Capítulo Veintiocho

Al fin se vio a sí misma frente a la entrada del colegio. Tenía nueve años, aunque le hubiera parecido correcto afirmar que, en realidad, parecía tener muchos más; parecía ser una niña de casi diez, pero que en realidad tenía su edad actual, es decir, quince. A pesar de que durante ese día de clases no habían ido muchos alumnos —en el salón de ella solo llegaban a ser seis chicas y cuatro chicos—, Damián no había podido asistir debido a que ese había sido el segundo día en el que estuvo enfermo de una fuerte gripe, había levantado bastante temperatura durante toda la noche anterior y durante buena parte de ese mismo día se estuvo bastante mareado. Y al día siguiente llegó a los impresionantes treinta y nueve grados.

Dentro de lo que su imaginación le dejó entrever a la chica, se trataba de un día típico de clases, no había habido nada anormal durante esa mañana, excepto el hecho de que ella se encontraba algo extraña. Actuaba, del mismo modo, de una manera similar, un poco rara; no pudo distinguir muy bien la razón de ello, así que en realidad resultó que solo ella se daba cuenta, nadie más advirtió un comportamiento fuera de lo normal. Supongo que cuando casi nadie te quiere —o cuando la mayoría siempre siente envidia por cualquier cosa que haces o, quizá, por las que dejas de hacer, aunque no creo que sea por esto para decir la verdad— jamás se dan cuenta de nada de ello, ya que no pueden dejar de ignorar —por completo— que esas personas, —que no les importa en absoluto en sus vidas—, no se encuentran actuando de una forma normal; esto también podría deberse a que solo se trataba de una realidad distorsionada como ya varias veces le había sucedido, así que tampoco era de extrañarse que, incluso en sueños, ella fuera como una especie de fantasma, invisible por completo, para todos ellos.

Se podría decir que la palabra que mejor definía esa especie de anormalidad por la cual ella estaba atravesando, era de "dispersión", se encontraba inmersa en un gran despiste, debido a que se pasó toda la mañana pensando; no pudo dejar de hacer eso desde el momento en el que se levantó de la cama, fue al baño para asearse, desayunó unos quince minutos más tarde junto a Denise, hasta el momento en el que tomó el ómnibus sola y llegó a la escuela.

Y allí se encontraba, ya pasadas las diez de la mañana, pensando y reflexionando sobre algo bastante importante, que nunca fue de alejar de sí. Estuvo recordando a su padre de una manera algo breve, como lo había estado haciendo durante tantas otras ocasiones, aunque en aquella todo resultó ser bastante diferente ya que, también, se la pasó pensando muchísimo acerca de su madre. Por sobre todas las cosas que rondaban por su mente, se la pasó obsesionada con aquella nota que Andrea le escribió antes de tomar la determinación de quitarse la vida; también había estuvo considerando una cuestión que había dejado inconclusa, en realidad —y para ser más exactos—, en dos cosas que aún no había hecho, pero no se encontraba muy segura si sería una buena idea realizarlas. Aquella fue la razón principal, la más importante de por sí, por la que se encontraba tan distraída, y por ello muchos detalles del sueño se le habían pasado por alto, sin embargo, se trataba de uno que, por decirlo de alguna manera, emulaba un evento que sí había sucedido años atrás y esto sí era capaz de recordarlo. En cierto sentido, al tratarse de algo irreal, no le parecía extraño que muchos detalles se perdieran o se desdibujaran un poco, sin embargo, lo más importante siempre aparecía y nunca se iría de allí. Lo que ese día sucedió, fue real y ahora era capaz de volver a rememorarlo todo, como así todos los hechos que le siguieron a aquel; de alguna manera era como si estuviera viendo una enorme saga de películas extensas, como podían ser —con bastante facilidad— las de Star Wars.

Estuvo considerando, durante todo ese lapso, que pondría fin a aquello, dependiendo de lo que ocurriera con la primera acción; primero tenía que culminar con eso, para cerrar una etapa de su vida de forma definitiva, pues se lo debía a su madre —aunque no fuera era algo necesario— y, luego, vería qué le convenía hacer a continuación, si es que algo desconocido se le revelaba, que se le antojaba bastante posible.

Para llevar eso a cabo, solo le restaba esperar a que se hiciera de noche. No parecía ser una tarea imposible, aunque eso sí, a pesar de la gran imaginación que siempre solía acompañarla hacia todos los lugares a los cuales se dirigía —como si se tratara de una gran y bella amiga, que nunca podía apartarse demasiado tiempo de ella—, aquel día se le fue tornando demasiado —casi de manera que rozara el infinito, si aquello es posible— largo. Parecía que eso nunca terminaría, le había dado la increíble impresión de que se quedaría allí —como si se encontrara hechizada por sus pensamientos— por toda una completa eternidad, quizá durante mucho más tiempo que ese, como si ese tremendo día de clases fuera a ser sempiterno.

Sin embargo, fue lo suficientemente perspicaz como para darse cuenta de que eso era así, de que el tiempo jamás se detendría ante sus más profundos deseos, ni ante los de nadie. El hecho de que Damián no pudiera estar junto a ella durante esa ocasión, logró que la muchacha se sintiera de aquella manera pesimista, desilusionada y ella lo sabía mejor que nadie, pues el muchacho siempre había sido como una especie de cable a tierra, una persona en la que siempre podía confiarle hasta sus más grandes miedos, que siempre estaría allí para escucharla, para platicar con ella y para aconsejarla referido a todos aquellos temores e inseguridades; en todo momento tendría abierto sus brazos para ayudarla, cobijarla y consolarla con todo el enorme cariño que los unía. Natalia sabía todo eso a la perfección y estaba convencida —tenía una enorme certeza sobre aquello—, de que todo hubiera sido mucho más llevadero si él hubiera podido asistir. Se imaginaba a los dos en la cantina del colegio, mientras pasaban un recreo comiendo algo, y le confiaba lo que había pensado hacer, para ver cuál era su opinión al respecto y si es que tenía algo para recomendarle que, de hecho, estaba segura de que sí, pues —por lo general— siempre se le ocurrían buenas ideas, más aún cuando a ella era algo que le urgiera y esa no era la excepción.

Pero eso no sucedió, pues no fue posible con su primo enfermo en casa. No era que la muchacha se aprovechara de Damián, porque siempre era él quien solía iniciar las conversaciones y ella, por supuesto, las aceptaba con todo gusto, siempre y cuando no tuviera algo urgente que hacer. Era probable que no pudiera hablar mucho con él, al menos durante un par de días, pues se imaginaba que la jaqueca debía ser terrible. Además, lo que menos quería era comenzar a hablarle de cualquier cosa y que se diera cuenta de que algo le sucedía, pensaría que alguien le había hecho —o dicho— algo y, a pesar de encontrarse engripado de esa manera tan terrible, querría hacer algo por ella; si algo como aquello hubiera sucedido, lo más probable era que pensara que Gonzalo la había molestado, que la humilló del mismo modo en que ya había hecho lo mismo un par de decenas de veces.

Entonces no pudo dejar de concebir, ni un solo segundo en los recreos —así como en las mismas clases, también— la idea de que si él no hubiera estado en la casa y la hubiese visto así, si le hubiera notado algo extraño en la mirada —y en las actitudes en sí—, como si estuviera perdida o pensando en algo que él mismo ignoraba, se lo preguntaría y le terminaría confesando todo.

—¿Qué pasa, Nati? —Se imaginaba la muchacha la pregunta, mientras ambos degustaban un delicioso pebete, rodeado de un par de alumnos, que comían y charlaban entre ellos—. Estás bastante rara hoy, ¿alguien te hizo algo?

—¿Ah? —respondía de forma imaginaria, ella. Era increíble cómo era capaz de auto percibir la manera exacta en la que se desenvolvería esa supuesta conversación, replicando de un modo tan fiel como sorprendente todas las inseguridades y miedos que la envolvían. Además de ello, era capaz de imaginarse el grado de distracción en el que se encontraba y cómo él siempre era capaz de llamarle la atención. La chica, entonces, revolvía una supuesta leche chocolatada con la pajita, jugaba con ella y la bebía, antes de percatarse qué era lo que Damián parecía sospechar—, ah, no. No es eso, para nada. Solo que estoy pensando mucho en mamá, ya sabés.

Podía ser testigo, entonces, del bullicio del lugar y de ella hablando por lo bajo, porque no tenía deseos de que alguien, más allá de su primo, la pudiera escuchar. Imaginaba a los chicos yendo a buscar la comida a los mostradores, que se extendían a lo largo y, la cocina en sí, que se encontraba en un rincón. Imaginaba chicos jugando con aviones de papel, lanzándolos entre ellos y arrojándoselos a otros grupos. De alguna manera, todo ello era bueno para que nadie más de lo necesario, se pudiera percatar de sus palabras

—¿Sobre qué? —preguntaría, Damián. Era curioso pero, más que nada, hubiera sido solo para saber si podía hacer algo para ayudarla.

—En su muerte. —La chica se imaginaba dando una respuesta algo mecánica, fría y desacertada, porque si bien en parte eso sí era cierto, o sea que había estado pensando en ello, no era la razón principal, pero sí la que había dado origen a la otra, a esa que en realidad le importaba—. En realidad, estoy pensando mucho en la nota que me dejó, quiero saber más sobre eso.

—Quiero ayudarte con eso. —Siguió imaginando la chica. De alguna que otra manera, siempre se las arreglaba para hacerse una idea bastante precisa de cómo hubiera sido una conversación con su primo, si es que esta se hubiera dado—. ¿Qué podemos hacer?

Y entonces, la chica imaginaba qué era lo que podían hacer juntos. Referente a ese tema, se les podrían ocurrir una decena de soluciones, quizá. Le resultaba gracioso el hecho de que, cuando ideaba esas charlas, se veía a sí misma hablando de una forma tan fluida como jamás era capaz de hacer, menos aún con la edad que tenía en esos momentos. Si algo por el estilo sucedía en la vida real, siempre tenía una pequeña libreta donde solía anotar sus ideas y darlas a entender a quien se dirigía. Por lo general, esto lo hacía si desconocía a la persona, si lo que se le ocurría requería una extensa explicación o cuando —como le sucedía bastantes veces—, se veía rodeada de mucha gente y no se atrevía a pronunciar una sola palabra, a pesar de que nadie la oyera con tanto barullo, como hubiera sido el supuesto caso en la cantina escolar.

Natalia tenía un pensamiento bastante peculiar, pues creía que cuando estaban juntos y se ponían a debatir cómo deberían realizar algo, cómo tendrían que encarar cierto problema, comenzaban a avanzar de una manera mucho más que rápida y constante de lo que sucedía normalmente. De alguna manera, confiaba que el tiempo avanzaría de una manera mucho más veloz, como si fueran capaces de generar una clase de fuerza superior que todo parecía dominarlo, que no había nada que pudiese ir en contra de su terrible voluntad, como si tuviera un amo y señor al que le servía y que no podía darse el lujo de fallarle o lo lamentaría por el resto de su miserable existencia. A veces no podía evitar caer en ciertas analogías; pues no podía dejar de comparar los momentos en que se encerraba en su cuarto a estudiar Matemáticas o Física, en el que el tiempo parecía estancarse por completo y no avanzar más y, luego, cuando hacía lo propio con materias como su amada Lengua y literatura, Filosofía o Inglés. Sí, dentro de todo, la comparación era algo precipitada, pues no era algo similar en su totalidad, porque nunca creía que el tiempo avanzaba más de la cuenta, pero sí que al divertirse parecía transcurrir más rápido. Quizá no era la mejor analogía, sin embargo lo cierto es que no encontraba una que fuera más correcta que esa, al menos por el momento. No creía que fuera capaz de hallar alguna otra cosa con la que le sucediera lo mismo, se le hacía casi imposible que así fuera pues, en esos casos, entraban muchos factores en juego.

Hablando un poco de eso —y saliendo un poco de la idea principal que estoy narrando durante solo algunos instantes—, Lengua y Literatura siempre fue su materia favorita casi desde que tenía uso de razón. Cuando tenía dos o tres años de edad, incluso antes de todos los traumas, Andrea le leía siempre algún cuento antes de dormir; uno que recordaba con más claridad —y cierto cariño de por sí— era la novela corta de "El Principito". En un momento se obsesionó tanto con el dibujo de la portada, que a menudo soñaba con ella, pues había analizado desde el niño rubio parado en la tierra y la casi nula vegetación que se veía este y, más allá del mundo, admiraba las estrellas, el sol y los demás planetas que se parecían cercanos. El rostro del niño en la portada, se le antojaba enigmático, como si estuviera solo y se sintiera temeroso por lo que fuera y, de alguna manera, luego se terminaría correspondiendo con sus propios sentimientos. Por otro lado, ese pequeño moño rojo en el cuello, parecía darle una elegancia bastante peculiar.

Luego recordaba que, cuando se había ido a convivir con Denise y Damián, siempre iba a la biblioteca en busca de nuevos libros que pudieran conquistar su corazón, que pudieran alimentar su alma de alguna manera, que pudieran nutrir sus deseos de aprender, de ser mejor día a día. Le encantaba fomentar su imaginación, la creatividad que manejaba y nunca había encontrado algo tan bello como esa pasión; amaba con locura la lectura y era algo que le parecía, simple y llanamente, fascinante. Mientras se sumergía —y refugiaba, de alguna manera— en lectura tras lectura de cuentos, novelas y demás, hacía de cuenta que podía ser cualquier cosa que se propusiera. Esos límites parecían no tener un fin y le agradaba mucho jugar con su ingenio de aquella manera, mientras nunca jamás dejaba de aprender y de mejorar.

Era de las mejores alumnas en las clases de Lengua, siempre sacaba las calificaciones más altas. Supongo que eso siempre se debía a que ella era la única —exceptuando a su Damián, quizá— que leía todos los escritos que le daban. La mayoría de los compañeros, prefería que sus padres los leyeran en su lugar y que les hicieran un resumen. Ella iba más allá de lo que le daban en clases, gustaba de pasear por la biblioteca escolar —aunque a veces le pedía a Denise que la llevara a alguna de la ciudad— y llevarse libros nuevos para leer por las tardes, si es que no se encontraba demasiado atareada. En una de aquellas "expediciones" a la biblioteca, descubrió un libro que, enseguida, le llamó la atención; este era celeste y la tipografía se veía bastante simple, sin embargo, había una pequeña ilustración en el medio que se le hizo interesante, estaba envuelta en una especie de óvalo delimitado por dos dragones azules. Era un libro de fantasía y a ella le encantaba ese género, era su preferido y al final le resultó hermoso; era un escrito lleno de enseñanzas, de alguna manera pudo identificarse mucho con el protagonista y eso logró que la novela se convirtiera en uno de sus favoritos, sin duda alguna. Se aprendió el nombre de memoria, para luego pedirle a Denise si se lo podía comprar; luego de algunos años, pudieron conseguir una preciosa edición en tapa dura para un cumpleaños, de un color marrón claro, casi tirando a algo amarillento que, además, poseía una pequeña tirita roja y blanca de tela y unos elegantes grabados, incluido uno del Auryn, que se forma por dos serpientes entrelazadas, mordiéndose la cola. Si uno entraba en su habitación, una de las cosas que más relucía era esa preciosa copia de "La historia interminable" —del talentoso Michael Ende— que se podía admirar en el modular, a un lado del televisor.

A pesar de todo lo que había estado pensando, el tiempo comenzó a ceder poco a poco. Tal vez no se trataba de una eternidad como ella había llegado a creer, pero sí había sido lo suficientemente extenso —e interminable, le insistía su mente algo cansada ya— como para que ella hubiera bostezado durante más de una ocasión. No fue algo que se debió a un insoportable sueño sino que, muy por el contrario, ese molesto efecto fue causado por algo mucho peor. La muchacha sufrió un terrible aburrimiento y fue algo que jamás le había sucedido; lo cierto es que su imaginación era enorme y era muy extraño que le pasara algo como eso. Si Denise o Damián —incluso si sus padres hubieran podido revivir— hubieran estado allí, aunque sea solo un par de segundos para poder admirar eso, jamás lo hubieran creído posible, no podrían dar crédito a lo que tendrían que admirar. Sí podía ser que se aburriera un poco, claro, pero que le sucediera algo así durante horas enteras, sí que era algo que jamás hubiesen podido concebir, siquiera.

Nunca le sucedió algo así en su vida, al menos no con una magnitud tan terrible como aquella; la chica —literalmente— ya estaba deseando que la atropellara un coche. Lo cierto es que nunca se había sentido aburrida durante más de veinte minutos, cuando mucho diría que media hora, si es que tengo que exagerar. Pero supongo que, de alguna manera, son caprichos de la vida; en un instante da un giro inesperado y cambia la manera en que todos pensamos, sentimos y percibimos. Creo que, sin excepción alguna, a todos nos sucede algo similar en varios —no solo en uno en particular— momentos de la vida. A mí, por ejemplo, me sucedió algo así cuando tuve la fortuna —si no se trató de una cruel y terrible maldición, considerando a qué me dedico— de conocerla a ella. En el preciso instante en el que Damián me la presentó —cuando tenía varios casos asignados en la ciudad y que tenía que analizar de una manera bastante profunda como cautelosa, eso si es que no quería que todo se fuera por el inodoro y pusiera mi propia existencia en riesgo—, fui capaz de comprender que Natalia irradiaba una luz propia tan hermosa como única. De alguna manera, creo que esa era una de las cosas que las chicas más envidiaban de ella y, como ellas se veían incapaces de hacerlo por su cuenta, comenzaban con sus burlas, para creer que eran más que ella, para sentirse superiores aunque en realidad no fueran más que unas pobres excusas de personas. Eran detestables y lo cierto es que no se merecían nada bueno, solo les correspondía vivir en la mediocridad por siempre. Quizá el enorme cariño que guardo por ella me ciega de alguna manera, pero no se puede negar el hecho de que siempre le hacían cosas terribles, como aquella vez que —sin que la pobre se diera cuenta—, se acercaron con mucho cuidado por detrás, durante una de sus clases y le cortaron el cabello de una manera horrible y desprolija. Esa misma noche, lloró con intensidad mientras Denise —con esa amabilidad tan enorme que la caracterizaba— trataba de emprolijarlo lo más que pudiera; ella intentaba calmarla, pero los llantos de la niña no la dejaban escuchar nada más que a ella misma. Esa misma noche, mi corazón no pudo con tanta maldad y se me desgarró por completo; supongo que fue a partir de ese momento cuando les tomé más y más rencor. Sé que guardar esos sentimientos de mierda no es bueno, porque te afecta de una manera que jamás hubieras deseado, pero es algo que no puedo evitar. Sin embargo, si todo marcha de la manera en la que he previsto, esos sentimientos —rebosantes de negatividad— ya no van a significar nada, de alguna manera van a desaparecer, como —sin duda alguna— va a sucederme algo similar. Lo sé, soy consciente de todo ello, lo comprendo mejor que nadie —en realidad solo muy pocos saben lo terrible de las consecuencias que tenemos si rompemos una regla— pero no me voy a arrepentir de nada, porque sé que es lo correcto, no hallo una opción más sensata que esa; llegado el momento, sé muy bien qué es lo que voy a hacer y cómo debo hacerlo para que todo resulte como anhelo, como quiero.   

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