Capítulo Veintisiete
Sus sueños la llevaron a toda velocidad, como si se trataran de las imágenes de una gran película mental que era proyectada por su imaginación, como una de aquellas películas mudas y cómicas de Charles Chaplin. Volvió a ver —de una manera bastante superficial, por suerte— los momentos en los que su padre la había maltratado, tanto de manera física como verbal y cómo la muerte los alcanzó, como algo terrible de lo que ningún ser es capaz de eludir, al menos que ella supiera. Pese a que solo fue un recuerdo bastante por el aire, como muchas veces solía sucederle, hizo una mueca en que se podía ver, representado a la perfección, todo el miedo y todo el sufrimiento que había tenido que pasar; en este, más profundo como nadie se hubiera imaginado, le trajo a colación noches enteras llorando de forma desconsolada, sollozando, odiando pero, a la vez, queriendo, amando y maldiciendo. Luego tenía deseos de volver a querer, pero el sentimiento de odio volvía a arruinarlo todo, una vez más. A veces este se imponía por sobre todas las cosas, que siempre le resultaba tan contradictorio, pero tan similar también —al menos a su modo—; era como si se tratasen de los más grandes y terribles enemigos —o amigos—, de todos los sentimientos. Y entonces se recordaba esperando, aguardando a que todas sus desgracias, de una vez por todas, llegaran a un —tan ansiado— punto de su historia de vida.
También admirar, una vez más, como si se estuviera deslizando entre ellos, a la velocidad de la luz —tal vez esto se debía a que aquellos recuerdos ya estaban desapareciendo bastante de su mente y solo eran una sombra, algo vaga y borrosa, de lo que antaño fueron y de lo que tanto significado tuvieron para ella—, los hermosos y tristes momentos en que se despedía de casi todos sus amigos de la infancia —y de algunas maestras, también— donde vivió junto con sus padres, para luego irse a iniciar la convivencia junto con Denise y Damián. De alguna manera, el sueño fue capaz de hacerle recordar una promesa que aún no había cumplido; recordó —más de una vez, de hecho—, que pensó que los volvería a visitar en alguna ocasión, cuando fuera más grande. Sin embargo, con el correr de las semanas, de los meses y de los años, los fue olvidando. Los olvidó por completo desde hacía unos tres o cuatro años, como si —de alguna increíble manera— jamás hubieran existido. Tal vez, todo rastro de recuerdo acerca de ellos, habían desaparecido mucho tiempo antes, aun, que eso; al fin y al cabo que en esos momentos solo era una pobre — bastante torturada y trastornada, por cierto— niña de, tan solo, cuatro años de edad, de una pequeña que cumpliría los cinco dentro de muy poco.
Sí, los había olvidado por completo pero, por alguna extraña razón, los volvió a recordar esa misma mañana, cuando esperaban en la parada de ómnibus. En este sentido, me parece que fue una especie de recuerdo que se obligó a reprimir de alguna manera, para no sentirse mal al respecto por haberlos dejado atrás; creo que, en cierto sentido, siempre fue algo que estuvo a la expectativa de que la chica reviviera todo eso de alguna manera, como si esa memoria tuviera una vida propia, una existencia tangible y Natalia la hubiera encerrado bajo candado, en alguna celda en lo más bajo de su ser, en el sótano de este, por decirlo de alguna manera, para que no pudiera afectarla, para que nada —ni nadie— pusiese tomar aquello como una forma de hacerle daño. Al negar, de alguna manera todo eso, sería como si nunca hubiera sucedido y, si eso era así, entonces nada de ello debería afectarla. Me imagino que fue una especie de mecanismo para que la niña no se desmoronara ante la mudanza, pues tenía que rehacer, en gran medida, su vida; viajó de una ciudad a otra donde no conocía a nadie más que a sus parientes y podía parecerle duro tener que adaptarse a hacer nuevos amigos, mientras no podía dejar de añorar las amistades que tuvo que abandonar.
Sin embargo, el recuerdo se liberó bastante tarde de por sí y aún no sabía bien quiénes eran. Se le llegó a ocurrir que, más bien, se trataban de las consecuencias de algún sueño, que hubiera sido un evento que solo se había originado en su imaginación. Pero lo que sí recordaba, con una certera y absoluta claridad, era la promesa que se había hecho de regresar; eso era real, aquel hecho ya era algo indiscutible y supo, entonces, que tendría que cumplir fuera como fuera.
Es entonces, cuando un planteamiento increíble me invade. Es algo que no puedo quitarme de la cabeza, ni siquiera luego de todo este tiempo y eso que conozco —creo que mejor que ella misma, de hecho—su propia historia de vida. ¿Es posible que alguien olvidara gran parte de su vida así como así?, tal vez sí, al menos bajo el supuesto de que haya sido algo voluntario, como una especie de artilugio que le sirviera para evitar un gran daño psicológico. Por otro lado, creo haber leído algún que otro artículo sobre una cosa llamada "memoria selectiva", con la que una persona es capaz de retener —con lujo de detalles— recuerdos muy específicos de su vida, que quizá significaron —o no— algo relevante y, muchos otros, que pasaron a mejor vida, que —por decirlo de alguna manera sencilla de entender— se descartan en su totalidad. Fuera como fuera, ella los había olvidado, eso le resultó demasiado evidente ya. Sin embargo, ahí se encontraba, dormida dentro del ómnibus que la llevaba a su colegio, estaba inmersa en lo más profundo de sus sueños, recordándolos de nuevo, de una manera tan vívida que se le puso la piel de gallina. Un gran escalofrío le recorrió la espalda, desde la columna vertebral hasta las mismas caderas y podía llegar a sentir cómo, la gran mayoría de los cabellos de su nuca, se erizaban de una manera tan asombrosa como increíble. No pudo distinguir si se encontraba dormida por completo o media despierta, pero todo eso fue algo que ella nunca sería capaz de considerar posible, ni siquiera luego de todo lo que había tenido que vivir.
Les pidió perdón en silencio, aunque la muchacha no tenía culpa de nada de lo que le había sucedido.
—Les prometo que los voy a visitar —comentó, en sueños, la muchacha. Fue algo que nadie más que ella pudo oír—, cuando me desocupe un poco de todo y tenga ánimos. Lo voy a hacer, por mí, por mi mamá, por todos. —Mientras dormía podía hablar de una manera tan fluida que, por lo general, luego se entristecía de ello, pues de alguna manera sabía que algo en ella deseaba volver a resurgir y no podía hacerlo; lo intentaba en todo momento, pero no parecía tener caso. Sin embargo, no se rendía. —Puede que estas vacaciones de invierno o en algún fin de semana largo, regrese. —Ultimó la idea, mientras unas lágrimas brotaban de sus ojos, rodaban con cierta y desesperante lentitud por sus mejillas, se desprendían de estas y jamás llegaban a tocar el suelo, porque desaparecían gracias a las increíbles influencias de su grandiosa imaginación; se le antojó como si se tratara de una especie de espejismo.
De una manera que jamás se le hubiera presentado antes, caracterizó a aquel gran personaje llamado "Morfeo". Hizo acto de presencia como un ser enorme, blanco, como si estuviera formado de humo, amorfo y atemporal a su modo. Admiró cómo este se deslizaba por el aire, como si un viento inexistente —pero que Natalia era capaz de sentir de algún modo— lo llevara consigo. Al final, poco a poco, se introducía en los ojos de la muchacha, logrando que el peso en ellos fuera cada vez más y más enorme; la seguía teniendo prisionera —de alguna manera— en su mágico y maravilloso reinado, en el cuál todo es posible.
Estos brillaron un poco, de una manera peculiar, aunque nadie fue capaz de percatarse de ello. La chica seguía durmiendo de una manera tan profunda como serena. En especial anhela poder regresar allí para ver cómo se encontraba, después de tantos años transcurridos, la mejor amiga de su infancia, a quien ahora era capaz de recordar de una manera concreta. El rostro de Rocío, pese a admirarse un poco borroso, poseía —ahora— una forma bastante concreta. No tenía ni siquiera una duda, de que ese era su nombre. En tanto fue capaz de recordar eso, la invadieron muchos otros gratos momentos; pudo verse a sí mismas, juntas en el jardín y también había podido reconstruir, de una forma tan detallada como inexplicable, muchas tardes compartidas en su casa. A veces, eran más nenas que compartían esos momentos; Laura no pudo salvarse de ello, pues su mente también volvió a llevarla hacia ella, la bondad que caracterizaba a esa mujer había traspasado todos los límites que ella pudiera haber sospechado. Del padre de ella, no se acordaba demasiado, pues solo era una sombra algo borrosa en su mente, era algo vago que solo persistía allí vaya uno a saber por qué; se imaginó que —en algún momento— podría desaparecer por completo o que, tal vez, dejaría un mínimo rastro de algo que se ignora en su totalidad. Casi no recordaba nada de él ya que, por lo general, se encontraba trabajando y, ni siquiera, era capaz de recordar su nombre. Ahora que lo intentaba hacer durante aquel sueño, una especie de sombra parecía taparle los ojos, como si se tratara de un enorme y temible velo que se los cubría por completo que la dejaba inmersa en una especie de bloqueo durante algunos pocos minutos que, en términos reales, no fueron más que unos pocos segundos.
Parecía tratarse de una especie de sueño híbrido entre algo perdido, olvidado y bizarro como ninguna otra cosa del mundo. Sin embargo, era una posibilidad que pudiera volver a aprender muchas de las cosas que, durante esos momentos, no hacía más que ignorar por completo. Me parece algo terrible perder las memorias de un momento tan importante como ese de aquella manera, pero —sin duda— me parece que en este mundo de locura hay situaciones mucho más escalofriantes, en las que no se puede admirar —ni siquiera— una mínima comparación. Es algo feo, sí, pero de alguna se puede aprender de ello, recordar de alguna manera como la que fue capaz de hacer Natalia y estar dispuesto a volver a aprenderlo todo de nuevo, incluso todo aquello que ha quedado enterrado en lo más bajo de la ignorancia misma.
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