ocho.

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𝖑𝖆 𝖓𝖔𝖈𝖍𝖊. 𝖈𝖊𝖗𝖔.

El auditorio parecía un lugar completamente distinto desde la ceremonia de inicio de semestre y la entrega de premios que le significo una nueva vida a Septhis. El conjunto de gradas y sillas se había movido fuera del lugar y la tabla roca junto con el escenario se desmantelaron para dar paso a la verdadera esencia del auditorio.

Un maravilloso y lujoso salón de baile, rodeado de pinturas y ornamentos tallados sobre la estructura. Candelabros opulentos que caían bajo los techos abovedados y manchados de enormes obras de artes, luces incandescentes, ventanales del piso al techo y un mosaico blanco y dorado en el que era posible ver el propio reflejo.

Y Septhis se había tenido que encargar de la mitad de esas cosas. Pocas eran sus ganas de formar parte del comité que organizaba la fiesta de bienvenida y en realidad, no había tenido intención de formar parte de él. Lastimosamente, esa misma mañana le habían llamado desde la dirección rogándole que se hiciera cargo de ello y que, por favor, supervisara que todo estuviera en su lugar para esa noche.

No había tenido que supervisar gran cosa, salvo la limpieza y los arreglos para las mesas y un poco para las ventanas y paredes, no demasiado porque la intención era no perder la esencia del auditorio mismo. De todos modos, era la organizadora, lo que le había ganado más miradas de resentimiento.

Por mucho que le hubiera gustado escaparse, estaba metida en ese auditorio desde las seis de la mañana. Apenas había tenido tiempo de irse a bañar y vestirse para volver de inmediato y, de todos modos, tenía que estar allí temprano.

—¿Lista para tu discurso? —canturreó una figura entrando a la pequeña habitación en la parte trasera de las escaleras que conducían al estrado móvil.

Septhis lo miró desde el espejo de tocador. Vestía un traje rojo flamante que resaltaba su cabello. No llevaba lentes y eso hacía que sus pestañas largas lucieran aún más, sin contar el corse envuelto en seda, era la principal atracción de su traje.

Y seguro sería el motivo de suspiros entre las chicas.

Si él tuviera el mismo semblante que Septhis, sería inevitable. Pero él era un hombre de ternura. Imposible que los emparentaran.

—No es la gran cosa —murmuró la chica, luego miró la puerta entreabierta—. Vete de aquí, la gente inventa rumores sobre mi por la más mínima cosa. Si te ven salir de aquí...

La figura sonrió de lado, un hoyuelo se le marcó en la mejilla al lado de su comisura levantada. Se movió en la pequeña habitación y la luz amarilla que caía sobre los tapices dorados de las paredes le daban un aspecto tórrido. Paso dos juguetones dedos por los hombros de Septhis y se detuvo detrás de ella.

Se inclinó sobre su hombro hasta que su rostro quedó a la altura de del ella, sonrió cuando Septhis se tensó. Le tomó de la barbilla y con delicadeza le dejo un cortés pero fugaz beso en la mejilla.

—No es que lo que sea que digan vaya a ser mentira —murmuró con media sonrisa y salió de la habitación.

Septhis clavó la mirada en el picaporte pasándose un dedo por la mejilla, sacudió la cabeza. Toqueteó el collar de oro bajo su traje e hizo presión sobre el hasta que sintió la piedra fría clavársele profundo en el pecho, inhaló y dejo que el aire se le escapara mientras cerraba los ojos.

Una semana atrás le habían pedido que diera un discurso antes de iniciar la fiesta, le pidieron que fuera la apertura y que fuera breve y sencillo pero que funcionara como un motivador para el nuevo alumnado. Septhis preguntó porque ella y no cualquiera de los otros que habían ganado lo mismo que ella, la respuesta fue simple:

"Eres una Slora, compórtate como tal".

No más, no menos. Por supuesto, que tonta había sido al preguntar. Se puso de pie, el traje blanco e impoluto brillando bajo esas luces sucias. Los ojos rojos le brillaban de un modo espeluznante que lamentó el hecho de no poder apagarles el brillo, y los odio.

Apagó las luces y salió de la habitación, el eco al cerrar la puerta resonó hasta el techo abovedado del auditorio. Septhis se aproximó hasta las escaleras y se quedó allí a la espera de que Kalumnia le hiciera la señal. Septhis se preguntó cuántos estarían allí, cuantos otros habrían decidido salir del auditorio mientras ella hablaba o cuantos se quedarían solo para tener el placer de hacerle gestos mientras ella estaba hablando.

Cerró los ojos, trató de destensar los hombros y la mandíbula. No estaba funcionando.

—Slora —murmuró Kalumnia bajando el primer escalón. Abrió los ojos—. Suerte.

Paso a su lado, él le palmeó un hombro y le dio una cálida sonrisa. Septhis se lo agradeció, aunque nada de sus buenos ánimos quedo cuando se plantó frente a la escuela. No era nuevo, ni el silencio, ni las luces golpeándole los ojos, ni la presencia de los directivos a sus espaldas.

La sensación de ser todo, y que todos esperen todo de ti.

Una enorme sonrisa le cruzó el rostro y comenzó a hablar mientras se movía alrededor del estrado. Los brazos abiertos, el semblante en alto. Septhis no dudaba, no tenía tiempo para eso.


Y en la oscuridad, en el fondo donde ningún alumno se aglomeraba, unos ojos sin pupila la miraban. Sin parpadear.


Cuando el discurso terminó, dio paso a la fiesta. Las luces se atenuaron más y brillaron los círculos de colores moviéndose por toda la sala. La música estridente hizo a las ventanas retumbar, las mesas se llenaron de bocadillos y bebidas sin alcohol.

Los cuerpos se aglomeraron y Septhis se encontró en medio de la pista buscando a sus amigas. Sus amigas, que extraño sonaba eso. Le recorrió un escalofrío.

El traje que llevaba resaltaba peligrosamente en la sala, con el chaleco blanco enmarcándole los hombros y la cintura y la camisa negra con volantes en las mangas, sin hablar del abrigo con cola que llevaba y la rosa roja dándole color. Y todos era conscientes de ello, sobre todo cuatro pares de ojos que no le quitaban la vista de encima.

Dostoyevsky probaba todas las bebidas que Gogol le pasaba mientras seguía su figura delgada por toda la sala. Notó que sus amigas se acercaban a ella, la rubia iba de rojo y combinaba tanto con su traje que le recorrió una oleada de algo que no supo identificar pero le hizo fruncir el ceño.

La castaña llevaba un vestido largo y verde con olanes, también lucía bien. Fyodor se concentró en si figura alta y delgada moviéndose hacía una mesa llena de bebidas y bocadillos, notó el movimiento de sus elegantes manos al guiar a sus amigas por la cintura hacía la mesa.

—Parpadea un poco —se burló Dazai pasando a su lado con dos de sus amigos para robarse unos bocadillos de la mesa.

Pero lo cierto es que había tenido el mismo efecto en Dazai, mientras daba su discurso no había podido apartar la mirada de su cuerpo largo y estilizado y el sentimiento de querer tenerlo todo le abrumo profundamente que tuvo que salir de la sala. Sentía estar mirando una inconmensurable obra, imposible de digerir toda de golpe, quería vomitar.

Se robó un bocadillo bañado en azúcar blanca y le dirigió una socarrona sonrisa a Fyodor al pasar a su lado una vez más. Doppo lo condujo a la pista de nuevo para bailar otra canción con Ranpo y Edgar, y él aprovechó para molestar a Chuuya que bebía algo rosa con su grupo de amigos.

Septhis estaba en la pista, haciendo girar a sus dos amigas como si nada más tuviera importancia en la vida. Ninguno de los cuatro lo habían visto sonreír con tanta facilidad.

Se había formado un pequeño circulo alrededor de ellos tres, la mayoría gritaba o bailaba al ritmo de la canción mientras las amigas de Septhis lo arrastraban en un ritmo intenso y candente. Después hubo un cambio de canciones y pasaron a bailar mucho más pegados.

Chuuya observó como Septhis y otro chico se turnaban para bailar con sus amigas, pasando de unos brazos a otros con una facilidad que tuvo que preguntarse de donde había salido esa soltura para bailar. Le daba tantas vueltas a la chica de vestido verde, el Chuuya mismo se mareó de verla. Y no lo entendía.

Parecía mirar a un Septhis completamente distinto.

La mano de Septhis se ciño en la cintura de Chiara mientras la guiaba en los pasos de esa canción, lenta y sensual. Una vuelta, otra y luego unos pasos. Ranpo miraba todo mientras se empinaba otra de las bebidas naranjas que se había llevado de la mesa, eran dulces y le encantaban. Y, de todos modos ¿qué hacía el rostro de Septhis tan peligrosamente cerca del de Chiara?

El pequeño circulo alrededor de ellos se había dispersado, y la mayoría bailaba en parejas. Dazai le dio un codazo a Ranpo por accidente mientras el primero escapaba de las garras de Chuuya, Ranpo se quitó de su camino y se acercó a Edgar.

La situación estalló en un santiamén, apenas la vieron venir y los cuatro se detuvieron de golpe.

Just Dance de Lady Gaga reventaba las bocinas, las luces girando y moviéndose para todos lados, cuerpos moviéndose y gritando, pero allí, en medio de la pista, un cuerpo se tambaleó hacía Chiara.

—Eyyy, ¿estás sola? —farfulló un chico rubio de traje.

Chiara alzó la cabeza y Septhis le echó el ojo encima de inmediato. Notó que estaba ebrio de inmediato, Chiara retrocedió un paso ante la cercanía del chico. Septhis hizo girar a Ferwa y la paso en brazos del otro chico, amigo de ellas. Se adelantó en medio de los cuerpos hasta Chiara.

—Eh, no, voy por algo de tomar —sonrió Chiara avanzando.

El rubio se le atravesó en el camino.

—¿No tienes ganas de bailar?

—Ahora no, estoy cansada —Chiara se hizo a un lado para seguir avanzando. El rubio la tomó del brazo y la jalo.

Chiara se tambaleó, recuperó el equilibrio y tiró de su brazo, zafándose de su agarre. Miró con molestia al rubio.

—Déjame en paz —espetó y trató de seguirse moviendo entre los cuerpos inconscientes de la situación.

Por desgracia, el rubio volvió a jalarla dándole la vuelta. La tomó de la nuca y la forzó a acercarse a él, Chiara forcejeó pero la fuerza no le alcanzó para zafarse, alzó la mano para golpearlo cuando unos brazos empujaron al chico y jalaron a Chiara.

Septhis tenía rostro de estar iracunda. El rubio se tambaleó y cayó al piso, y de repente, había personas formando un aglomerado a su alrededor. Septhis miró a Chiara.

—¿Todo bien? —inquirió, le miró el cuerpo buscando señales de heridas.

—¡Chiara! —Ferwa se abrió paso en medio del circulo de personas y jaló a su amiga con ella—. ¡Septhis cuidado!

La pelinegra volvió la vista de golpe al frente, se hizo a un lado antes de que el rubio alcanzara a golpearla. El otro se recompuso de inmediato y se giró con el puño en alto.

—¿¡Qué no te van a ti los hombres, maricon!? —Septhis parpadeó, confundida.

¿De dónde sabía eso? Y el apodo de maricon no le quedaba ni como sátira. Retrocedió, el puño del rubio no la alcanzó. Estaba lo bastante borracho como para no calcular la distancia de los golpes, el rubio rugió y se le abalanzó.

Septhis golpeó el piso, el dolor le estalló en la espalda mientras el rubio se le ponía encima para intentar golpearla. Le quiso encerrar las piernas en medio de las suyas, Septhis lo empujó pero no fue suficiente y el rubio le estrelló un puñetazo en la mejilla.

La sensación le nubló la conciencia a la chica, fue casi automática la forma en la que golpeó al rubio y lo empujó. Giraron por el piso hasta que Septhis quedó encima de él, sentía el sabor de la sangre en la boca. Inmovilizó las piernas y las manos del rubio.

—¡Septhis! —bramó una voz grave que la sacó del trance.

Alzó la cabeza solo para ver a Kalumnia acercarse, Ferwa y Chiara estaban detrás de él, seguro lo habían ido a buscar. Había un remolino de personas alrededor de ellos, Septhis alcanzó a distinguir los ojos sorprendidos de Nakahara y Edogawa, y más allá, al fondo, la cargada mirada de Dostoyevsky. Conectaron miradas y él se movió detrás de la multitud hasta que no lo vio más.

—Muévete —bramó Kalumnia y Septhis se hizo a un lado.

—¿Estás bien? —Dazai la tomó del brazo y la ayudó a levantarse.

Kalumnia hizo que el rubio se levantara de un tirón, el profesor tironeó del brazo del chico y este se limpiaba la sangre de la nariz donde Septhis lo había golpeado. Le dirigió una mirada de odio mientras Kalumnia lo arrastraba fuera de la pista.

Solo hasta entonces Septhis sintió su propio dolor y la sangre en la boca. Se safo del agarre de Dazai y caminó detrás de Kalumnia, a sabiendas de que también debería estar allí. Dazai se le quedó mirando antes de echarle una mirada a Ranpo y empezar a seguirlos, Chuuya se les unió al poco tiempo.

Para su desgracia, la mayoría estaba muy interesado en la pelea y no fue hasta que el Dj habló por el micrófono y ofreció un premio por quien bailara mejor en el estrado, que la atención se dispersó y ellos pudieron seguir avanzando sin que ningún ojo se les pegara. Vieron a Septhis meterse detrás del estrado siguiendo al profesor y al chico.

Esperaron un poco, mirando que no hubiera otros profesores por allí y también se escabulleron. Detrás del estrado estaba oscuro y avanzaron en fila hasta las escaleras y luego las habitaciones.

Oyeron dos voces, una era de Septhis, la otra les resulto irreconocible.

—...estabas pensando?

—Quería besarla —murmuró Septhis—. No hice nada malo.

Se miraron, casi no se oía nada. Dazai les hizo una señal, bajo un peldaño y asomó la cabeza con cuidado, luego levantó el pulgar en dirección a los otros dos. Bajaron los peldaños y se quedaron allí, las voces venían de una habitación tras las escaleras. Un halo de luz se escapaba por la puerta.

—Sé que no, pero...

Hubo un silencio, luego un par de pasos resonaron en las baldosas, eran los zapatos de Septhis.

—Entiendo que te preocupes por mí, de verdad. Lo apreció Yaz, pero tampoco soy una niña —murmuró. Y el tono tan suave que uso dejó de piedra a los tres, que se lanzaron miradas en la oscuridad.

¿Quién era Yaz? ¿Dónde estaba Kalumnia y el otro chico? Estaban allí por algo, y era por la forma en la que Kalumnia había llamado a Septhis, con demasiada familiaridad, demasiado preocupación. Dazai no era estúpido, había visto como se dirigía la mirada de Kalumnia al lugar de Septhis de manera casi automática durante sus clases. Quería comprobar sus sospechas, sospechas que le había contando a Chuuya y Ranpo en una ocasión.

—Eres mi niña, mi princesa —los ojos de los tres se abrieron de golpe—. Mira como te dejo el labio.

Podían casi imaginarse la escena, un desconocido demasiado cercano a Septhis, uno que ella dejaría que le tocara el labio lastimado.

—No hagas eso —espetó Septhis y hubo dos pasos, Dazai supo que había retrocedido—. No hagas esto más complicado para nosotros. No esta bien.

Se lanzaron miradas. ¿Kalumnia sería Yaz?

Chuuya se adelantó dos pasos, se pegó a la pared de la habitación. Justo al lado de las bisagras de la puerta y asomó un ojo.

—¡Mira que si voy a dejar que esto pase hoy! —ladró una voz exasperada. Chuuya se despegó en un trastabillo.

Giraron el rostro a otra de las habitaciones allí debajo y se quedaron de piedra al ver a la directora. Siempre de blanco, siempre con lentes de sol, siempre con el cabello arreglado.

La puerta de la habitación que espiaban se cerró de golpe. Pegaron un brinco y subieron las escaleras como un torbellino antes de que la directora los viera.

—¿Qué están haciendo? —Kalumnia entrecerró los ojos al borde de la escalera, con los brazos cruzados.

Chuuya se detuvo de golpe para no chocar con el profesor. Ranpo le puso las manos en la espalda y no estrellarse con él. Se quedaron de piedra antes de poder escabullirse al estrado.

—Estábamos buscando a Septhis —sonrió Dazai que iba de ultimo—. Estamos preocupados por ella.

Kalumnia frunció el ceño, y miró detrás de ellos, pero fue tan rápido que, si no fueran tan inteligentes, ninguno lo habría notado.

—Slora no esta aquí, se fue —murmuró barriéndolos con la mirada—. Y ustedes no deberían estar aquí, este lugar es solo para directivos y personal autorizado. Fuera sino quieren que los reporte.


Chuuya pegó carrera en cuanto Kalumnia se quitó del camino. Sin embargo, no evitó que lo miraran mientras se iban, la sensación de que algo no andaba bien con él y de que esos ojos castaños no iban a abandonarlos ahora.


Septhis se arrastró fuera del salón apenas tuvo oportunidad. Sentía el sabor de la sangre en la boca y su labio estaba roto, le había caído una gota de sangre en el perfecto abrigo blanco a unos centímetros de la rosa. Un bonito contraste.

Suspiró cuando por fin alcanzó el aire fresco y cruel de la noche. Los arboles se movían con fiereza y las hojas volaban con la corriente, emitiendo silbidos, murmullos, una voz le susurraba su nombre. Apartó todo con un movimiento de manos y caminó hasta el jardín aledaño al auditorio, estaba adornado con preciosas luces que la hacían de luciérnagas en el arboles y arbustos.

—Noche ocupada ¿no? —Septhis le dirigió una mirada al árbol que le hablaba solo para ver a Dostoyevsky recargado en el tronco.

Llevaba un increíble traje oscuro, ornamentos dorados en el cuello del saco, camisa azul oscuro y un chaleco azul de rayas doradas. La corbata negra un poco desarreglada, se veía que había tirado de ella. La chica alzó una ceja y de pronto tuvo el vivido recuerdo de haberles dicho a sus amigas que Dostoyevsky sería su tipo.

Que fuera de noche y estuvieran solos no ayudo a su tranquilidad, retrocedió un paso. Tenía los nervios a flor de piel.

—Ocupada no sería el adjetivo que yo utilizaría —respondió, se sentó en una de las bancas del jardín.

El frío le caló en los huesos e hizo que el dolor que sentía en la espalda se avivara. Hizo una mueca. Desde allí podía ver a Dostoyevsky en toda su altura, el traje ceñido hacía que se viera aún más alto, y era verdad, era un hombre delgado, pero ella lo era todavía más. El sentimiento de que era más pequeña que él no la hizo sentir mejor y se preguntó que vieron los demás cuando ese chico la golpeó. ¿Un hombre demasiado pequeño para pelear con ese otro hombre?

—Umh, me recuerda un poco a algo que paso cuando estaba en la escuela media —murmuró Dostoyevsky

Sus ojos violetas clavados en ella, la recorrió con la mirada, desde sus hombros pequeños hasta su cintura aun más estrecha y las piernas largas que no había tenido la oportunidad de ver. Septhis sintió como si estuviera recorriéndola agua fría y tuvo que cruzarse de brazos para no levantarse e irse.

—¿Y qué es? —preguntó. Se toqueteó el labio roto.

—En una fiesta de bienvenida Dumas quiso besar a una chica, y Dazai le pegó —Dostoyevsky sonrió de lado, como si el recuerdo lo divirtiera.

—No me imagino a Dazai defendiendo a nadie más que a si mismo —murmuró la chica. Recargó cuidadosamente su espalda en la banca solo para darse cuenta que le dolía como el infierno—. Ahg.

—¿Estás bien? —inquirió el pelinegro no con genuina preocupación.

—Creo que me lastime la espalda —siseó toqueteándose los puntos donde más le dolía. Apretó los ojos—. Que suerte de mierda.

—Déjame ver —Dostoyevsky se separó del árbol y encendió la luz de su celular—. Y sobre lo otro, creo que solo la defendió por que era su novia.

—Ja, con razón —Puso una sonrisa mordaz, y alzó una ceja en dirección a Dostoyevsky. No estaba segura de soportar que él la tocara, aun así, se puso de pie.

—No he visto a Dumas estos días, ¿será que ya lo atraparon? 

—¿A qué te refieres? 

—Había rumores de que Dumas abuso de la ex novia de Dazai. 

Se quitó el abrigo, encogiéndose ante la helada que le entro. Tardó en procesar lo que Dostoyevsky acababa de decir, Dumas podía ser un abusador. Se quitó el chaleco y se desfajó la camisa negra. Empezó a levantarse la parte de atrás cuando Dostoyevsky la interrumpió.

—¿Por qué no te la quitas?

Septhis se congeló, y la presión de la tela de su corpiño se hizo más notoria, un recordatorio. Un mapa de cicatrices en el torso.

—Tengo frío, y solo me duele abajo —contestó y se la levantó.

Dostoyevsky apuntó la luz a su espalda y se agachó para ver. Septhis esperó que no la tocara, dada la distancia entre ellos, sería extraño.

Su mano se poso sobre la espalda de ella y la chica se retorció involuntariamente. Estaba frío como un maldito muerto, y que carajos hacía tocándola. Sus dedos eran suaves pero su palama tenía callos, él arrastró un dedo por su columna y la chica se separó con un brinco.

—Estás frío —siseó con molestia. Dostoyevsky la miro como si estuviera viendo una película aburridísima.

—Tienes varios hematomas —dijo él, ignorando su comentario, apagó su luz—. En mi habitación tengo una crema que puede ayudarte, es bastante buena.

La chica se fajó de nuevo y se puso el chaleco y el abrigo. Miró al chico con consternación.

—¿Y cómo sé que no es algo que me puedo encontrar en enfermería? —frunció el ceño—. ¿Y por qué me estás ayudando?


—No la vas a encontrar en enfermería porque mi madre es quien la prepara, es boticaria —respondió avanzando fuera del jardín—. Sobre lo otro, no veo porque no debería ayudar a un compañero de clase.

Mientras volvía a su habitación después de que Dostoyevsky le prestara la crema, el recuerdo de Dumas la sobrecogió. Si Dumas podía ser un abusador, y no solo eso, el abusador de la ex novia de Dazai ¿No convertía eso a Dazai en un sospecho mucho más factible? La idea no la abandonó hasta que cayó dormida. 


Esa noche, cuando Septhis por fin pudo dormir, soñó que tenía sexo con Dostoyevsky. 

a life to death | wuserpoe



tuve un mes de mierda, pero, que interesante se esta poniendo esto. 

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