Capítulo Cuarenta y Cuatro

En un abrir y cerrar de ojos, llegó agosto; el tiempo no se hizo esperar para nada, era como algo descomunal que se hubiera puesto en marcha de alguna forma misteriosa.

Al final, luego de unos días tan gélidos como muy pocas veces habían azotado a la ciudad, el momento de la ansiada noche del viernes dieciséis, que —de forma increíble— había sido bastante templado y parecía idóneo para la ocasión, llegó.

Una o dos semanas antes de la invitación, quizá antes de que culminase el mes anterior, Damián había ido al centro solo. Al regresar, apareció con una bolsa bastante resistente y se la ofreció a su prima. La muchacha lo abrió y sacó del interior un regalo envuelto en un papel rojo con unos motivos dorados, que quedaban muy bonitos.

—¿Qué es? —preguntó la muchacha, incluso antes de que comenzara a desgarrar el envoltorio para que le diera suerte pues, por más precioso que fuera este, nunca se atrevía a que quedara intacto. Era una especie de superstición que no podía dejar de lado, sin importar cuánto lo intentara.

—Si no lo abrís —dijo Damián, como hubiera hecho un par de veces en lo que convivían juntos—, no lo vas a saber.

Natalia lo miró de una forma peculiar, casi se podría decir que lo desafiara de alguna manera y solo le faltaba que sus manos se cerraran y que los puños se apoyasen en los laterales del cuerpo, pero estas ya se habían puesto sobre el papel y comenzaron a desgarrarlo desde la cinta que lo mantenía pegado. Lo gracioso era que la chica siempre era bastante curiosa cada vez que alguien le compraba un regalo y quería saber de inmediato de qué se trataba, sin embargo, siempre disfrutaba del proceso de averiguarlo de aquella manera; de alguna manera —a pesar de que se sintiera algo extraño aquello—, disfrutaba de esa mezcla de ansiedad, vergüenza y felicidad.

Unos segundos más tarde, retiraba ya casi por completo el papel, creyendo que se trataba de algo de tela, que se imaginó que podía ser un pañuelo, una bufanda, una chalina o algo por el estilo. De alguna forma, descartó esas ideas, pues ya tenía esas cosas; creyó que no se trataba de algo como aquello, pero no se imaginaba nada más. Cuando terminó de hacerlo, sus ojos negros se dilataron un poco y luego se agrandaron de nuevo, al admirar la belleza que reposaba en la mesa de roble del comedor. Cuando lo abrió para admirarlo, vio que era de un color negro, pero lo que más le llamaba la atención era la ilustración de una niña que caminaba por las calles de una ciudad que estaba a punto de convertirse en ruinas y un dragón de color verde espectral, que surcaba los cielos y que parecía una invocación de la pequeña, que tenía una especie de tatuaje en su brazo derecho. Era un paraguas importado, sin duda alguna, en el que se apreciaba una calidad muy superior a la normal, incluso el mango estaba hecho de una manera tan sólida que parecía ser capaz de resistir cualquier cosa. De alguna manera, esto revolvió algunas de las memorias de la chica y se conmovió como muy pocas veces, pues se vio de nuevo en esos sueños que tenía cuando era pequeña, donde su padre aparecía como un temible dragón y ella, para seguir la onda, hacía lo propio, se transformaba en una pequeña y adorable dragoncita que aún no era capaz de volar por su cuenta y se montaba sobre su espalda, surcando así los cielos, mientras la brisa le daba de lleno en el semblante y admiraba el mundo fantástico que se presentaba ante sus atónitos ojos. Recordaba —de alguna manera vaga y algo difusa—, los prados, los ríos y los páramos desolados; al final terminaba recordando las palabras que su padre —sin importar cuántas veces lo soñara— le decía. Recordó toda la magia de aquella fantástica aventura, de todos los detalles de aquel planeta —que se antojaba tan lejano, pero cercano a la vez—y, al final, terminó rememorando —de una manera algo nostálgica—, que nunca quería volver a despertar, que quería que aquello durase para siempre. Ahora que los años habían pasado y veía todo desde una perspectiva más adulta, supo que no hubiese sido feliz en absoluto en un mundo así, que más allá de la presencia de su padre, se le antojaba carente de humanidad y del amor y de la compasión que esta debería abrazar.

—¿Y? —preguntó Damián, que no había sido capaz de identificar lo que Natalia pensaba, pues ni siquiera había sido capaz de divisar algún gesto de su parte. Era como solo hubiera visto la nada misma, de forma directa—, ¿qué te parece? ¿Te gusta?

Los ojos de la chica se iluminaron ante esa pregunta, sin embargo, ni siquiera en ese preciso momento fue capaz de discernir si se trataba de algo malo o bueno.

—¿Gustarme? ¿Me estás jodiendo? —respondió la muchacha, en un tono de voz serio. Damián hizo un gesto sin que ella lo viera, pues se había desanimado un poco, aunque podían ir de nuevo y cambiarlo por otro. Sin embargo, luego de ello, notó que los ojos de la chica no eran capaces de dejar de admirarlo de arriba abajo, como si estuviera analizando todo, como si se hubiese perdido en una dimensión desconocida—, ¡Me encanta! —exclamó de manera casi eufórica; se apresuró a alcanzar al muchacho, lo abrazó con suma ternura y le dio un beso tan sentido como auténtico en la mejilla—, muchas gracias, Dami. Te quiero mucho —dijo, luego de hacerse un poco hacia atrás.

—Te quiero mucho, Nati —dijo el muchacho. Luego, llevó la yema del dedo gordo a los ojos de ella y le limpió unas lágrimas puras que allí aparecieron—, ya no quiero ver lágrimas en esa cara tan preciosa. —Le dedicó una sonrisa que no tardó mucho en ser devuelta.

Natalia estuvo a punto de tomar el paraguas, presa de una gran intuición, de una manera similar a la que había hecho lo mismo cuando —el primer día de clases—, el anterior se había destrozado. Sin embargo, desistió de aquella idea, la descartó ya que, según lo que había visto en la televisión, era muy poco probable que hubiera una tormenta. De alguna manera, me imagino que todo hubiera sido bastante distinto si la muchacha hubiese seguido aquella corazonada tan peculiar, aun si al final solo lo llevara como si fuera un adorno.

Lucas pasó a buscar a Natalia a eso de las ocho de la noche. Para ese entonces, la oscuridad se cernía desde hacía poco más de una hora y media. Por su parte, Damián también tenía pensado asistir, pero había salido unos minutos antes para buscar a Celeste; desde luego, Lourdes también iba a estar ahí y todos quedaron para reunirse en una esquina cercana, donde había un bar, pero sin entrar a este.

Natalia vestía una remera hermosa de color blanca —crema, en realidad—, y esto lograba un bello contraste con su oscuro y ondulado cabello, que parecía ser de un color muy parecido al lodo oscuro, algo que nadie hubiera podido concebir; llevaba una preciosa cadenita de acero con la inicial de su nombre —que era de plata—, colgando de ella. Se veía algo distinta que en otros días, se la podía ver radiante, perfecta pero, por sobre todas las cosas, podía admirar uno lo enamorada que estaba, se podía apreciar esto en la sonrisa, en la manera de hablar, de actuar y en muchos otros detalles más. Llevaba puestos un par de vaqueros azules oscuros y llevaba, sobre su hombro derecho, colgaba un bolsito marrón oscuro de cuero, que le había brindaba un toque tan bonito como elegante. No era muy partidaria de usar pintalabios —y maquillaje en general—, puesto que se solía sentir incómoda con ello, tal vez como no salía mucho que digamos, nunca había tomado aquel gusto por hacerlo; lo cierto era que no le hacía falta nada de eso.

A veces creo que el maquillaje, pese a que tenga sus usos prácticos y sirva para ocultar algunas "imperfecciones" —si es que se le puede decir así—, también hace que se pierda cierta esencia de la belleza en la mujer y, en ocasiones, termina perjudicando más que otra cosa. Sin tener nada de eso, se la veía hermosa y sexy, tanto así como nunca lo había estado, irradiante de una suma felicidad. Su preciosura era natural y eso nadie era capaz de negarlo.

Por su parte, él llevaba una camisa azul con unas delgadas rayas de color rojo oscuro y un vaquero de un color gris, que casi parecía negro. A pesar de que no era un muchacho que fuera a la iglesia, llevaba una cadena con el crucifijo, porque sí creía en Dios. Cuando golpeó a la puerta, Natalia no tardó mucho en atender y se encontró con que el muchacho llevaba las manos en los bolsillos, una campera de negra de cuero recaía sobre su hombro derecho y, en las comisuras de sus labios, admiró un cigarrillo que parecía recién encendido o, al menos, tenía ya un minuto de esa manera. Era el único vicio que tenía en la vida, pero no era un gran fumador que digamos, al menos por el momento.

Natalia lo recibió con un gran y cálido abrazo, y le dio un beso.

—Dios mío —comentó Lucas, sin retirar el cigarrillo ni un solo segundo. Estaba absorto por lo que veía—, estás re fachera, Nati.

—¿Y vos? —preguntó Natalia, de manera que se podría considerar retórica. Todavía seguía sonrojada por lo que le había dicho—, quien te viera, ¡mirá la pinta que tenés!

El muchacho sonrió con algo de modestia, le encantaba decirle cumplidos, pero de alguna forma se sentía extraño si se lo decían a él.

—¿Lista para ir? —los verdes ojos del muchacho analizaban la preciosura que tenían enfrente de arriba abajo; era un bombón relleno de dulce de leche, sin duda alguna.

—Dame cinco segundos —Natalia parecía dubitativa, como si hubiese reconsiderado algo a último momento—, enseguida vuelvo.

—Cinco, cuatro —bromeó el muchacho y logró que la muchacha riera. Le encantaba cuando eso sucedía porque era algo tan auténtico que ni aún era capaz de explicárselo a sí mismo; de alguna manera aquello siempre hacía que el corazón le brincara de felicidad y de algo más—, tres... metele para, que ya se te fue más de la mitad del tiempo.

Sin que perdiera esa sonrisa preciosa, la muchacha volvió a ingresar a la casa y, no mucho tiempo después, salió con una campera de corderoy en mano. Creyó que el frío podría llegar a convertirse en un inconveniente, pues en las últimas horas había refrescado bastante; la tarde estuvo bastante templada de por sí.

—Por si refresca —dijo con soltura, al ver cómo el muchacho hizo un gesto algo gracioso con los ojos y el rostro—, ¿vamos?

—Claro, vamos. —Lucas rodeó a la chica con un brazo y la trajo hacia sí. La muchacha dejó posar la cabeza sobre el hombro del chico y así marcharon unas dos o tres cuadras, pues tenían que ir a la parada de colectivos más cercana—. El 103 nos deja a apenas media cuadra —comentó de una forma casi desinteresada, como si fuera un dato que dio al pasar. Natalia suspiró sobre el muchacho y la calidez de su aliento logró que algo hermoso se moviera muy dentro de sí.

Llegaron a eso de las nueve de la noche, luego de que el ómnibus los hubiera dejado allí; el viaje fue tranquilo, no hubo casi pasajeros, por lo que llegaron antes de lo que habían previsto, además de que no sucedió nada fuera de lo normal y la muchacha no sufrió ninguna descompostura, pues a veces se mareaba cuando iba en vehículos, sin importar de qué se tratara. En ocasiones le sucedía y se descomponía, en otras era capaz de controlarlo bastante y, por último, no faltaban aquellas ocasiones en las que nada malo le sucedía. Por suerte, esa vez sucedió lo último y aquello no podía dejar de agradecerlo en silencio.

Una vez que descendieron y comenzaron a marchar para encontrarse con los demás, unas gotas comenzaron a caer con solo un poco de frecuencia; con ello la chica fue capaz de comprender una verdad y era que, a veces, la meteorología no tiene un punto de comparación —ni en lo más mínimo— con lo que te dicta la enorme intuición humana, que puede llegar a sorprender a sobremanera, como si hubiese algo más allá de esta, alguna clase de fuerza que la alimenta y la manipula de misteriosas maneras. Sin embargo, de algún modo, se vio a sí misma pensando en que la ocasión sería perfecta. Pésima idea, de hecho; de alguna manera creo que si sí hubiera seguido lo que le dictaba el corazón, yo no estaría escribiendo esta historia en estos momentos y me imagino que todo hubiera sido muy distinto.

Los cinco se reunieron en la esquina del bar y caminaron un poco más hasta llegar a la casa donde se estaba haciendo la fiesta. Era de Gregorio, uno de los chicos del curso "b", que tenía un año menos que ellos, pero que los conocía a todos, razón por la cual invitó a Damián y a Lucas, que no dudaron en hacer lo propio con quienes más les agradaban. Los padres del muchacho estaban de viaje y no volverían hasta el domingo por la noche.

El grupo estuvo bailando un rato, luego comieron pizza y, cuando daban las diez y cuarto, decidieron separarse, cada quien por su camino, pero en pareja. Por un lado, Celeste y Damián se quedaron viendo una película con Gerardo; Lourdes, se quedó jugando —con otras chicas— en una mesa de pool que tenían en el living, pese a que no era una experta, no jugaba nada mal. Por su lado, Lucas y Natalia, decidieron salir a dar un paseo, pues querían un poco más de intimidad y eso no lo encontrarían dentro de la casa, menos aun cuando Enrique Báez, de octavo, se la pasaba cagándose encima y riéndose como un retrasado, mientras varios de sus compañeros lo aplaudían, como incitándolo a que siguiera haciendo esas estupideces.

Lo que la joven pareja ignoraba, era el hecho de que también habían asistido a la fiesta varios de sus compañeros, inclusive de los que más molestaron a Natalia en años anteriores. Sin embargo, sin percatarse de aquello, lograron evitar todo tipo de fastidio por parte de ellos; de algún modo tengo la sensación de que todos ellos cambiaron de alguna manera, como si hubieran madurado o como si las nuevas amistades de la muchacha hubiesen funcionado como un mecanismo para que terminasen desistiendo de aquellas pendejadas. Natalia ya no parecía ser esa débil, tímida y frágil muchacha de la que todos pudieran aprovecharse, su manera de ver las cosas y de encararlas había cambiado y, posiblemente, todo aquello se debía al amor, al hallazgo de eso de lo que creía que carecería por el resto de su existencia. De alguna manera, creo que la muchacha fue capaz de alzar aquella voz que tenía dormida, por hacerlo de alguna manera, para expresar que aún seguía viva y que anhelaba transitar por ella de manera digna, sin tener que rebajarse a nada de ello, sin ya dejar que las vejaciones la afectaran como antaño. Su carácter, aunque quizá no fuera consciente de ello, dio un giro bastante importante y se fue tornando cada vez más y más fuerte y ahí estaba, para imponerse ante cualquier desgraciado que atentara contra aquella enorme felicidad de la que estaba gozando y que merecía desde hacía ya tanto tiempo. Ya no era esa chiquilla miedosa que sucumbiría ante los insultos de aquellos bastardos y eso era tan genial como perfecto; podía ser amable y cariñosa —del mismo modo en que lo había sido desde que era niña—, pero ya nadie más la pasaría por encima, ni la tomaría por boluda. Nadie sería capaz de estropearle ni de arrebatarle eso, jamás podrían volver a traumarla con nada de aquello; se encontraba firme y decidida en luchar por una vida decente. Al fin era capaz de alzar la vista en alto y de afirmar, con claridad y convicción, que nadie podría impedirle nada de lo que se propusiera. Aquella voz que estuvo dormida por mucho tiempo, despertaba de un largo letargo con el objeto de demostrarles que brillaría por su cuenta y de que dejaría una marca en el mundo como había prometido desde hacía años.

En fin, una vez afuera, la pareja caminó un poco y la llovizna empezó a aumentar cada vez más su intensidad. Al cabo de un rato, Natalia vio unos árboles que se le antojaron idóneos para que ambos pudieran refugiarse.

—¿Qué te parece si nos ponemos ahí abajo? —consultó la muchacha a Lucas. La lluvia se había hecho notar ya y se estaba poniendo molesta en demasía.

—Tenés razón —admitió el chico, que no podía dejar de observar cómo las gruesas gotas repiqueteaban en un charco que se había formado en cuestión de menos de un minutos; además, se podía percibir el ruido metálico que provocaba al caer sobre el toldo metálico del patio de alguna casa—, nos vamos a empapar si nos quedamos acá.

Corrieron hacia aquella dirección y se quedaron parados debajo de un par de paraísos. Fueron unos momentos en los que ambos permanecieron silentes, a pesar de la lluvia y del palpitar que ambos sentían en el centro mismo del pecho.

—Esperá —dijo el muchacho y le tendió la chaqueta, para que se cubriera con ella, pues la chica había dejado su campera dentro de la casa y no se habían dado cuenta de ello hasta aquel momento—, te vas a congelar si no.

—Gracias —dijo ella, aceptándola. Se la colocó de inmediato y se sintió tan querida; Lucas tenía un tacto con ella que era tan cálido y precioso que siempre se alegraba cuando estaba cerca de ella—, sos muy considerado.

Luego de unos instantes, mientras admiraba cómo la muchacha observaba los pequeños óvalos amarillos que eran los frutos del árbol, la tomó por el hombro y la llevó hacia el suyo. Rodeó la cintura de la muchacha con una mano, mientras admiraban la precipitación. Natalia apoyó la cabeza sobre el hombro del muchacho y cerró los ojos, a la par que una sonrisa tierna se hizo presente en ella; era capaz de percibir el chapoteo del agua de una manera que siempre le agradaba —incluso cuando se encontraba acostada, ya dispuesta a dormir— y, además, sentía —con suma claridad— cómo al muchacho le martilleaba el corazón, rebosante de amor. También le resultaba claro cómo la brisa lograba que sus cabellos se movieran y cómo, la calidez que habitaba en la mano de Lucas, se los acomodaba de una manera mucho más que cariñosa; era casi como si estuviese jugando con ellos, mientras los deslizaba entre las yemas de sus dedos.

—Sos lo mejor que me pasó en la vida. —Los labios del muchacho se movieron de repente, casi por su cuenta, como si tuvieran vida propia. Lo dijo de una manera tan dulce y apacible como jamás se le hubiera ocurrido, pero supuso que los sentimientos que sentía por ella eran capaces de mover hasta las montañas más enormes. Eso logró que la muchacha volviera a abrir los ojos y le dedicara una mirada, sus ojos presentaron un brillo bastante especial. Como ya lo había dicho y se tenía más confianza que antes, siguió hablándole, pues se dijo a sí mismo que ya iba siendo hora de decirlo—: te amo desde el primer día que te conocí.

Natalia lo observaba y fue capaz de admirar la mirada de un muchacho que estaba tan enamorado como ella, no había nadie mejor que ella para darse cuenta de aquella obviedad. La muchacha se ruborizó y sus ojos café reflejaron la misma esencia de su corazón, de la enorme felicidad que solo Lucas podía generar en ella. Estaba en la plenitud de su juventud y de todos los sentimientos que afloraron en ella; desde que la había pasado a buscar a la casa, aguardaba que algo como aquello sucediera, pero jamás se le ocurrió que el momento fuera tan maravilloso como lo estaba pasando.

Lucas se puso enfrente de ella y llevó una de sus manos al rostro de la muchacha, colocó el dedo pulgar sobre los labios, que se le antojaban tan carnosos como apetecibles.

—Sos tan tierno —dijo ella y, acto seguido, le besó el pulgar. De alguna manera se sorprendió por el hecho de que lo dijo sin titubear ni un solo segundo; todo el amor que habitaba en su corazón fue capaz de romper esas terribles cadenas que la mantenían aferrada a la timidez y aquella especie de "mudez" que tanto la había privado de poder expresar sus más profundos sentimientos. Volvió a cerrar los ojos y dejó que todo fluyera de manera natural, se hizo hacia atrás y terminó apoyando la espalda en el tronco, que estaba seco a pesar de todo—, te amo como no tenés idea.

La lluvia había comenzado a azotar bastante, aunque a ellos apenas los alcanzaban solo un par de ellas. Lucas llevó la otra mano al rostro de ella y se inclinó un poco en dirección al rostro de la muchacha; Natalia se puso en puntas de pie y le sonrió de una manera preciosa. Durante unos pocos segundos, el muchacho fue capaz de percibir la mismísima fragancia de su ser, el corazón danzaba muy dentro de sí y jamás hubiera podido dar marcha atrás. Los labios se rozaron durante unos instantes y ambos supieron que ese era el momento idóneo, se besaron con la pasión acumulada de toda una vida, de una manera que nunca hubieran creído posible. Fue un primer beso tan emocionante como emotivo, era como si alguien hubiera dejado el más delicioso postre para cuando estuviese casi muerto de hambre. Si alguien hubiera podido verlos, hubiese sentido envidia por la manera en que aquellos dos jóvenes tan guapos se compenetraban y se fundían en uno solo, era la muestra de amor más puro y sincero que alguien podía expresar por la persona a la que ama con mucha pasión y con bastante locura.

Pero, para la desgracia de ellos, sí hubo alguien que los estaba observando. Analizaba, desde las sombras, todo lo que la pareja estaba haciendo y aguardaba, de manera paciente, a que se diera el momento oportuno para poder actuar. En un momento, los chicos intercambiaron los lugares y Lucas fue quien se apoyó en contra del paraíso. Entre sombras, se pudo apreciar una sonrisa perversa, la silueta parecía sostener algo en la mano derecha, un objeto en el que se veía reflejada la demencia en su estado más puro, era algo que no parecía nada bueno, un elemento que podía hacer un daño terrible, con el que era capaz de asesinar.

—Perdón por interrumpirlos de esta manera y de arruinarles el momento—Pareció una voz ronca y mecánica, que surgió desde atrás de este; de alguna manera, la corriente de aire jugó un papel importantísimo porque no solo hizo que la voz se escuchara de manera más clara, sino que trajo consigo un factor mucho más relevante aún.

Natalia llegó a percibir un olor que le revolvió el estómago de inmediato y que logró que la muchacha se mareara de alguna que otra manera. Era tan terrible como familiar y, sus sentimientos, pasaron por una verdadera conmoción durante unos pocos segundos, pues la mezcolanza entre alcohol y drogas era inconfundible y, la voz como una suerte de híbrida entre alcoholismo y falopero, era inconfundible.

—¿Me extrañaron mucho, par de soretes? —Ambos intentaron girar en bruto, pero solo la muchacha fue lo suficientemente ágil para hacerlo. La sensación que tuvieron, fue más terrible que si les hubieran tirado con un balde de agua helada mientras dormían la siesta de manera profunda; al darse la vuelta, la chica tuvo la desgracia de admirar, de cerca, aquella sonrisa perversa y macabra, que era conformada, en gran medida, por aquellos dientes que, además de amarillentos y cariados, parecían podridos—. Ahora me toca a mí, hijo de puta.

Se trataba, nada más ni nada menos, que de Gonzalo Sacarías. El corazón de ambos pareció detenerse por completo. Lucas había sido el blanco, que quedó inmóvil en el lugar, pues lo sujetó por el cuello, impidiéndole que pudiera moverse un solo centímetro. Aunque intentó hacer acopio de todas sus fuerzas para zafarse, no fue capaz de hacerlo; la escena era tan terrible, que pareció una terrible parodia de Rambo, cuando este se encuentra camuflado con lodo.

Natalia lo quiso socorrer, intentó hacerlo a como diera lugar. En principio, se abalanzó contra aquel maldito. Aquí es el punto en que creo que, si hubiera llevado el paraguas, quizá hubiera podido atravesarle un ojo con la punta, que era de metal. Pero no, por desgracia eso no fue posible y Gonzalo le dio un revés tan fuerte con el dorso de la mano, que fue capaz de que la muchacha cayera de espaldas contra el suelo y que quedara con la marca de un anillo oxidado que llevaba en el dedo medio.

Hizo la mano hacia adelante y Lucas sintió una presión enorme en un punto concreto y algo amplio —a la vez— de la espalda, se percató de que algo muy afilado se habría paso por la piel, cortando la carne y cómo se metía por entre los huesos. El muchacho comenzó a perder las fuerzas y se percató de que, si no hacía algo con rapidez, ese sería el fin; llegado un momento, fue capaz de comenzar a patear al terrible atacante, pero no pudo llegar a pegarle de tal manera que lo hiciera trastabillar y que perdiera la concentración. En cambio, la presión en el cuello volvió a aumentar y casi fue capaz de ahogarlo antes de que la muriera desangrado. Los brazos, que intentaban luchar por quitarle el arma blanca, sujetaron su pecho, de un momento a otro, con toda la fuerza de la que fue capaz de reunir y que le quedaba; un gesto de tortura se pudo apreciar en el semblante, que arrugó el rostro de un modo que aún no puedo quitarme de la cabeza. Natalia se puso en pie de repente, como si hubiera tratado de una fiera indomable, sin embargo, lo hizo para admirar —con un horror indescriptible, cómo el negro acero del machete se había paso por entre las manos del muchacho, que ya solo estaba intentando que su vida no se escurriera entre ellas y cómo varios de los dedos eran cercenados, incluso aquel con el anillo de plata que la muchacha le había obsequiado el mes anterior. Los ojos del muchacho perdieron gran parte de su brillo y parecieron volverse un poco opacos; estos eran incapaces de dejar de observar las manos, con una incredulidad absoluta dibujada en todo el rostro.

Si bien ambos habían sentido cómo el corazón se les había detenido por la sorpresa, solo el del muchacho estaba encadenado a ese cruel destino. Lo atravesó como si se hubiera tratado de un pollo, sin compasión alguna y con una fuerza tal que no parecía pertenecer a este mundo. Lo hizo con algo de esfuerzo, sí, pero de alguna manera fue tan simple que nunca hubiera creído que un ser humano fuera capaz de hacerlo de aquella manera tan letal como desalmada.

Gonzalo, habiendo cumplido con lo que se propuso, puso un pie sobre la espalda de Lucas y jaló con fuerza, poco a poco, la hoja del arma se perdió de vista y regresó a las manos de su maldito portador. Luego, soltó el cuello y el muchacho se desplomó sobre los brazos de su amada, incapaz de mantener el equilibro ni siquiera un segundo más.

Natalia, que no fue capaz de soportar el peso muerto del chico, se arrodilló y permitió que reposara sobre el suelo, medio apoyado sobre uno de los árboles. Lucas estaba agonizando y no había nada que ella pudiera hacer; la boca estaba ensangrentada, tosía y escupía sangre, lo que indicaba que, seguramente, algún pulmón sufrió un destino similar al del corazón. Intentaba hablar, pero nada brotaba de su boca, más que un balbuceo incomprensible.

Gonzalo se acercó hacia ella, mientras se tambaleaba y jugaba con el machete, pasándoselo de una mano a otra, de una manera tal y como si manejara un bisturí. Natalia alzó la mirada y vio cómo el desquiciado de mierda lamía la sangre fresca, como si fuera una especie de trastornado que se cree un vampiro.

—¡Ahora te toca a vos, trola de mierda! —La voz estaba totalmente sacada, tenía tal ira encima que, los oídos de la chica, que eran sensibles de un modo particular, sufrieron las consecuencias, sin embargo, esto alimentaría una idea extraordinaria en la muchacha, sin que tomara consciencia de ella. Además, por unos momentos tuvo la impresión de que el grito no había provenido de él—, ahora sí te voy a violar.

El maldito asesino reanudó el paso y luego se detuvo en seco. Algo había cambiado en él, su rostro se distorsionó de alguna manera y ya no parecía el suyo, los ojos ya no eran celestes, el rostro parecía moreno y el cabello era marrón.

—¡Hoy te toca a vos, pequeña miedosa de porquería! —El rostro de Natalia empalideció por completo, las manos de la muchacha estaban apoyadas en el suelo, como si ya se hubiera resignado a todo—. ¡Te portaste muy mal, demasiado mal! ¡Ahora vení acá para que te corrija!, ¡y no me obligues a ir a buscarte, porque no tengo ánimos y te va a ir peor!

En una mano llevaba el machete y en otra un par de dados, que revoleaba al aire y volvía a atrapar; siempre que lo hacía, podía admirar que sacaba un par de seis. Se trataba de su padre, que parecía haberse materializado desde el más allá, de una forma fantástica, como jamás nadie se hubiera imaginado. Sin embargo, el rostro no estaba en descomposición, era como si hubiera tenido la oportunidad de poseer el cuerpo y de terminar con lo que había dejado inconcluso hacía tanto tiempo. Siguió marchando y acortando la distancia que los separaba, mientras lo hacía, realizaba toda clase de movimientos brucos con el cuerpo, la cabeza, las rodillas, los dedos y demás, logrando que la mayoría de los huesos tronaran de una manera espantosa. Incluso, varios de estos se dislocaron de un momento a otro y permanecieron en aquella posición durante un buen rato, hasta que hacía fuerza y se volvían a acomodar. Avanzaba con suma lentitud, como si de alguna manera estuviese disfrutando de ello, tanto como lo había hecho antaño, cuando llegaba ebrio a la casa; en su cara se pudo admirar una sonrisa muy perversa, que no parecía contener nada de humanidad. Se encontraba a tan solo dos pasos de alcanzarla, inclinó el cuerpo de tal manera que pareció transformarse en un jorobado y alzó el machete tan alto como fue capaz.

—Ahora sí que mi racha va a cambiar, prezioza. —Era como una terrible mezcla entre la manera de hablar de uno y del otro, como si ambos habitaran el mismo cuerpo, pero como si ninguno de ellos deseara luchar por el control de este—. Ezta ez grande —comentó, mientras llevó el puño que contenía los dados a su entrepierna, como si fuera Gonzalo— y voy a gozarlo tanto como nunca pude hacerlo cuando eras chica —dijo, con la voz y el aspecto de su difunto padre. Era ya muy tarde para cualquier cosa, Natalia iba a ser violada y asesinada y no parecía haber nada que pudiese hacer para salvarse.

Sin embargo, la chica alzó la cabeza y le lanzó una mirada despectiva, llena de odio. En su vida había sido capaz de demostrar un sentimiento como aquel. A pesar de tratarse de su padre, aquella presencia la repugnaba, sentía un asco enorme por aquella inmundicia que se encontraba parada a centímetros de ella. Parecía resignada, sí, pero entonces estalló algo dentro de la chica; los ojos presentaron un fulgor tal que pareció el fuego del mismísimo infierno. Tal fue la sorpresa de aquella aparición, que se quedó congelada de inmediato y dio dos o tres pasos hacia atrás por el repentino temor que sintió.

—¡No, pedazo de hijo de mil puta! ¡Sorete malnacido! —Aquella muchacha pura e inocente, insulto de una manera tal como nunca había hecho en su vida; de hecho, aquella era la primera vez en que algo semejante salía de su boca. Fue un grito espeluznante, tanto así que no mucho tiempo después comenzaría a llegar gente al lugar—. ¡Asesino de mierda!

No fue algo normal, pareció una terrible invocación de algún tipo. Aquella voz que había permanecido dormida, en lo más profundo de la muchacha, desde hacía tanto tiempo, despertó al final y fue capaz de que aquella aberración se tapara los oídos con las manos y dejara caer el machete. La caída provocó un ruido secó y metálico de muerte, como si el sonido estuviera vaticinando algo que no tardaría en llegar. De alguna manera, aquella voz estridente como si fuera la de Zeus —que, desde los cielos, se dirige a un insolente humano que se atreve a desafiar su divinidad—, logró un nivel tal de irritación en lo poco que quedaba de Gonzalo Sacarías, que se sintió sucio y que no quería seguir estando ahí. Lo habían lastimado de gravedad, tal vez, no de manera física, pero sí el daño fue psicológico y rompió con todo lo que hubiera creído posible, se sentía más frágil que un pobre gato acobardado. No, para nada quería estar allí para nada en lo más mínimo, sin embargo, algo le impedía hacerlo, una fuerza desconocida parecía retenerlo contra su voluntad. Por un momento, aquella presencia que compartía las cosas de ambos —de alguna manera jamás antes vista—, pensó en salir corriendo despavorido de aquel lugar, con el objeto de posponer su ejecución para otro momento; sin embargo, descartó la idea de inmediato, cuando consideró que no sería lo más sabio, pues el día siguiente sería el más buscado por la policía, sin importar a dónde diablos fuera. Quizá, ni siquiera tendría la fortuna de poder contarlo si tomaba aquella decisión. Lo cierto es que mucha confusión habitaba en lo más profundo de sí, intentó volver a hacerle frente, sin embargo, aquel grito no fue uno normal. De alguna u otra manera, lo debilitó tanto que le quitó aquel sustento que lo mantenía y se desplomó contra el suelo, sin poder evitarlo. De alguna manera, parecía que había muerto.

Natalia se inclinó sobre Lucas, que yacía en el suelo.

—Qu, qué bueno que no te pasó nada. Te amo. —El muchacho, con bastante esfuerzo, tocó su rostro y le dedicó una débil sonrisa. Sus ojos reflejaron la más profunda de las tristezas, porque sabía que su fin se acercaba y que ya no podría hacer nada más; en tan solo unos instantes, vio todos los momentos felices que pasaron juntos y la preciosa manera en que se había enamorado de ella. Esas fueron sus últimas palabras. Los ojos verde esmeralda de Lucas Enrique Bustamante, se vieron desprovistos de aquel brillo característico, cerraron sin remedio y, junto con ello, dejaba de existir de un modo similar al que una gran parte de Natalia moría junto con él.

—¡No! —El grito de Natalia llamó la atención de varios de los chicos, que no se encontraban tan lejos, de hecho lo habían hecho desde antes, pero todo había sucedido tan rápido que les tomaría un tiempo, pues era un lugar algo alejado de la calle y los árboles dificultaban todo—. ¡No me dejés sola, amor! —Se arrodilló, apoyó la cabeza sobre el cuello del muchacho y ahogó unas cuántas lágrimas—. No me dejés sola, por favor. No me dejés sola, por favor. —No era capaz de evitar repetir lo mismo, una y otra vez.

Se escuchó, entonces, un jadeo. La muchacha alzó la cabeza y miró hacia su derecha, pues el sonido parecía provenir de ahí; por unos instantes, supuso que se trataba de alguien que hubiera oído su pedido y estuviese llegando para socorrerla. Pero no, no era nada de eso, en cambio tuvo una sensación tan terrible como familiar, de algo que varias veces había estado presente en su vida, tanto de una manera física como de una totalmente atribuida a la imaginación. Los ojos de la chica se agrandaron cuando vio que Gonzalo estaba intentando incorporarse, pero ya no se trataba de él, ni tampoco poseía la apariencia de su padre. Ahora, lo que admiraba era un ser que escapaba a toda la comprensión humana; se encontraba con una rodilla apoyada contra el suelo, mientras que la zapatilla de la pierna derecha tocaba el suelo; esta se desgarró y dejó entrever que tenía unas garras de quizá dos o tres centímetros de largo. Eso descolocó a la muchacha, pues parecía una bestia salvaje, un hombre lobo o algo por el estilo, sin embargo, eso hubiese sido un alivio, además de que no había luna llena, a pesar de que encima estaba todo cubierto con negras nubes y la tormenta había llegado a su máximo apogeo. Entonces, luego de que el corazón le diera una vuelvo indescriptible —como si delante de ella se encontrara la propia muerte personificada—, observó el rostro y se quedó helada. Este había cambiado por completo, tenía tres ojos rojos que la escrudiñaban con odio, se había vuelto tan negro como el azabache y unos cuernos rojizos y curvados hicieron acto de aparición en el centro mismo de la cabeza.

—Fue una jugada bastante fuerte, en realidad. Te felicito. ¡Pero fue la última! —la voz sonaba terriblemente grave. Los dientes amarillentos, cariados y podridos, fueron reemplazados por unos hechos de clavos, que estaban recubiertos de sangre. Parecía un demonio salido vaya a saber uno de qué círculo del infierno. De alguna manera, fue entonces cuando a Natalia se le ocurrió que, tanto su padre como aquel némesis llamado "Gonzalo", solo habían sido una víctima de aquella presencia tan maldita como infernal. Creyó que todo se debía a esa presencia hija de perra que le había provocado mil y una pesadillas con los cadáveres reanimados de sus padres. De alguna manera, creyó que cuando Damián la tranquilizaba cada vez que le sucedía algo como aquello, posponía aquel fatídico desenlace, sin embargo, de alguna manera el final sí o sí tenía que arribar en algún momento, sin importar que este fuera justo cuando la muchacha comenzaba a abrirse al mundo para disfrutar a pleno de él, como tanto se lo merecía.

—Mi nombre no es importante, he tenido muchos a lo largo de la historia y podés llamarme como más te guste. Es un gusto conocerte en persona —comentó entonces, de una manera algo sarcástica. Le dio la razón a Natalia en aquello y entonces, de alguna manera, se dio cuenta de que, a través de los vicios, fue capaz de ir mermando cada vez más y más sus voluntades—, con la mierda de tu padre, no fui capaz de tomarlo porque el muy estúpido se murió antes de tiempo. Pero con el caso de este pobre infeliz, no tuvo defensa alguna para que lo sometiera. Fue muy divertido desgarrarlo desde las entrañas, ver cómo se consumía en las drogas y en el alcohol. Fue una gozada al igual que sucedió con tu padre, aunque debo admitir que aborrecía aquella estúpida adicción al juego. Nunca le encontré la gracia. Pero en fin, es un placer verte en persona.La muchacha estaba encolerizada, fuera de sí por completo. Lo odiaba por todo y en su mente solo podía pensar en una terrible idea, que era la venganza. Tenía enfrente a aquella criatura que siempre la había oprimido y que, de alguna manera, representaba un fuerte peso sobre su pecho y sus espaldas, una maldita espina que tenía clavada desde hacía tanto tiempo y que jamás había podido retirar. Lo odiaba como a nada, como nunca lo había hecho con ningún ser vivo; claramente su naturaleza era contraria a la humana y por eso no era capaz de perdonarle nada.

—Tendría que agradecerte en parte, porque tus miedos fueron los que me dieron la fuerza que necesitaba. Pero de alguna manera, temía que pudiese suceder esto. —Prosiguió con su relato, como si hiciera caso omiso de que la chica se había puesto ya en pie, mucho antes de que él pudiera hacerlo; intentó hacerlo, pero le fue imposible—. ¡Mierda, no me imaginaba que el daño que le hiciste al cuerpo de este bueno para nada hubiera sido tan grave!, solo necesito reunir un poco de energía para poder alzarme. ¡Maldita basura! —La voz parecía la de un ebrio, aunque no lo estaba para nada—, ¡Este va a ser tu fin!

Natalia ya ni podía escuchar nada más, sus oídos parecían haberse tapado por completo y la mente se le había puesto en blanco. Solo era capaz de percibir su entrecortada respiración y cómo el viento aumentó. Las piernas se movían por sí solas, sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo; quizá un largo rato más tarde, sentiría el dolor del desgarro que acababa de sufrir. Pero en la mente vengativa de aquella muchacha que antaño había sido pura inocencia, ya nada de eso importaba; aquel malnacido le había arrebatado el amor de su vida y ahora haría lo mismo con la suya. Sin saber cómo, tomó algo que estaba tirado en el suelo y ya estaba encima de aquel ser cobarde y hediondo; alzó la mano en alto y cayó en picada; cuando la hoja se manchó con la sangre de aquel maldito, retumbó un fuerte estruendo y todo se iluminó, como si todo estuviera sincronizado de una manera armoniosa y letal. Volvió a tomar el machete, pero con ambas manos y lo hizo descender de forma recta, de una manera tan ágil como el rayo.

—¡Hija de perra! —exclamó el demonio, cuando el filo atravesó el ojo del medio y se lo llevó consigo, como si fuera una especie de trofeo inigualable.

Natalia ya no parecía ser esa muchacha que demostraba fragilidad, ni compasión; ya no habitaba en ella nada de bondad y humanidad. Vio el ojo, ensartado en la punta de la negrura y, en un acto desquiciado, se lo llevó a la boca y lo devoró de un bocado —provocándose un profundo tajo en la comisura de los labios superiores—, como si fuera una especie de fiera que se daba un festín.

Lejos de quedarse ahí, la muchacha se arrodilló y le mascó una oreja, que tenía una forma en punta, como si fuera una especie de parodia de un elfo maligno. La tragó y se regocijó en ello, como si se hubiera deleitado con un manjar.

—¡Ya basta, o lo vas a lamentar! —Lo cierto es que no era tiempo de amenazas, pero no le quedaba de otra. Ahora, era el demonio el que tenía miedo por aquella cosa monstruosa e inhumana en que se había convertido aquella pobre muchacha. Fue entonces que se arrepintió de todo, pero supuso que ya era tarde y estaba tan paralizado que no podía reaccionar.

La muchacha reanudó los ataques con el machete; lo apuñaló un par de veces en la altura del estómago y, al cabo de unos pocos segundos, salió algo enrollado de este.

—Uy, un chinchulín, hacía tanto que no comía uno. —Y devoró parte de la tripa, la muchacha parecía haberse convertido en un caníbal de la noche a la mañana—. ¡Qué delicia!

Por último, apuñaló la cabeza un par de decenas de veces e hizo lo propio, una vez más, con el cuerpo. Apuñaló el corazón de aquella bestia tan dura, mientras esta comenzaba a agonizar ante sus ojos, ignoró un par de pasos apresurados que se dirigían hacia ella. Unos brazos la sujetaron con fuerza, sin embargo la chica estaba en un estado tal que ya no era consciente de sus actos, en absoluto.

—¡Natalia, ya terminó! —la calmaba su primo, que ya no sabía qué hacer para que dejara de temblar. Tan fuera de sí se encontraba que la tuvo que abofetear para que reaccionara y volviera a la normalidad.

Cuando eso pasó, la muchacha dejó caer el machete y cayó de rodillas, abatida por todo lo que había sucedido. Se puso a llorar de forma desconsolada y, esta vez, no habría nada que pudiera ser capaz de restablecer su emoción, como tampoco nada que pudiese librarla del trauma por lo que acababa de cometer. A sus pies, yacía la masa sanguinolenta y desfigurada que, antaño, perteneció a Gonzalo Sacarías. Lo que quedaba de aquel pobre muchacho, fue lo más lamentable que admiré en mi vida y, los pedazos de carne que colgaban desde los dientes de Natalia, así como la sangre que se escurría entre estos y caía en finos hilillos por sus mejillas —mientras los estruendos eran cada vez más seguidos y la lluvia no dejaba de azotar la ciudad—, hubiera hecho que hasta el alma más valiente se acobardara de inmediato. Esa imagen no hizo otra cosa que no fuera desgarrar mi corazón en mil pedazos.

Lucas había sido el único muchacho que había conseguido que ella hablara de una forma más desenvuelta, que volviera a expresar sus emociones de manera correcta, sin que temiera hacerlo. Fue el único que logró que la voz interna de ella pudiera despertar luego de tanto tiempo. Por desgracia, el muchacho falleció y era indudable que ella pasaría los momentos más oscuros de su existencia, lidiando —en buena parte— por lo que había hecho, pues era algo de lo que jamás podría recuperarse en lo más mínimo.

Reaccionó de una manera tan salvaje y fuera de toda comprensión, que pienso que la llevarían a hacer mil y un tratamientos de shock. Como pintan las cosas, no me extraña que pase un tiempo y que la muchacha terminara compartiendo el mismo destino que su madre como si, de alguna manera, hubiera estado predestinada desde su nacimiento —hacía más de quince años— a terminar de aquella lamentable manera. Una terrible maldición que, al fin, culminaba de la peor manera posible.

Luego de todos aquellos sucesos, llegó más gente al lugar y se quedaron horrorizados, mientras no podían dejar de observar la abominable escena. El cuerpo estaba masacrado y parecía faltarle un ojo y una oreja. Cuando observaron el rostro de la muchacha, asimilaron lo peor, lo que nunca nadie jamás hubiera tenido la capacidad de imaginar; aquella terrible deducción, los paralizo por completo. Y, de alguna u otra manera, todos los compañeros que en algún momento se habían burlado de ella, que le habían hecho esas bromas tan pesadas, se arrepintieron desde el fondo del corazón.

Una chica rubia se abrió paso entre la multitud que se había juntado allí mismo, admiró cómo Damián seguía abrazando a su prima en el suelo y luego, enfocando la vista a un costado de ellos, admiró los dos cuerpos que yacían inertes. Pasó de aquel que estaba desfigurado, porque le llamó la atención la camisa azul que llevaba puesta; sus ojos se llenaron de lágrimas y corrió enseguida hacia allí, haciendo caso omiso de todo lo demás. Lourdes de arrodilló allí mismo y lloró sobre el cuerpo sin vida de su primo, manchándose el rostro —y buena parte de su cabello— con la sangre fresca. Nada le importaba y tampoco había nada que alguien pudiera hacer para revertir aquel fatídico desenlace. Más tarde, abrazó a Damián y se desahogó con él, llorando de manera desconsolada. Intentó hacer lo mismo con su mejor amiga, sin embargo, ella parecía no estar allí, como si su alma se hubiera perdido entre los rumbos de algo desconocido y, lo que allí podía admirar, no era tan diferente que los cuerpos sin vida que que se encontraban allí mismo, inhertes. Era como un alma en pena que hubiera perdido el sentido mismo de su existencia y las mismas ganas de seguir con ella. 

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