada de la mazmorra–, genial.
–Por esa razón puse a un conejo a cargo de la iglesia, Francisco. Porque los hombres se desvían fácilmente. San Pedro fue un conejo. Un conejo debe ser Papa.
–¡Mátenlo! –ordenó en el acto Bill Donohue.
–¿Qué? –exclamó el Papa mucho más que desconcertado.
–El va contra la iglesia, debe morir.
–Bien, ya basta, Bill. Estoy seguro que matar a Jesús no es de cristianos.
–Eres suave, débil. No tengo opción. Llévenselos.
Ante esta orden, otros cuantos ninjas apresaron al Papa Francisco y al propio Jesús.
–¿Qué hacen? –exigió saber este ultimo.
–Soy el Papa –replicó Francisco.
–Tu no eres capaz de cumplir tus deberes con el señor –dijo Bill Donohue quien le quitó la mitra papal y se la puso el mismo, en un claro acto de derrocamiento–. La vigilia de pascua irá como se planeó. Cada miembro del club de conejos será testigo de como muere su salvador.
–¿Y a ti que te pasa, hombre? –reclamó Jesús.
–Encierren al judío y a estas dos mocosas demoniacas. Nos ocuparemos luego.
–¡No –gritaron Lucy y Haiku–, no!
***
–Muchos raros eventos en el vaticano –reportó poco después Katherine Mulligan–. El Papa francisco ha cedido su trono a la nueva era del Papa Bill Donohue.
–Mi pueblo –anunció este a todos los feligreses que se hallaban reunidos afuera del vaticano–, en esta pascua comenzaré por hacer el estofado de conejo con mucha más carne.
–¡No! –gritó Lincoln en cuanto los ninjas y los servidores de la iglesia católica lo sacaron a el y todos los miembros del club que iban vestidos de conejos con claras intenciones de arrojarlos eventualmente a la olla–. ¡Escuchen, no somos conejos! ¡No somos conejos!
Para callarlo, uno de los ninjas se acercó a aturdirlo con otro contundente puñetazo en el estomago.
***
Adentro en el templo, Jesucristo se esmeraba frenéticamente en tratar de serrar los barrotes de la mazmorra en la que lo tenían cautivo junto con Lucy, Haiku y el Papa Francisco.
–Perdóname, Jesús –se disculpó este ultimo que estaba encadenado en un rincón.
–No saldré a tiempo para detenerlos –dijo la entidad divina.
–¿Y no tienes super poderes? –le preguntó Haiku.
–No en vida –respondió–. Sólo muerto... Esperen, eso es. No hay de otra. Niñas, me tendrán que matar.
–¡¿Qué?! –exclamaron horrorizadas las dos.
–Clávenme esto –pidió entregándoles la lima con la que estuvo tratando de serrar los barrotes–. Si muero, puedo resucitar fuera de aquí.
–¡Ni loca! –se negó Haiku rotundamente.
–Hazlo tu mismo –sugirió Lucy.
–El suicidio es blasfemia. No tenemos alternativa.
–Es que no lo entiendes –replicó Lucy nuevamente–, somos góticas.
–En la escuela, en casi todas partes, hasta mis padres nos acusan erróneamente de adorar al diablo y demás ridiculeces como esas –se explicó Haiku–. Es delicado para nosotras matar a Jesús.
–Háganlo rapidito –insistió Jesús obligando a Lucy a recibir la lima–. En el cuello. Resucitaré enseguida.
–No nos obligues a hacerlo –suplicó la niña con un hilo de voz.
–Hija mía, no hay tiempo. Háganlo.
–... Nadie en Royal Woods debe saberlo, nunca –aclaró Lucy.
–Entiendo y, niñas, feliz pascua.
–Felicidades, Jesús –asintió Haiku, quien seguidamente lo haló violentamente de la cabellera para hacer que estirara el cuello y así Lucy pudiera rebanarle la garganta con la lima.
–¡UAAAAAAHHG...!
–¿Jesús?
***
–La pascua –anunció entretanto Bill Donohue a la gente reunida afuera del vaticano–, no se tratará más de conejitos y de huevos. Maten al conejo.
–Lo siento, conejito –se disculpó el sacerdote que tenía a Warren de las orejas, y lo sostuvo por arriba de la olla de agua hirviendo.
–¡Warren, No! –gritó Lincoln.
Pero, en ese preciso instante, un extraño resplandor brilló en medio de la multitud y Jesús volvió a hacer acto de presencia.
–Jesús –exclamó uno de los feligreses.
–¡Alto! –gritó la divina entidad al sacerdote que estaba por arrojar a Warren a la olla–. Ese conejo es de descendencia santa.
–¿Por qué no terminas de irte? –gruñó Bill Donohue.
–Un hombre –anunció Jesucristo a sus creyentes–, no puede ser la voz de la iglesia.
–¡Basta de blasfemias! –bramó Bill–. Yo soy el Papa. Significa que yo soy la voz de: ¡DIOS!
–Pero ya no. Yo te destituyo de tu cargo.
Entonces, Jesús sacó un shuriken extra grande que lanzó hacia Bill Donohue con el que, aunque trató de huir, lo partió a la mitad.
Y todos en la muchedumbre aplaudieron.
–¡Muy bien, Jesús! –lo vitoreó Lincoln, sabiendo que con esto ya estaban salvados.
***
Pasado ya el incidente, la aventura de la pequeña Lucy por descubrir el significado de la pascua terminó con ella, su padre, su hermano, su amiga y los miembros sobrevivientes del club de conejos asistiendo a la coronación oficial de Warren como Papa, tal y como debió hacerse en un principio.
Sanctum Peter Cottium. Deus in re unium. Hippitus hoppitus Reus Domine.
Para la ocasión, en primera fila se hallaba la familia entera del conejo homenajeado compuesta por sus veinticinco hermanas (que curiosamente vivían en una madriguera situada en un pequeño terreno boscoso atrás de la casa Loud). La mayoría lloraban de felicidad dado que se sentían orgullosas por el logro de su hermano; pero también les producía tristeza saber que ahora se tendría que quedar en el vaticano para cumplir con su deber.
–Su santidad –se acercó a preguntar un cardenal al conejo blanco que ahora ocupaba el trono del Papa y usaba una mitra en su cabeza hecha a su medida–, ¿que le decimos al mundo sobre como deben regir sus vidas?
–No está diciendo nada –dijo otro cardenal al notar que el conejo no respondía a la pregunta.
–Si –asintió un tercer cardenal–, justamente como lo quizo Jesús.
Sanctum Peter Cottium. Deus in re unium. Hippitus hoppitus Reus Domine.
–Lucy, estoy orgulloso de ti –la felicitó su padre–. Aprendiste mucho en esta pascua.
–Si, aprendí a no preguntar. Sólo pinto huevos y me callo.
–Esa es mi hija.
Sanctum Peter Cottium. Deus in re unium. Hippitus hoppitus Reus Domine.
FIN
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