Capítulo Nueve

En estos momentos, me veo obligado a hacer una pausa en la historia. Sé que dije que iba a tratar de no volver a interrumpirla, pero tengo que hacerlo. Esta vez no se trata de una opinión, sino de algo mucho más allá de eso, se trata de una certeza y se encuentra estrechamente relacionada con la historia que estoy narrando.

Como bien he dicho —y demostrado en varias ocasiones con todos los eventos que fue atravesando—, esa época de su vida, con el problema del alcohol —y de las drogas— que había afectado a su padre de una manera tan tremenda como increíble, terminó por convertirse en un ciclo donde sufrió mucho, tanto por la violencia física así como por la verbal que David no podía controlar para nada; estas siempre parecían ir de las manos, juntas, como si se trataran de una horripilante pareja proveniente del mismísimo averno.

Justo en este punto, llega lo que me importa, es decir, mi certeza. Esto que voy a decir, va a ser para que se pueda comprender bien lo que va a suceder de ahora en más, que no se verá afectado por algo que es más que lógico de suponer; muy por el contrario, lo que va a pasar, se debe a una serie de factores que ya habían dado a lugar y algunos, en realidad —el más importante de los que faltan, aún—, y sobre el que voy a hacer más hincapié cuando llegue su momento.

Pues bien, cualquiera que lo hubiera pensado con detenimiento —o que hubiese tenido la desgracia de tener que pasar por una situación similar como la que había atormentado a la pobre niña—, podría llegar a la conclusión de que ella habría sido abusada debido a la perversidad y a la terrible borrachera de su padre. Pero justamente, es aquello lo que quiero remarcar para que quede bien en claro, esa es mi certeza, pues estoy seguro del todo —lo sé, en realidad, pero no puedo revelar la razón de este conocimiento, al menos por el momento— que ella nunca sufrió ningún abuso sexual por parte su padre. Simplemente, al admirar de forma directa sus fulgurantes ojos —así como la tierna y dulce sonrisa— cuando Damián me la había presentado, pude comprender aquella verdad absoluta; desde siempre lo sospeché y, no mucho tiempo más tarde, lo supe de forma absoluta.

Su padre nunca se había atrevido a cruzar aquel terrible límite, eso resultaba mucho más que obvio. Y agradezco a todos los ángeles que eso nunca jamás hubiera llegado a suceder. No tengo ni idea de cómo es que lo sé, pero estoy convencido de que ni siquiera cuando se emborrachaba del todo —y perdía la noción de dónde rayos se encontraba y de quién diablos era—, se le había cruzado aquella idea más que terrible e inconcebible; es una situación que me parece espantosa hasta de imaginármela, cada vez que pienso en algo relacionado a aquello, se me pone la piel de gallina, como si me arrojaran agua fría en una gélida mañana de invierno.

Aunque eso es una certeza, sí tengo una opinión —y una conclusión— bastante personal de la razón por la cual David las había golpeado de aquella terrible y salvaje manera durante tanto tiempo. Sin embargo, me la reservaré con el objeto de darla a conocer mucho más adelante. Siento haber vuelto a interrumpir el relato, pero supongo —espero, en realidad, que así sea— que pronto se va a poder comprender la razón por la cual lo hice. Me atrevería a afirmar, además, que también se van a llegar a comprender mis certezas, mis conclusiones y mis suposiciones acerca de todo este asunto, al menos, en eso confío. En eso residen todas —y cada una— de mis más profundas esperanzas.   

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