Capítulo Treinta y Seis

El sueño volvió a desdibujarse, los ojos comenzaron a abrirse con algo de lentitud, sin embargo, no volvió a despertar en otro del mismo modo en que le sucedió antes. Le costó bastante poder concentrar la mirada, como si se le hubieran formado lagañas y hubiese estado durmiendo durante horas y no los quince o veinte minutos que —en realidad— habían pasado. Miró a su alrededor, de una manera algo discreta, y todo había regresado a la normalidad —si es que alguna vez todo había desaparecido de allí cuando se sintió descompuesta—; los asientos, la poca gente que ahora viajaba allí, incluso la chica a su lado y su primo, todos habían regresado y la muchacha sintió un gran alivio. Sí, quizá fue genial que la chica recordara todo eso a través de la magia de un sueño, pero a su manera era igual de agradable volver a la realidad.

Lo primero que consideró, fue la increíble idea de que, en cuestión de unos pocos minutos, hubiera sido capaz de recordar tanto; jamás hubiera creído posible que alguien pudiese soñar tanto. Sin embargo, este fantástico mundo tiene sus leyes y no obedecen las mismas a las que estamos atados mientras permanecemos despiertos; entonces no le quedó de otra que suponer que todo aquello sí es posible, de suponer que el ritmo de los acontecimientos que uno recuerda mientras duerme, es bastante diferente a los que uno rememora de manera consciente y voluntaria, porque aunque quizá —de alguna manera— ella quería acordarse de todo eso, pero fue el propio sueño y el mismo inconsciente, los que la fueron induciendo a eso.

El colectivo marchaba a un ritmo bastante acelerado de por sí, como si el chofer creyera que no haría a tiempo a terminar el recorrido o, tal vez, sus percepciones —debido a recién haber despertado— eran las que la estaban engañando. Se sorprendió más cuando se percató de que estaba a unas diez cuadras de la escuela.

Se impresionó aún más cuando se dio cuenta de que ya no tenía sueño alguno, como si aquel pequeño descanso hubiera sido suficiente; se sentía fresca como una lechuga. De nuevo volvió a tener la impresión de que estuvo durmiendo durante horas enteras. «No, Nati. Solo debió ser un sueño tan profundo que resultó bastante reparador, al menos por ahora», pensó la muchacha «Es probable que después sienta un sueño terrible», terminó de considerar la idea. Siempre que algo así le sucedía, lo veía como una especie de milagro, pues no se veía a sí misma durmiendo en clases, porque siempre le fue imposible algo así, además de que le hubieran llamado la atención, al menos, una decena de veces.

Antes de llegar al colegio había estado pensando que, todo lo que se había propuesto en el pasado, todas las promesas y los juramentos que había hecho, desaparecieron por completo. Ahora que había crecido, parecía ser como si todo fuera un terrible obstáculo para ella, le dio la impresión de que, uno tras otro, se interponían en su camino y que nunca la dejaban avanzar con sus metas ni con sus deseos. Sin embargo, a pesar de todas aquellas cuestiones, aún no había perdido por completo sus esperanzas, había habido algo de lo que no estaba segura de qué rayos podría tratarse; en algún momento, fue capaz de explicárselo a sí misma como si fuera alguna especie de fuerza, si es que podría llamarse así, que la animaba a seguir adelante y a nunca permitir que sus brazos bajaran; creyó que tal vez eran sus padres, quienes le otorgaban aquel valor desde el más allá.

Natalia ignoraba por completo que, muy pronto, durante aquella misma mañana del primer día de clases, de todos los que en realidad habían asistido, le sucedería algo muy bonito. Sería una cosa que, en realidad, comenzaría a cambiarle, de manera bastante rápida —y para bien—, la vida y toda la perspectiva que había tenido, durante todo aquel tiempo, sobre ella. Tanto aquellos malos pensamientos, como muchos otros del pasado, comenzarían —al fin— a dejar de atormentarla y a permitirle disfrutar hasta de los más pequeños detalles.

Luego de —tal vez— cinco o seis minutos de haber estado pensando en todo eso de aquella manera tan concentrada como maravillada, fue capaz de divisar la escuela, que se encontraba —tan solo— a una cuadra y media de distancia. Ella agarró la mochila, que reposaba en piso, se puso en pie con la intención de pedirle permiso a esa chica que le pareció tan amable —quien aún viajaba sentada a su lado—, para poder bajarse del mismo; pero la rubia muchacha también hizo lo propio medio segundo antes y se encaminó hacia la parte trasera del ómnibus, a través del pasillo que ya no parecía tan angosto luego de que bajaran dos tercios de las personas. A Natalia le pareció una peculiar coincidencia, pues le pareció que la chica bajaría en la misma esquina que ellos.

Natalia observó los asientos de la derecha, porque Damián a veces tenía la tendencia a quedarse dormido cuando estaban por llegar y ella tenía que avisarle. De hecho, aquella fue una de las pocas veces en la que era la muchacha quien se había quedado dormida de manera profunda. Sin embargo, pudo admirar cómo este ya marchaba por el pasillo, lo cual la descolocó un poco.

En efecto, cuando el ómnibus recorrió una cuadra más, la muchacha también descendió. Antes de que Natalia se decidiera a hacer lo propio, se volvió a reunir con su primo. Este, como era costumbre todas las mañanas de escuela, volvió a consultar su reloj.

—¡Vaya!, son las ocho menos cuarto. —El muchacho pareció sorprendido a sobremanera, pues de algún modo llegó a creer que habían pasado más de dos horas desde que Gonzalo los había correteado. Ignoraba que, de alguna manera, Natalia había tenido la intención de preguntarle qué hora era, pero que se contuvo de hacerlo por la pena de que alguien más la oyera, en especial si es que hablaba con una voz que diera a entender que se había quedado dormida por completo—. ¿Quién lo hubiera imaginado?, y yo que creía que íbamos a llegar para la segunda clase.

Si bien para Natalia no había transcurrido tanto tiempo como Damián había dado a entender, sí creyó que llegarían, al menos, unos quince minutos más tarde; pero lo cierto era que aún disponían de un margen de tiempo bastante bueno.

Si bien llegaban a tiempo, aún les quedaba una cuadra y media que recorrer, razón por la cual Damián no podía detenerse a comprar algo en el kiosco de la esquina, como solía hacer de costumbre. A esa hora, casi todos los alumnos que llegaban al colegio, se pasaban por ahí a comprar algunas golosinas y demás; hubiera sido toda una odisea poder comprar algo y llegar a tiempo. Pese a que sí tenía el dinero suficiente como para comprar un par de caramelos comestibles de los sabores que eran más de su agrado, como lo eran los de banana y naranja, tendría que conformarse con los sólidos que vendían en la cantina del establecimiento.

Si bien recién habían comenzado a descender, sabían de antemano que aquello sería imposible y que, sin muchas distracciones, tendrían que marchar directo a la escuela. Natalia jamás sospechó lo que estaba a punto de suceder, de hecho, luego de un tiempo, tampoco fue capaz de entender tanta casualidad.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top