Capítulo Uno
Era una entrañable mañana del verano de dos mil dos, como todas las demás, en la ciudad de Rosario. Se trataba de un típico día, no había nada en él que resultara precisamente especial o único y que lo pudiera diferenciar de otros excepto, tal vez, algún detalle mínimo y sin mucha importancia. Las aves, por su lado, se refugiaban en algún que otro árbol aislado; algo así sucedía con las personas ese mismo día. Aunque su refugio era algo diferente, cumplía el mismo efecto. Además, no había demasiado tránsito como siempre solía suceder en otras oportunidades, pero eso no era algo de extrañarse.
La mayoría de los niños —como así de los adolescentes de la ciudad— esperaban en las esquinas a los ómnibus que, unos momentos más tarde, los dejarían en la escuela a eso de las ocho. En una de aquellas tantas paradas de colectivos, se encontraba, refugiándose de aquella densa —y más que nostálgica— llovizna que había estado azotando a la ciudad, Damián.
Él era un muchacho de cabello negro y de tez clara. Era poseedor de unos ojos que daban la impresión de tratarse de dos hermosas y perfectas perlas negras; si alguien los admiraba, se daría cuenta de que parecían resaltar —de una más que mágica manera— durante toda esa mañana, que a él, le resultó bastante particular. Medía cerca de un metro con sesenta y tres centímetros, estaba apenas un poco por debajo de la estatura normal para su edad, pero ya había comenzado a crecer con mayor rapidez. En realidad, se había estado preocupando bastante por ello ya que era el más bajo de su curso y le parecía que no había crecido nada durante todo el año anterior. Sin embargo, ahora ya había pasado en estatura a dos o tres de sus compañeros y, si sus percepciones no lo engañaban, el más bajo del curso tendría entre tres o cuatro centímetros menos que él, al menos eso era lo que sospechaba. Tenía puesta una chomba roja, que llevaba puesta de una forma tan prolija como elegante, estaba desabrochada de una forma algo seductora. También llevaba un par de vaqueros de un color azul óxido, en los que se podía admirar un majestuoso cinturón de cuero con una modesta hebilla de acero; calzaba unas increíbles zapatillas de alpinismo de color gris y amarilla, que se antojaban súper resistentes, aunque la negra suela parecía algo más suave en general. Dejó caer una de sus manos y fue recorriendo parte del vaquero hasta que la metió en el bolsillo derecho su jean. La otra la alzó en dirección a su rostro para consultar su reloj Casio digital, que era plateado en su totalidad exceptuando el centro mismo, donde un borde negro —de cerca de dos centímetros de espesor—, limitaba y separaba el cristal del resto del mismo.
La verdad era que, para sus quince años, toda aquella suma de cosas, de aspectos físicos y de ropa, era algo que le otorgaba una apariencia muy atractiva. De hecho, Damián era todo un galán, era muy popular en la escuela y parecía ser que más de una de sus compañeras de curso —y algunas de otros salones y años también— tenían un gran interés por conocerlo más a fondo, anhelaban que él les hablara y que las invitara a una cita. Suspiraban, una y otra vez, esperando que en algún momento sucediera algo como aquello y morían de vergüenza cuando lo cruzaban en los pasillos de la escuela y él, sociable como él solo era, les dedicaba una sonrisa; presas de algunos cuántos nervios, no podían dejar de reír entre ellas, entre dientes. Era un muchacho hermoso y más de una pensaba en él como algo más allá que un simple compañero y amigo.
Leyendo esto cualquiera podría llegar a concebir la idea de que él tendría el placer de estar enamorado y que aquello fuera algo bello y recíproco. Se podría llegar a concebir la idea de que tuviera la fortuna de ser novio de la muchacha más bella del colegio y que ellos serán los protagonistas principales de esta historia. Solo en parte, algo de eso sí fue cierto, sin embargo, lo segundo, no resultó para nada así.
El asunto es que la protagonista de esta historia sí es una muchacha, pero no se trata de la novia de Damián, aunque sí de alguien que él mismo conocía mejor que nadie más; se podría decir que la conocía mucho mejor que a su propia novia, ya que convivieron juntos durante mucho tiempo, bajo el techo de su misma casa.
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