siete.

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escuchar la playlist para mejor ambientación. 

𝖑𝖆 𝖒𝖆ñ𝖆𝖓𝖆. 𝖈𝖊𝖗𝖔

Desaparecieron, le había dicho, en cuerpo no, en alma.

Le contó lo que Ranpo le había dicho, lo que sabía, también le contó sobre lo que ella había notado en esos días, en la lista de Kalumnia y en como sus compañeros se habían estado recorriendo en sus asientos, como si Dumas y Odel nunca hubieran ocupado un espacio en esa aula.

Dazai y Dostoyevsky que habían compartido aula el año anterior y no habían sido compañeros de Edogawa ni de Nakahara, tampoco de ella. Ningún otro había compartido aula con Dumas u Odel, y, sin embargo, Dazai y ella los recordaban.

Su conversación había muerto allí, con Dazai agarrándose la barbilla y murmurando que si sabía algo más se lo diría a ella y a Edogawa —Ranpo, él lo llamaba por su nombre—. Después, Septhis se había quedado tendida sobre la cama de Dazai, con su olor a madera y humo.

No duró mucho tiempo allí, en cuanto fue capaz de ponerse de pie, se escabulló elevador abajo a su edificio, sobre todo después de que Camus hubiera entrado y se le hubiera quedado mirando detenidamente.

Esa mañana de jueves, los altavoces resonaron dentro de Haexinarts. Anunciaban la Fiesta de Bienvenida de los de primer año, invitándolos a todos a asistir completamente gratis, con una gran variedad de platillos de todas las nacionalidades de Haexinarts y música de temporada.

La fiesta era el sábado. Sin embargo, a nadie le caía de sorpresa el anuncio. La mayoría sabía que la Fiesta de Bienvenida se aproximaba y solo esperaban a que anunciaran la fecha, todos ya contaban con sus vestidos y trajes, sus ideas de peinados, sus zapatos. A pocos les costaba encontrar que ponerse de última hora.

Se alzaron las cabezas de la cafetería en armonía, como avestruces, Septhis meneaba su popote en su vaso de café. La mesa estaba vacía, siete sillas sin usar y que nadie se atrevía a pedirle, prefiriendo apiñarse con sus amigos en otras mesas en las que apenas entraban, algunos otros se salían.

—Eh, mira. Allá esta Septhis —anunció una voz suave.

Septhis levantó la vista de los remolinos de café que estaba creando para ver a Chiara y Ferwa acercársele, muy contentas. Ferwa ya tenía el uniforme masculino en su poder y hacía una semana le había entregado su gabardina lavada.

Ferwa tenía el cabello rubio corto a la altura de los hombros, Chiara era castaña y el cabello le caía en bucles sobre la espalda. Ambas la saludaron con un movimiento de manos y se sentaron con ella, sin preguntar. Aquella confianza le agradaba.

—Hola ¿cómo estás? —Chiara le sonrió.

—Bien, ¿y ustedes?

Las otras respondieron que bien. Ferwa plantó las palmas en la mesa y se inclinó hacía Septhis con los grandes ojos cafés abiertos y brillantes.

—¿Iras a la fiesta? —preguntó. Chiara también esperaba la respuesta con una ligera sonrisa.

Septhis alzó la ceja. Era la primera vez en esos dos años que le preguntaban, en la primera fiesta de su año no había tenido la oportunidad de escaparse y fingir que había tenido algo que hacer. Tampoco esperaba poder escaparse está ocasión.

—Tengo que estar allí —respondió, bebiendo un sorbo de café.

—¿En serio? ¿Por qué? —Chiara frunció el ceño.

—Es un secretito —murmuró con una leve sonrisa de conspiración y un dedo en los labios.

—Ahhh, vamos, tienes un montón de secretos —se quejó Ferwa desinflándose en la mesa—. Pero está bien. ¿Qué te pondrás?

—Un traje —dijo.

No tenía vestidos en Haexinarts, y no pretendía moverse hasta su casa por uno. El año pasado también había usado uno. Su madre solo le había lanzado una mirada de soslayo.

Septhis alzó la mirada de las chicas cuando sintió que el ambiente cambiaba a su alrededor. Las voces se habían convertido en murmullos bajos, frunció el ceño al darse cuenta que las miradas recaían en ellas, que su nombre ya flotaba entre las conversaciones y las "dos chicas" que estaban con ella. Apretó el vaso.

—¿Todo bien? —preguntó Chiara y giró el rostro junto con Ferwa.

—Si, no se preocupen —exclamó.

Les lanzó una mirada iracunda a los ojos metiches que seguían hablando, las voces se apagaron y luego volvieron a las conversaciones triviales de cada grupo. Algunos ojos ocasionales todavía la buscaban y le rehuían al verla clavarles la mirada.

—Umh... —Chiara hizo una mueca.

—Bueno, ¿y es necesario conseguir pareja? ¿Cómo en las películas estadounidenses que hacen bailes y así? —espetó Ferwa, cortando lo que sea que haya querido decir Chiara.

Septhis suavizo la mirada.

—No necesariamente —respondió—. Si hay baile, obvio, pero no es la pieza central de la fiesta. Lo importante es que ustedes la pasen bien y siempre se puede conseguir una pareja ya allí.

—¿Tú tienes pareja Septhis? —Chiara le dio un bocado a su comida.

—No —replicó de inmediato.

No es exactamente que no quisiera, ni que no bailara, es que nadie se le había acercado y eso era suficiente para saber que ella no debía acercarse. Aquel año una chica de segundo año había intentado acercarse, solo para que sus amigas la jalaran del brazo y una le susurra algo al oído. La otra había puesto cara de susto y retrocedido con lentitud. Septhis solo la había mirado.

—¿En serio? —Ferwa alzó las cejas—. Estaba segura de que serías de las personas más solicitadas aquí.

—Para nada —contestó con una risilla que mostró sus dientes. Privilegio que las chicas habían tenido en pocas ocasiones.

—En todo caso... —Ferwa parecía un poco tímida de repente—. ¿No te molestaría bailar con nosotras si se diera la ocasión? Somos compartidas.

Septhis se rio, y las chicas sonrieron al ver que quebraban un poco más el hielo con esa propuesta, y que quizá no serían rechazadas.

—Sin problemas —contestó. Las chicas chocaron palmas.

Respiraron y volvieron a la conversación, Septhis tenía una pequeñita sonrisa.

—Bueno, y hablando de parejas ¿has tenido novio? Te gustan los hombres ¿no? Nos dijiste —preguntó Chiara inclinándose en la mesa.

—Eh, no. No he tenido —murmuró.

Si no había tenido la oportunidad de tener amigos, mucho menos un novio. La idea rara vez le cruzaba la mente, como un mundo lejos de ella, en el que se veía imposibilitada de habitar.

—Wow. —Ferwa alzó las cejas con sorpresa—. Bueno, ni tanto. ¿Cuál es tu tipo?

Era una pregunta que no se había esperado. Se le torcieron un poco las cejas ante no poder encontrar una respuesta. Se rascó la mano y entrechocó sus uñas.

—¿Mi... tipo? —parpadeó, de verdad no tenía idea de que responder—. No tengo.

—¿Cómo que no tienes? —Ferwa puso las manos en la mesa—. ¿Altos? ¿Delgados? ¿Color de cabello, ojos? ¿Nada, nadota?

Chiara le puso una mano en el hombro a la chica con expresión amable. La rubia se reclinó en la silla y respiró.

—Quizá tengas una referencia de la escuela que puedas darnos, solo físicamente hablando —le dijo Chiara.

Septhis se recargó en la silla y se detuvo a pensarlo. Al final respondió:

—Podría decir que Dostoyevsky.

—¿Dostoyevsky? ¿Fyodor? —Ferwa se volvió a inclinar en la mesa, los ojos brillantes.

Era muy alegre y vivaz, todo le asombraba y le encantaba hablar y preguntar, bailar. Pintaba y tocaba varios instrumentos, ya la había deleitado con algunas canciones.

—Una de las cinco obsidianas —murmuró Chiara con aire conspirativo.

¿Cinco obsidianas? Septhis frunció el ceño y se rio, nunca había el termino, pero imaginarse a Dostoyevsky como una piedra con cabeza un rosario la hizo reír.

—Es bueno, es bueno. Todos quieren uno así. —Ferwa asintió haciendo muecas con los labios—. Todos quieren una obsidiana.

—¿Qué es eso de las obsidianas? —inquirió la chica tomándose los últimos tragos de café.

—Ah, pues no sé si en tu año les digan así pero acá en primero les decimos así. —Chiara se encogió de hombros—. Obsidianas porque son super inteligentes, atractivos, amables, caballerosos, carismáticos y atractivos a su modo. Todo lo que podrías desear en un novio, y hay para escoger, si no te gusta uno, hay más.

Ferwa asintió cerrando los ojos, como si fuera experta en dicho tema. Septhis alzó la ceja y preguntó:

—¿Y quienes son?

Aunque ya se hacía una idea.

—Fyodor, obvio —Ferwa alzó un dedo—. Osamu, Ranpo, Chuuya y tú.

Frunció el ceño y se señaló.

—¿Yo?

—Bueno si —rio Chiara—. Eres atractiva, aunque a la mayoría les des miedo. Y siguen pensando que eres hombre, ¿no los corriges?

—No. —Se encogió de hombros—. No tiene sentido, es innecesario.

Ferwa negó con la cabeza.

—A los de primero les gustas, pero los de tu año y tercero te tienen en un lugar bien distinto. Me cae de raro todo lo que dicen de ti —comentó la rubia—. Pero bueno, es tu decisión.

Chiara asintió.

—Pero, Fyodor ¿Eh? ¿Por qué? ¿Te gustan los altos?

Septhis se encogió de hombros.

—Eh, no. Me da igual —murmuró—. Pero me gustan sus facciones, y su color de ojos. Creo que en general, todos ellos son atractivos.

—Entonces te gustan los inteligentes. —Ferwa chasqueó los dedos—. Como tú.

Septhis se rascó la mano.

—Si, quizá.

La conversación siguió hasta que la segunda clase llegó. Las chicas se despidieron con un movimiento de manos y una sonrisa, cuando Septhis se levantó de su asiento y fue a dejar su bandeja y platos al lavadero, los murmullos se elevaron y su nombre pasó de boca en boca junto con los ojos que la recorrían. Suspiró y esperó que eso no le trajera problemas a Chiara y Ferwa.

De camino a su segunda clase, con el cuello del abrigo hasta arriba por los fuertes vientos se quedó pensando un poco en aquella conversación con las chicas.

Si bien era cierto que estaba consciente de su atractivo, nunca había pensando formar parte de un conjunto social que no fuera aversivo para ella. Siempre tenía la suerte de que los adjetivos crueles le llegaran a sus oídos, seguido de su nombre. Era toda una sorpresa.

Con respecto a lo otro, bueno, no tenía sentido pensar en irrealidades y banalidades. Debía concentrarse en aquello que tenía en frente, lo más importante y lo más urgente. Aquello que la haría escalar, no simplezas como novios y parejas, y aunque, en el fondo, muy en el fondo, aun existía una niña que soñaba con tener un novio caballeroso y amable para ella, no tenía esa oportunidad. La ilusión era eso, ilusión.

Cuando las primeras gotas cayeron al pavimento, se echó a correr.


𝖑𝖆 𝖓𝖔𝖈𝖍𝖊. 𝖈𝖊𝖗𝖔.

Apenas llovía, unas cuantas gotas que rozaban su abrigo mientras se movía con la cabeza gacha a la biblioteca. Había solicitado un libro hacía unas horas y era momento de recogerlo, lo necesitaba para su tarea.

Delante del estadio estaba la biblioteca, era el camino cortó pero estaba enlodado y las botas negras de Septhis se mancharon de lodo apenas puso un pie dentro. Refunfuño e intentó salirse, no pudo hasta el tercer intento. Sacudió el pie y se encaminó por el camino largo, cruzar el sendero que separa el campus en dos y procurar no resbalarse con las hojas caídas o los charcos de agua.

Se acercó hasta la biblioteca, las sombras bailaban donde la luz no pegaba. Oía voces, murmullos incomprensibles. La noche silbaba y baila donde sea que las farolas de luz neutra no cayeran, algo se arrastraba por el piso, emitía susurros al chocar contra el pavimento, se oían pasos chapotear en el agua. Rasguños en los troncos de los árboles, hojas que se movían pero no por el viento.

¿Puedes oírlo? Puede oírte.

Apretó el paso, pisando fuerte como si eso pudiera aferrarla más al suelo. El collar, pesado y ostentoso de oro puro que le caía sobre las clavículas y terminaba encima de la unión de sus pechos —si tuviera—. Tenía rubies esparcidos por todo el largo del cuello y uno más grande colgaba al finalizar, sostenido por dos garras.

Siempre lo llevaba, incluso para bañarse. No podía quitárselo. Unos ojos sin pupila ni iris la siguieron desde detrás de un árbol. Se cubrió más con el cuello del abrigo.

Llegó a la biblioteca y suspiró cuando paso su credencial y el control de accesos dejo que moviera la barra. Saludó al recepcionista de turno y al guardia en la entrada, ellos hicieron una reverencia.

Apretó los dientes e hizo caso omiso.

Pidió su libro casi con prisa, cuando lo tuvo lo metió en su bolso, pasó la credencial de estudiante en la barra para identificar su nombre y la fecha en la que se lo llevaría. Luego salió apresuradamente de allí.

Iba doblando para pasar entre el estadio y la biblioteca, prefería mancharse las botas de barro que volver a tomar el camino largo, avanzó hasta el final del edificio de la biblioteca e iba a cruzarse hacía su edificio pero se frenó súbitamente.

Se escuchaban un par de voces del otro lado. Septhis supo de inmediato que era humanas, movió el brazo en dirección a los árboles. Las sombras dejaron de menearse y los susurros disminuyeron hasta convertirse en nada más que el ruido nocturno de siempre.

Pegó su lado derecho del cuerpo a la pared mojada de la biblioteca y tuvo cuidado al avanzar sobre el lodo para no hacer ruido. Las voces estaban del otro lado, si uno volteaba, la verían de inmediato.

Septhis no se habría quedado a empaparse de no ser porque la voz era de Dazai.

—No sé qué voy a hacer, creo que si me descubrieron —murmuraba con la voz desesperaba.

Septhis podía imaginarlo agarrándose los cabellos, como tenía la costumbre. Frunció el ceño y volvió a dirigir el brazo a los árboles.

—Te dije que fueras más precavido, y mira, ve en lo que te metes —espetó la otra voz. No podía reconocerla—. ¿Qué vas a hacer?

—No tengo idea, no creo poder salvarme de esta —suspiró Dazai.

—Solo a ti se te ocurre, si ya sabes —chistó la voz—. Pues más vale que no levantes más sospechas.

—Lo sé, lo sé —se lamentó.

Dazai retrocedió un paso, Septhis pudo ver el talón de su zapato y el dobladillo de su pantalón oscuro. Retrocedió un paso de golpe, buscó donde esconderse rápidamente, no encontró lugar.

—Bueno, pues ten más cuidado para la próxima.

—Si, de momento ya no lo hare —suspiró.

Entendió que la conversación había terminado. Dazai retrocedió otro paso y Septhis apretó el collar con fuerza. Cuando abrió los ojos, Dazai ya se había ido y las sombras oscilaban nuevamente, los susurros corrían por allí con el canto de los grillos.

Los ojos blancos la observaban desde el otro lado del campus, sin parpadear.

Septhis trastabilló al intentar salir del lodo, sus piernas ya se habían hundido hasta la pantorrilla de estar de pie espiando. Se sacudió el cabello que se le había despeinado por el agua y del que colgaban gotitas que le caían de los mechones mientras corría bajo la lluvia de vuelta a su edificio.

Llegando se quitó las botas y avanzó con los calcetines mojados hasta el elevador, dejo un caminito de lodo que las botas iban soltando. Refunfuño al meterse al elevador, temblando de frío. Iba a tomarse algo y rezar porque no volviera a resfriarse.

En su cuarto, se vistió y secó. Bajó a limpiar el barro y volvió a subir como un torbellino para meterse entre las sabanas y leer lo que necesitaba desde allí. Sin embargo, cuando estuvo cómoda y lista, fue incapaz de concentrarse.

La conversación de Dazai seguía dándole vueltas.

¿De qué lo habían descubierto? ¿Qué cosa había hecho tan grave que creía no salvarse? ¿Quién lo había descubierto? ¿Y qué ya no podía hacer? Tenía un montón de preguntas relacionadas al tema.

La idea la asaltó desprevenida e hizo que palideciera. ¿Y si estaba involucrado en la desaparición de Dumas y Odel?

a life to death | wuserpoe


¿no puedes escuchar los rasguños? hay algo en la puerta

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