Capítulo Treinta
Entonces llegó el momento en que la incierta oscuridad de la noche tiñó de negro todo el cielo de la ciudad y ella aún se encontraba frente al aparato negro y cuadrado, que destellaba luces en la oscuridad y ofrecía —a los chicos que los miraban, a eso de las diez y cuarto— uno de sus dibujos animados preferidos. Se trataba de los simpáticos Tom y Jerry. Miraba ese capítulo en el que Tom viaja a España para darle caza a Jerry y habla en castellano, estaba atenta a todo lo que pasaba, mientras aguardaba a que Denise le diera el remedio a Dami; ella, a pesar de haber estado mucho tiempo de aquella tarde frente a al televisor, también fue a jugar un buen rato con él, tal vez, lo hicieron un par de horas, hasta que no quedaran muchos minutos para cenar y la verdad fue que la habían pasado muy bien, pasaron un momento excelente como ambos jamás se hubieran imaginado. También esperaba a que ella se dirigiera a la cocina para beber un poco de agua y para guardar el remedio en su correspondiente lugar, tal y como Nati había pensado que haría.
—Tía —la llamó, entonces, luego de armarse de valor para poder hacerlo. La voz me pareció tan como dulce e inocente; de alguna manera, aunque no supiera la razón de aquello, eso llegó a conmover a Denise de una forma mucho más que increíble—, tía, vení. Que necesito preguntarte algo.
—Voy enseguida, amor. —Fue una respuesta casi inmediata, y de alguna manera se sorprendió de que así fuera, pues a veces tenía que llamarla más de una vez, en especial cuando lo hacía de una manera como esa—. Termino de limpiar esto y voy. —Se escuchó desde la cocina, mientras Denise miraba el pequeño recipiente del medicamento y de admirar cómo este ya había bajado casi hasta la mitad.
Una sonrisa se había dibujado en el bello, rostro de Natalia —que aún seguía presentando muchos de los rasgos de cuando era aún más pequeña—, pues ya se acercaba el momento del capítulo que recordaba y que siempre la alegraba a su modo.
—¿Cómo está usted... seño... señoraita? —La niña admiraba cómo Tom hablaba un español con un acento bastante peculiar. Parecía una versión del gato muy educada, que incluso le dio un beso en la mano a la mujer.
Se oyeron un par de ruidos desde la cocina, un cajón que se cerraba, luego un ruido que parecía ser de vidrio al apoyarse en alguna mesada y el agua que corría.
—Er magníficooooo —Se pudo apreciar que gritaba ese otro gato, uno que era anaranjado; y entonces se podía ver cómo Tom comenzaba con aquellas clásicas persecuciones y cómo Jerry se escabullía de todo. Para ese momento, los ruidos que hacía Denise, se habían parado por completo.
Desde la cocina, ella admiraba todo eso y no pudo evitar sonreír de un modo similar al que había estado haciendo su sobrina. Pues gracias a ello, fue capaz de recordar —a la perfección— aquellas tantas noches durante las que se quedaba mirando, junto a su sobrina —y a Damián— viendo esos dibujos tan hermosos, como nunca más volvieron a hacer. Siempre solía decirse a sí misma —y a ellos también—, que nunca más habría dibujos como aquellos, al menos para los más chicos de la casa.
Transcurrieron dos o tres segundos más hasta que ella se puso en marcha, llevando el vaso en su mano derecha. Caminaba en dirección hacia donde Nati se encontraba sentada, pensando que ella la invitaría a que se sentara junto a su lado para ver una maratón de Tom y Jerry, de varios dibujos animados clásicos o algo por el estilo —como lo habían hecho ya en tantas otras ocasiones—, en los viejos y buenos tiempos.
—¿No es verdad mi ser? —preguntaba el gato anaranjado a Tom, mientras ambos se entretenían tocando la guitarra.
—Sí, es verdad amigou —contestaba el segundo, dando final al episodio de una forma un tanto peculiar.
Denise estuvo por preguntarle qué iban a ver en la tele, pues le agradaba mucho la idea de pasar esa noche con ella, viendo dibujos o alguna película que hubiera captado la atención de la niña. Sin embargo, esta estiró la mano en la que tenía el control remoto, lo inclinó un poco hacia abajo y hacia la derecha, con el objeto de que la señal llegara de manera correcta. Solía suceder que necesitaba tocarlo un par de veces, incluso de aquella manera, sin embargo —en esa ocasión— fue bastante preciso y el aparato se apagó de inmediato.
Denise pudo admirar algo triste que se extendía a lo ancho del rostro de su sobrina, sobre todo este. En especial, pudo notar todo aquello concentrado en los marrones ojos de la niña, que siempre se habían visto tan llenos de vida, de suma alegría y de tanta felicidad.
—¿Qué pasa, mi amor? —La voz de Denise se podía percibir algo desconcertada, porque le resultó bastante extraño que su sobrina apagara el televisor; hasta esos momentos, seguía creyendo que irían a ver algo juntas y eso la descolocó de alguna manera o de otra.
Se sorprendió —a sobremanera— porque unas lágrimas extrañas aparecieron en los ojos de la niña y comenzaron a recorrer sus lágrimas, de forma lenta pero, de alguna manera, gratificante. Parecían ser provocadas por una mezcla de tristeza y de felicidad, aunque parezca algo contradictorio. Era una mezcolanza de sentimientos tan variados, que se me hace bastante difícil de dejarlo en claro como corresponde; más allá de todo, lo importante es que esos dos, algo antagonistas a su modo, eran los primordiales y los únicos que realmente importaba.
—¿Te acordás de esa cartita? —Denise no fue capaz de captar a qué se refería y no sabía cómo responder aquella pregunta. Supuso que era se trataba de alguna carta que había llegado hacía poco, aunque no recordaba haber recibido ninguna correspondencia en mucho tiempo, al menos no recordaba algo que pudiera ser de importancia para ella. Denise le demostró, haciendo un gesto donde sus ojos parecieron encogerse un poco gracias a las cejas, que los "oprimieron" un poco y arqueando un poco los labios, que no tenía ni idea de a qué se refería.
—Ya sabés, tía —comentó la niña, de una manera natural, al ver que no lo comprendió. Entonces buscó otra manera de hacerlo—, me refiero a la que nota que escribió mi mamá para mí.
Le tomó unos segundos entender a qué se refería. Pese a que ella sabía que llegaría ese momento algún día, sospechaba que sería más adelante, cuando entrara en la adolescencia o fuera un poco más grande que eso.
—Claro, sí —asintió Denise, mientras se lo demostraba con un gesto como para complementarlo. A pesar de que se hacía una buena idea de qué era en lo que pensaba la niña, más allá de que tenía una gran certeza con eso, tuvo que hacerle esa pregunta para que quedara claro, al menos para ella misma—: ¿qué pasa con eso, mi vida?
—Quiero pedirte un favor —prosiguió la niña. La ternura con la que se lo pedía me resulta increíble aún; que una nena se expresara de aquella forma, tan natural pero madura a la vez, pues es algo que muy pocas veces he podido admirar. La niña dejó el control en la mesita y comenzó a entrelazar sus dedos, jugando con ellos, como alguien que siente vergüenza por lo que va a decir a continuación.
—Decime —la animó su tía, que se dio cuenta de la timidez de inmediato. No por nada convivían juntas desde hacía algo más de cuatro años y sabía bastante bien cuándo algo la incomodaba a ese nivel—, te escucho, amor.
—Yo quiero... quiero pedirte el favor de que me la leas —confesó la pequeña, de una manera algo nerviosa. Se pudo percibir cómo la voz le temblequeaba, algo que era característico en ella cuando se encontraba así de intranquila—, hoy estuve pensando todo el día en ella y creo que es tiempo para saber qué fue lo que me escribió. Como te quiero mucho, me gustaría que seas vos la que me la lea, ¿sí? —La manera de desenvolverse de la pequeña Natalia, fue increíble, fluida, pero nerviosa, inocente pero madura; lo cierto es que aún —a día de hoy— es algo que me sigue conmoviendo como si fuera el primer momento.
Denise no podía estar más de acuerdo con eso. Sabía, a ciencia cierta, que ya tenía una edad en la que era capaz de apreciar todo el asunto desde otro punto, de uno más maduro y comprensivo; eso se lo dio a entender ella misma, con la manera tan simple, pura y directa con la que se lo pidió. Por otro lado, el negarle aquel derecho, hubiera sido lo mismo que si le hubiera ocultado una buena parte de lo que era su propia identidad.
—Por supuesto que sí, bonita —cedió Denise, que ni siquiera tuvo que pensarlo dos veces. De hecho, la mujer se alegró muchísimo de que fuera la niña quien se lo pidiera, eso hablaba por sí solo de la situación y supo que, de corazón, quería saberlo todo. Si ella se lo hubiera comentado, si le hubiese tenido que ofrecer que le leyera el escrito, no hubiera sido lo mismo; era indudable que así le agregaba una emoción auténtica a la situación, como quizá no hubiera sucedido de la otra manera, a no ser que la niña nunca se lo preguntara por miedo al rechazo de ella, por temor a una negativa sobre aquel asunto, si es que consideraba que aún no era tiempo. Pero, por el contrario, ambas sabían que ya se encontraba preparada como para afrontar algo como eso.
—Si te sentís preparada, yo no tengo ningún problema. —La observó durante unos segundos más, como esperando una confirmación; la niña entendió eso y asintió al cabo de unos segundos más tarde. Los movimientos de la pequeña fueron suaves, pero contundentes; cualquiera hubiera podido advertir la determinación de Natalia en sus brillantes ojos, como si se hubiera manifestado en forma de un peculiar fulgor, que provenía desde el mismo centro de su pecho, del mismo núcleo de su corazón rebosante de sentimientos, de alegrías y de incertidumbres, de miedos y de convicciones. Era tan humana como Denise, como Damián y como yo... quizás demasiado humana.
Ya no había vuelta atrás, quería saber qué le había escrito su madre antes de que Andrea se quitara la vida y se encontraba convencida de que no habría nada —en absoluto— en el mundo que pudiera detenerla, ni tampoco que fuera capaz de hacerla cambiar de parecer.
—Bien —Denise hizo un gesto con las manos, como para que la niña no se levantara y la esperase. Más allá de eso, también quiso dejárselo en claro con palabras, para que no hubiera malos entendidos—: voy a buscarla a mi pieza, esperame acá.
Mientras caminaba por el pasillo que daba a su habitación, consideró la idea de que, según lo que Andrea hubiera escrito en aquella despedida —ya que ella jamás se había atrevido a leerla y por ello creía que su sobrina era mucho más valiente—, decidiría si lo mejor era dejar todo inconcluso, de dejar la situación abierta para cuando Natalia creciera un poco más. Consideró la idea de que, tal vez, muchos detalles se le pasarían por alto y la terminaría confundiendo más, tal vez le generaría alguna ansiedad que luego sería bastante complicada de erradicar.
Natalia se tentó unos instantes, pues estuvo a punto de volver a encender el televisor. Creyó que encontrar el escrito de su madre, le llevaría bastante tiempo, al menos si no recordaba dónde lo había guardado. Sin embargo, así como esa idea la atacó de forma repentina, terminó desechándola de una manera más rápida aún de lo que le había llevado concebirla, si es que eso es posible. Pudo darse cuenta de que, si se ponía a ver otro capítulo del gato y del ratón —quizá aquel en el que Tom se enfrenta con el "fantasma" del carismático roedor en un departamento, justo cuando la nieve azotaba a la ciudad—, perdería el entusiasmo que la había llevado a actuar de aquella manera que parecía tan de persona adulta. Admiró el control y dejó que reposara en la mesita de roble, que era de un marrón oscuro. De alguna manera, fue capaz de vencer ese impulso terrible y, por alguna razón, llegó a comprender —al menos de una manera superficial, eso sí— lo que debía implicar para su padre el tema de las adicciones, de querer dejarlo todo y de nunca poder hacerlo; era terrible, lo supo de inmediato, aunque la comparación no hubiera sido la más acertada del mundo, sin embargo, ante los ojos de un niño caprichoso que quiere todo en el momento y que comienza con sus chillidos insoportables, hubiera sido una analogía casi perfecta. Ni siquiera los "Looney Tunes", con Willie. E coyote —que era su preferido de ese dibujo, ni la mismísima "Pantera Rosa", hubieran sido suficientes como para que la chica cambiara de opinión. De hecho, le quedó en claro que no existía en el mundo ninguno que fuera capaz de hacerlo. Se mantuvo firme y decidida y tomo eso como un pequeño pero enorme triunfo, un esfuerzo que, de hecho, no muchos niños de su edad hubieran podido hacer, al menos que se tratara de algún regalo y, luego de ver de qué se trataba, volverían a su vicio, al diminuto y gran mundo que los aguardaba detrás de aquella pantalla de vidrio grueso. Al fin y al cabo que también se dio cuenta de que ya había visto los episodios cientos de veces y, quizá, perdían su gracia; la mayoría de estos ya era capaz de recordarlos de memoria y quizá le quitaban la esencia, a pesar de que eran capaces de seguirla divirtiendo, cosa que no sucedía con los horribles dibujos modernos que salían en ese momento.
No mucho tiempo después —quizá luego de unos cinco diez minutos, como mucho—, Denise regresaba con un sobre marrón oscuro en la mano derecha. Este ya daba unos indicios de desgaste y se podía apreciar, en especial, en uno de los bordes; a pesar de que permaneció guardado —algo perdido y olvidado— dentro de algún cajón de la cómoda de su habitación, este tampoco fue capaz de evadir el cruel y avasallante paso del tiempo. Este nunca había llegado a encontrar ningún rival que pudiera resistírsele; Denise, Damián y Natalia, tampoco podrían hacerle frente a ese concepto tan terrible, como tampoco lo podrá hacer nadie, ni siquiera yo mismo. Todos vamos a caer en sus redes, sin embargo, creo que eso también tiene sus cosas buenas, sino sería todo muy monótono, pues podremos admirar nuestras vidas desde otros puntos, ver cómo crecemos como personas y admirar el legado que dejaremos detrás, reflejado en nuestros propios hijos y en la felicidad misma de nuestros nietos, si es que contamos con esa preciosa —y tan ansiada—fortuna.
No, no había sucedido nada extraño y nadie lo había movido de allí, como a Denise se le ocurrió durante unos instantes, cuando no era capaz de hallarlo. Incluso se le ocurrió dejarlo para la noche siguiente, consideró la idea de buscarlo luego. De todas maneras, justo cuando estaba por desistir, dio con él.
De alguna manera, al admirar el estado en que se encontraba ese sobre, a Natalia se le ocurrió la loca idea de que este eran tan antiguo como la historia misma, como si proviniera de una época donde apenas comenzaban a fabricarse. Por otro lado, sin saber muy bien la razón de ello, llegó a considerar la idea de que no podía estar albergado allí, creyó que —cuando lo abriera— la nota ya no estaría en ese lugar, como si algún tipo de hechizo, tan terrible como insospechado— lo hubiera hecho desaparecer. También se imaginó un escenario en el que, en cuanto Denise pusiera sus manos encima, para comenzar a leerla, la nota se descompondría en sus manos y terminaría convertida en polvo, dejándolas con la intriga de lo que Andrea le había dedicado.
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