Capítulo Veintidós

Perdieron aquel ómnibus. Damián pasó todo ese corto —aunque la perspectiva de ambos les indicaba algo que resultaba contrario a aquello—, tiempo junto a su lado, abrazándola y dándole calor durante esa mañana, la cual, de una manera bastante irónica, había sido una de las más que frías que experimentaron, debido a todos los hechos que ocurrieron. Le frotaba la espalda para que el escalofrío se fuera de allí, para que la calidez fuera su reemplazo y volviese al cuerpo, la consolaba de una manera formidable, de una forma tan emotiva, llena de un enorme cariño y de un amor tan profundos como bellos que, cualquier persona que hubiera podido ser capaz de observar aquel hecho tan bonito, jamás hubiera considerado la —tal vez— algo descabellada idea de que, en realidad, se trataban de un par de primos, y no de una pareja. Todas —y cada una de esas personas—, hubieran creído, jurado —y muerto defendiendo aquellas creencias y juramentos o por alguien a quien quisieran de una forma más que profunda y envidiable—, que ellos dos eran novios. Si así hubiera sido, era una posibilidad que se hubiesen ofrecido a darles una mano, pues les resultaría más que claro que algo les había ocurrido; si los hubieran podido admirar, enseguida se hubieren percatado de que eso que les había sucedido, no parecía ser algo bueno, ni mucho menos. Los rostros afligidos de ambos jóvenes, les hubieran indicado que, fuera lo que fuera que hubiese pasado, fue algo tan desagradable como malo, una cosa de tal magnitud que ni la mente más abierta podría haber llegado a concebir, como así tampoco de hallar una explicación con la que pudieran ser capaces de entender la razón de tanto ensañamiento y crueldad.

Pero no se encontraron con nadie más allí, no hubo ninguna persona en esas calles en solo Dios sabe cuánto tiempo; el lugar se encontraba desierto por completo a excepción, claro está, de ellos dos. Pese a eso él fue capaz de que la chica se calmarla bastante. No había pasado mucho tiempo en sí. Lo que más le llevó tiempo, para poder controlar, fue aquel llanto, que si bien no fue algo tan intenso, sí se le antojó bastante constante. Damián, en vista de eso, tomó a su prima con suma delicadeza y llevó la cabeza de hacia su chomba roja, dejándola reposar allí mismo. El muchacho flexionó un poco las rodillas para que ella, quien se había puesto en puntas de pie, pudiese desahogarse durante el tiempo que fuera necesario.

—¿Estás mejor, Nati? —La muchacha había estado temblando de una manera intensa y las lágrimas no se hicieron esperar; pero de eso ya habían transcurrido un par de minutos. La chica se dejó caer sobre el pecho de Damián sin dudarlo, si quiera, un mísero segundo y dejó que allí muriese un suspiro ahogado, mientras asentía con un suave movimiento—. Tranquila, ya pasó. Ya pasó.

De manera gradual, las cálidas y cariñosas caricias en su espalda —y en los brazos de ella—, en conjunto con las dulces palabras consoladoras que le susurraba a los oídos, lograron que se calmara bastante; solo se podía percibir algún jadeo, algo ahogado y casi inaudible, cada cierta cantidad de tiempo, que cada vez iban siendo menos.

Damián suspiró durante un largo instante, tan extenso llegó a ser que se le ocurrió que iría a ser interminable, exhalaba una gran cantidad de aire que contenía en los pulmones de manera voluntaria, lleno de alivio. Por fin cayó en la cuenta de que toda la tensión que se había estado acumulando parecía haber desaparecido del cuerpo, de la mente y del espíritu de los dos.

—Te agradezco por todo. —Ella aún reposaba sobre el pecho de su primo y las palabras de la muchacha fueron tan cálidas como el aliento contra la chomba; eso le agradó mucho a Damián, pues significaba que ya había vuelto a la normalidad. Sí, era bastante raro que la chica dijera alguna palabra, pero es que la situación lo había ameritado y supuso que estaba en necesidad de hacerlo. Fue un tono de voz un tanto frágil, pero tan dulce como toda su esencia. Ello es algo que yo siempre tuve la fortuna de poder admirar en ella; y entonces, como si hiciera falta y luego no se perdonaría no haberlo dicho, añadió—: no sé qué hubiera hecho si no estabas vos. Po... por m... mi culpa ca... casi te dan una pa... liza, si no es que te mataban. Te quiero.

—No me tenés que agradecer nada, Nati. Escuchame bien —dijo el muchacho y apartó, con suavidad a su prima de sí, tomándola de los hombros, para que pudiera admirar su rostro y las palabras que iba a dedicarle; la chica no pudo evitar ruborizarse un poco. Eso iba en serio y quería que lo mirase a los ojos, para que tomara dimensión de la verdad—, vos no tenés la culpa de nada. Esos tres son una mierda y no tienen por qué tratarnos así. Sí, es verdad que por ahí se ensañan más con vos, pero a mí me la tienen jurada desde hace bastante, también, ¿no?

La chica no respondió, solo esbozó una sonrisa y asintió de una manera algo débil, pero con confianza. Las palabras de su primo siempre eran las correctas, tenía razón en todo lo que le había dicho, pues tampoco era su culpa, tampoco, que esos tres fueran —más bien— tres muertos en vida, sin un destino en ella en vez de personas decentes con las que cualquier otra persona que se pudiera considerar, quisiera mantener una sana conversación de cualquier tipo.

—No te preocupes más por esos tres, son unos fracasados y me imagino que ya buscarán a otro para molestar. —El muchacho no creía que eso fuera a suceder, porque sabía lo tenaces que podían llegar a ser, pero al menos tenía alguna esperanza de que así fuera, aunque fuera una posibilidad bastante incierta. Le servía, además, para que la chica lograra recuperarse del todo—. Te prometo que, pase lo que pase, vamos a encontrar la forma para que ni Gonzalo, ni nadie más que lo acompañe, puedan hacerte daño. Sabés que te quiero muchísimo y que siempre voy a protegerte, siempre. No estoy dispuesto a perderte.

La chica volvió a ponerse en puntitas, se acercó al rostro del muchacho y le ofreció un tierno beso en la mejilla, como muestra de su gratitud. Damián no dijo más, solo se inclinó un poco y la abrazó con algo de fuerza, con mucha calidez. En la cara de la muchacha volvieron a apreciarse dos óvalos de rubor, se dejó atrapar por aquellos brazos de atleta y les permitió que fueran una suerte te refugio donde nada malo pudiera alcanzarla. Natalia volvió a depositar de nuevo su cabeza en el pecho y le agradeció en silencio. Se sentía tan segura y querida que no deseaba que aquello se terminara, sin embargo, se estaban congelando porque estaban empapados y ¡diablos que sentían la molesta brisa! La chica sabía, al igual que el muchacho, que se tenían que poner en marcha lo antes posible.

—T... tenemos qu... que ir a to... mar el co... colectivo que sigue —dijo la chica, luego de unos segundos. Apartó la cabeza del pecho de Damián con suavidad. Me daba una enorme lástima que casi no hablase, pues su voz era tan dulce que se ganó mi corazón de inmediato.

Recuerdo que fue durante una ocasión en la que yo la había saludado y ella se animó también. No era algo que hiciera con todo el mundo y eso me hizo muy feliz, había quedado chocho con la vida por ello; recuerdo que en ese momento, sentí un bellísimo aleteo en el pecho y no pude hacer otra cosa que darle un beso, el rostro estaba tan cálido y que mi corazón brincó de la emoción, aunque desde ese preciso momento, siempre fue consciente de que no podía pasar nada entre nosotros, sin embargo, es un recuerdo que nunca nadie me podrá arrebatar, ni en sus más desquiciadas pesadillas. Menos, aún, podrán arrancarme el recuerdo de sus carnosos labios cuando me despidieron, durante esa misma ocasión. Fue un atardeces único como ningún otro y resultó ser la última ocasión en que la vi, pues la mañana siguiente habría de partir a mi siguiente destino, donde me encuentro ahora mismo.

—O lo vamos a perder y se nos va a hacer muy tarde. —Terminó la idea, pues Damián parecía estar en su propio mundo, pensando en algo que a la chica no se le había ocurrido.

—¿Estás segura de que querés ir a clase? —inquirió el muchacho, que dejó entrever un poco de asombro por las palabras de ella. Antes de que pudiese contestarle, le hizo un planteamiento bastante lógico—: ¿no te parece mejor que volvamos a casa? Por lo menos por hoy, digo.

La chica negó con la cabeza, de una manera tranquila. La verdad es que quizá eso fuera lo mejor pues, si iban al colegio, era seguro que la chica podría distraerse ya que se iba a reencontrar con algún compañero del año anterior. Si, por el contrario, regresaban, quizá la chica solo se la pasaría pensando en todo ello, una y otra vez y esa —para nada— era la mejor opción, pues se terminaría obsesionando de tal modo en todo lo que había sucedido que lo más probable era que luego no pudiese dormir y, si lo llegaba a hacer, tendría unas terribles pesadillas con un machete ensangrentado que había sido capaz de decapitar a dos pobres e inocentes jóvenes. Tendría un tremendo sueño con ello que, por suerte, no había llegado a suceder.

—Creo que tenés razón —El muchacho lo reflexionó durante unos instantes y se percató de que la idea de ella era la correcta y entonces volvió a hablar para zanjar la cuestión—: supongo que va a ser lo mejor. Pero antes, tengo que hacer algo.

Los bonitos ojos de la muchacha, brillaron de una forma increíble, pensando de qué podía tratarse aquello. Entonces, Damián de una manera casi involuntaria, hundió sus manos en ambos bolsillos de su pantalón vaquero. Al cabo de dos o tres segundos más tarde, sacó del derecho un limpio y hermoso pañuelo de seda verde azulado, pues notó cómo el maquillaje negro de ella, se había corrido por sobre sus marrones e inigualables ojos. A la chica le gustaba mucho ese color, porque de alguna manera era capaz de transmitirle una serenidad bastante increíble; le parecía fascinante cómo los colores eran capaces de causarle emociones tan diversas, dependiendo del tipo de situación a la que le tuviera que hacer frente. En ese momento, esa tonalidad como de mar profundo, era la ideal.

El muchacho lo llevó hacia el rostro de la chica y, de una forma más que cautelosa —y delicada— como solo él podía lograr, se lo frotó en las partes que parecían más afectadas. Una vez que terminó de hacerlo, dejó que cayera en las manos de Natalia. Ella lo tomó, cerrándolas al mismo tiempo. Le dedicó una de sus mejores sonrisas; fue tan tierna que hubiera sido capaz de conquistar a cualquiera, lo hubiera hecho sin dificultad, al igual que me había sucedido lo mismo que a mí. El mensaje era claro, Damián se lo había ofrecido para que pudiera limpiar el resto, si es que algo más la molestaba, pues el muchacho temía hacerle daño, en especial, en los ojos. Allí, sería mucho más sensible y, sin duda, creyó que lo mejor era que la chica lo hiciera por su cuenta; él solo había limpiado —de manera superficial— lo que veía a simple vista, algo que, tal vez, a ella se le pasaría desapercibido.

Ella no veía bien por la molesta consecuencia del maquillaje —que en parte se le había infiltrado en uno de los ojos—, pero sabía que aún llovía un poco, pues oía —con bastante claridad de por sí— el constante chapoteo del agua, en uno de los tantos charcos que se habían hecho. Por lo menos, le pareció que había amainado bastante, ya.

Extendió su mano hacia la derecha, para empapar un poco el pañuelito y luego empezó a frotarse de nuevo, con bastante cuidado. Eran las órbitas de los ojos y era una zona bastante sensible, aquellas a las que Damián no había querido limpiarle, por temor a que el pañuelo fuera a introducirse más de lo necesario. Al cabo de un minuto más tarde —tal vez solo fueron unos cuarenta o cincuenta segundos, quizá aún un poco menos que eso—, se terminó de limpiar por completo. A pesar de que seguía sintiendo alguna que otra molestia, lo más grave ya había dejado de estorbar; pese a que sentía un poco de ardor, la visión ya la había recuperado casi por completo y apenas sí veía un poco borroso. Supo, entonces, que con el paso de los siguientes minutos, terminaría por volver a la normalidad del todo. Sus ojos, ahora desprovistos de maquillaje, eran maravillosos; siempre me había dado la sensación de que eran tan puros como angelicales que nunca se vieron en la necesidad de cubrir ninguna clase de imperfección, pues lo cierto es que, lisa y llanamente, no tenían ningún defecto que se pudiera imaginar. Era una muchacha tan bonita como ninguna otra; admito que he conocido chicas demasiado hermosas, pero Natalia es la única en la que estoy seguro de que el maquillaje siempre termina opacando toda aquella pureza, todo aquel esplendor que se puede admirar allí. La amo con locura, y ese no es ningún secreto.

En cuanto aquella especie de "ceguera temporal", desapareció por completo de ella, no pudo evitar mirar de nuevo a Damián. Se quedó observando la chomba roja que, en esos momentos, poseía una gran mancha negra, casi a la altura del cuello del muchacho. Se quedó mirando allí, de forma concentrada, durante unos cuántos segundos, con una cara que denotaba una expresión de enorme aflicción; fue una expresión que Damián no había tardado en descubrir el porqué de ella.

—No te preocupes por esto —le dijo, entonces, mientras señalaba el rastro de maquillaje que se había comenzado a deslizar. Vio que su prima no entendía qué era lo que intentaba decirle—, esto no es nada. Lo importante es que estamos bien y no nos pasó nada. Seguro que sale.

Ella bajó la mirada, que recayó sobre el suelo. Estaba algo avergonzada por lo sucedido, en realidad, moría de vergüenza por lo que ocurrió. Sin embargo, debido a las palabras del chico, esa sensación no la afectó durante mucho tiempo ya que, justo en esos momentos, fue cuando notó que llevaba algo en su otra mano. Se sorprendió a sí misma cuando se percató de que llevaba su paraguas con firmeza; pues según recordaba, se le había caído en un charco y no recordaba haberlo levantado de allí, quizá nunca lo había soltado del todo y solo se lo imaginó. A pesar de ello, sí que estaba desecho en uno de sus costados, la tela se encontraba desgarrada y ya no serviría jamás. Lo abrió para comprobarlo y, al hacerlo, notó que varias de las varillas metálicas estaban quebradas, que presentaba varios orificios, algunos de un tamaño bastante más que considerable y que este caía de costado, dando la apariencia de un triángulo deformado y de un semicírculo que se mantenía bastante bien, a pesar de la condición que presentaba. Era una verdadera lástima, ya que lo tenía desde hacía ya unos cuántos años, era muy bonito y le otorgaba —de una manera espléndida como nunca he visto— tal elegancia que ninguna otra muchacha de su edad, en su vida, había sido capaz de poseer, que —ni en sueños— se hubiera podido imaginar. De alguna preciosa manera, resaltaba toda su belleza y eso no era poca cosa, porque no había muchos objetos que pudieran lograr aquello que este había hecho durante tanto tiempo. De algún modo, le otorgaba la apariencia necesaria como para tratarse de una despampanante dama de la alta sociedad de Inglaterra.

Otro gesto hizo acto de presencia en su rostro, cuando se lo quedó admirando con una expresión apenada. Damián fue capaz de comprenderlo de inmediato, de una manera similar a la que había ocurrido con el anterior, aunque lo hizo con mayor rapidez. La conocía como nadie más y le resultó claro que ese paraguas significaba mucho para ella, pues de alguna forma, eran de los pocos objetos familiares que había heredado de su madre. En las facciones de la muchacha, pudo advertir diversas sensaciones al mismo tiempo, que iban desde una mezcla de miedo, de terror y de nostalgia, hasta algunas como la impotencia y de vergüenza ajena, entre tantas otras. En ella se veía reflejado su más profundo temor, que era el pensamiento de que ambos pudieron haber sido asesinados por ese trío de inadaptados sociales y que nadie hubiera podido asistirlos. En ella, además, se veía el enorme pánico, la monstruosa idea de que —sin lugar a dudas— regresarían para acabar con lo que habían dejado inconcluso, de una manera similar a aquella especie de terrible visión de los espectros de sus padres que tanto la habían afectado, no mucho tiempo antes. La muchacha, además, recordó todo lo que aquel objeto significaba, pues con este solo poseía unas memorias bastante felices, recordaba la primera vez que lo había usado, hacía ya poco más de tres años y sabía que lo iba a extrañar mucho; pues, de alguna que otra manera, creyó que su pérdida era como si hubiese perdido una parte más de su madre, una parte más de sí misma y eso la entristeció bastante. No tenía arreglo, pero de alguna manera, quería seguir conservándolo, sin importar que ya no pudiera usarlo como antaño, sin importar que este ya no pudiera seguir funcionando para la finalidad con la que había sido fabricado de forma artesanal, por las propias manos de su padre. Sí, había sido uno de los más grandes obsequios que David le había hecho a Andrea, por una navidad llena de cariño y de amor, mucho antes de que el vicio le consumiera el alma, mucho antes de que este lo dejara muerto en vida. No podía apartar su mirada de este, pues no podía decidirse si llevarlo consigo o dejarlo tirado ahí mismo, en una triste vereda llena de agua y de vaya a saber uno qué más.

—Dámelo, por favor. —El muchacho se dio cuenta de la razón por la cual su prima se había quedado así, casi en un estado de petrificación, como si hubiera visto la mirada de alguna de las temibles gorgonas, de manera fija. De alguna que otra manera, era como si al admirar aquel instrumento, se hubiera hipnotizado de alguna manera y hubiese vuelto a recordar cosas que ya no debiera; si no lo había hecho, le resultó evidente que, fuera más tarde o más temprano, eso terminaría sucediendo—. Y también te pido que mires a otro lado o cierres los ojos.

Ella obedeció sin decir palabra alguna, la chica intuyó qué era lo que Damián estaba pensado y se lo entregó sin contradecirlo, pues si era lo que estaba pensando, sería lo mejor que podría hacer. Con el destrozado paraguas en sus manos, miró alrededor durante unos segundos, y divisó —a eso de media cuadra— uno de esos verdes contenedores de basura, que tenían un importante tamaño y eran capaces de albergar la mayoría de los objetos que a cualquier persona se le pudiera ocurrir. Dejó a la muchacha sola durante unos segundos —que le había dado la espalda con el objeto de no ver el paradero y de tentarse a recuperarlo— y lo arrojó allí mismo.

—No estés triste —le dijo el muchacho al regresar. La muchacha volvió a abrir los ojos al percibir que Damián ya estaba a su lado y la había tomado de la mano, de forma firme. Sus marrones e inquisitivos ojos, se posaron en los de él, atenta a lo que le iba a decir—, uno de estos días, vamos a ir juntos al centro y te voy a comprar uno nuevo, el que a vos más te guste.

Luego de ello, le dedicó una sonrisa y la chica se la devolvió; lo adoraba como a nadie más y no se imaginaba, a esas aturas, una convivencia apartada de él. Todo lo que Damián hacía por ella, sabía que no tenía cómo pagárselo pero, de todos modos, haría hasta lo imposible por retribuírselo, aunque ello fuera algo que le llevara toda la maldita vida, pues comprendía —mejor que nadie en este mundo, incluso que yo mismo—, el gran cariño que su primo ocupaba en todos los rincones de su enorme corazón.

La chica estuvo a punto de rechazarle el obsequio, de decirle que no importaba, pues ese gesto de enorme cariño —y de suma bondad— era demasiado como para poder permitírselo. Sin embargo, de alguna que otra manera, Natalia comprendió la verdad que se ocultaba en las palabras y en la auténtica sonrisa de Damián. Si le decía que no, que ella se las arreglaría, solo iba a herir sus sentimientos; si se lo permitía, tendría un nuevo paraguas para seguir recordando todo lo que antaño la hizo feliz y, además, le recordaría ese preciso momento, donde la chica supo mejor que nunca la gran calidez con la que su primo la trataba. Si se lo permitía, sería como si toda la esencia del anterior, se transfiriera al nuevo y eso le causó unas emociones tan diversas que la chica se sintió feliz de nuevo y, esa enorme felicidad, solo debía asimilarla aceptando el presente que el chico quería hacerle.

Entonces alzó su frente en alto en dirección hacia adelante, sin mirar atrás, demostrándole que lo aceptaba, que no iba a rechazarlo. Además de eso, pudo admirar cómo algunas nubes comenzaban a despejarse, dejándole un rayo de esperanza de que, aún en los tiempos más oscuros que la humanidad se viera obligada a afrontar, siempre se podía salir adelante, de que nunca había que bajar los brazos ante las adversidades y de que, en todo momento, había que tener fe en lo que el futuro les deparara. Así y solo así, serían capaces de hallar la verdadera felicidad, así y solo así podrían forjar un destino lleno de paz y de amor como se merecían, así y solo así serían capaces de sobrellevar cualquier tipo de obstáculo que la vida les interpusiera y pudieran dejar una marca en este mundo.

La chica hizo un gesto, como para devolverle el pañuelo, pero Damián lo rechazó con las manos.

—Quiero que te lo quedes —insistió el muchacho un par de veces, sin que la chica pudiera convencerlo de lo contrario—, creo que le vas a dar más uso que yo y quiero que lo conserves, miralo como un simple regalo.

Cuando sucedían esas clases de cosas, Natalia pensaba en lo afortunada que era al tener a su primo —y a su tía— en su vida. Unas lágrimas intentaron resurgir y escapársele de sus ojos, descendiendo —acaso por enésima vez— por sobre sus tiernas y suaves mejillas. Sin embargo, la muchacha se esforzó un poco por mantenerlas en su lugar y sacudió la cabeza para despejar esos pensamientos y evitar que eso sucediera.

—Te quiero mucho, Dami —le susurró al oído, de la forma más dulce que la chica siempre podía; jamás he sido capaz de oír una voz que me movilizara tanto como aquella, que generara este aleteo tan bonito, como indescriptible, en todo mi ser. La chica volvió a estamparle un cálido beso en la mejilla derecha y rio por lo bajo, por lo feliz que era.

—Y yo a vos, Nati —le confió el joven, bastante alegrado porque su prima había vuelto a recuperar el ánimo—, más que a nadie en el mundo. Ya sabés que si vos sos feliz, yo lo soy el triple.

Nati dio dos o tres pasos en dirección a su primo y, alzando su mano derecha en alto, le rodeó el cuello con un cariño tan asombroso como envidiable; Damián dejó que la chica lo hiciera y reemprendieron la marcha que había sido interrumpida durante no mucho más de cinco minutos. Había sido tan solo un momento, no demasiado prolongado, pero había sido capaz de tocar tantas emociones, que a ambos les pareció toda una vida, si es que aquello puede ser posible.  

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