Capítulo Cinco
Con el correr del tiempo, la situación de la familia no mejoró para nada, al contrario de eso, esta se fue agravando y empeorando de una manera más que rápida y desesperante.
Una de las cosas más terribles que le pudo haber sucedido, fue el hecho de que había perdido su trabajo por una riña, más bien, por una estúpida reyerta que había tenido con su jefe en la fábrica de muebles en la que trabajaba, bajo los efectos de una increíble resaca que hubiera sido capaz de matar a una enorme vaca. Al menos esa era la sensación que David tenía. Le propinó una fuerte, repentina y muy violenta trompada en la nariz; José, jefe de casi más de diez o quince años, se hizo hacia atrás, tambaleándose por la sorpresa. No entendía cómo diablos había pasado de irle a pedir que fuera a engrasar, de una manera tranquila, como siempre solía dirigirse al personal, una de las máquinas que usaban para cortar la madera -que había dejado de funcionar de forma correcta hacía unos pocos minutos- a estar en uno de los tres talleres de mantenimiento que tenían, agarrándose la nariz con ambas manos; pese a la gravedad de la situación, no sentía dolor alguno debido a lo inesperado de la situación, aunque no le cabía duda alguna de que más tarde sufriría las terribles consecuencias del incomprensible accionar del malnacido de David Fernández, uno de los técnicos más capaces y con más experiencia dentro de la propia empresa.
Fue capaz de quebrarle la nariz tan solo con un solo golpe, sólido y que provocó un terrible sonido crujiente de muerte. La sangre comenzó, entonces, a brotar a borbotones de ella, razón por la cual, permaneció encerrado en la cárcel durante cerca de catorce días. El alcohol, cada vez lo ponía más irritable y malhumorado que nunca, parecía ser que aquello que se llama "felicidad" se hubiese esfumado por completo tanto de su persona como de su rostro y solo se acercaba a una sensación semejante a aquella, cuando jugaba o bebía en las noches. Los días de abstinencia en la cárcel, pese a solo haber permanecido durante dos semanas enteras, fueron terribles. Se negaba a comer durante uno o dos días y luego, ya en el tercero, devoraba la comida como si no hubiera un mañana, incluso la que le llevaba su esposa, hasta la saciedad. Repitió ese proceso unas dos o tres veces. En varios momentos, se ponía a cantar -de forma intensa y bastante irritable- a medianoche y los carceleros se veían en la necesidad de calmarlo, empleando cualquier medio que fuera necesario; sea golpeándolo con los bastones o, cuando en verdad se volvía insoportable ya que no dejaba de cantar aún luego de la golpiza, dopándolo de alguna manera. Cuando esto último sucedía, el efecto tardaba en llegar, seguía cantando hasta que el ritmo de su voz iba muriendo de a poco, se recostaba contra un rincón, con los brazos cruzados y el canto pasaba a ser casi un susurro; luego, sus ojos se cerraban y dormía de una forma tan profunda que no parecía que, unos minutos antes, hubiera sido el causante de tal espectáculo, digno de admirar.
-¡Ya, callate, pedazo de mierda! -le gritaba algún guardia, mientras golpeaba las barras de su celda, cuando comenzaba a hacer alguna de sus locuras, en especial cuando se ponía en una de esas estúpidas huelgas de hambre porque no podía beber alcohol ni fumar -, ¡te vas a ir de acá directo al hospital si seguís hinchando las pelotas!
En alguna que otra ocasión, el hombre parecía que se desmayaba. De hecho, la primera vez que sucedió eso, los guardias abrieron su celda debido a una gran preocupación; fue la primera vez en que se había quedado sin comer ni una mísera miga durante dos días seguidos y uno de los guardias creyó que había sufrido un ataque de algún tipo. ¡Qué grave error que cometió ese pobre hombre!
Mientras Rodríguez, guardia nocturno, se encontraba parado a su lado, analizando qué diablos le había sucedido, a ver si había tenido un ataque cardíaco o algo por el estilo -ya que tenía unos conocimientos sobre aquellos temas-, recibió un terrible golpe en ambas piernas, cuando estaba medio agachado. Como no pudo mantener el equilibrio, cayó de espaldas, provocando un ruido seco, que al final sería lo que alertaría a los demás; su bastón cayó a su lado. La sorpresiva patada, había sido bastante efectiva, como para lograr desconcertarlo; entonces, David se puso en pie como si fuera una gacela, con una agilidad tal que no parecía que hubiese permanecido dos días enteros sin comer nada. Entonces le dio una patada en el cuerpo y luego otra en una de las manos que, en un acto reflejo, buscó a su lado por el arma para mantenerlo a raya. Se adelantó a los pensamientos de este y agarró el bastón. La patada en el abdomen, le había dejado viendo las estrellas al guardia, por lo que le fue bastante sencillo ponerlo en pie en cuestión de segundos. Mientras todo eso sucedía, se oían pasos apresurados -y cómo rechinaban las zapatillas- por el algo angosto pasillo. Cuando García y Meléndez llegaron, se encontraron con que Rodríguez estaba a merced del recluso, que sostenía el bastón con fuerza entre sus manos y aplicaba algo de fuerza sobre el cuello del oficial. Este había querido zafarse un y otra vez, pero la fuerza que ejercía el maldito era bastante como para que pudiera mover un solo dedo.
-Déjenme salir ya mismo -fue el pedido, en parte bastante impasible, del desesperado hombre, cuya abstinencia lo estaba destrozando; la voz se percibía algo extraña y ronca, como si apenas hubiera despertado de un profundo y extenso letargo-, ¡o le quiebro el cuello acá, en esta sucia celda de porquería! -Al final, no pasó mucho tiempo para que sus nervios salieran a relucir.
-¡Eso no va a pasar! -gritó García, que ya había desenfundado el arma y buscaba dónde pudiera apuntarle. Tanto el cuerpo, como las piernas, estaban cubiertas por completo, lo único que le quedaba al descubierto eran las manos o la propia cabeza, en los momentos en que la asomaba para seguir amenazándolos; ya había visto esa situación un par de veces y lo último que se le ocurría era jalar el gatillo, puesto que por lo general siempre terminaba de una mala manera. A no ser que no hubiera otra alternativa, siempre buscaba que aquella fuera la última opción-, ¡Dejalo ir o me vas a obligar a terminar esto de la peor manera! -Lo que el oficial quería, era intimidarlo, pero no hacía más que ignorar que los gritos alteraban y enfurecían más a David, pues estaba con un terrible jaqueca que, dicho sea de paso, había sido lo que lo llevó a golpear a su jefe, a fin de cuentas.
-Tranquilo. -Meléndez estaba sereno y le hizo una seña al otro oficial, para que dejara de apuntarle y guardase la pistola en la funda. Él era un hombre inteligente, razonable y tenía algunos conocimientos de psicología, pues le agradaba mucho leer sobre el tema, le fascinaba el cómo alguien podía entrar en la mente de otra persona y de cómo podría llegar a manipularla de cierta forma, si es que se lo proponía; era una útil herramienta que bien podía utilizar en su trabajo y ahí se encontraba, intentando darle un uso práctico por primera vez desde que se había recibido, hacía cinco años. Tenía veintiocho años; era joven, sí, pero bastante listo y sabía cómo calmar las aguas mejor que la mayoría. Sí, la situación era bastante peligrosa y mentiría si dijera que no se encontraba algo nervioso.
-Pensá en qué va a pasar con vos si lo matás, pensá que nunca más vas a poder salir para ver a tu mujer, ni a tu hija. -Era una amenaza, quizá del mismo nivel que la de García o peor, incluso, sin embargo se encontraba ingeniosamente disfrazada; era una especie de psicología inversa y ¡diablos que le había funcionado!, pues el rostro del recluso, se había ablandado, sus ojos se dilataron de un momento para otro y notó, de una manera tal que para el otro hombre había pasado desapercibido, esa mirada de perro lastimado en cuanto había mencionado a esta última, se percató de cómo la vista parecía habérsele cristalizado, por decirlo de alguna manera y, entonces, prosiguió con el punto clave de su intimidación-: si lo haces, te van a dar perpetua, incluso te puede suceder algo más, que me parece que podes sospecharlo. No creo que seas alguien tonto como para no darte cuenta de a qué me refiero. Nosotros no tenemos por qué tener que convencer a nadie, vos sí.
Fue entonces que las piernas de David se aflojaron, luego unas lágrimas lucharon por salir de sus ojos, aunque se mantuvo firme, intentando que su inseguridad no saliera a la luz. Sin embargo, la presión que ejercía con el bastón, cedió un poco. Lo cierto es que, a pesar de todo, el oficial tenía razón; no podía hacerle ese tremendo daño a su familia. La presión cedió otro poco, durante unos momentos más y Rodríguez, que comenzaba a recuperar un poco de la movilidad que había perdido, pues en realidad habían transcurrido solo unos pocos minutos, pudo golpearlo en la entrepierna con la parte trasera de su zapatilla y eso terminó por desconcertar un poco al presidiario. El policía se zafó, David dejó caer el bastón y luego se arrodilló. García se acercó y lo golpeó un par de veces para que aprendiera la lección; sin embargo, Meléndez lo frenó en el acto, para que no se pasara y luego se tuviera que arrepentir de algo. En esa ocasión, decidieron que lo mejor era sedarlo y, luego de un tiempo, fue como si nada de lo anterior hubiera sucedido.
Volvió a intentar el truco del desmayo un par de veces más, pero ya no tendría efecto. Cuando lo hacía, solo se limitaban a conectar una gran manguera, que parecía ser de bombero, y lo rociaban de arriba abajo, con agua tan fría que podría congelar al mismísimo "Yeti", para que -de una vez por todas- pusiera fin a esas estupideces sin sentido. El terrible daño que le causaba la falta de sus vicios, era más que increíble y se volvía algo cada vez más y más notorio con el transcurso de esas dos largas semanas. Al fin y al cabo, los policías pudieron recobrar cierta tranquilidad y, pese a seguir recibiendo presos peligrosos, jamás volvieron a tener en sus celdas a uno tan desquiciado como lo era aquel.
Una vez que logró salir de ese pequeño infierno -algo que quizá pudiera funcionar como una especie de adelanto para cuando el verdadero momento le llegara-, una de las primeras cosas que hizo, fue volver a salir con sus amigos y, todo lo que no pudo hacer mientras había permanecido tras las rejas, lo hizo en una sola noche. Tuvo salida tras salida, pues ahora que ya no disponía de un trabajo fijo y de que tenía mucho tiempo libre a cusa de eso, casi todas las noches le daban pie para salir de su casa y emborracharse como nunca, para perder más y más dinero y endeudarse como todo un campeón. Al parecer, no le importaba apresurarse a buscar otro empleo durante un buen lapso de tiempo, quizá durante unos meses más o, tal vez, pasado un año entero de su despido. Estaba comenzando a gastar sus ahorros y la situación económica de la familia estaba cayendo en picada y entrando en una crisis de la que le costaría mucho trabajo -lágrimas, sudor y un titánico esfuerzo- poder recuperarse. Para colmo, siempre que estaba en la casa, durante las tardes, solo se la pasaba acostado, mirando el techo; en muchas ocasiones, no podía moverse -ni siquiera intentar de pensar en algo de manera concentrada-, por los severos puntazos que sentía en las sienes, como si alguien le estuviese clavando un alfiler en estas, de manera constante y sin tregua alguna.
Luego de un tiempo, para poder seguir con aquel ritmo de vida y seguir apostando dinero con el póker, el truco o cualquier otro juego que le pareciera interesante y que pudiese darle algo de ganancia, le pedía el dinero a Andrea. Ya el de sus ahorros había menguado de forma considerable y terrible; la familia no se podría decir que era pobre, a pesar de que ninguno tenía estudios universitarios, su posición económica, no era mala para nada antes de que todo se fuera al diablo. Ahora, ya estaba menguando el dinero que su esposa ganaba limpiando casas; era un trabajo sacrificado visto y considerando que el cuidado de la pobre niña, se había entorpecido bastante gracias a las constantes -y cada vez más frecuentes- negligencias de su padre. En varias oportunidades, estaba tan absorto en su mundo de la nada misma, que olvidaba -por completo- preparar el almuerzo o la merienda. Aquel dinero, era ahora el único ingreso de la casa que estaba manteniendo a la familia y el que, a duras penas, le permitiría pagar la comida del mes, así como los gastos que generaban los impuestos. Del jardín de la niña, se las arreglaban como podían, ahorrando en todo lo que pudieran. De momento, el presupuesto les quedaba muy justo para todo e iba agravándose con el correr de las semanas y de los meses. Con las hospitalizaciones, cosas que se rompían en la casa por falta de mantenimiento y demás, a veces se veían en la necesidad de incurrir en préstamos para poder pagar las deudas. Era algo a lo que Andrea tenía que poner fin, de alguna u otra manera; no tenía ya casi más opciones para seguir con esa vida que se había convertido en un verdadero infierno.
Muchas veces, por lo anteriormente mencionado, ella se negaba a darle la cantidad -bastante exagerada, eso sí- que él le pedía para satisfacer sus más que dañinos vicios. Sin embargo, David siempre lograba convencerla de alguna terrible manera.
-Es lo mejor que podés hacer, más te vale hacerme caso, bebé -la amenazaba casi en todo momento, estuvieran frente a la mesa, cenando, en el living de la casa, viendo alguna película o algún programa, se encontraran en el viejo cacharro que conducía o fuera donde fuera que se encontraran-, más te vale hacer lo que te dice "el jefe", muñeca, o te voy a dar tal paliza que no te vas a poder sentar por una semana, eso si no corrés con la suerte de que te deje paralítica de la cintura para abajo, por el resto de tu puta vida.
-Si no me hacés caso -continuaba, entonces, con la amenaza, golpeándola en donde más le dolía, sabiendo a la perfección que con eso lograría que desistiera de querer llevarle la contraria, porque alguien que le hacía eso, no merecía ni un mísero lamento de su parte. Su proceder se volvía cada vez más y más frío y siniestro con cada semana que transcurría. El dolor físico podía llegar a tener un límite si la mente así lo deseaba, pero el dolor psíquico y emocional, eran mucho más penetrables en su persona, mucho más moldeables, por decirlo de alguna manera. Sabía muy bien cómo afectar psicológicamente a su esposa-, ¡me voy a llevar a Natalia muy lejos de vos! -terminaba gritándole, para darle más dramatismo a la situación y, cuando lograba que aquellos ojos azules comenzaran a inundarse de lágrimas cristalinas, continuaba con el show de psicopateo que había iniciado, de una forma mucho más calmada, como para darle a entender que, en efecto, se encontraba dentro de sus cabales y que no era un simple delirio del momento-: y, entonces, no la vas a ver nunca más en tu vida y te voy a hacer la vida imposible, hija de perra.
Lo cierto era que Andrea no temía lo que le pudiera llegar a ocurrir si él, durante alguno de aquellos violentos días, la golpeaba hasta el cansancio e, incluso, si terminaba asesinándola. Pero si tenía un talón de Aquiles, que fuera capaz de debilitarla de una forma indudable -e inevitable-, esa debilidad llevaba puesto el nombre de su pequeña hijita Natalia, quien apenas contaba con tres años de edad; no podría perdonarse jamás -por el resto de su vida- si le llegaba a ocurrir algo a la luz que siempre iluminaba sus días. Sin duda alguna, su hija era el motor que lograba que ella siguiera luchando como si nadara contra corriente, ella era quien lograba que se negara a bajar los brazos de un momento para otro. La aterraba el pensar qué sería de su pobre criatura si su padre se la arrebataba de sus manos y se la llevaba para vivir en un lugar desconocido, la preocupaba a sobremanera el solo hecho de pensar cómo diablos la mantendría, qué le daría de comer y cómo carajos pagaría los estudios si era cada vez más irresponsable con sus obligaciones. Alguna vez, por su delicada mente, pensó en lo tentadora que se escuchaba la frase de "hasta que la muerte los separe", pero nunca se atrevía a mover ni un solo dedo, pues al fin y al cabo que el resultado no sería tan distinto si, luego de hacerlo, ella misma era la que terminaba presa; además, era una mujer incapaz de hacerle daño hasta a una simple mosca, así que al igual que esa idea afloraba de forma repentina en su cabeza, desaparecía a un ritmo igual o mucho más veloz -aún- de esta.
-Está bien, vos ganás. -Ella terminaba por rendirse bajo aquellas amenazas que podían dejarla sin aliento, iba a la habitación, cabizbaja por la nueva derrota, y buscaba el dinero en un pequeño compartimiento donde un ladrillo macizo, podía removerse del lugar; se encontraba algo cercano a la cama, aunque en un lugar algo elevado, por cual debía ayudarse con el uso de una silla o de una pequeña escalera que David conservaba del trabajo anterior. Regresaba, entonces, con el dinero en las manos, sin más discusión, pensando que eso sería lo mejor si quería seguir viendo a su hija como siempre-. Acá lo tenés, espero que lo disfrutes -le decía con una voz fría, seca, desprovista del cariño con que antes le hubiera hablado, cuando apenas eran una pareja de jóvenes novios, que se amaban con pasión y con locura y que tenían la ilusión de formar una hermosa familia y de seguir juntos para siempre. Ahora ahí estaba, con la familia destrozada y con pensamientos homicidas, que resurgían de su escondite, desde lo más profundo y oscuro de sus entrañas, cada vez de manera más y más constante.
-Esa es una buena chica. -Lo cierto era que, la indiferencia con la que su mujer le contestaba, lo tenía sin cuidado; a esas alturas de la vida, de la adicción que manejaba, le importaba realmente un carajo los sentimientos que ella manejaba, solo los utilizaba a su favor cada vez que podía, con el objeto de obtener todo lo que deseaba. Entonces, una amplia y perversa sonrisa, que ya no parecía ser de este mundo, se dibujaba de lado a lado en su rostro y sus ojos se agrandaban; un brillo fulguroso e intenso se hacía presente en ellos, pues se daba cuenta de que siempre sería capaz de todo lo que se propusiera, pues Andrea se encontraba totalmente a su merced. Era obvio que el terror que sentía, no le permitiría tomar a Natalia y huir de allí, porque él mismo se aseguraría de encontrarla, aunque tuviese que ir en busca de ambas al mismísimo infierno-. Esa es una buena chica -repetía de nuevo, con un tono burlón, que no podía contener por mucho más tiempo.
Ella se arrodillaba y se apoyaba contra la mesa de la cocina, intentando contener el llanto, por todo lo que les hacía pasar aquel desgraciado. Más tarde, cuando pasaran unos quince minutos o más, sus lamentos serían ya incontenibles y comenzaría a desahogarse de tal manera que le parecía que jamás podría volver a brotar una sola lágrima.
"El jefe", entonces, luego de visto aquel espectáculo imperdible, salía hacia la calle, a través de la puerta de la cocina. Las carcajadas que prorrumpía, se podían percibir con suma claridad, mientras caminaba en dirección al chevy, despreocupado, colocándose unas gafas para el sol y quitando un cigarrillo del atado, que se colocaba entre la comisura de los labios y encendía. Luego, encendía el coche y se marchaba al bar más cercano, donde lo aguardaban sus amistades.
-Nada más hermoso que fumar manejando, cada vez que se gana una batalla -solía decirse a sí mismo, casi sin abrir la boca, para que el cigarrillo no se le fuera al diablo y tuviese que acudir a otro que funcionara como reemplazo.
Sin embargo, pese a aquella pequeña victoria, él seguía perdiendo el dinero en las apuestas. Claramente, sus facultades estaban bastante dañadas como para que pudiera pensar sus jugadas con claridad y ya eran muy, pero muy contadas las ocasiones en que sus pésimas estrategias le daban resultado; más que eso, se podría decir que solo eran algunos pequeños golpes de suerte, como los podría tener cualquier principiante.
-Esta mala racha de mierda, ¡alguna vez se va a terminar! -se la pasaba gritándole, de forma constante, a todo el mundo, una y otra vez-, mucho más pronto de lo que ustedes creen, voy a ganar tanta plata que todo el mundo me va a querer a su lado, van a desear mi amistad y me voy a cagar de risa de ellos en su cara. -Pese a que eso nunca sucedía, le era útil para convencerse a sí mismo; mientras más tiempo se engañara, más creería que aquello sería posible. ¡Pobre iluso!, me da una pena tremenda, ahora que lo pienso. Poco le faltaba ya para mendigar en la calle ¡y seguía aferrándose a que el juego le daría todo el dinero que había perdido en años de trabajo y dedicación!
Perdía el equivalente a dos o tres sueldos, en algunas ocasiones y entonces todo se volvía una especie de círculo vicioso que parecía no tener fin. Cada vez, regresaba -literalmente arrastrado- a Andrea, sacado y desquiciado como nunca. Pasaban meses enteros que no ganaba ni un mísero peso con sus malditas apuestas y, si ganaba algo en alguna mano, perdía el triple en la siguiente.
Las amenazas se volvían cada vez más y más constantes; solo quería demostrar que podía recuperarse en base al vicio, no había una lógica que pudiera explicarlo mejor.
-Te lo juro por el diablo. -Sus amenazas ya eran tan alarmantes que llegaban a ese extremo de hacer juramentos satánicos, con la voz grave y seria por completo-. Si no me das, al menos, cien pesos, te voy a matar. ¡Sos una hija de puta que solo vive para joderme la vida!, y después voy a torturar a tu hijita de mierda, le voy a dar tal paliza que no vas a reconocer ni su pequeño cuerpo de pendejita de porquería.
Siempre se salía con la suya y terminaba obteniendo, incluso, más dinero del que hubiera esperado para sus ridículas apuestas; porque sí, cien pesos era poco, pero la desesperación lo hacía pedir cualquier cosa. Entonces terminaba con el triple de lo que había pedido, en mano. Y siempre regresaba con las manos vacías, solo con deudas. Era como si, en realidad, disfrutara con regalarle el dinero a aquellas pobres excusas de amigos que tenía; y le volvía a gritar a Andrea, hecho todo una furia.
-¡Vos sos la culpable de todo! -le escupía de repente, con nada nada más que odio y aberración. En una de esas oportunidades, le revoleó con una botella de plástico llena de agua y logró pegarle en la cabeza; por suerte el impacto no fue tan grave y solo se le hinchó un poco. El chichón desapareció la mañana siguiente, gracias a una bolsa con hielo-, ¡vos sos la culpable de que me hayan despedido del trabajo!, ¡solo te la pasás mandoneándome, presionándome y criticándome todo las cosas que hago y las que dejo de hacer! -Aquel lente opaco, sucio y desagradable que tenía como visión e imaginación era terrible-. ¡Vos querés que a mí me vaya mal en la vida, que nunca gane nada y yo ya estoy cansado de todo esto!
Cuando eso sucedía, se iba al coche y pasaba por alguna estación a cargar combustible. Se la pasaba conduciendo gran parte de la madrugada, recorriendo la ciudad de punta a punta, para intentar distraerse y que la intensidad de la furia, se apaciguara lo suficiente como para no hacer alguna locura de la que luego pudiera arrepentirse. Muchas veces, volvía a la casa cerca del mediodía, almorzaba y luego se iba a dormir un rato, sin hacer nada más que eso, para que de nuevo todo el ciclo de locura se repitiera, bajo un bucle que parecía ser infinito o estar muy cerca de serlo. A nada más que eso se estaba limitando su miserable, peligroso y -tremendamente-predecible estilo de vida.
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